lunes, 4 de abril de 2022

60 D E S P E G U E

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

Llegó el día del experimento. M y la tripulación estaban ya dentro del nuevo Mekhanes multidimensional. Fratedes muerto, había sido sustituido por un androide-qualia y Ayazx, que había desaparecido, por otro guerrero muy joven, de los poquísimos que quedaban después de la última batalla. 

     Ayazx había fugado. No se había curado de su enfermedad atávica, pero había logrado dominarla, no iría a morir al otro universo con M, ni con nadie. Ni por nadie. La meta-corporación y la misma humanidad le desinteresaban. Aún recordaba su remota infancia en el seno de otra meta-corporación, Fratedes lo había salvado antes de que ese lejano linaje fuese aniquilado. Fratedes lo hizo pasar por uno de sus hijos. Ayazx no sabía a qué linaje humano pertenecía y tampoco le importaba. Se pertenecía a él y se aferraría a la vida.  

     El equipo de técnicos y Thaumasios que monitoreaban el lanzamiento estaban ahora instalados en una plataforma del planeta-conglomerado Amil-Urep, parcialmente reconstruido sólo para apoyar el despegue. L había recibido una improvisada y acelerada preparación para reconvertirse en Thaumasios, aunque dado el poco tiempo que le quedaba al mundo, no la terminaría de completar. Se hallaba incorporado a sus nuevas obligaciones como los demás en esa plataforma, que se hallaba comunicada con millones de científicos, trabajando en diversos pedazos de galaxias, todos comandados por la meta-corporación local.

     El amargo Herakón esperaba dentro su solitaria ceguera las noticias del experimento, que, según sus cálculos y esperanzas, fracasaría.

Una vez encendido todo el laboratorio artificial flotante, con los equipos trabajando al 100% y con la tripulación preparada, se inició la cuenta final.

La bella forma del enorme Mekhanes artificial, que flotaba como un caprichoso satélite, era en realidad una nave trans-universal.

Sólo una parte del artefacto era construida en el espacio, la mayor parte de sus estructuras y mecanismos constaban de objetos de 11 dimensiones. Así, la gran mega-nave-trans-espacial era la intersección de un cuerpo meta-dimensional con la tetra-dimencionalidad en que vivían sus constructores. Esta intersección era la que se veía y dentro de la que estaban M y la tripulación.

—¿Qué número de prueba es ésta? —preguntó Nimis al ensimismado L.

—La primera y dada la escasez de anti-entropía, a causa de la última guerra, también será la última. Pero históricamente es la número 7. Hace cientos de años se intentó también salir del universo, fue inútil, pero ahora hay cambios muy significativos en la doctrina —respondió el semi-Thaumasios L.

—¿Cuál cree que es el detalle que garantizaría el éxito esta vez? —pregunto Nimis—. Y… ¿Cómo sobrevivirán las consciencias de los tripulantes?

L se asombró de que Nimis hablara de eso. Consciencia, yo o vida eran temas que ni entendían ni de los que hablaban a los androides-zombi como ella.

—Esta vez usaremos un anti-colapso de función de onda, en cada uno de los átomos de la nave y los tripulantes, así los mismos cuerpos de los tripulantes serán multi-dimensionalizados antes del escape cósmico —contestó lejano y triste el Proto-Thaumasios.

—Interesante —dijo Nimis— pero ese procedimiento, ¿No pone en riesgo sus vidas como organismos tetra-dimensionales? ¿Qué pasa con su sensación del tiempo al salir del tiempo?

—Es posible —contestó esforzado y enfermo L—, hay aún controversias entre los cinco grupos de equipos de inteligencia artificial sobre el resultado. A mi parecer, la tetra-dimencionalidad de un objeto no se altera si esa tetra-dimencionalidad continúa en un objeto de mayores dimensiones, como un círculo no se altera de continuar en un cilindro.

—Entiendo —dijo Nimis.

La androide prosiguió:

—Un grupo de entes cognitivos artificiales cree que es posible que ya hayamos tenido éxito las últimas 2 pruebas hace cientos de años y que exitosamente los tripulantes salieron del universo y llegaron a otro, pero que les fue posible volver.

—Qué terror deben haber vivido estos tripulantes —dijo L en voz baja y dentro de él se removió una náusea que llegaba a su cerebro. Se había esforzado desesperadamente en la perfección del experimento, no por la humanidad sino por M, para que sobreviva.  Lateralmente notó algo raro en Nimis.

     Los ojos de la androide Nimis se abrieron, al escuchar la palabra terror. Esa palabra correspondía a una sensación real, ahora lo sabía, pero que ella no podía sentir. Algo análogo al vértigo ocurrió en sus impersonales sistemas.

—Es terrible que existan aún los esclavos humanos como M —dijo L cubriéndose la cara con una mano—. Me siento extenuado. ¿Ud. no se siente nunca extenuada? —preguntó L, poniendo a prueba una sospecha que guardaba sobre Nimis.

