jueves, 17 de marzo de 2022

50 PARÁBOLA DE LOS CIEGOS

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

  

     En su celda, M era atravesado de terribles dolores, causados por la casi congelación que había sufrido en la deteriorada nave. Nimis lo recogió de su prisión y lo agregó al equipo que intentaría el viaje al otro universo, en el que estaban también el ahora triste Fratedes y el ahora ensimismado Ayazx, además de otros guerreros, prisioneros y ciudadanos.

—Debemos llevar su entrenamiento al máximo —les dijo Nimis—. La posibilidad de fracaso es muy alta y no habrá recursos para otro intento. No podrán descansar.

     Nimis hizo trabajar hasta la extenuación al equipo. El que sufría más los severos procedimientos era M. Fratedes aceptó el castigo, como un modo de desahogar su dolor por la pérdida de su erómenos, pero se agobiaba al ver los tormentos que debía soportar M. Ayazx sólo trataba de desvanecer entre esfuerzo y esfuerzo ese sentimiento nuevo para él, no había acabado con el ser que lo producía pero hallaría un modo, su voluntad debía ser más poderosa que su sentimiento; nada importaba más a Ayazx que dominar, nada fuera ni dentro de él, lo sojuzgaría. Por eso deseaba matar a M, pero una odiosa ternura lo vencía al tenerlo cerca o pensar en él.

Pero todos ahora presenciarían un horror que los distraerían de sus preocupaciones.

     En el viaje al otro universo, los guerreros debían ser meta-dimensionalizados, pasarían de ser objeto de 4 dimensiones[1] a uno de 5. Se des-colapsaría la función de onda de los millares de partículas que componían sus cuerpos. Ya se había comprobado exitosamente en pequeños objetos, la idea de L funcionaba bien en cosas inanimadas, ahora se probaría en seres vivos.

     Se escogió a un prisionero de otra meta-corporación. Fue sujetado y a vista de todos se inició el procedimiento: se seleccionó su antebrazo derecho para meta-dimensionalizarse. Luego de una estridente y violenta radiación, el prisionero quedo solo con un sangrante y chamuscado muñón. Lanzo un grito de increíble horror más que de dolor físico. Su grito retumbaba y se repetía en ese metálico y húmedo locus, pero no alcanzaba hallar compasión ni ayuda en ningún lugar. 

     Luego se analizó si se había logrado meta-dimensionalizar esa parte del cuerpo, pero sólo amorfas formas multidimensionales y estallidos de exótica materia aparecieron en los Mekhanes de fractales. Como desecho aparecieron en el espacio alrededor del Mekhanes una especie de neblina hecha de millares de amorfos brazos, deformes y pegados unos a otros. Nimis ordenó que se prosiguiese con el resto del brazo, más gritos de horror y dolor, súplicas inútiles de ayuda que poco a poco fueron demoliendo emocionalmente a los demás conejillos de indias; después se enfocaron en las piernas hasta que sólo quedo del prisionero la cabeza y el torso.  Entonces, la víctima fue descartada al sistema de desechos, en las que a solas y entre la pestilencia, murió horas después.

     Así prosiguieron por días. Leves progresos técnicos se conseguían, se sacrificaron de esta forma horrenda a todos los prisioneros de otras meta-corporaciones, después de eso se empezó con los ciudadanos. Muertos todos estos, empezaron con el contingente de guerreros, pero, aunque ya la técnica estaba medianamente madura, aún era mortal. 

     Nimis no despreciaba la vida de los tripulantes, sino que la ignoraba. Desconocía el dolor así que sus procedimientos no consideraban reducirlos. Finalmente, M fue escogido para la siguiente prueba, un intento de descolapsar la función de onda de una cabeza y unirla a un cuerpo penta-dimensional artificial, Ayazx y Fratedes no soportaron verlo y corrieron a impedir que lo sujetaran al instrumental.

–Déjalo —gritó feroz Ayazx a Nimis casi dispuesto a destruir de un golpe a la androide. Enloquecido.

–Sigan —dijo Nimis mecánica e indiferente—. No detengan sus trabajos.

—¿No ve lo que causa? —dijo furioso como un león Ayazx, sentía por primera vez compasión.

—Están aún lejos de su capacidad total y no hay ningún tipo de daño que exceda el calculado —contestó Nimis—. Estoy llamando a los guardias.

     En eso algunos guerreros dejaron su rol contra los amotinados, preparándose para la lucha. Entraron otros guardias y se armó en pocos segundos un violento forcejeo, en la que quedó enredada Nimis. Estos también reconocieron a sus compañeros y no los redujeron a pesar de su armamento y mayor número. Así el control pasó a ser por unos minutos de los prisioneros amotinados.

Ayazx dijo:

—Descolapsémosla nosotros.

     Y apoyo su grueso brazo derecho contra el cuello y cara de la androide, con el otro retorció su brazo izquierdo varias veces hasta que se la arrancó, luego se la arrojó con una increíble violencia a la cara. Ayazx jadeaba con deseos de despedazarla.

     Pero Nimis no sintió ningún dolor y lo miró indiferente, sabía que en unas horas le pondrían otra extremidad. Morir no le asustaba y no le haría tampoco ningún mal, al no estar viva.

M, salvado, miró agradecido a los tumultuosos guerreros, quiso abrazar a Ayazx, pero este lo rechazo, repudiándolo repentinamente.

Fratedes miró con húmeda furia por su único y viejo ojo a Nimis. Y dijo:

—No hay forma de hacerle daño… pero hay algo que destruirá a esta cosa.

Fratedes la miró acorralándola y le dijo lleno de odio.

—Le daré una información que le han negado todos.

