miércoles, 29 de junio de 2022

85 ¿QUÉ ES EL YO?

 



Antes de dejarlo hablar sentí que yo ya lo sabía. Lo supe al vencer Herakon…

Su cuerpo mecánico, ya inerte, era ahora miles de pequeños pedazos de metal flotantes, cogí uno, una esquirla de lo que fue mi verdugo, era solido de una forma caprichosa pero ordenada. Vi su sombra y vi que esta cambiaba de forma cuando movía el objeto. El objeto era igual a si mismo siempre pero su sombra tomaba diferentes formas. Vi que ese trozo de Herakon, tenía 3 dimensiones y la sombra solo 2, —así es también la mente pensé, dejando aquel objeto flotar.

—Como sabes a la consciencia no le afecta los cambios, eres el mismo así pasen los años.

 —¿Es atemporal?

—No, un ser sin tiempo, es nada, cero. La consciencia es y tiene cualidades. El yo es un ser meta-temporal, un objeto de más de 4 dimensiones –dijo L.

        Esperé como un buzo que flotase en el océano más liviano de todos. Leves luces se encendieron por todos lados y noté que ahora flotaba al borde de una enorme cavidad esférica. Era de unos kilómetros de diámetro, me detuve al borde de ese gran vacío. Al acostumbrar mis ojos a esa leve luz actínica vi que a esa cavidad llegaban todos los millares de túneles que conformaban el mundo. Era el centro mismo del último planeta.

    Al centro de ese gran hueco flotaba como una partícula una estructura de metal reluciente. Primero su fulgor no me dejo entenderla, se veía pequeña, pero era realmente muy grande, floté hasta ella. Me resulto de inmediato familiar, la reconocí, sólo que éste era cientos de veces más grande que aquel del desierto: de una base caótica salían múltiples esferas de plata, éstas se enredaban y formaban una doble hélice escalonada, metáfora de la molécula germinal, ese grueso ADN que se trasformaba en un gigante colosal retorcido de músculos y era como un Emisario que soñara, signo de los Homo sapiens thecnesies que emergieron de la materia y conquistaron el cosmos. El coloso sostenía a la altura de su cabeza un hipercubo, como el que había visto en el desierto. Pero a diferencia del otro, éste era una estructura reluciente y algo traslucida; intacta, intocada por la erosión y su superficie tenía una asombrosa pulcritud. Floté minúsculo a su alrededor deleitándome de sus formas grandes y hermosas, y recordé las dudas que el reflejo tosco de esa figura, habían causado en mí cuando las hallé en el desierto. Recordé cómo había creído que yo no existía realmente, que me perdía a cada segundo; recordé con tristeza al Emisario, semejante al titán sosteniendo dramáticamente al hipercubo.    

     La piel del gigante era detallada, sus grandes dedos tenían huellas digitales precisas, aunque sus yemas serían casi del tamaño de mi cuerpo. Y en el interior del gigante estaban esculpidos sus órganos. El hipercubo contenía a su vez otras formas geométricas muy confusas y lentamente móviles. Tenían una geometría poética y bella, pero que no pude asimilarla en ese momento ni ahora soy capaz de recordar. Sus movimientos eran a cada nivel más caprichosos y armónicos.

“Para poder entender esta obra —pensé—, habría que ser capaz de ver galaxias en el cielo y átomos en nuestras manos”.

Lo miré de abajo hacia arriba. De nuevo las diminutas esferas, la doble hélice y el gigante dormido aplastado por el peso del hipercubo naciendo de su cabeza. Luego L habló:

—Las esferas que ves en la base —dijo— representan la materia. Esa espiral escalonada es la vida surgida del fango en un remoto planeta, que nos dio origen y cuyo nombre se ha perdido[1]. De ella nació la primera humanidad, los Homo sapiens sapiens que se rehicieron luego genéticamente a sí mismos. Ese coloso representa a esa humanidad ya convertida en Homo sapiens thecnecies. La estructura que sostiene es su consciencia, su mente.

Escuché atónito a L

—En algún lugar de la evolución —prosiguió L—, esa inerte molécula germinal dio origen a la consciencia.

—¿Cómo puede surgir la conciencia de la materia? —pregunté en al vacío.

—Dilo tú. Siempre lo has sabido.

—La vida se inició al crearse la estructura tridimensional de la molécula germinal —dije titubeando—, luego ésta empezó a moverse en la cuarta dimensión que es el tiempo, luego en las entrañas del cerebro se tejió en una quinta dimensión, dibujando así la consciencia.