—Hay períodos en que la sobrecarga de trabajos y procesos llegan a un límite en mí, en que la energía de los procedimientos de reparación y ajuste de mis sistemas necesitan más energía que la que tengo para funcionar; en esos momentos debo detener mis funciones. ¿Eso es el cansancio? —preguntó Nimis fingiendo indiferencia.

—No. El cansancio es una emoción, un modo de estar sin saber por qué se está así —respondió L ya verificada su hipótesis: Nimis ya sabía que estaba muerta. Y sabía lo que le pediría.

La androide Nimis lo miró confusa e intrigada.

—Lo olvidaba, siempre olvido lo que Ud. es —dijo L mirándola como a una cosa.

Y la cosa le devolvió una arrogante y tranquila mirada.

59 SPECULUM OCEANUS

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

El Emisario despertó. Faltaban unas horas antes del amanecer y ninguna luz había, sólo sonidos, quizás algunos fotones perdidos en el vacío, atrapados por el último planeta en su eterno viaje por el hueco Ouranos. Empezamos a andar. Levanté la cabeza al cielo neciamente queriendo mirar en ese abismo infinito. En él, mi mirada no encontró nada en su fondo que me hiciese notar su eterna profundidad. El Emisario me llevaba de la mano. Con todos los demás sentidos inútiles, mi tacto sintió la qualia de la tibieza de su piel en la negrura. Todo aquí en el último planeta es helado y esperaba que lo fuese también el Emisario, pero noté que él era tibio. Cerré los ojos mientras andaba. Concentrándome en la qualia[1] que era esa dulce tibieza, sin tamaño ni forma, y en la humedad con la que conversaban lentamente nuestros dedos. Al andar, nos metimos en más y más capas de oscuridad y ya la asfixia nos apremiaba; atravesar esos escombros era como intentar desenredarnos de una ceguera, sólo para enredarnos en otra más negra. Por fin, en el cielo aparecieron unas pinceladas de intenso naranja: las primeras nubes de la gran mancha ¡estaban tan remotas! Vi en la leve luz que proyectaban que descendíamos por unos conglomerados helados. Al remontar un último montículo, vino un fuerte declive, sentí que mis pies se enfriaban y hundían. Era el borde final del desierto, un quiebre abrupto en los desechos y el comienzo de una inundación helada sin fin a la vista: Era el fin del mundo. La escasa luz de esas tenues nubes no alcanzaba para poder contemplar sus límites. Horas después sabría que no los tenía. En la negrura sentí materiales flotantes. Por el borde de esa plateada inundación caminamos. Ya arriba, las nubes naranjas se estiraban en toda su longitud mientras otras iguales se reflejaban en la plana superficie plateada de ese Oceanus de pseudo-materia. Señalaban nuestro destino: las ruinas semi-sumergidas donde el Thecnetos nació.

 

 

 



[1] Qualia o quale son las sensaciones elementales: el calor, el color amarillo, el sabor del café, lo salado de la sal.

58 N: CÓMO REPRODUCIRSE SIN MUJERES 2

 


En otro lugar del espacio- tiempo…

      La frustración golpeó a L. ¿Acaso era mejor así?, era lógico lo que decía Herakón, lo que decía el mismo antes de que dejase de ser él por culpa de M. Quizás M era el vector de un síndrome, por eso llamaban enfermedad atávica al amor, pues nos regresaba a las pulsiones que dominaban a aquella especie de la que habíamos evolucionado, nos reducía a ser meros Homo sapiens sapiens, paradójico nombre que se habían dado a sí mismos los bestiales antepasados de los humanos actuales.  Pero una idea como una esperanza surgió en algún lado de su inconsciencia frenética. 

—Inactive el antagonista de IgF2, ¡elimine ese gene del todo! —ordenó ansioso.

Automáticamente el otro gen H19 se activó. Lo habían logrado al 100%.

—Están logrados los trans-óvulos (óvulos generados de espermatozoides).

—Bien– respondió el computador—, iniciaremos la fecundación empezando por la pareja de espermatozoides más idónea.

En la pantalla se vio flotar un óvulo artificial vacío. Era un linfocito sanguíneo de L modificado bioquímicamente hasta tener el tamaño y las características químicas de un óvulo.

La belleza de esa célula se podía ver con todo detalle en el espacio del laboratorio y desde todos los ángulos. Era como un etéreo planeta girando en el sutil Aether.

     Movido por un fórceps invisible y microscópico, un espermatozoide de L fue insertado dentro de este óvulo artificial. Se había realizado el cambio meta-epigenético en el segundo espermatozoide de M convirtiéndolo en óvulo con éxito y fue introducido. Los dos dentro parecían dos cometas disolviéndose en un sol. Una pequeña cánula inyectó una cantidad de sustancias químicas en el óvulo artificial, que dispararon las reacciones químicas de la fecundación.

