domingo, 19 de junio de 2022

71 EL CEREBRO MECÁNICO



 

Un trillón de trillones de años después…

 

Un punto en la vastedad

Una nube helada deshaciéndose en la madrugada

Ruidos nocturnos en un edificio vacío

Los sueños que quedaron eternamente pendientes en un hombre que muere

Son ejemplos de los miles de mundos que dejan de ser cuando tu no estas.

 

Así pensé triste por la lejanía del Emisario. Caminé por días por esas nuevas ruinas a salvo del Thecnetos. Al cabo de los días ya conocía de memoria mi nuevo hogar. Ese largo viaje había sido un viaje a las afueras del Thecnetos. Era claro, el Thecnetos era imperfecto. El mar respiraba alrededor mío calmo. Pero un viejo y secreto enemigo no dormía. A veces parecía oír leves sonidos. Y una tarde hasta parecía que algunas cosas habían cambiado de lugar, pero no le di importancia a esas minúsculas incoherencias de la realidad y me dejé abordar por la calma y el agradecimiento al ahora invisible Emisario.

Hasta que empezó aquel temblor.

Primero era una vibración permanente y suave, aunque gruñidos cavernosos se oían desde el fondo del suelo. Caminé por el laberinto hecho de agua etérea y piedras mientras el suelo se sacudía ahora con más fuerza. Con ondas y giros se empezaron a desplomar algunos edificios antiquísimos. Entonces noté que el suelo giraba a mí alrededor.

De repente desde una grieta salió violentamente un apéndice delgado que se clavó en mi pie. Atravesando la carne, perforó el hueso y dentro de él extendió unas cortas ramificaciones que lo fijaron en él. Luego otros apéndices de a modo de una extremidad artificial, salían como plantas perversas que germinaban a mi alrededor. Sujetándome. Vi que el suelo se resquebrajaba debajo de mí, una boca del avernus se abría aterradoramente bajo mis pies. Caí en el cráter que se formó. Jalado por los apéndices. Por fin mi final llegaba. 

Me desmayé aterrado al ser tragado por el Thecnetos.

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