miércoles, 29 de junio de 2022

87 ÚLTIMA CARTA



M:

Emergí trabajosamente a la superficie, luego abandoné las ruinas del Oceanus. Por estos paisajes extremos de soledad, empiezo a buscarte. Aquí estoy, en este atardecer final del cosmos; uno que empezó con un estruendo y ahora se pierde en un susurro. Pero en mi corazón late todavía un sentimiento inmortal, una pulsión banal quizás: una eterna necesidad de M, es decir, de ti. En alguna región del mundo estás ahora; quizás todavía ignoras quién soy.

Sí, el Thecnetos existe. La vida existe, sólo que ha tomado formas muy diferentes, pero aún conserva su sentido último; sólo ha cambiado su estructura y es de esperar que ésta cambie una vez más. La vida eterna es así. Al despedirme, no quiero dejar de intentar una explicación siquiera precaria del Thecnetos: mira tú sombra sobre la pared; eres tú mismo, pero sin cara, sin color, sin voz, sin volumen, sin vida y sin pensamientos. Pero a través de esa sombra puedes empezar a saber quién eres.

El pensamiento humano —este monólogo, por ejemplo— es una sombra paupérrima de la mente del Thecnetos. Imagina de este modo cómo susurra su inteligencia en el subsuelo del último planeta; siéntela en cada uno de tus pensamientos…

¡Ah, el Emisario! Uno de estos días te hallaré entre los paisajes hermosos y lejanos de este mundo que se pierde; quizás te halle mirando el horizonte con tus ojos desfondados, tus ojos intransitables. Qué importa que el tiempo sea vasto como el vacío que me rodea; ¡millones de millones de años he esperado para encontrarte!

No sé qué planes tiene ahora el Thecnetos; éste enmudeció para siempre. Creo haber entendido que no tenía ninguno. Pero el Thecnetos es un medio y no un fin y dado que yo lo imaginé, yo podré cambiarlo. Para empezar mi búsqueda, cualquier parte es buena dirección. Pienso primero adentrarme en el otro hemisferio del planeta. No me desesperan los paisajes incansables que recorro y que aparecen uno detrás de otro, siempre sin un fin a la vista. No me amedrentan los millones de días que paso recorriendo desiertos. Calmadamente entiendo y registro el mundo, no temo borrarme de tanto andar entre estas ruinas, ni me importa extraviarme o desaparecer. Aún si así fuera, miles de veces podría volver a nacer, miles de vidas podría buscar y no encontrar nada.

Podría extraviarme en miles de planetas tristes como éste, pero sé que, al fin, en uno de estos polvorientos viajes, he de encontrarte.  

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