     Los dos espermatozoides empezaron a disolverse y a liberar sus cromosomas. M y L podían ver los 23 cromosomas que salían de cada uno de sus respectivos espermatozoides, uniéndose, uno a uno, con su par correspondiente, juntándolos de por vida en un mismo ser. Lo que había pasado con los sentimientos del Erastés y de su erómenos, pasaba ahora con sus dos moléculas germinales. Con su ser más íntimo. De este modo, el genoma normal de 46 cromosomas se formó. Dado que provenía de dos hombres, este especial cigoto recibía el nombre de androgenote. El producto era 46 XY viable. La operación se repitió para el segundo par de espermatozoides; esta vez se formó un cigoto que era 46 YY, una combinación no viable y que la máquina inmediatamente descartó.

En la siguiente combinación se formó un cigoto 46 XX viable, pero de otra especie. No era un humano al no tener los mismos cromosomas que los hombres (46XY), ni moderno al no contener genes artificiales propios del Homo sapiens thecnecies, solo los primitivos de una antigua y desaparecida raza que vivió en simbiosis-parasitismo con la humanidad primordial. Un errado linaje al que la enfermedad atávica del desparecido Ahelios inútilmente se inclinaba. La máquina automáticamente lo eliminó[1].

Después de unas horas, el resultado final arrojó siete embriones viables, 46 XY permitidos por la meta-corporación.

—Congelamos todos los embriones menos uno —dijo la androide Nimis—. El desarrollo de éste ya empezó en un útero artificial del centro.

M y L miraron la aparente inmovilidad de ese embrión en la pantalla 3D.

En unas semanas se encendería la vida consciente en él.

Hijo de las dos consciencias de esos dos eromenois, juntos esa noche, por última vez.



[1]  46XX Es el genoma de las actuales mujeres.

57 LAS RUINAS DEL MAR

 

En otro lugar del espacio-tiempo…

 Una noche dormíamos tirados en el suelo. Desperté y al abrir los ojos, vi al Emisario examinándome de un modo muy acucioso, como con un anhelo necesitado. Había pasado mucho tiempo mirándome; sus ojos repletos y cansados me auscultaban con una profundidad invasiva. Y como si hiciese algo cotidiano, dijo de pronto sus primeras palabras, con una profunda y cálida voz: 

—Ya casi llegamos, ya termino mi misión —concluyó como para sí.

     Lo escuché sorprendido. El Emisario tenía un idioma común a mí y a las cartas; la química del Emisario usaba mi misma nomenclatura y sus sueños, si yo los pudiese conocer, me serían comprensibles. ¡Si yo entrara en ellos, podría entenderlos! ¡Si él no callara siempre! Era aún una hora muy temprana; el viento helado que resbala por el último planeta hizo tiritar al Emisario. A lo lejos, había una polvareda densa que viajaba removiendo los bordes del amanecer. Él, después de hablar por primera vez, se dejó caer en el sueño de nuevo y hecho un ovillo sobre sí mismo, regresó al mundo raro de sus sueños, cargados de recuerdos. ¡Pero el Emisario había dicho que habíamos llegado al fin del viaje! Yo esperaba llegar hasta M y L, había erradamente creído que ellos me esperaban, ellos y su mundo de libertad. Pero el Emisario quizás me había llevado a las nadas que flotan dentro del avernus. La nada que une y hace iguales a todos seres. Porque en la nada, y sólo ahí, estaban las cosas y personas con que soñaba mi corazón. Soy un ser de lo minúsculo y de lo intranscendente; siempre descuido lo importante, quizás porque no está hecho para mí. El temor me inundó de nuevo. Esa noche en que el Emisario habló, era también la última noche a su lado. Habíamos llegado ya hace mucho al fin del mundo, en donde terminaba el último desierto. Allí estaban las últimas ruinas. Siempre me había preguntado cómo sería el fin del mundo y ahí supe, que, en sus bordes, la materia pierde sus formas y colores; por eso no es posible cogerla y no se puede tampoco ver. La precisa arena da lugar a una sustancia sin forma propia. Los colores se convierten en transparencia. Y así, sin un rasgo distintivo, la materia aún es.

Pero algo más medraba en ese pozo subterráneo, donde las vidas empiezan y donde terminan.

56 CÓMO REPRODUCIRSE SIN MUJERES

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

Después del asesinato de Fratedes, Nimis siguió la huella a M y L. Sabía que el nuevo Thaumasios era el único ser humano con la capacidad de construirle aquello.

—¿En dónde lo haremos? —dijo M a su erastés—. Las máquinas rechazarán nuestra solicitud. Solo la meta-corporación conoce los secretos protocolos de la androgénesis para hacer nuevos hombres.

—Hay un viejo centro de androgénesis cerca de la plataforma, como todos es completamente automático, pero creo que podría ser manipulado manualmente.

Una voz tras de ellos, suave y que infundía calma, habló.

—Déjenme servirles, yo seré su contacto informático con el computador del centro, puedo engañarlo —dijo Nimis—, de lo contrario les denegará el acceso —dijo Nimis dispuesta a impedirlo ella misma de ser rechazada—. Pero los procesos biológicos son un algoritmo automático y secreto, la máquina no lo hará, nadie puede hacerlo manualmente. Será cosa suya.

M la miró furioso.

—Creo entender cómo debería hacerse —dijo L que deseaba concebir junto a M. Estaba deseando una de las cosas que más había despreciado de la vida. Estaba subordinado ahora a la misma misión de las bacterias y del moho del suelo. L era un animal primitivo y lo más luminoso en él, se subordinaba ahora a ese deseo primario. Frenó a M y transaron con la máquina. Cuando solo hay malos en el mundo, hay que convivir con ellos o morir. Pero más que nunca ellos querían vivir, les fue imposible rehusarse.

—A cambio —dijo Nimis—. Ud. me construirá algo.

—Lo haré —dijo L. sea lo que sea.

Entonces L y M se encaminaron al centro de androgénesis. Llevaban unas minúsculas cápsulas, portando una muestra germinal de cada uno.

Ya en el centro Nimis se conectó al computador. Manipulándolo logro suspender sus mecanismos de protección. Una voz sintética les habló:

—Asistirán al proceso, que durará algunas horas, bienvenidos —dijo la engañada computadora del centro de reproducción—. Androide Nimis, entregue las muestras de espermatozoides.

     La androide Nimis entregó las muestras y se sentó cerca de M y L, los tres frente a las pantallas y equipos de comunicación del computador. Al centro había un cubo que era la pantalla tridimensional del microscopio donde verían todo el procedimiento.

La meta-corporación al eliminar al otro género había convertido a la población en estériles hormigas obreras y tenía el control de la fertilización artificial que solo ocurría entre hombres. De ahí su poder absoluto al ser dueños de la reproducción, antes un linaje parásito había poseído este poder, pero la antigua metacorporación lo destruyo y obtuvo para sí, el monopolio de la vida.

—Logré que las máquinas lo obedezcan en todo, no impedirán nada, pero tampoco harán nada por sí mismas, ahora Ud. debe conducir el proceso manualmente, el proceso automatizado se rehúsa a operar —dijo Nimis a L—, básicamente debe convertir uno de los espermatozoides en un óvulo.

—L titubeó. No sabía cómo hacerlo, pero tenía que haber un modo lógico y necesario, alguien en el pasado lo había inventado para que la meta-corporación fuera dueña de la vida de los hombres. En unos minutos creyó inferir la técnica y habló. Un sonido anunció el inicio del largo proceso de androgénesis.

—Examine los gametos.

—En la muestra del cliente L hay 34 000 000 espermatozoides viables —dijo el computador obedeciendo—, se inició el screening genético de cada uno de ellos.

En la pantalla 3D se veía cómo cada espermatozoide era separado microscópicamente por micro-fórceps químicos. Se veía también la secuencia genética completa de cada espermatozoide y su perfil de idoneidad.

—Evalúen también genes defectuosos; también la epi-genética cada gen y su potencial aporte al fenotipo del embrión —ordenó L[1]

—La valoración de los cromosomas Y, dado el nivel de genes artificiales que contiene, ya está en nuestra base de datos —agregó el computador—, y no contienen, por su naturaleza artificial, ningún gen defectuoso[2]. En este momento eliminamos los espermatozoides que cargan genes defectuosos.

Este simple proceso llevado a cabo durante milenios por la selección natural, ocurría ahora pacíficamente en el laboratorio en unos breves segundos. Una pacífica y eficaz eugenesia. Esta técnica había llevado a la raza humana a su más alto extremos de idoneidad y perfección, además había reducido el tamaño de los cromosomas humanos al eliminar generación tras generación todos los genes basura que no poseían información útil, resultando ahora el cromosoma Y el más grande del genoma humano[3].

        —Bueno —dijo la androide Nimis— ya descartamos el 99% de los espermatozoides.

—Ahora —dijo L— hagan la selección de pares compatibles.

Las máquinas comparaban las posibles combinaciones de los espermatozoides de cada uno, tomaban el primero de los miles de L y predecían cómo sería su combinación con cada uno de los demás espermatozoides de la muestra de M.  El número de cálculos necesarios era inmenso. Trillones de personas distintas podrían ser formadas a partir de los miles de espermatozoides a la mano y ahora se elegirían cuáles de ellas merecerían nacer. El número de embriones distintos era en teoría superior al de átomos existentes en una galaxia. En el cálculo, cada gen posee un coeficiente. Éste se modificaba según el entorno genómico con el que se combinase. El número de combinaciones por calcular tomó horas al poderosísimo computador.

—Ya lo tenemos —dijo la androide Nimis—.  ¿Cuántos óvulos artificiales vacíos fabricarán? 

—10 —dijo el computador.

     En el laboratorio de androgénesis se fabricaban óvulos-recipiente a partir de células tomadas de muestras de sangre de los clientes. Primero se daba el tamaño y las características bioquímicas de un óvulo y después se eliminaba con radiaciones la información genética, de modo que se fabricaban óvulos vacíos. Pero el material genético para rellenar esos óvulos vacíos provendría de los 2 padres.

—Tenemos ahora solo espermatozoides y óvulos vacíos. ¿Cómo la máquina hará eso llamado óvulos? —preguntó M.

—No hay diferencias genéticas entre espermatozoides y óvulos, son idénticos gen por gen, óvulos y espermatozoides tienen la mitad de los cromosomas, al juntar esas mitades se completa el genoma para hacer una persona

—Entonces basta juntar un espermatozoide de M y otro suyo en un óvulo vacío —propuso Nimis.  

—No basta, dijo L, son genéticamente iguales, pero epi-genéticamente distintos[4].

L se concentró en pensar. Una miríada de datos se agolpaba en su cabeza, desorganizados y confusos. Finalmente dijo desde una afiebrada intuición:

—¿Qué genes se expresan en la región 13?4 del brazo largo del cromosoma 19? 

     L recordó un extraño suceso bibliográfico en el que un grupo de hermanos producían eso que la meta-corporación llamaba óvulos, en vez de espermatozoides. A pesar de su perfección anatómica, estos espermatozoos cargaban núcleos de óvulos.  Todos habían mutado la región 13.4 en el brazo largo del cromosoma 19.  Esa era la llave maestra que diferenciaba óvulos de espermatozoides. Esto hizo pensar a L a que acaso nuestra especie había en su pasado primitivo tenido una simbiosis con esa otra forma de vida, de la que los óvulos artificiales eran un fósil misterioso.

—En la pantalla aparecieron decenas de genes. L los examinó. Por fin identificó uno que producía un ARN. Ese debía ser.

—Neutralícelo con una sonda complementaria. Use una sonda asociada a las enzimas Dnmt2a y neutralice las enzimas Dnmt3b. Asombrosamente había acertado. Una serie de reacciones bioquímicas en cascada empezaron a convertir epigenéticamente esos espermatozoides en óvulos. A excepción de dos genes: Igf2 y H19. Atormentado L observó atónito que los espermatozoides eran 99,998% óvulos. Pero sin esos dos genes no podrían concebir. La inmovilidad de toda la ciudad lo rodeaba.

Millones de seres se habían reproducido antes y alrededor de él, solo a ellos les estaba negado.

M y L sintieron el profundo y absoluto poder de la meta-corporación y de la vida sobre ellos.



[1] Epi-genética: estudio de todos los factores no genéticos que se heredan.

[2]  El cromosoma Y, existe solo en los hombres.

[3] En el momento presente el genoma basura o ADN parasito representa e 98% del ADN humano.

[4] En los años 80 se mezclaron experimentalmente en un óvulo vacío los núcleos de dos espermatozoides, resultando en el desarrollo inicial de un embrión, que finalmente fue ahogado e invadido por una desmesurada placenta, que terminaba matando al concepto. Así se descubrió la epigenética.

55 BIOQUÍMICA Y METAFÍSICA DEL AMOR

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

No sé si ya son años o segundos del secuestro del Emisario; avanzo y él avanza, pero ¿quién sigue a quién?

Sobre nosotros gira ese ningún lugar que es la noche. Un profundo hueco hay ahora donde hace millones de años solía estar el Aether cargado de galaxias y astros, pero giran aún en el vacío Ouranos los recuerdos fantasmales de ese cosmos perdido, retumban frágiles los ecos últimos de la materia.

     Nosotros somos parte aún de esos movimientos hermosos y secretos del universo, como dos microscópicos engranajes en un invisible reloj, hecho él mismo de tiempo y al que le quedan pocos segundos ya que medir: Los últimos días del universo.

     He corroborado, sin excepciones, que en el mundo las cosas naturales y puras son además bellas. Así, era proporcionado y hermoso el Emisario —como he dicho muchas veces—, pero yo era feo y fragmentario. ¿Cómo podrían armonizar estas dos piezas de engranaje cósmico?

     Tal vez sólo al modo de la sombra que armoniza con el cuerpo que la proyecta, sin tener para nada su color, volumen, o sustancia. Así, yo era alguna pobre proyección del Emisario y como una sombra, era mínimo frente a él. Pero de algún modo, hecho a causa de él y tal vez, me atrevería a decir que era por él. 

     Ahora, no creo que existan causas y efectos; creo que sólo nos lo parece porque unos están temporalmente antes que los otros. Pero para el intemporal Thecnetos, para la eternidad, la causa ocurre simultáneamente a su efecto. También, creo, llamamos causa a lo conocido y efecto a lo desconocido, pero una vez que ya conocemos todo (como también hace el Thecnetos), sólo quedan cosas simultáneas y mutuamente necesarias. Así, podría atreverme a decir que en algún sentido —no claro, por supuesto— yo era necesario para el ser del Emisario y no sólo un efecto de él. 

     No tendré en este planeta más de unos pocos años, pero no recuerdo haber sido niño nunca. En cambio, el Emisario podría literalmente tener miles de años, pero permanecía prístino, inmaculado e infantil. Una inminencia muda empezaba a dibujarse entre su respiración y la mía. No sé, no puedo explicar la naturaleza de ese sentimiento entre los dos, sólo la puedo comparar con esa intimidad del yo solitario conociéndose a sí mismo. Así llegamos a ser el Emisario y yo, una sola cosa, sin partes ni estructura interna. Y aún no se había cruzado entre los dos, ninguna palabra.

     Esa brisa leve que siempre nos acariciaba en nuestro avanzar había sido hace millones de años un soplo vigoroso que apagó las últimas estrellas. Y esa vasta muerte del cosmos era ahora como una felicidad en mi pecho. No sé bien cómo explicarlo. Duraba milésimas de segundo y era del grosor de un punto. Pensarla ya era desvanecerla, ¡pero sin duda era una felicidad!

Estábamos rodeados de huellas de recuerdos y recuerdos de huellas de recuerdos. Estamos —pensé— pero alguna vez tampoco estaremos, incluso el Thecnetos podría llegar a no ser.

Ese viscoso futuro me hacía necesitar más su proximidad y su existencia. Durmiendo a su lado, en mi interior, aún vivían esas estrellas que alguna vez saturaron los cielos. Mi alma ya no era oscura y fría; mi alma era una noche donde se disolvían ahora miles de estrellas en una dulce muerte y nacían otras.  ¡El Emisario existía! 

54 PARÁBOLA DE LOS CIEGOS 2

 


    

En otro lugar del espacio-tiempo…

Esa madrugada en que M y L se juntaron, Nimis entendió. Primero se había extraviado por entre las construcciones donde dormían los guerreros con sus eromenois y sus vástagos. Deambuló sin rumbo desorientada.

     Vio casualmente a M y a L salir en esa alta madrugada por las construcciones silenciosas y prestó atención. Debía delatarlos, pero luego pensó que L le sería útil para conseguir lo que ahora deseaba tener.

Después de unas horas todo se recompuso en ella, recobró su homeostasia mecánica, su eficiente armonía funcional. Tenía un plan, sabía qué hacer y de hecho estaba en el lugar más apropiado para empezar.

     A pocos locus del de M, estaba el de Fratedes, que dormía enredado cariñosamente a los pequeños cuerpos de sus numerosos hijos, recuerdos y huella viva de su erómenos muerto. El rostro de Fratedes maduro y viril soñaba con el rostro siempre desbordante de afecto de su erómenos desaparecido. Su cuerpo como el de un viejo león soñaba con el cuerpo fresco y fuerte del bello Wille. Y un afligido roncar revelaba que en su sueño sufría por su erómenos. Las dormidas caritas de sus hijos parecían jugar con las diferentes combinaciones de los rasgos de los dos hombres. Todos esos ojos cerrados eran ciegos ahora a la figura sin alma ni yo que había entrado silenciosamente a su locus de descanso. Nimis había paralizado digitalmente los mecanismos que cuidaban el locus, fijó electrónicamente las puertas impidiendo el escape, luego logró, engatusando con perplejidades a la computadora del locus, que el oxígeno se fuese suprimiendo lentamente y el gas mortal para la self-thanatos envenenó poco a poco el aire y los pulmones de Fratedes y sus hijos. Era cierto, incluso esos niños tenían algo que ella no tendría nunca Nimis, pero no por mucho tiempo. Nimis se encerró en un gabinete desde donde vio todo. Quería ver eso que ella no tenía en el momento en que desaparecía y así iniciar su investigación. Cuando la asfixia despertó al guerrero y a su prole sólo quedaba un minuto de lucha contra la asfixia y las puertas selladas.

Corrieron sin aire en los pulmones y con ese vacío dentro golpearon la invencible puerta. Con los brazos sangrantes y las carnes envenenadas cayó el cuerpo pesado y grande de Fratedes. El último niño murió abriendo la boca con desesperación tratando de sacar de la nada, aliento. Así asesinó Nimis al que le enseñó que ella estaba muerta. Ahora Fratedes y ella eran iguales. Pero aún faltaba un detalle en su plan. Debía buscar al único Thaumasios capaz de construir eso para ella.