—La consciencia es una cosa, sí, pero una cosa de 5 dimensiones. La consciencia es material, pero es distinta al tiempo como el tiempo es distinto de la materia.

—Los movimientos y cambios de la mente son la sombra móvil de la conciencia, —dije y dijo L, casi en coro—, esta es inmóvil y la misma en sus 5 dimensiones, pero su sombra, sus pensamientos y emociones son cambiantes en las 4 dimensiones del tiempo.  Por eso de la cabeza del gigante sale el hipercubo, —dijo L— pues el cerebro es la base tetradimensional de la pentadimensionalidad del yo; la consciencia sale del cerebro, pero no es el cerebro, como la luz sale de un foco, pero no es ella.  La consciencia es un objeto siempre igual a sí mismo. Tú eres siempre tú mismo. Sólo su sombra en el tiempo parece moverse y cambiar, por eso el pensamiento, la memoria son cambiantes. Pero el yo y su identidad continúan. Tú siempre serás el mismo así pasen trillones de años y cambies miles de veces.

—Lo sé, es decir lo entiendo. Pero ¿Cómo un cerebro tetra-dimensional —dije— puede dar origen a un objeto penta-dimensional?

—Porque el cerebro es una fábrica de fractales. Un fractal, es la única cosa que puede cambiar de dimensión, la aumenta al hacerse más y más complejo.

—Los procesos del cerebro se van complejizando, hasta dar origen a una forma penta-dimensional…—complete.

—Te hablaré de las cartas —agregó L—, solo al morir Herakón se liberó este mensaje para ti. El Thecnetos conservó esas cartas y mi mensaje para ti, aunque morí hace trillones de años. Sí, estas solo, pero eso es suficiente.

        Abrumado, dejé de escuchar a L y pensé: L es un muerto, M también, las cartas que leí eran la correspondencia entre dos cadáveres, el Thecnetos está vacío, ¿Podría el mundo ser más inerte? Sentí un asco frente a esos vacíos y frente a la banalidad de las cartas de L. En mi larga soledad había conocido la vacuidad de la materia, pero la vacuidad de las personas me angustiaba aún más.

—M no está muerto —dijo L o más bien el Thecnetos que podía leer mis pensamientos y escoger la respuesta grabada de L.

—M te trajo hasta mí. Así como Herakón te esperó una eternidad en el Thecnetos, así también M esperó esa eternidad a que nazcas.

Escuché asombrado y permanecí unos minutos así, eso fue lo que demoré en admitir este simple hecho:

M era el Emisario.

De pronto creí comprender: El Emisario era un inmortal. Él era M que vivía en el mundo desde la prehistoria humana; pensé, oprimiéndome en su recuerdo.

—No —respondió el nebuloso L—, el Emisario no es un inmortal. En la naturaleza nada es inmortal o todo lo es pues la materia es eterna, pero sus formas cambian. Antes de morir hice al Thecnetos y entendí que esa inconstancia del cosmos lo lleva siempre a repetir sus formas. Algunos seres son simples y se repiten rápidamente; el ADN de una persona es complejo, pero en un tiempo infinito tenía necesariamente que repetirse. Con 24 letras se pueden hacer millones de palabras, pero no infinitas. Alguien que inventara palabras al azar un día tendría que repetir la primera palabra que invento. Con los 25 mil genes de la molécula germinal[2] se pueden hacer trillones hombres distintos, pero no infinitos. Dado que el Thecnetos siempre crearía hombres, al azar la molécula germinal de M tendría un día que volver a formarse. El Thecnetos lo esperaría en la eternidad. Yo diseñé al Thecnetos para que la humanidad fuera eterna, haría nacer de vez en vez un ser humano y entonces, supe que un día muy remoto, se volvería a repetir la combinación precisa de la molécula germinal de M y este volvería a nacer. Y eso ocurrió ya hace miles de años. Claro, no bastaba esa información genética para que M renaciera, no somos solo nuestra molécula germinal, somos la sombra cambiante de una cosa que no cambia, pero deje instrucciones para que el Thecnetos use esa sombra para hacer con ella el yo de M. El Thecnetos construyó la consciencia de cinco dimensiones de M en base a su molécula germinal y luego le insertó los pocos recuerdos y sensaciones que pudo salvar del pasado.

Asombrado, escuché.

—Sé que querrás saber también quién eres tú.

Me inmovilicé estupefacto al oír la voz grabada de L que hablaba a solas.


[1] Ver Thecnetos

[2] 25,000 genes tienen el ADN humano. Cada gen tiene unas 10 versiones (alelos) lo que hace que cada humano tenga un juego de molécula germinal casi único entre trillones.

No hay comentarios: