miércoles, 29 de junio de 2022

87 BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA Y AGRADECIMIENTOS FINALES

 


Benoit Rittaud La Dimension. La Recherche No. 426 Janvier 2009 pp 77-80

Daniel Dennett, La conciencia explicada, Paidós, Barcelona 1995, p.465-466.

Helen le Meur. La Quete Perdue de L´Unification LA

RECHERCHE setembre 2007 pag 31

Hubble, Edwin et ál (1929) “Una relación entre la distancia y la velocidad radial entre nebulosas extragalácticas" Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU., vol. 15, no. 3, pp. 168-173

Kierszenbaum AL. Genomic imprinting and epigenetic reprogramming: unearthing the garden of forking paths. 2002 Mol Reprod Dev. 2002 Nov;63(3):269-72

King C. Chris Fractal and Chaotic Dynamics in Nervous Systems Mathematics Department, University of Auckland. 1991 Progress in Neurobiology 36 279-308

Le Meur Helene et Daninos Franck. Notre Univers est-il unique?1.Les Scenarios des Mondes Paralleles. 2. Quatre formes de Multivers. 3.Dieu Avait-il le Choix en Creant l´Univers?. 4. Aurelien Barrau: Les Lois de la Physique Menent aux Multivers?  La Recherche  Setembre 2009 No 433 pp 38-53

Liebovitch L.S., Sullivan J.M., (1987), Fractal analysis of a voltage-dependent potassium channel from cultured mouse hippocampal neurons, Biophys. J. 52, 979-988

Liebowitz, Michael R. (1983). The Chemistry of Love, (pgs. 5, 107-09). Boston: Little, Brown and Co.

LLiya Prigogine La Termodinamique de la Vie La Rechereche Mai 200 331 pp 38

Meter Galison. Sur quels Criteres Juger une Theorie? LA RECHERCHE. Nº 411 PAG 42 septembre 2007

Michel Bitbol. La nature est-elle un puits sans fond? LA RECHERCHE, Nº 405 Fevrier 2007

Michio Kaku Hiperespacio. Drakotos  Bolsillo. Critica Barcelona. 2007. 1ra Edición.

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Nayernia K, et al In vitro-differentiated embryonic stem cells give rise to male gametes that can generate offspring mice. Dev Cell. 2006 Jul;11(1):125-32

Paoloni Ariane -Giacobino1 and J Richard Chaillet1 Genomic

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Pert, Candace B. (1997). Molecules of Emotion – the Science of Mind-Body Medicine, (pg. 102-04). New York: Simon & Schuster.

Routedgle. And Kejan Paul. Content and consciousness. Londres 1993. era ed.

Sartre.Jean Paul  El ser y la nada. Ensayo de ontología fenomenológica. Editorial Losada. quinta edición Buenos Aires 1979

Tomohiro Kono et al  Birth of parthenogenetic mice that can develop to adulthood2004 NATURE | VOL 428 | 22 APRIL 2004

 

         

AGRADECIMIENTOS

 

Agradezco a los siguientes amigos la reducción de las imperfecciones de esta obra, imperfección que lamentablemente ha sobrevivido a tantos y tan generosos apoyos.

Amparo Fernández, Álvaro Marín, Daniel Salvo, Glauconar Yue, Diana Zapata, Francisco Bardales y Hans Rothgiesser.

87 ÚLTIMA CARTA



M:

Emergí trabajosamente a la superficie, luego abandoné las ruinas del Oceanus. Por estos paisajes extremos de soledad, empiezo a buscarte. Aquí estoy, en este atardecer final del cosmos; uno que empezó con un estruendo y ahora se pierde en un susurro. Pero en mi corazón late todavía un sentimiento inmortal, una pulsión banal quizás: una eterna necesidad de M, es decir, de ti. En alguna región del mundo estás ahora; quizás todavía ignoras quién soy.

Sí, el Thecnetos existe. La vida existe, sólo que ha tomado formas muy diferentes, pero aún conserva su sentido último; sólo ha cambiado su estructura y es de esperar que ésta cambie una vez más. La vida eterna es así. Al despedirme, no quiero dejar de intentar una explicación siquiera precaria del Thecnetos: mira tú sombra sobre la pared; eres tú mismo, pero sin cara, sin color, sin voz, sin volumen, sin vida y sin pensamientos. Pero a través de esa sombra puedes empezar a saber quién eres.

El pensamiento humano —este monólogo, por ejemplo— es una sombra paupérrima de la mente del Thecnetos. Imagina de este modo cómo susurra su inteligencia en el subsuelo del último planeta; siéntela en cada uno de tus pensamientos…

¡Ah, el Emisario! Uno de estos días te hallaré entre los paisajes hermosos y lejanos de este mundo que se pierde; quizás te halle mirando el horizonte con tus ojos desfondados, tus ojos intransitables. Qué importa que el tiempo sea vasto como el vacío que me rodea; ¡millones de millones de años he esperado para encontrarte!

No sé qué planes tiene ahora el Thecnetos; éste enmudeció para siempre. Creo haber entendido que no tenía ninguno. Pero el Thecnetos es un medio y no un fin y dado que yo lo imaginé, yo podré cambiarlo. Para empezar mi búsqueda, cualquier parte es buena dirección. Pienso primero adentrarme en el otro hemisferio del planeta. No me desesperan los paisajes incansables que recorro y que aparecen uno detrás de otro, siempre sin un fin a la vista. No me amedrentan los millones de días que paso recorriendo desiertos. Calmadamente entiendo y registro el mundo, no temo borrarme de tanto andar entre estas ruinas, ni me importa extraviarme o desaparecer. Aún si así fuera, miles de veces podría volver a nacer, miles de vidas podría buscar y no encontrar nada.

Podría extraviarme en miles de planetas tristes como éste, pero sé que, al fin, en uno de estos polvorientos viajes, he de encontrarte.  