Nimis gritó a los guardias para que eviten la sublevación y reduzcan a los amotinados.

Pero Ayazx y M poniendo sus colosales cuerpos delante de los guardias los hicieron desistir.

—Déjenlo hablar. Después seguiremos el trabajo —dijo Ayazx tratando de anular todo emoción esclavizante por M.

Así Nimis quedó desarmada y a merced de Fratedes unos minutos.

—Escuche y escuchen todos —dijo Fratedes jadeando—. Sé que puede entender y quizás mejor que nosotros. Por eso no se salvará de la verdad.

Todos escucharon del viejo guerrero la vieja parábola de los ciegos que muchos ya conocían:

      “En un mundo vivían unos hombres ciegos, todos nacían y morían invidentes. Un día nació un hombre que podía ver. Inicialmente no parecía distinto a los demás, pero con el tiempo empezó a decir y a hacer cosas raras. Primero actuaba con más torpeza, y todos lo creyeron minusválido y lo apoyaron, pero luego ese hombre empezó a hablar de colores, de formas, insistía y nadie lo entendía. Lo creyeron loco y aún lo apoyaron. Con el tiempo su minusvalía fue convirtiéndose en una ventaja, el hombre que podía ver era capaz de cosas imposibles. Lo creyeron un mago, pero poco a poco los ciudadanos entendieron que había en él algo que ellos no tenían y nunca tendrían. Descubrieron que ellos eran los minusválidos. Y que existía un universo de colores y formas ajeno a ellos. Un universo de verdad del que ellos estaban al margen. Entendieron que existía la experiencia de la vista, imposible para ellos. Que ellos eran como un tronco insensible. Entonces entre todos lo sujetaron y le sacaron los ojos, convirtiéndolo en uno de ellos”.

—Ud. es como esos ciegos. Está en un mundo donde todos somos conscientes. Donde todos estamos vivos. Pero no tú.

Nimis quedó inmóvil. Unos segundos después de escuchar halló por primera vez la repuesta correcta a sus preguntas, supo también lo que los demás tenían y ella no. Sus circuitos se sobresaturaron de cálculos y colapsaron. Después supo que no sabía qué era realmente sentir el mundo.

   Nimis trastornada dejó el recinto confusa, movió su inconsciente inteligencia por entre las consciencias de los amotinados, dejando por primera vez sus obligaciones.

Los amotinados no sospechaban que ellos también eran ciegos.



[1] Largo, ancho, altura y tiempo, o sea 3 dimensiones espaciales y una temporal.

49 VERBO Y CARNE




En otro lugar del espacio-tiempo… 


    Una noche más en el monótono secuestro. Esa noche llegamos a un promontorio en medio de un negrísimo desierto. Las ruinas donde nos detuvimos estaban más altas que el resto y así sólo ellas recibían una tenue luz, mientras el resto estaba hundido bajo un océano de densa negrura. Nos detuvimos. Agotado, me recosté entre las piedras; amnésico del mundo y del mismo Thecnetos. El vacío que interminablemente presenciaba estaba invadiéndome e infectando mi mente. 

¡Ah, ese largo viaje! ¡Flota en la noche de mi memoria aún ese lugar! 

     Mientras yo dormía, el Emisario se levantó y se internó en la zona oscura, fuera del promontorio. Como si en esa imprecisa región pudiese hallar las respuestas que estaba necesitando. Algo se había despertado en él que no podía entender. Ya había recordado... Yo desperté poco después de que se marchara y quise espiarlo, así que me levanté en secreto. Nunca había espiado su vigilia, sólo su sueño. Las sorprendentes cosas que esa noche descubrí de él, no sólo estaban en él, sino también en mí.

     A través de una pared carcomida, pude verlo; se había adentrado en el amplio desierto y avanzaba lento por esa hondonada. Ahí empecé a mirarlo de otro modo. Había en su pasividad voluminosa la misma belleza que la de las estatuas, pero no era calma y fría como en ellas, sino, quizás, dramática. Al mirar al Emisario, una inexplicable sensación se despertó en mí, no sólo de placer estético, sino también de displacer, incluso de dolor. Un placer afligido y lubrico.

     No sé, miré sus movimientos, su nuca, sus manos, traté de entender qué cosa provocaba en mí esa extraña pulsión. Sentí que emanaba de él como una radiación humoral que me impactaba hasta los huesos, pero no sólo era forma y proporción la causa de esa sensación que me turbaba.

Lo observé en distintas posiciones, hermoso siempre desde todos los ángulos, perfecto en todas las posiciones que tomaba. 

     Sentí culpa por la rara exaltación que experimentaba; algo antiguo y visceral me recorría. 

Me repetí, para alejar esos sentimientos que me abochornaban, que el Emisario era solo un ser inerte, como todo en el planeta; la vida, su vida, no contenía ninguna propiedad “vital” o sagrada, era sólo un arreglo de sustancias simplemente compuestas de materia. Pero este pensamiento no neutralizó ese afligido anhelo que esa noche en mí producía su corporalidad. Era una inminencia hecha de carne que sólo mi carne entendía. 

     Pero algo más me turbó: el Emisario llevaba mucho rato deambulando, como un hombre titubeando en un laberinto. Lo veía por primera vez sólo consigo mismo y era muy distinto que cuando indiferente me acompañaba. No le ayudaban a salir de su confusión sus formas titánicas y evolucionadas, pues el yo fundamental, el sí mismo con el que ahora se encontraba, carecía de formas y éstas no le servían ahora. Lo sentí titubear en su estupor rodeado de esa noche total. Noté que experimentaba la vastedad y el frío; verlo era como ver a un astronauta extraviado y resignándose, rodeado de lejanas y pesadas esferas. 

Los paisajes negros del planeta estaban al fondo, difuminados por la helada niebla. Cada pedacito del desierto había sido inmovilizado por ese mortal frío y el golpe del viento retumbaba en diferentes puntos del mundo, haciéndolo más inhabitable aún. Todo absoluto silencio, todo muerto. Noté tras su figura cómo se alzaba el negro planeta, que —nunca lo entendí— sólo era visible en las noches. Ese enorme mundo negro hacía ver al colosal Emisario como una minúscula partícula. ¡Ah! ¡Todo el tiempo está ahora ahí, en ese segundo de mi memoria!

     En el montaje de un humilde segundo participan tantas cosas: todo un universo hay que gastar para montar un sólo segundo. Cada instante tiene el grosor del cosmos. De todas esas cosas, yo recuerdo el brillo de las piedras frías, los grandes huecos de oscuridad entre las rocas, el planeta negro y el Emisario en esa alta hora de soledad. 

Veo ahora con la claridad del presente al Emisario parado entre esas nadas, titubeando frente a la realidad, sin ni siquiera poder imaginar qué pasaría en su cerebro, tan distinto al mío. Sin ningún signo que me aclarara qué estaba sintiendo, lo miré unos minutos eterno en su humanidad. Él se veía las palmas de las manos, mientras esa enorme esfericidad negra le daba la espalda. Luego se tapó la cara con sus grandes manos y permaneció así un buen rato resistiendo un sollozo que se atascaba en su garganta. Después se descubrió los ojos y echó una mirada desesperada a la carencia de formas de la noche. Sentí en ese minuto que yo entendía algo, pero no de la forma usual, o sea, dialéctica, sino de otro modo; uno intraducible en palabras, mientras veía que…[1], así supe después que se llamaba el Emisario, no resolvía la duda que lo paralizaba


[1] Ilegible.


48 ZOMBIS HEKANTOKEINOS

 



En otro lugar del espacio-tiempo…

 

—Hemos sobrevivido de nuevo —dijo cansado Herakón, que era asistido por Ahelios, Nimis y Ayazx en su conversación con los líderes de la meta-corporación, los Zombis Hekantokeinos sobrevivientes—, deben reconstruir el Mekhanes —dijeron los Zombis Hekantokeinos, esos hombres sin alma y dueños últimos de la meta-corporación—, enviaremos toda la energía que necesiten para la reconstrucción del Mekhanes meta-dimensional.

—Es imposible, ahora sólo está en las 4 dimensiones del ser —dijo Herakón—, no hay energía para repararlo, dejemos piadosamente morir a la humanidad.

—Sobre esa base y usando la técnica fractal que ideó el técnico L empiecen a reconstruir las partes penta-dimensionales y después las demás —dijo uno de los Hekantokeinos.

Herakón entendió que los Zombis Hekantokeinos ya habían adivinado que todas las teorías que él había presentado como suyas eran en realidad de otro, ahora todos sabían que aquel lo había superado. Dado que Herakón estaba hecho solo de razón, era casi incapaz de mentir y de contradecirse así que una oscura confusión lo aturdió. 

—Ya estará muerto —dijo Herakón.

—No lo está, lo único importante es ahora el experimento —anotó otro—, ahora usaremos directamente al nuevo Thaumasios.

Herakón los dejó melancólico y ordenó a los técnicos los pormenores del trabajo.

—¿Cómo hacer un objeto meta-dimensional? —preguntó irónico Ayazx como siempre irascible e impaciente a Ahelios.

Éste le respondió:

—Según la doctrina del thecnetokomicón de L, una fábrica de fractales reales puede tomar un objeto temporal y hacerlo más y más denso hasta lograr su penta-dimencionalidad.

—Esas son teorías verdaderamente estúpidas —dijo bruscamente Ayazx sobándose la cabeza con una inminencia de desesperación— y tenemos que obedecer a estos frustrados.

Ahelios vio su mirada dominante y agresiva escudriñándolo con desprecio, pero siguió su explicación.

—El tiempo va saturándose más y más y se va formando un objeto de cinco dimensiones. Así se pasa por medio de los fractales a una dimensión superior.

—A qué idioteces dedican sus vidas —dijo inquieto y fastidiado el monumental secretario y rozó sus voluptuosas formas intentando provocar eróticamente a Ahelios— pero se supone que le tenemos que obedecer. Aún.

—Las partes del Mekhanes se volverán a construir —dijo Ahelios, insensible y a salvo de la terrible belleza de Ayazx.

Ahelios interrumpió a Herakón:

—Herakón, debemos reorganizar de nuevo la estructura social de la meta-corporación, pero la energía disponible es 1,7 % de la que teníamos antes de la última guerra.

—Hay una salida, debemos prescindir lo más pronto posible de la vida orgánica —dijo Herakón—, los seres vivos no importan tanto como la misma vida, sólo habrán personas hasta que completemos los planes. Después sólo la molécula germinal en sí misma existirá, siempre ha sido ella la que importa y la que sobrevive —agregó asqueado de la lógica de lo viviente —. Debe terminar ahora mismo el suministro de energía a los mundos que no sirvan a nuestro plan. Y usaremos a sus poblaciones como fuente de anti-entropía.

        Ahelios lo miró aterrado, esa decisión significa la muerte en la oscuridad y el hambre de billones de personas. Cientos de civilizaciones serían ahora combustible para una máquina. Una máquina al servicio de una insensible molécula inerte.

—¿La multiplicación de la molécula germinal es todo lo que es la vida? —preguntó Ahelios.

—Sí —dijo Herakón tenebrosamente—, sólo eso. Una reacción en cadena fisicoquímica. Eso eres tú y eso trato de no ser yo.

        Ayazx, quedó fascinado del poder de Herakón y lo admiró, no le abochornaba admitir que era superior a él y que le gustaría ser como él.

        Luego, rodeado de ese público sobrecogido, Herakón dijo:

—¡Destruir el mundo! Si es posible acabar con cualquier posibilidad de que la vida humana vuelva a existir o a nacer en el nuevo mundo que construiremos ¡Dejaremos un universo donde la misma vida sea imposible por una eternidad!

Ahelios pensó para sí: Los Hekantokeinos envidian a los seres vivos por tener vida subjetiva, porque ellos no la tienen. Incluso debe envidiar al primitivo Ayazx. Pero… ¿Por qué Herakón odia la vida? ¿Por qué planea desaparecer al amor? Luego, servilmente, supervisó la llegada de las naves y de los técnicos sobrevivientes. Curarían a los que se pudieran aún salvar. Una de las naves recapturadas era la de M y L, que ya consientes fueron forzados a separarse y a volver pronto a sus funciones para la meta-corporación. Él mismo se vio obligado a mandar aprisionar a M para el viaje experimental y lejos de él, también a L que recibió encerrado y atado, las órdenes de prepararse para convertirse en Thaumasios. Ningún vínculo emocional debía tener con nada ni nadie desde ese día. Mientras vio la dramática separación, decidida por Herakón y ejecutada por él, notó que M y L habían nacido inútilmente uno para el otro, tan inútil e impotentemente como él había nacido para nadie. Acaso hubiese sido mejor que murieran en aquella nave. Su enfermedad atávica aún lo atacaba inmisericorde, sumándose a su contrición y culpa, luego pensó en el anhelo que aún había en su propio corazón.

Caminó por los corredores, siempre seguido del gigantesco y volátil Ayazx y sintió que lo mordía la necesidad nunca satisfecha de hallar eso que lo completaría y que tenían M y L. Imaginó ese otro linaje humano desaparecido del que habló Herakón, extinto para siempre.  ¿Cómo era eso que los cosmo-paleontólogos llamaban “mujeres”? Melancólico y sin esperanzas se dejó inundar por ese amor eternamente frustrado. Y pensó que sólo existir no bastaba. La consciencia solo es mejor que la inconciencia si se experimenta placer o felicidad. O si tenemos esperanza. Carecer de esperanza era peor que no ser. Cuando esperamos algo bello deseamos que el tiempo corra hasta que ocurra, prueba de que el tiempo sin placer no vale. Y todo el tiempo de su vida había sido así de vacío. Y también lo sería su futuro.

     Ahelios ahora sabía que él había pasado su vida deseando y esperando lo que no lo aguardaba en ningún lugar. Antes había pensado que a través de M y L podría proyectarse y satisfacer sus propios anhelos. Pero éstos también habían fracasado.

Esas ideas iban descomponiendo la fisonomía atormentada de Ahelios. Ayazx lo miró y le comentó acercándose a su oído:

—Ahelios… No sabe lo triste que me parece su vida.

     Luego emitió una risa baja y casi callada, de íntima felicidad inmisericorde. Ahelios lo escuchó sumergido en su amor vacío, incrédulo de la perfecta insensibilidad y violencia del gigante.

     Al llegar a su locus pensó tristemente en las ideas de Herakón. Él no pudo gozar la vida, ni pudo gozarla en la de su pupilo.

     Le dio ciertas instrucciones a su androide–qualia para que lo asista en los protocolos del self-thanatos, uno de los pocos derechos permitidos por la meta-corporación a los ciudadanos.

     Siguiendo los lineamientos del Thecnetokomicón, el androide-qualia preparó los procedimientos químicos. Ahelios se postró en su lecho. Con calma lo había estado considerando los días anteriores y ya no tenía más dudas.

     Sustancias letales entraron en su sangre y el aire que rodeaba su locus se modificaba ayudándolo a morir.

Entre los mobiliarios metálicos y ordenados de su locus murió Ahelios por su propia voluntad.

     Ahelios, segundos antes de suspirar por última vez, pensó en lo triste de haber vivido deseando algo inalcanzable, consideró injusto haber recibido la vida que había vivido.

47 LA LIBERTAD ES SOLO AZAR

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

 

     Recordaba constantemente a aquel otro que vi. Nunca sabría quién era, pero sabía que era un humano, hecho como yo, al azar por el Thecnetos.

Estaríamos ahora a una enorme distancia de él. Y si la marcha proseguía, sería pronto inaccesible. La ruta del Emisario era opuesta a la ruta de aquel.

Una vez más, cayó la noche y el Emisario quedó inmóvil balbuceando recuerdos. Tan pronto se durmió, me solté cuidadosamente de sus manos. No olvidaba que el Emisario era también un ángelos de la muerte. Cuando reprogramé los Mekhanes para sobrevivir, el Thecnetos había mandado al Emisario a darme muerte. Era imposible desobedecer por siempre al omnipotente Thecnetos. Y ahora estaba en manos de mi enemigo.

     Empecé a andar de regreso entre las tinieblas, ahora deseaba vivir y escapar del Thecnetos, de su mortal Emisario. Primero despacio y luego velozmente regrese por el camino. ¿Era libre? Creo que no. Simplemente obedecía a otro amo. Era prisionero de un deseo que no había elegido tener: el deseo de ser libre.

     Pronto, encontré las huellas del extraño. Revivió mi anhelo de alcanzar el transmundo y empecé a correr. Mi memoria recordaba cada paso dado. Parecía como si mi mente hubiese planeado esta huida desde que miré al extraño y me trazaba una ruta clara para hallarlo. Las horas pasaron volando, hasta que hallé el punto en donde nuestras huellas se cruzaban con las suyas. Ahí empecé a seguir las huellas del extraño. ¿Era esto la libertad? Era libre de perseguir esas huellas, pero no era libre de dejar de desear perseguirlas. Ni era libre de dejar de desear ser libre.

     Solo el deseo de vivir es mayor que el deseo de ser libre, pero hay algo más fuerte que el deseo de vivir. Más fuerte que el hambre o la sed. Frenético ya, noté que mi deseado encuentro estaría cerca, pero también noté que el Emisario se hacía cada vez más lejano, que lo estaba perdiendo. Eso me intranquilizó, creó una angustia que fue frenando mis piernas poco a poco. Y me detuve. Algo me jalaba, algo más fuerte que mi instinto de conservación. Di algunos pasos más con esfuerzo y volví a detenerme, esta vez definitivamente. El instinto de conservación del individuo es siempre un proyecto inútil, dado que el individuo irremediablemente morirá. El instinto de conservación de la molécula germinal si puede realizar el anhelo que hay en todo lo que muere, el deseo de eternidad. Ese anhelo, esa locura, esa fiebre, recibe el nombre de amor. Y llevará un día a la vida orgánica a la eternidad y perfección. 

     Ya no sabía si volver o continuar. Los deseos de cualquier dirección eran exactamente iguales. No importaba cuánto pensara, no elegía ninguna ruta. ¿Por qué elegimos una puerta y no otra? Generalmente lo hacemos porque una conviene más. No somos libres pues solo una puede ser la más ventajosa. Nuestra capacidad de calcular determina la elección.

     Si son iguales, elegimos al azar.  A esa forma de azar llamamos libertad. La libertad no existe.

Así que en ese punto debía elegir al azar entre el Emisario o la libertad. Pero no pude.

Entonces, oí unos pasos muy lejanos en la dirección de las huellas del extraño. Debía estar ya cerca de este último.

     Continué tras ellas muy despacio. De rato en rato un leve sonido delataba la dirección del buscado. Así avancé cauto y callado. A los pocos minutos pude ver su figura claramente. Era una enjuta silueta recogida entre las piedras. El extraño estaba acostado de lado entre los escombros, inmóvil. Dormía helado de espaldas a mí. Al acercarme con cautela pude escuchar su respiración suave. Miré su rostro: era sosegado y triste. Había vivido toda una vida solo como yo. Me inundó una profunda compasión. Avancé despacio hasta él y me senté a esperar que despertara. Y era como sentarme frente a un espejo. Ese hombre ahí dormido, polvoriento y gastado, ese ser grisáceo, ¿quién era realmente? No importaba. ¿Acaso podía contestar a la pregunta de quién era yo realmente? Lo rocé con un dedo lentamente respetando su sueño. La piel era fría. Sentí conmiseración por él y por todos nosotros, hijos abandonados del Thecnetos. Huir del Thecnetos, vivir rebeldes a su oscuro poder, ese era el plan.

     En eso, medité que era muy extraño que hubiese escuchado sus pisadas, pues el extraño estaba inmóvil desde hacía mucho.

     ¿Qué había escuchado? De pronto entendí que aquí debía estar otro. Un humor patológico inundó mis huesos, y al momento note una sombra entre las sombras.

     Un ruido nuevo, esta vez brusco y volteé. Vi al Emisario altísimo y oscuro detrás de nosotros. Él era el origen de esos ruidos, los había hecho para guiarme a aquel lugar. Había llegado mucho antes que yo.

Se acercó muy silencioso hasta el dormido. Sus rasgos, más duros que nunca, dejaban escapar apenas, una reprimida desesperación. Me miró intensamente, sus cejas estaban retorcidas de furia y al centro de esa mirada violenta, había una pequeñísima pincelada de dolor. Yo retrocedí vencido y confundido. Él se paró delante del durmiente y por unos momentos manipuló aquellos artefactos confusos.

Luego en silencio señaló con su brazo la nuca del durmiente.

     Todo lo hacía sin el menor ruido, lo que me hizo notar que los ruidos de antes habían sido un señuelo para que yo lo encontrara. Unos segundos estuvo apuntándolo mientras el silencio y la calma seguían.

De pronto hubo un terrible ruido como un crujido del aire y un resplandor blanquísimo que me cegó. Después, una polvareda que acabó en un silbido corto. El eco de ese disparo recorrió las nadas del último planeta, regresando una y otra vez hasta cansarse.

     Yo me había cubierto los oídos con las manos. Una polvareda nos rodeó. El extraño a pesar de la brutal violencia del disparo, ya inanimado no perdió la calma de su actitud corporal, solo aflojo aún más su cuerpo dormido. 

     El Emisario, después de eso, se alejó por la ruta anterior, agitado pero callado. Yo observé al durmiente. Tenía el cráneo despedazado y hueco. Solo la mitad de su mirada permanecía intacta y su cuerpo seguía recostado con tranquilidad. ¿Qué había pasado? ¿A dónde fue esa cosa que tenemos todos y que perdemos al morir? Lo dejé temblando, debía unirme al Emisario. Este me esperaba.

     Mientras avanzaba hacia él, su mirada se sostenía al nivel de la mía, haciéndose cada vez, más clara y viva. Concentrada de ira. Al llegar cerca de él, hizo bruscamente algo violento, pasó sus brazos alrededor mío, apretándome muy fuerte con ellos y también con su cabeza. Sentí qué me era imposible respirar. Temí la interminable inconsciencia que vendría. Finalmente el Emisario cumplía las órdenes del Thecnetos. Yo también perdería eso que todos los seres conscientes tienen: la impresión subjetiva de existir. Me sofocaba la asfixia. Pero luego sentí que el abrazo del Emisario cedía, escuché una corta y ansiosa exhalación de su pecho con la que el Emisario hallaba desahogo a una larga angustia. Un afligido y reprimido deseo.

     No entendí el significado de ese gesto, pero me juré que no intentaría escapar de él nunca más. Tampoco él lo entendía. 

Y tampoco podría escapar ya de mí. 

46 ADENTRO DE ESE HOMBRE, ESTOY YO

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

 

La herida de M en el brazo ya había dejado de sangrar, él y L se miraron en la angosta cabina que será su hogar.

Enlazados íntimamente, hablaron.

—Somos libres, podemos ser los que queremos —dijo M.

—Ya somos otros —dijo L saturado de la enfermedad atávica—, ya no somos esclavos.

—¿Cómo podemos ser los mismos después de cambiar? —dijo M que empezaba a sentir la piel de L cada vez más fría.

—El recipiente de nuestras experiencias cambiantes es siempre el mismo: nuestra consciencia. Nosotros somos esa consciencia. Y el único contenido que quiero que tenga eres tú —dijo L.

—El yo es la cosa más rara que hay en el universo, el tiempo pasa, todo cambia y siempre es el mismo —dijo M— ¿De qué está hecho?

—No está formado de materia ni de tiempo, sino de algo más grande, algo en que infinitos tiempos caben —dijo L que sentía que el aire de la nave se hacía cada vez más liviano, desdibujando brevemente la hermosa figura de M—. La consciencia no es atemporal o sería nada, pues la nada no tiene características.

       M y L habían planeado vivir unas semanas y quizás hasta un año en libertad en esa nave. Y hasta podrían haber llegado a un satélite o Mekhanes abandonado que les permitiese viajar y vivir libres por muchos años más, prófugos y felices.

     Pero en el ataque fallido de Ayazx contra ellos, esa sola esquirla de la nave de Andros, que fue la que desgarro el brazo izquierdo de M, antes había, al atravesar la nave, cambiado un solo circuito. Este fue crónicamente desbaratando y confundiendo los sistemas de la nave, al final una pequeñísima explosión creó un defecto insolucionable.

     L había leído en los monitores que una minúscula fuga de energía había empezado. Y no había ningún modo de repararla. Muy lentamente las luces y la temperatura iban decreciendo, haciendo que los dos eromenois necesitasen estar cada vez más cerca uno del otro.

—Bueno. Esto es ser libre —dijo L mirándose en los ojos de M.

Por primera vez el mundo era de ellos y para ellos, aunque sólo fuera en esa errática nave.

—Estamos atrapados aún —agregó L— en algo que no es la realidad. Estamos atrapados en nuestra mente, lejos de la mente de los demás. M, delante de ti hay un hombre y adentro de él, estoy yo.

—¿Y si fuéramos realmente libres?  —agregó M.

—Viajaríamos por el ser mismo de las cosas, las que están detrás de los colores y las formas, nos uniríamos de verdad, no solo nuestros cuerpos. Pero los hombres siempre estaremos a un lado del ser de la naturaleza, incapaces de entrar en ella —dijo L.

—Pero, yo sé que ahora estoy contigo, no me importa que la humanidad esté exiliada por siempre del mundo, ni estar arrojado de él, si en ese afuera también estás tú —dijo M, luego agregó con otro tono de voz:

—La nave quedó muy deteriorada y no podremos llegar a ningún lado, hace unas horas que la temperatura va bajando y la presión de gases también se pierde —dijo.

L escuchó con tristeza lo que él ya había notado. Le dolió que M ahora lo supiese.

—¿Qué se perderá cuando desaparezcamos? —preguntó estoico M.

—Nosotros aún sentimos que pasa el tiempo, pero el mismo tiempo no lo conocemos. El verdadero tiempo no pasa y continuará después que durmamos juntos por última vez.

—Toda la humanidad está al borde de la realidad incapaz de conocerla verdaderamente —dijo M.

—Eso hace al hombre un ser perpetuamente solitario, sólo en ti he podido conocer algo que no fuera yo mismo. Sólo contigo dejé de estar solo —agregó L—. Eres el otro lado de mi consciencia.

—Y tú de mi carne —completo M.

     La temperatura en la nave bajaba suavemente. Sin notarlo, las imágenes perdieron contorno, sus conciencias perdían contenido y se desvanecían como las aguas de un río en un mar de insensibilidad. En unas horas los dos eromenois estaban perfectamente congelados, uno al lado del otro. Sin casi espacio entre sus cuerpos, ahora sólidos.

La nave se movía errática y muerta, pero de pronto frenó su rumbo caótico y empezó suavemente a viajar a una precisa dirección, trasladando a los congelados eromenois. Obedeciendo un lejano y artificial mandato.

45 EL ERROR, MADRE DE TODAS LAS COSAS

 


 En otro lugar del espacio- tiempo…

      El inicio de la vida fue al formarse la primera molécula germinal (ADN) y al hacer ésta, copias de sí misma, sin hacer nada más aparte de eso.

     Luego empezó una batalla entre las copias de la molécula germinal, entre los distintos modos de copiarse, pues la protagonista de la historia universal de la vida siempre fue la reproducción, no lo que se reproduce.

     La multiplicación de la molécula germinal era imperfecta y ésa fue la razón de que aparecieran versiones distintas a su molde. Este error fue la razón de su evolución posterior. Sin este error ni la consciencia ni el hombre habrían aparecido. Esa primera guerra continuó; primero entre moléculas, luego entre células, después entre individuos, grupos, especies, planetas, galaxias y luego la vida luchó con otras formas del ser, con otras cosas conscientes surgidas a su vez de otros tipos de moléculas germinales, en otros puntos exóticos y oscuros del cosmos. Así, el Emisario y yo luchábamos también cierta guerra anónima. Éramos el capítulo más reciente, pero no final, de una batalla química que empezó en lo oscuro y silencioso. Y que acaso también terminará por fin en lo oscuro y silencioso.

     De esa imperfección, paradójicamente, nació la llamada perfección de la vida, la del Thecnetos y la del Emisario, que debería ser llamada entonces la imperfección de la vida. El error fue pues en realidad el motor de la vida y su causa; sin ella nada habría pasado. Aún hoy avanza este río, pero ya no falla en copiarse gracias a la efectiva labor del Thecnetos. Quizás por eso la vida ya no está viva. Y también, si la vida es algo inmortal, nosotros no somos ya la vida. Sólo el río que nos subyace no se detendrá nunca y avanzará sin nosotros hasta quién sabe dónde.

Por cierto, otro poema perdido calló esa tarde:

 

 

 

M:

 ¿Qué se desteje y se parte en silencio cuando no sé dónde estás?

El mundo retrocede y se desbarata como sobre rocas cuando no sé dónde estás Cuando no vuelves.

Todas las cosas y sonidos me atraviesan y luego me dejan

Como si yo fuese una estación de trenes ahora vacía 

Y el silencio que queda se carga de tantas cosas, que me quieren hacer llorar

Oigo el murmullo del universo que se va

Como el agua entre la tierra

Y yo me quedo solo en mí mismo

En ese insoportable mí mismo

Que significa no estar contigo.

En ese principio triste de estar solo

Un proceso remoto pero íntimo, entre sueño y sueño, me fue dejando abandonado, en este paradero final de tu ausencia.

L.

44 CONTRATAQUE

 



En otro muerto rincón del Ouranos…

      Fratedes peleaba reciamente, como siempre junto al pequeño y valiente Wille, hasta que una turba de theknos acéfalos los separó.

     M, en esos momentos, corría junto al bello Andros, al furioso Ayazx y a un continente de cientos de guerreros, despedazando y haciéndose despedazar por los acéfalos sintéticos. Su meta eran unos hangares para iniciar la lucha aérea. Al llegar abordaron por pares de eromenois como es lo usual, Andros y su erómenos, Ayazx logró satisfecho abordar con M, pero éste vio algo entre los cuerpos que combatían, era L que había tropezado con los demás gigantes en el hangar y luchaba desde el suelo, cubierto por Fratedes. Ayazx febril, vio que M abandonaba la nave. Entre los quiebros y terremotos del combate, milagrosamente los dos eromenois se hallaron, Fratedes los llevó a otra nave vacía que abordaron.

—La meta-corporación dio la consigna que ataquemos las naves que rodean Plouton —dijo M rodeado de las instalaciones que caía en pedazos, ya encendido de viril violencia.

—Desobedezcamos. Es nuestra oportunidad de ser libres de la meta-corporación —dijo frío L.

—¿Qué propones? No eludiré la lucha como una mujer —preguntó M que ya estaba en pleno arrebato bélico.

—Huyamos fuera de la batalla —dijo calmo y convencido L.

—¿Sugieres que vayamos al Mekhanes? Solo te dejarían entrar a ti —contestó M.

—Tampoco debemos ir ahí —dijo L decidido y final.

—No hay otro destino —respondió M desde su maciza contextura.

—Lo que propongo es que partamos en otra dirección. Cualquier dirección —agregó L.

—Moriríamos sin provisiones en unas semanas —respondió M.

—¿Y en cuánto tiempo morirías si prosigue el experimento de viaje fuera del cosmos o si nos matan en esta guerra? Es obvio que la otra meta-corporación ganará y todos seremos eliminados, usados como esclavos o combustible. Huyamos y conservemos nuestras vidas siquiera unos días. La otra meta-corporación está venciendo —dijo L.

M reflexionó mudamente e hizo entrar a L en la nave. Después dijo pensando en voz alta.

—Unas semanas de vida propia…

—Aún en caso de ganar, la meta-corporación nos ofrece la muerte para ti y la esclavitud para mí —dijo L.

     M pensó en su próxima muerte en el experimento o en la batalla; le entristeció el sacrificio de L, pero incapaz de separase de su erastés, aceptó.

Los dos abordaron y se dispusieron a partir.

     Pero en eso una multitud de gigantes acéfalos arremetió contra la estación de despegue. Después, una tormentosa explosión hizo volcar las naves, que empezaron a ser golpeadas e incendiadas. La de Ayazx salió disparada, pero entre los fragmentos del hangar logró remontar vuelo. Antes de alejarse, una palabra pululó y creció con furia en su mente: ¡muerte!  Arrebatado por el frenesí de la guerra siguió su instinto de matar aquello que lo atacaba, así que disparó contra la nave abordada por M y L.

La nave de Andros y su erómenos, pasó velozmente frente a la de M y recibió el demoledor impacto, por eso chocó y quedó retorcida a las estructuras del edificio, dejándolos atrapados vivos. La nave de M solo recibió parte del impacto, pero un trozo ardiente de metal, producto del estallido, desgarró y se hundió en su brazo izquierdo, pero en el frenesí desesperado de la guerra M no sintió dolor ni atendió la sangre que lo manchaba. La nave quedó boca arriba entre los pedazos que quedaron de las demás y los cuerpos de los frenéticos Theknos acéfalos, pero prácticamente libre de la descarga de Ayazx.