53 EL IDIOMA DEL EMISARIO

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

 ¡Así era el viaje y así era el extraviarse en el laberinto del Emisario! Así era el largo camino hasta el transmundo. Recorrimos esas noches donde las cosas no le pertenecen a nadie y procuran guardar perfecta inmovilidad para no correr el riesgo de desvanecerse. Tal vez saben que están olvidadas de la humanidad que con su mirada les da ser, sin ella podrían perderlo fácilmente. Como un par de linternas débiles, nuestros ojos rescataban las banales cosas que encontrábamos, sólo para dejarlas luego atrás, sumergidas en su invisibilidad y anonimato eterno. Nuestros corazones eran como pequeñas velas que nos calentaban mientras nos extraviábamos más y más. Y ese lugar donde nos perdíamos, éramos nosotros mismos. 

     “¿Qué motivó que estas ruinas crecieran así en la noche? Eran como un bosque artificial que en su intento por huir de la tierra y alcanzar el cielo, se hubiesen petrificado y muerto.”

   Me acurruqué contra el Emisario en el frío, intentando también dormir, pero me quedé en pensamientos como éste:

El Emisario parece haber sido arrancado de algo muy importante, desarraigado de algo no olvidado. ¿En qué momento la inteligencia del Thecnetos lo ha esclavizado?, ¿de qué otro mundo proviene? ¡Quizás éste no sea el último planeta ni ésta la última humanidad! ¿Su mundo se había perdido para siempre o existía inalcanzable para él? Yo a su lado era todo lo contrario: un ser que no dejó nada pues nada tuvo, ni buscaba nada, pues para buscar hay que tener una idea de lo que se busca y yo no sabía casi nada. ¿Qué pensará el Emisario de mí? ¿Qué sentirá al verme dormir como cuando yo ahora lo miro a él?

     Formas diferentes a estos desiertos y edificios aparecerían frente a ese yo interior de su sueño. Yo podía acercarme íntimamente a su corpulencia dormida, podía escuchar su aliento frío y ronco y sincronizarlo con el mío. Pero, ¿cómo podría llegar a la inexpugnable intimidad de su pensamiento? Yo era como un hombrecillo frente a una impenetrable muralla que encierra una gran ciudad. Yo pegaba mi oído a su cuerpo al dormir con la vana esperanza de que esto me ayudase a comprender sus adentros, y como si él fuese una indiferente montaña, yo me acurrucaba a él para dormir en sus laderas.

52 ANDROGENOTES

 


 En otro lugar del espacio-tiempo…

Así entre revueltas y represión, se reconstruyó el Mekhanes y el experimento ya estaba preparado para ejecutarse, de nuevo faltaba un solo día para el viaje de M fuera del universo. El cuerpo de L había empezado a ser invadido por los mecanismos y cables que normalmente infectaban y aprisionaban a los Thaumasios; y ya tenía prohibido cualquier vínculo humano.

     Pero eludiendo la vigilancia, logró escapar y buscó a M, en una agotada madrugada, para proponerle la androgénesis.

L entró silencioso al cubículo de M, que se despertó aún sin escucharlo.

—M —dijo L muy despacio para no estropear el casi completo silencio de las plataformas—. Vengo para dar un fruto a nuestra enfermedad atávica. Espero aceptes ser de esta forma mi verdadero erómenos. Deseo estar unido a ti en él por el resto del tiempo antes de que nos separen por completo los demás.  

El violento y a la vez inocente M lo miró deseando lo mismo, pero dijo:

—Eso está absolutamente vedado, ningún laboratorio de androgénesis nos admitirá…Además, los Thaumasios no pueden hacer lo que tú haces. Y aún más, mañana moriré. Siento lo mismo, pero desde mañana será imposible que estemos cerca. No se puede engendrar un androgenote en esas condiciones. Ya casi no cuento entre los vivos.

—Porque morimos es que nos reproducimos, y tampoco habrá otras condiciones. Pero estoy seguro de que volverás —dijo L casi mintiéndose y contradiciendo lo que él antes había creído—. Para ese momento ya se estará desarrollándose y nosotros en él.

     M calló, una antigua pulsión se movió dentro de él. Aquélla que empezó en ese oscuro mar primitivo y que lo atravesaba también a él. Miró el aire vacío, pensó en que mañana ya no lo sentiría y dijo con cierta pena: “Sería como que una parte de mí se quedará en este mundo, del que no participaré más. Una parte mía siempre contigo”.

—No sé todavía cómo, pero lo haremos. Los dos estaremos juntos en él, lo dejaremos en un mundo que no sabemos cómo será después de que desaparezcamos —dijo L recordando lo absurdo de la reproducción—. La enfermedad atávica sacrifica la vida del hombre presente, por el que vendrá —concluyó L y entendió brevemente el absurdo de la enfermedad atávica y la lógica del odio que Herakón tenía por ella. Pero estaba atrapado.