86 EPÍLOGO: LA VIDA ETERNA

 


 

Asombrado, lentamente, empecé a entender la razón de aquellas cartas y a recobrar la quietud y calma que siempre caracterizó mi vida, “mi vida”. ¡Qué engañoso es escribir esta frase cuando uno entiende que hay múltiples juegos de espejos detrás de una simple imagen! Cuando sabes demasiado, las cosas más elementales te pueden conmover como antes lo hacía una batalla o un atormentado atardecer. Yo daría todo por ya no saber lo que ese día supe.

     Escuché a L que habló sin parar. Me perdí en la vastedad de sus palabras, como un pequeño río que se pierde en las aguas de un océano; un océano hecho de signos y de recuerdos, de un tiempo ajeno que empezaba a ser propio. Una metempsícosis de una conciencia a otra. Mi vacía memoria ahora se colmaba y desbordaba, ahogándome. Se levantaban en mi mente arquitecturas y mundos hechos de palabras, otras ciudades y otro universo más joven. Se abrió ante mí mirada interior un nuevo cosmos. ¿Cómo podía algo tan grande caber en algo tan minúsculo? Pero si podía, infinitos planos caben en un cubo e infinitos universos en una consciencia.

     Yo había sido hasta ese día una sombra de cuatro dimensiones, con ella ahora se reconstruía una consciencia de cinco, volvía a ser L que fue entrando en mí, desplazando mi propio yo hasta ese momento ínfimo e impreciso, hasta que finalmente en ese avernus supe que L siempre había sido yo. Su mundo era el transmundo que busqué y que estaba en mí, olvidado. Ahora me satura un preciso pasado que me excede y me sobrepasa. Eso me pasó cuando conversé con L. ¡Cuántas cosas cambiaron ese día! Cuántas trasformaciones irreversibles sufrí cuando encontré en el centro del Thecnetos este abismo intolerable y pesado que ahora vive en mí.

     Aunque es también razonable enfocar esta narración de otro modo también válido. Siempre hay otro modo más exacto de enfocar las cosas ciertas, no así las falsas, que se descalabran al mirarlas desde otro ángulo.

Yo me andaba buscando y logré encontrarme por fin en los enredos de un lejanísimo futuro, en ese árido y raro mundo que es el Thecnetos. Fui L y ahora vuelvo a serlo, sólo que tomó un largo tiempo entenderlo. M había vuelto a nacer en el Emisario y había nacido miles de años antes que yo, sirviendo al Thecnetos.

Pero ¿Cuánto tiempo habría pasado? Para averiguarlo hice un primer cálculo. Debía calcular la probabilidad de que se repita la secuencia de mi ADN al azar. Ésta tiene unos 25 000 genes, cada uno de esos genes tiene unas diez versiones, así que el número de combinaciones humanas posibles es de 10 elevado a la potencia 25 000. Este número es muy grande y es el número de hombres distintos posibles.

Calculé que el Thecnetos tendría que haber tirado los dados 1025 000 veces para que yo me repitiera. ¿Y cuánto tiempo le tomó esto? Dado que el Thecnetos crea una persona al azar más o menos una vez cada 100 años, el número de años desde que M y yo morimos hasta que nos repetimos debió de ser, 100x10 25 000 años, o sea 10 25 002 años.

Este es un número con tantas cifras que todo este manuscrito no alcanzaría a poder escribir una parte de él. Me asombré de su grandeza. M había renacido antes, millones de años antes que yo y desde entonces el universo no lo había dejado morir. Por eso el cielo era negrísimo y no se distinguía ninguna estrella; el espacio estaba ya completamente vacío y prácticamente el universo había desaparecido, solo quedaba el tiempo y el Thecnetos a solas.

Tales eran los confines asombrosos a los que había llegado la humanidad y así de lejos se encontraba M, pero había logrado alcanzarlo.

85 ¿QUÉ ES EL YO?

 



Antes de dejarlo hablar sentí que yo ya lo sabía. Lo supe al vencer Herakon…

Su cuerpo mecánico, ya inerte, era ahora miles de pequeños pedazos de metal flotantes, cogí uno, una esquirla de lo que fue mi verdugo, era solido de una forma caprichosa pero ordenada. Vi su sombra y vi que esta cambiaba de forma cuando movía el objeto. El objeto era igual a si mismo siempre pero su sombra tomaba diferentes formas. Vi que ese trozo de Herakon, tenía 3 dimensiones y la sombra solo 2, —así es también la mente pensé, dejando aquel objeto flotar.

—Como sabes a la consciencia no le afecta los cambios, eres el mismo así pasen los años.

 —¿Es atemporal?

—No, un ser sin tiempo, es nada, cero. La consciencia es y tiene cualidades. El yo es un ser meta-temporal, un objeto de más de 4 dimensiones –dijo L.

        Esperé como un buzo que flotase en el océano más liviano de todos. Leves luces se encendieron por todos lados y noté que ahora flotaba al borde de una enorme cavidad esférica. Era de unos kilómetros de diámetro, me detuve al borde de ese gran vacío. Al acostumbrar mis ojos a esa leve luz actínica vi que a esa cavidad llegaban todos los millares de túneles que conformaban el mundo. Era el centro mismo del último planeta.

    Al centro de ese gran hueco flotaba como una partícula una estructura de metal reluciente. Primero su fulgor no me dejo entenderla, se veía pequeña, pero era realmente muy grande, floté hasta ella. Me resulto de inmediato familiar, la reconocí, sólo que éste era cientos de veces más grande que aquel del desierto: de una base caótica salían múltiples esferas de plata, éstas se enredaban y formaban una doble hélice escalonada, metáfora de la molécula germinal, ese grueso ADN que se trasformaba en un gigante colosal retorcido de músculos y era como un Emisario que soñara, signo de los Homo sapiens thecnesies que emergieron de la materia y conquistaron el cosmos. El coloso sostenía a la altura de su cabeza un hipercubo, como el que había visto en el desierto. Pero a diferencia del otro, éste era una estructura reluciente y algo traslucida; intacta, intocada por la erosión y su superficie tenía una asombrosa pulcritud. Floté minúsculo a su alrededor deleitándome de sus formas grandes y hermosas, y recordé las dudas que el reflejo tosco de esa figura, habían causado en mí cuando las hallé en el desierto. Recordé cómo había creído que yo no existía realmente, que me perdía a cada segundo; recordé con tristeza al Emisario, semejante al titán sosteniendo dramáticamente al hipercubo.    

     La piel del gigante era detallada, sus grandes dedos tenían huellas digitales precisas, aunque sus yemas serían casi del tamaño de mi cuerpo. Y en el interior del gigante estaban esculpidos sus órganos. El hipercubo contenía a su vez otras formas geométricas muy confusas y lentamente móviles. Tenían una geometría poética y bella, pero que no pude asimilarla en ese momento ni ahora soy capaz de recordar. Sus movimientos eran a cada nivel más caprichosos y armónicos.

“Para poder entender esta obra —pensé—, habría que ser capaz de ver galaxias en el cielo y átomos en nuestras manos”.

Lo miré de abajo hacia arriba. De nuevo las diminutas esferas, la doble hélice y el gigante dormido aplastado por el peso del hipercubo naciendo de su cabeza. Luego L habló:

—Las esferas que ves en la base —dijo— representan la materia. Esa espiral escalonada es la vida surgida del fango en un remoto planeta, que nos dio origen y cuyo nombre se ha perdido[1]. De ella nació la primera humanidad, los Homo sapiens sapiens que se rehicieron luego genéticamente a sí mismos. Ese coloso representa a esa humanidad ya convertida en Homo sapiens thecnecies. La estructura que sostiene es su consciencia, su mente.

Escuché atónito a L

—En algún lugar de la evolución —prosiguió L—, esa inerte molécula germinal dio origen a la consciencia.

—¿Cómo puede surgir la conciencia de la materia? —pregunté en al vacío.

—Dilo tú. Siempre lo has sabido.

—La vida se inició al crearse la estructura tridimensional de la molécula germinal —dije titubeando—, luego ésta empezó a moverse en la cuarta dimensión que es el tiempo, luego en las entrañas del cerebro se tejió en una quinta dimensión, dibujando así la consciencia.

—La consciencia es una cosa, sí, pero una cosa de 5 dimensiones. La consciencia es material, pero es distinta al tiempo como el tiempo es distinto de la materia.

—Los movimientos y cambios de la mente son la sombra móvil de la conciencia, —dije y dijo L, casi en coro—, esta es inmóvil y la misma en sus 5 dimensiones, pero su sombra, sus pensamientos y emociones son cambiantes en las 4 dimensiones del tiempo.  Por eso de la cabeza del gigante sale el hipercubo, —dijo L— pues el cerebro es la base tetradimensional de la pentadimensionalidad del yo; la consciencia sale del cerebro, pero no es el cerebro, como la luz sale de un foco, pero no es ella.  La consciencia es un objeto siempre igual a sí mismo. Tú eres siempre tú mismo. Sólo su sombra en el tiempo parece moverse y cambiar, por eso el pensamiento, la memoria son cambiantes. Pero el yo y su identidad continúan. Tú siempre serás el mismo así pasen trillones de años y cambies miles de veces.

—Lo sé, es decir lo entiendo. Pero ¿Cómo un cerebro tetra-dimensional —dije— puede dar origen a un objeto penta-dimensional?

—Porque el cerebro es una fábrica de fractales. Un fractal, es la única cosa que puede cambiar de dimensión, la aumenta al hacerse más y más complejo.

—Los procesos del cerebro se van complejizando, hasta dar origen a una forma penta-dimensional…—complete.

—Te hablaré de las cartas —agregó L—, solo al morir Herakón se liberó este mensaje para ti. El Thecnetos conservó esas cartas y mi mensaje para ti, aunque morí hace trillones de años. Sí, estas solo, pero eso es suficiente.

        Abrumado, dejé de escuchar a L y pensé: L es un muerto, M también, las cartas que leí eran la correspondencia entre dos cadáveres, el Thecnetos está vacío, ¿Podría el mundo ser más inerte? Sentí un asco frente a esos vacíos y frente a la banalidad de las cartas de L. En mi larga soledad había conocido la vacuidad de la materia, pero la vacuidad de las personas me angustiaba aún más.

—M no está muerto —dijo L o más bien el Thecnetos que podía leer mis pensamientos y escoger la respuesta grabada de L.

—M te trajo hasta mí. Así como Herakón te esperó una eternidad en el Thecnetos, así también M esperó esa eternidad a que nazcas.

Escuché asombrado y permanecí unos minutos así, eso fue lo que demoré en admitir este simple hecho:

M era el Emisario.

De pronto creí comprender: El Emisario era un inmortal. Él era M que vivía en el mundo desde la prehistoria humana; pensé, oprimiéndome en su recuerdo.

—No —respondió el nebuloso L—, el Emisario no es un inmortal. En la naturaleza nada es inmortal o todo lo es pues la materia es eterna, pero sus formas cambian. Antes de morir hice al Thecnetos y entendí que esa inconstancia del cosmos lo lleva siempre a repetir sus formas. Algunos seres son simples y se repiten rápidamente; el ADN de una persona es complejo, pero en un tiempo infinito tenía necesariamente que repetirse. Con 24 letras se pueden hacer millones de palabras, pero no infinitas. Alguien que inventara palabras al azar un día tendría que repetir la primera palabra que invento. Con los 25 mil genes de la molécula germinal[2] se pueden hacer trillones hombres distintos, pero no infinitos. Dado que el Thecnetos siempre crearía hombres, al azar la molécula germinal de M tendría un día que volver a formarse. El Thecnetos lo esperaría en la eternidad. Yo diseñé al Thecnetos para que la humanidad fuera eterna, haría nacer de vez en vez un ser humano y entonces, supe que un día muy remoto, se volvería a repetir la combinación precisa de la molécula germinal de M y este volvería a nacer. Y eso ocurrió ya hace miles de años. Claro, no bastaba esa información genética para que M renaciera, no somos solo nuestra molécula germinal, somos la sombra cambiante de una cosa que no cambia, pero deje instrucciones para que el Thecnetos use esa sombra para hacer con ella el yo de M. El Thecnetos construyó la consciencia de cinco dimensiones de M en base a su molécula germinal y luego le insertó los pocos recuerdos y sensaciones que pudo salvar del pasado.

