Un trillón de trillones
de años después…
Un punto en la vastedad
Una nube helada
deshaciéndose en la madrugada
Ruidos nocturnos en un
edificio vacío
Los sueños que quedaron
eternamente pendientes en un hombre que muere
Son ejemplos de los miles
de mundos que dejan de ser cuando tu no estas.
Así pensé triste por la lejanía del Emisario.
Caminé por días por esas nuevas ruinas a salvo del Thecnetos. Al cabo de los
días ya conocía de memoria mi nuevo hogar. Ese largo viaje había sido un viaje
a las afueras del Thecnetos. Era claro, el Thecnetos era imperfecto. El mar
respiraba alrededor mío calmo. Pero un viejo y secreto enemigo no dormía. A
veces parecía oír leves sonidos. Y una tarde hasta parecía que algunas cosas
habían cambiado de lugar, pero no le di importancia a esas minúsculas
incoherencias de la realidad y me dejé abordar por la calma y el agradecimiento
al ahora invisible Emisario.
Hasta que empezó aquel temblor.
Primero era una vibración permanente y suave,
aunque gruñidos cavernosos se oían desde el fondo del suelo. Caminé por el
laberinto hecho de agua etérea y piedras mientras el suelo se sacudía ahora con
más fuerza. Con ondas y giros se empezaron a desplomar algunos edificios
antiquísimos. Entonces noté que el suelo giraba a mí alrededor.
De repente desde una
grieta salió violentamente un apéndice delgado que se clavó en mi pie.
Atravesando la carne, perforó el hueso y dentro de él extendió unas cortas
ramificaciones que lo fijaron en él. Luego otros apéndices de a modo de una
extremidad artificial, salían como plantas perversas que germinaban a mi
alrededor. Sujetándome. Vi que el suelo se resquebrajaba debajo de mí, una boca
del avernus se abría aterradoramente
bajo mis pies. Caí en el cráter que se formó. Jalado por los apéndices. Por fin
mi final llegaba.
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