     En medio de ese desorden, los pilotos vivos despegaron chocando la mayoría entre ellos y volando en pedazos; sólo unos pocos lograron salir, entre ellos la nave de M y L, que pronto se dirigió a un destino distinto al del implacable Ayazx y al de los demás.

     Lejos de sus Erastés, el inmaduro Wille peleó denodadamente contra gigantes mucho más altos que él, los eromenois siempre peleaban en pares, a solas para el pequeño Wille la pelea era muy difícil y dejaba vulnerables flancos de su cuerpo compacto y musculoso. En un arrebato de la batalla, una turba corrió sobre él y fue despedazado en una roja nube de astillas humanas, sus restos, fueron miles de veces pisoteados hasta borrarse.

Desde arriba M y L vieron la multitud de gigantes acéfalos que empezaron a rodear las instalaciones despedazadas. Caían miles y miles del cielo sustituyendo a los muertos. Los guerreros de la meta-corporación se despedazaban contra ellos entre relámpagos y temblores de los bombardeos. En unos minutos ya no quedaban humanos vivos sobre Plouton. ¡Cuántos faltaron por nombrar y merecían no ser nunca olvidados! unos sabios, otros furiosos, o callados, recios, generosos, fieles, tantos otros pares de diferentes eromenois que nunca se habían separado, ahora se dividían y desaparecían para siempre. En medio de los demás muertos, el último de los hermosos y macizos gigantes humanos se fundió con la negritud de la nada. Los que ayer hablaban de la imposible muerte ya no eran, ni serían más.

     M y L se dirigieron en una dirección diferente, alejándose de la batalla que iba desmenuzando el planeta y del Mekhanes meta-dimensional que los había esclavizado.

En medio de un espacio incendiado, su nave fue saliendo, mientras miles de otras caían.

    Sólo una nave no partía, la del maduro Fratedes, que esperaba inútilmente a su erómenos; pronto entendió que nada podría sobrevivir a esa marejada de muerte, con una viril conmoción lloró y fue el último en despegar a solas. Era como si los gigantes acéfalos fueran un fuego que quemaba y volvía cenizas su meta-corporación natal. Torvos artefactos empezaron a despedazar todo lo que quedaba. La meta-corporación, agonizante en sus últimos segundos de vida, tomó una decisión suicida: hacer explotar su última bomba meta-dimensional. Apuntaron con ellas el centro relativamente cercano de la otra meta-corporación. Antes produjo un hueco trans-dimensional para refugiar el Mekhanes satélite, que ahora viajaba veloz, a los límites del sistema planetario.

     Una lluvia de golpes atacó la nave de M y L. Eran los efectos de lejanos quiebros del espacio-tiempo y tormentosas radiaciones empezaron a rasgar el Aether que los rodeaba. Increíblemente parecía que la meta-corporación se suicidaba, dada la relativa cercanía de la meta-corporación atacante.

     Los dos androides-qualia supieron automáticamente el plan de destrucción. Ellos tenían aún, en sus circuitos, el plan que minutos antes Herakón diseñara para acabar con la enfermedad atávica. En una alta y despedazada escalera que se alzaba sobre la ciudad, se acercaron uno al otro. Cogieron sus manos rodeados del fin, esperando la explosión final que acabaría con las dos meta-corporaciones. Sus dos sintéticas consciencias se supieron mutuamente y acercaron sus fríos cuerpos de pobre metal, uno junto al otro. Frente al tormentoso paisaje, como frente a un maremoto de fuego, las dos consciencias de los androides-qualia saborearon los últimos segundos en que podían sentir el paso del tiempo. 

     En los límites del sistema planetario, en el hueco espacio-temporal del Mekhanes, indiferente de haberse salvado, Nimis se reunía con los técnicos y demás empleados. También llegaba una nave con los soldados que sobrevivieron a la batalla.

     Y empezó la explosión. El microscópico Big Bang se encendió. Alumbró los varios trozos de galaxias oscuras que flotaban anónimas en la negritud, nunca antes visibles. Una lluvia de partículas terriblemente radiactivas inundó el Aether y simultáneamente un bucle espacio-temporal empezó a abrirse en el lejano fragmento donde se asentaba la otra meta-corporación.

     La intensidad de la emisión de espacio y de energía despedazó ese clúster de galaxias e hizo volar en sus partes más elementales los átomos de todo lo que la componía. A lo lejos, los planetas del sistema volaron en distintas direcciones para no juntarse nunca más.

También lejos del centro de la explosión M y L en su nave fueron alcanzados por el formidable estruendo y quedaron inconscientes.

     Después de eso, nuevos átomos se formaron y nuevas partículas se organizaron a formas más estables, el frío entró al centro caliente de la explosión y otra vez, todo fue silencio.

     En un punto de la destrucción, el Mekhanes había sobrevivido, aunque se habían estropeado por completo sus sistemas multidimensionales. El viaje meta-dimensional ahora era imposible. El planeta Ploutón era una masa de ruinas y cadáveres. Entre ellos los dormidos cadáveres del perfecto Andros y su erómenos, que al verse perdidos se suicidaron.

La otra meta-corporación había muerto. Reducida a átomos desordenados y a la deriva. La local agonizaba.

     Los gigantes acéfalos quedaron en Ploutón como inútiles zombis enredados en un caos que no percibían ni comprendían. Caminaron por él, días y aun algunos que no fueron destruidos inmediatamente, deambularon por años entre las instalaciones olvidadas.

 L y M sobrevivieron y despertaron a su libertad, una informe libertad total.