Asombrado, escuché.

—Sé que querrás saber también quién eres tú.

Me inmovilicé estupefacto al oír la voz grabada de L que hablaba a solas.


[1] Ver Thecnetos

[2] 25,000 genes tienen el ADN humano. Cada gen tiene unas 10 versiones (alelos) lo que hace que cada humano tenga un juego de molécula germinal casi único entre trillones.

84 QUE ES EL THECNETOS

 



—Yo soñé al Thecnetos como un artilugio para hacer sobrevivir a la humanidad al límite entrópico que mataría todo lo demás. El Thecnetos es un truco termodinámico, un buscador de orden, información y anti-entropía. Pero no es un dios, hasta el más humilde organismo hace lo mismo que él, los seres vivos obtienen orden robándoselo a lo que los rodea, la respiración o la digestión, roban ese orden las moléculas del aire o a la comida, así que aumentan el desorden externo, para reducir así el interno. Así el humilde moho del piso crea anti-entropía. Pero es ineficiente y solo puede alimentarse de ciertas cosas. Diseñe al Thecnetos para ser capaz de absorber anti-entropía, con absoluta eficiencia, para que cuando desapareciera la materia, fuese capaz de obtener anti–entropía del mínimo que se encuentra en las moléculas perdidas del Ouranos. Aún más, si todavía hay tiempo es porque aún hay un viaje del orden inicial del cosmos al caos total de su fin[1], así que mientras haya tiempo habría anti-entropía para ser usada por el Thecnetos, pues el mismo tiempo es el combustible que quema el Thecnetos. Cosa que ninguna maquina había hecho antes.

        Las dimensiones que conforman al Thecnetos son 11, por eso su poder de cálculo es total. Y por eso es invisible e imposible de concebir. El Thecnetos es tan diferente al tiempo, como el tiempo es diferente a la materia. Pero, aunque yo inventé al Thecnetos, no pude construirlo. Herakón fue el que lo hizo bajo las instrucciones que dejé, pero creó una máquina que nunca pudo comprender, el Thecnetos siempre fue para él una idea que lo sobrepasaba y engañaba, por ello mi plan secreto sobrevivió, camuflado entre los millones de funciones del Thecnetos, este permitió que el Emisario naciera y que este mensaje y esas cartas se salvaran y llegaran hasta ti. Herakón vivió trillones de trillones de años en él Thecnetos, pero nunca lo conoció del todo, pero sospechaba que este actuaba a sus espaldas y que un día llegarías, ahora el Thecnetos está libre de él, pero se ésta perdiendo a sí mismo…

—Sin su enemigo no está completo —dije—. Y no puedes repararlo pues solo eres un mensaje grabado. Estoy solo.

—Sí, ahora —dijo hipnótico e íntimo L—, te explicaré que es la consciencia.



[1] La dirección del tiempo lo da la entropía, de pasado a futuro significa de menos entropía a más entropía.

83 EL TIEMPO ES LA SOMBRA DE LA CONSCIENCIA

 


Había vencido a mi enemigo, pero ¿Era posible sobrevivir en estos laberintos del avernus? Debía emerger. Repentinamente dejé inconclusas estas reflexiones, pues sentí un ruido a mis espaldas. Recordé mi situación actual, ingrávido en el centro de un Thecnetos moribundo; mi terror se convirtió de pronto en esperanza. El ruido podría ser el Emisario que volvía, que flotaba entre el cableado hasta mí. Giré ansioso de reencontrarlo. Luego se produjo de nuevo el ruido, pero era claramente artificial. Tirité de miedo y recordé frustrado que el Emisario no había hecho conmigo este viaje. Aquí cerca debía haber otra cosa. Acaso alguna bestia artificial, algún monstruo como tantos que habían evolucionado en las oscuridades de esa mente mecánica que moría y que ahora desesperado agonizaba. Quedé inmóvil. “Eso” ya estaba a mis espaldas. Sentí frío mientras presentía su mirada múltiple sobre mí y un helado sudor me recorrió.

Escuché mi respiración como amplificada por un eco.

Alrededor de mío, la realidad de los túneles continuaba; el mundo siempre existe a despecho de lo que sintamos. De esa atroz maraña, “eso” había viajado veloz a mi encuentro, como una araña que se apresura cuando percibe la llegada del huésped a su rara casa.

—A q u í     e s to y  —dijo una voz arenosa. Intente con todas mis fuerzas no escucharla.

—Soy el que escribió esas cartas.

Sentí mis trapecios tensarse duramente. Luchando contra el miedo, traté inútilmente de responder, pero mi cuerpo no obedecía.

—Vengo a llevarte al transmundo. —dijo esa voz casi imperceptible.

Apoyándome precariamente en los restos, giré mi cuerpo flotante para verlo y sólo vi más túneles en su delirante tramado, pero no a eso que me llamaba. Sentí como si se vaciara un líquido helado en mis huesos. Quizás hablaba en mi mente.

—Sí. Soy L. Llevo trillones de años esperándote y te hallé por fin. —dijo esa voz que me parecía venida de una fiebre. Mi corazón empezó a zumbar, mis oídos estaban taponados.

—¿Dónde estás? —dije humildemente y me sorprendió escuchar mis palabras, las oí como dichas por otro. Casi, como dichas por él.  Esperé contrito la respuesta en la oscuridad, mientras un ruidoso torrente sanguíneo galopaba en mis oídos. L respondió con su tono opaco y lejano.

—Yo estoy aquí dentro —dijo y no pude precisar la dirección. En ese momento vi un disco negro entre los desechos, lo toqué con los dedos y sentí su vibración con la voz de L.

—Estoy dentro del Thecnetos, te hablo desde la prehistoria del mundo. Mis palabras han dormido en el Thecnetos millones y millones de años, esperándote.

Asombrado, escuché:

—Yo inventé el Thecnetos y sé que sobrevivirá, aunque ya no haya mundo. En él inserté mi más amado sueño. Trabajé como todos para conseguir la vida eterna para la humanidad, pero otra cosa quería que perdurase y que no acabe nunca.

Como si no hubiese entendido súbitamente dije:

—No sé quién eres, ni siquiera sé quién soy yo ni por qué hay un universo a mí alrededor, ni qué es el Thecnetos, ni qué es la consciencia, ni quién es en verdad el Emisario. Si eres parte del Thecnetos dímelo —dije.

     La voz se apagó por unos segundos antes de responder, mientras se extendía un ruido artificial. Era el naufragado Thecnetos que demoraba en buscar desde el fondo de su totalidad la respuesta grabada de aquel muerto.

—Todas esas respuestas ya las sabes, solo debes recordarlas, admitirlas. ¿Por qué hay un universo y no nada? —Repitió L respondiendo automáticamente—, al responderla se responde todo. Piensa, ¿Cómo podría simultáneamente ser posible un universo y no ser?

—Sí —dije comprendiéndolo, y no sé si entendía o recordaba, es absurdo que exista simultáneamente la posibilidad de que exista el cosmos y que este no sea. La nada no contendría ni siquiera esa posibilidad. No hay otra posibilidad aparte de que el universo sea. El universo es inevitable. ¿Por eso también es necesario que exista el Thecnetos, el Emisario… ¿Yo?

No esperé la respuesta, la supe, yo era tan necesario e inevitable como el cosmos y sentí un fugaz orgullo de ser mí mismo.

—Pero ¿qué es exactamente el Thecnetos? —agregué. 

82 MUERTE DEL AETHER

 


Así fue hecho el Thecnetos, —había dicho el Emisario— una máquina termodinámica, diseñada para obtener energía de cualquier forma de materia. Al final de los siguientes siglos —tiempo que tomó la construcción del Thecnetos y la extinción de la última generación humana— ya ninguno de estos personajes existía. Todos se disolvieron en el unánime e ilimitado vacío, donde todos perdieron sus diferencias e identidades.

     Después de la hecatombe, sólo quedó una silenciosa máquina entre los estériles mundos muertos. Ya en el universo no había ni estrellas, ni las negras galaxias, ni los oscuros planetas naturales. El viaje de un universo es, desde su nacimiento a su muerte, un viaje desde el orden total hacia el desorden total, de la anti-entropía absoluta a la entropía más irracional; de la vida a la muerte, del ser al no ser. Mientras no llegase a ese final, siempre habría alguna forma de anti-entropía y el Thecnetos la usaría para mantener a la molécula germinal y a la humanidad, en una vida suspendida, abstracta, y casi hueca.

     Esa multitud de mundos oscuros giraba aún en sus órbitas caóticas. Con más tiempo, las negras galaxias se hundieron en los abismos que se abrieron dentro de ellas. Los mundos se partían por esos vacíos que les crecían dentro cada vez más y más grandes. Pronto no quedaron más astros ni luz ni materia.

     El frío se hizo cada vez más y más intenso, el universo se expandió cada vez más vertiginosamente y luego los agujeros negros avanzaron devorando todo lo que había quedado. En un tiempo colosal, éstos desaparecieron y sólo el vacío protagonizo el tiempo eterno que ahí empezó. El Chaos fue ocupando más y más minuciosamente el espacio sin límites ni fronteras que quedaba. Pero entre esas oscuridades, el Thecnetos perduró.

      Murió el Aether y el universo dio paso a un eterno y vacío Ouranos.

Sólo un artificial planeta flotó entra las nadas y en él, la vida eterna de la molécula germinal, sombra de lo que antes se llamó vida.

81 LA TEORÍA DEL NO YO

 


Un trillón de trillones de años después…

 

Permanecí en silencio, reprimiendo emociones que me sacudían el cuerpo, tratando de frenar pensamientos que me embestían sin parar, pero no podía evitar una avalancha de inferencias, una vez descubierta una certera premisa. Así fue mi visita al interior del Thecnetos y la víspera a entender el misterio de las cartas y de entrar al transmundo.

—Si la vida es absurda, y los seres vivos son accidentes, tú defiendes un absurdo, al defender a la molécula germinal, sacrificando para ella a los seres sensibles.

—Sí —dijo Herakhón—, sirvo al absurdo de la vida, eso no me hace absurdo a mí, pero reduzco el error al acabar con todo ser consciente, desinfecto parcialmente el mundo. Siempre mi labor parece inconclusa, pero la llegada del límite del tiempo la acabará. Gané tu juego —dijo el Theknos-Herakhón—, entrega tu vida.

Lo miré con terror.

     Callé pensando, mientras una serie de extensiones artificiales me rodeaban, algunas cánulas punzantes ya entraban cruelmente en mis carnes, con su mortal contenido, pero de improviso se formó en mi moribunda consciencia una idea, era simple pero radical, no sé de dónde vino, empezó con una nebulosa imagen:

 

…de una caja de metal salió una mariposa azul, esa mariposa azul hecha de un recuerdo revoloteo y desvaneció su color en el paisaje gris y negro que me rodeaba…

 

Pero finalmente hablé al Mekhanes de Herakhón así:

 

—El Thecnetos conserva una humanidad inmortal pero insensible, pero, ¿Se puede ser humano estando inconsciente? no hay hombre inconsciente por ello no hay humanidad sin consciencia —dije—. Si yo muriera ¿acaso realmente nada se perdería?

—Nada. Ni un solo átomo. Solo se recompondría tus átomos de otro modo, tu información genética se desorganizaría, pero una copia de ella está ya en el corazón del Thecnetos. Ni tu materia ni tu energía se perderán. Solo esas dos sustancias hay en el mundo y son inmortales —respondió el mortal Theknos-Herakhón.

—Pero hay una tercera sustancia que, si puede desaparecer, y no está hecha de átomos —respondí—. Mi consciencia, mi sensación de que el tiempo pasa, no como un inerte reloj. ¿Cómo las moléculas que cuida el Thecnetos podrían sentir así el mundo? La tercera sustancia es el yo en cada uno de los hombres y sus sensaciones. Estas no las salva el Thecnetos y por eso es un error, y por ende tú lo eres.

—Muéstrame una sensación —ordenó— y te salvaras.

—Existen…—titubeé—. Pero no tienen peso ni volumen ni forma y no sé dónde están, por ello no las puedo mostrar —respondí entristecido.

Herakhón calló complacido de mi contradicción. Le hablaba de algo invisible.

—Mi yo no es material — proseguí recordando el enigma de los gigantes del desierto—, no tiene tamaño ni extensión. Es, por ejemplo, un dolor, el frío en la punta de mis dedos… El azul de esa mariposa en mi mente.

—Ese falso yo es solo una ilusión para que las cosas inertes puedan moverse entre lo inerte —respondió Theknos-Herakhón—. Son solo cosas haciendo algo, así como el ojo mecánico de un sistema de video.

—Las cámaras de video no ven, no tiene esa tercera sustancia —respondí desesperado—, son un entender sin un entendedor.

—El mundo es sólo materia —respondió Theknos-Herakhón— por eso no es lógica ni necesaria la existencia de ese yo que postulas. Sería además inútil y la evolución produjo solo lo útil.

Vi a lo lejos, y no sé si fue una ilusión o un recuerdo la estela azul de esa mariposa perdiéndose entre los metales del avernus.

—No lo postulo, lo constato. Pero… ¿Por qué está? —pensé dudando—. Flota en la realidad, perdura al cerrar mis ojos, aún en esta realidad sin estímulos. Pienso en ese color azul; es un tipo especial de radiación, una onda. Pero ese azul subjetivo que ocurre en mí no es una onda. Hay algo más agregado al mundo, algo que el Thecnetos desconoce.

—Yo no veo ese azul que estás viendo —respondió implacablemente lógico mi verdugo.

—Pero es real. Y no está en las inertes moléculas germinales. Pero no puedo probar su realidad —dije vencido.

—Si no puedes es que no existe, has perdido el juego —dijo final el Theknos-Herakhón—. Tu “yo” no existe, eres una máquina obligada a creer que es consciente, a mentirse a sí misma, tú no existes en realidad, si existieras ocuparías lugar en el mundo. Sólo tu cuerpo existe, la mente es una ilusión. Es momento de dormir.

—Pero…—dije dudando y el terror de haber perdido me golpeó.

Asustado empecé a resignarme. El temor de perder mi yo me asalto. Suspiré aterrado y helado.

Pero, de repente dije:

—No puedo mostrar ni probar la existencia de mi yo, ni de mis sensaciones, pero tú sientes el tuyo. Sé que no eres completamente una máquina. Y sabes que existe eso que perdemos al morir. Prueba de que al menos una consciencia existe, la tuya. Tú eres testigo de que existe la tercera sustancia. Negarlo es mentir, y nada es más ilógico que mentir. Cosa, que creo, te es imposible.

     El Theknos-Herakhón calló por varios minutos. Luego, un chirrido caótico recorrió sus metálicas partes, lentamente las cánulas aflojaron su presión sobre mí. Abandonando mi cuerpo.

—El Thecnetos no es total —dije al notar que increíblemente había vencido al Theknos-Herakhón— si no toma en cuenta el todo, el Thecnetos es incompleto, Thecnetos es un error.

—No —dijo pausado y derrotado el Theknos-Herakón—. Yo soy el error. Al Thecnetos no le importó que yo fuera imperfecto, solo necesitaba que fuera suficiente para servirle. Tampoco tú lo eras… ¡Cuánto tiempo te ha tomado entenderlo! Pero no será suficiente.

     Exhausto miré a Herakhón lentamente retorcerse y descomponerse en su errada lógica. Era todo razón y esa contradicción empezaba a despedazarlo por dentro. 

Dijo luego para sí, como una máquina triste:

—Por eso temí tu llegada, tu existencia me ha obligado a ser lo que no quería ser: un instrumento de la molécula germinal, un ser irracional. Qué raro y triste es este cosmos, este único cosmos. La razón no existe, solo es una ilusión. La lógica y la inteligencia no pueden explicar este universo caótico. Antes no quise aceptarlo. Trillones de años observé la naturaleza y no encontré explicación material para el ojo con el que miraba esa naturaleza. Y esa naturaleza es en realidad invisible, somos animales ciegos y congénitamente ignorantes. Yo… Creí en un mundo cognoscible y perfecto —dijo y casi creí notar una conmoción sensible en aquella máquina—. Y solo hay uno absurdo. Sólo una cosa estropeaba la coherencia de mi meta-filosofía: mi propia consciencia. Yo juré acabar con ella para que el cosmos fuera perfecto y lógico. Un nuevo universo artificial[1]. Un precioso universo de razones. Un universo coherente consigo mismo y con la inteligencia humana. Por eso mi misión fue acabar la vida de los hombres en el avernus, por eso odié la vida, y más a la conciencia, por amor a la perfección cognitiva, de la que esa son solo remedos, pero subsistía siempre algo incoherente: ¡Mi propio yo quedaba tras cada muerte! Enrostrándome el embuste. Siempre quedaba viva la detestable vida, en mí. ¡Y mis propios deseos de purificación se habían originado en esa génesis absurda que fue la evolución de la molécula germinal!

Hubo otro silencio interrumpido después por un sordo ruido de lejanas explosiones o fracturas en el Thecnetos. Este empezaba a derrumbarse.

—Mi naturaleza me hace enemigo del absurdo y aunque lo real no sea racional no puedo adaptarme a él. Sólo hay un modo de volver el mundo coherente a mi razón —dijo remeciéndose en un terremoto de contradicciones lógicas que lo mataban—. Y hay una sola consciencia que eliminar para lograrlo... La mía. Es fácil… Mi voluntad creará ese coherente cosmos con el que me fundiré, yo puedo darme ese universo con el que soy compatible, un cosmos lógico, aunque hueco, que es el único en el que puedo aceptar —dijo impulsado por su fanático odio al absurdo.

     Así, diminuto frente al múltiple Herakón, lo vi destruirse a sí mismo. Acabando con su conciencia y con la contradicción que esta significaba. No sabía que una parte de mí mismo moría con él. Y me costó no coincidir con sus perfectas razones.

     Una voluntad inmaterial dentro del Mekhanes de Herakhón, destruía sus sistemas de sustento. Sus partes se desconectaban y viajaban arrastrándose por los escombros hasta perderse.

     El cataclismo empezó ahí. Sin su guardián, el Thecnetos empezó a demolerse y a perderse caóticamente. Era como si su inteligencia mecánica enloqueciera, ruidos sordos empezaron por todos lados, como terribles y lejanas explosiones. En lo profundo, un murmullo desesperado recorrió los túneles. Eran los parásitos mecánicos del Thecnetos, que se movían frenéticos entre los desarreglos lógicos del subsuelo. Otros morían pues grandes cosas se caían y otras vastas zonas se apagaban. Todo formó un chillido simultáneo que me enloqueció. Cubrí mi cabeza con los brazos. El Thecnetos finalmente se derrumbaba sobre sí mismo.

     Mi verdugo, después de trillones de años de vida, murió para siempre. Matando lo que más odiaba de sí mismo, su consciencia de que el tiempo fluía. ¿Pero…quién de los dos era realmente el que moría?



[1] Thecnetos en griego antiguo.

domingo, 19 de junio de 2022

80 ÚLTIMO RECURSO: EL THECNETOS

 



Un trillón de trillones de años antes…

       

La muerte de M no le importó a la meta-corporación ni a sus Thaumasios. Pero el fracaso del experimento de transportación extra-universal fue sabido por todas las demás civilizaciones que aún sobrevivían, no fue posible ocultar la información; esto llenó de terror a la humanidad. La muerte de M era la primera de una hecatombe que mataría en breve a todas las personas, a todas las meta-corporaciones y a los diversos planetas habitados, solo un inhabitable cosmos quedaría, desierto y anónimo; en medio de la nada.

Herakón recibió de los Thaumasios Hekantokeinos unas asombrosas órdenes, que trasmitió a su personal en Amil-Urep.

     Una orden urgente que le llegó también a L, considerado Thaumasios de nuevo, uno que aún no entendía la muerte de su erómenos y que había sido despojado del material genético de M, que antes había introducido artificialmente en él mismo, dejándolo físicamente, aún más frágil.

—La meta-corporación ordena que se le conecte a grado quirúrgico —dijo la androide Nimis oyendo su propia voz fascinada—. Herakón y los demás Thaumasios de la planta ya iniciaron el proceso, ya tenemos preparada la sala de cirugías de comunicación —dijo Nimis mirando extasiada el rostro de L por primera vez.

—No puedo participar —dijo L—. Y no deberías mirar a nadie así, no reveles tu nueva condición pues te la quitarán.

—Ha venido una patrulla militar a cerciorarse de que cumpla lo mandado; en todo el cosmos se está procediendo a la comunicación quirúrgica urgente —dijo Nimis.

L, maltrecho y casi muerto, la escuchó asombrado. Resignado a cualquier cosa, aceptó. Entendió que era imposible desobedecer. En un titubeo final, una esperanza se encendió en su mente: …Thecnetos… —pensó al tener una repentina epifanía.

     Con esa intuición tomando forma por primera vez en él, fue llevado en una silla mecánica al complejo de cirugías de comunicación; en él, un equipo de neurocirujanos informáticos lo esperaba. Nimis sentía el frio metálico de la silla de ruedas con la que trasportaba a L, fascinada de poder sentir esa elemental sensación.

     El cuerpo de L fue preparado con ayuda de numerosos androides-qualia. Decenas de sondas atravesaron cruelmente su cuerpo y su cerebro. Una dolorosa preparación quirúrgica insertó y atravesó su masa encefálica, comunicándolo directamente a las millones de mentes que participarían de aquel simposio cósmico de Thaumasios. El telégrafo quántico uniría todas esas mentes en una.

L asumió con resignación los dolorosos y tediosos procedimientos. Los cirujanos y los técnicos trabajaron horas y colocaron también sistemas de mantenimiento para conservar su cuerpo con vida; era necesario para que soportara los días que tomaría esa colectiva búsqueda. Pronto el cerebro de L se fundiría con los de otros millones de Thaumasios y Hekantokeinos, en todo el cosmos que formarían un inmenso y poderoso meta-cerebro virtual, que tenía como misión, la búsqueda de una solución final a la muerte del universo y una respuesta al fracaso del viaje extra-universal.

     El nervio óptico era el mejor camino hacia el cerebro. Así que sus cuencas oculares debían ser vaciadas y atravesadas por artefactos que le llevarían información. Este proceso en particular requería que se le extrajeran los globos oculares, así que L, después de mirar por última vez el mundo en aquella sala de cirugías, quedo ciego como los demás Thaumasios; pero el sacrificio era poco comparado con la urgencia de la misión y el apremio de tener la máxima idoneidad en ese alto encuentro cognitivo.

     Por el cableado que salía del cuerpo de L, se conectaría con la mente y las ideas de millones de otros Thaumasios y con las de los más poderosos sistemas inteligentes artificiales, formando así una enorme inteligencia nunca antes formada.

     Finalizada la delicada tarea de conexión, L entró en comunicación mental con los demás: millares de genios eran ahora uno. En ese plural ente cognitivo profundos análisis y consideraciones empezaron de inmediato. El cuerpo de L se agitaba y era el único signo que se observaba del proceso en el que estaba inmerso: un plan que quizás haría posible lo impensable, realidad lo que más anhelaba su corazón.

     Luego se corrió un rumor asombroso por aquella meta-mente. Todas las meta-corporaciones acordaban una tregua final y participarían de la decisión final y la búsqueda de un fin colectivo al límite entrópico que venía a matarlos.

Las guerras entre las decenas de meta-corporaciones que dominaban el universo, que habían durado millones de años, llegaron a su fin y por primera vez conversaban todos sus miembros sin sospechas ni odios, en una causa común y frente a un único enemigo: la nada. Paradójicamente, ese vacío enemigo, era más fuerte que todos ellos juntos.

     La decisión tomó varios días y participaron millones de mundos. El trabajo era absolutamente mental pero extenuante y consumió a los miembros más enfermos o ancianos.

     Para L era su batalla final para lograr su sueño último y el trabajo final de los múltiples para los que nació o para los que la meta-corporación lo hizo nacer. Pero el esfuerzo lo fulminaba.

     Después de unos días, en medio de esa maraña vertiginosa de pensamientos en que se había convertido ese oscuro universo mental, de entre millones de contradicciones e ideas radicales, comenzó a avanzar una; una idea pensada por el más desesperanzado de los Thaumasios: L, que entregó de este modo, el último fruto de su inteligencia. Ese concepto empezó a hacerse campo y a derrotar a sus adversarios, emergiendo de entre millares de ideas. Anciano tras anciano se fue afinando y creciendo. Por fin quedó está sola idea con sus complejas formas y los últimos días del debate universal se dirigieron a lograr su comprensión y maduración final.

     En esta fase algunos ancianos agotados murieron por el sobreesfuerzo y por complicaciones de la cirugía cerebro-informática.

El resto de la humanidad esperó ansiosa y por fin al tercer día se emitió la comunicación del fin de la tarea.

     En el planeta Amil-Urep, la androide Nimis esperaba órdenes. Por fin, el trabajo concluyó y se desconectó a los Thaumasios de las centenas de meta-corporaciones que ahora formaban una sola trans-meta corporación; se emitieron millones de órdenes, un vasto programa había sido ya diseñado y empezaría a cumplirse ese mismo día. Todos los recursos disponibles se destinaban ahora a ese proyecto: la construcción de un ente llamado Thecnetos. L dirigiría su construcción al haber propuesto el artilugio. Acabaría el hombre, pero quizás se salvaría la humanidad. Ese día se levantaron los ancianos sobrevivientes. Todos estaban ahora ciegos como Herakón y muchos con daños físicos irreversibles, pero todos se incorporaron al trabajo inmediatamente.

     Herakón sobrevivió sin problemas, dado que su cuerpo era ya casi todo artificial. Los Zombis Hekantokeinos se entregaron al trabajo con los dueños de las otras meta-corporaciones.

     Dada la paz entre todas las meta-corporaciones, Ayazx fue liberado, su temperamento se había vuelto sobrio y equilibrado, macerado en la antesala a la muerte y de cara al amor. Ahora estoico y racional, se enroló voluntariamente con otros guerreros sobrevivientes, al mega-regimiento militar único que se formó en esos días. Parte de una organizada, disciplinada y laboriosa generación. La última generación de seres humanos. Resignados a su fin, todos incluso Ayazx, olvidaron su antiguo egoísmo. Esa última humanidad aceptó su desaparición, estoicamente, y se afanó para preservar lo más esencial y profundo de ella, antes de entregarse al sueño interminable y hueco de su colectiva desaparición. 

     Pero en la sala de cirugías cerebro-informáticas del planeta Amil-Urep, L no se levantó. Poco antes de acabar el proyecto que había imaginado, que había soñado, fallaron varios de sus sistemas físicos de mantenimiento. Inmediatamente fueron reemplazados por órganos artificiales. Con diversas crisis iban muriendo partes de su cerebro, pero participaban con ahínco las zonas aún útiles.

     Pero en el procedimiento de desconexión final, tras un profundo sangrado sucumbió. Tras su último y devoto trabajo, que realizó con entrega absoluta, L murió.

Su cuerpo maltrecho y atravesado de cables fue inmediatamente. Solo fragmentos secos de su cerebro quedaron en las enredadas maquinarias que lo atravesaban.

     La androide Nimis, con quien había pasado sus últimos días, no sintió nada, ni comprendió qué se perdía con su muerte. L le había construido una conciencia. Pero para ella L era una cosa, una maquina bioquímica. Solo veía una consciencia: la suya, las demás eran solo hipotéticas, no había ningún modo de saber si los demás también “sentían”. No tenía ningún recuerdo de sensaciones de su vida pasada, pero sí de sus pensamientos actuales, siempre había sido una inteligencia artificial y era ahora también una consciencia artificial, veía por primera vez colores, sentía texturas y temperaturas. Pero repentinamente le peso saber que un día, muy pronto, moriría y volvería ser una cosa.

     Herakón tendría finalmente la responsabilidad de comandar la construcción del Thecnetos usando las instrucciones dejadas por L. No había en el mundo nadie a parte de él que entendiera mejor al Thaumasios muerto y al Thecnetos, así el anciano Thaumasios se permitió recordar que L había sido uno de los epi-clones que engendró en su juventud. Ese niño de hace tantos años que creyó muerto, ahora por fin, lo estaba. Una minúscula pena lo sacudió. Pero después se repuso de ella, sería su última emoción. Consideró adecuado haberlo matado y de matar en él mismo lo que más detestaba de la vida, esa profunda y única característica, común a mohos y bacterias: el deseo de dejar tras de sí, otro ser semejante. Ya podría ser un hombre enteramente artificial, ya podría ser libre.