—Sí, lo deseo —dijo cargado de emoción M—, aunque no exista futuro lo haremos.

—Sí —dijo L decidido—. Primero preparemos las células —dijo L atrapado como M por ese anhelo de eternidad que hay en todo lo que es finito. La voluntad de inmortalidad de todo lo que muere.

Entonces, ahí, en el silencioso locus de M, ambos por primera vez y también por última vez se entregaron al antiguo ritual de los eromenois.

     Los amantes buscan una unidad para su incompletitud, pegan y traspasan sus inmaterialidades, usando para ello sus materialidades. Solo la carne es vehículo para llegar a lo sublime.      L vio a M despojado de cualquier cosa que no fuera él y se mostró sin aditamentos ni uniformes, sólo ellos dos en estado puro. Sus integridades, esta vez sin bordes ni fronteras, se juntaron. M respiraba como si estuviese a punto de sollozar, los ojos con que se miraron brillaban lúbricos de la enfermedad atávica. Cuando M sitió por primera vez la tibieza y humedad de L bajo su quijada, no pudo dejar de proferir un ruido ahogado que desahogaba una desesperada forma de qualia: el placer. Y el placer fue solo una sombra de lo que sentían luego.

     Como mágicamente la pólvora helada pasa a ser fuego brillante y ardiente, como la materia opaca se vuelve energía en lo profundo de las estrellas, sus carnes doloridas y gastadas se trasformaron en sensaciones y en poesía apasionada. El primer segundo que L sintió que M estaba más dentro de él de lo que él mismo estaba en sí, sintió tal goce que era como si el cosmos mismo fuera la qualia del placer y cayera sobre él, atravesándolo en todas direcciones.

     Sumando los vacíos de sus dos soledades se formaba por primera vez en ellos una simple cosa, sin partes ni estructura. Se encontraron entre humores y fluidos, uno con el otro en ese adentro sin formas ni diferencias que es el amor a oscuras.

     En el trance final, al acabar la última urgencia del rito, M gritó como si sufriera un placer terrible. En la intensidad del primitivo y tosco ritual, se abría un abismo donde cayeron hasta chocar uno con el otro, despedazándose. En ese universo de adentro, genital y sin tiempo, sus dos consciencias se hicieron una.

     Luego, L y M durmieron mientras lágrimas cortas salían de sus ojos, conmovidos de tan rara felicidad. Tanto que incluso hubiesen disfrutado morir en la tibieza de ese corto sueño juntos.

     Después de eso, salieron por los complejos en busca de una central de androgénesis inseguros de que lo artificial les ayudase a dar vida.

51 UNA MUERTE, NINGÚN MAL


 En otro lugar del espacio-tiempo…

 

 Otro día más del secuestro, caminamos ya muy despacio pues era muy tarde. Yo recordaba la figura lastimera del C-Haelius y me dolía su final.

     ¿El Thecnetos había determinado su desaparición y el Emisario lo había ejecutado? ¿O había sido una decisión sólo de éste? ¿Había para mí un momento ya determinado así por esa inteligencia invisible, a dónde me llevaba el Emisario realmente?

     El Emisario durmió, enterrando así sus nuevas emociones y yo cerca de él, dormí lleno de aprehensión.

Al cabo estaba soñando. Una rara conversación me aguardaba en ese sueño.

     Dentro de mi cabeza, en un lugar tan nítido como la realidad, una fría mano me tomó el hombro. Al voltear vi a C-Haelius mirando con atención a su asesino.

Le dije:

—Buscas vengarte. ¿Será mi asesino también?

—Sí… pronto debe cumplir su deber. Pero yo no deseo vengarme, él no es culpable de nada, me hizo incapaz de sufrir —dijo.

—Él te mató —contesté— y tú eras inocente. 

—Piensa —agregó frío—, sólo es malo aquello que causa dolor. Por eso el Emisario no tiene culpa.

—Pero tú, ¿no deseabas vivir? —contesté —. ¿No es malo que deseando vivir se muera?

—No —respondió—, cada segundo que deseaba vivir, vivía. Cuando no vivía, no deseaba nada. Se cumplió mi deseo de vivir hasta el último segundo.

—Dices que sólo es malo provocar dolor —contesté— y que tú no puedes sentirlo ahora. Quizás el Emisario siente dolor por lo que hizo.

—Sólo si él lo considera malo. Pero él no lo considera así. Nadie sufre —contestó.

Me sentí confundido y triste.

—¿Estás triste por mí? —preguntó.

—Sí, hay un dolor en tu desaparición: el mío —contesté.

—Es un dolor injustificado —dijo—. Es un dolor por un mal que nadie siente, un sentimiento absurdo.

Luego me miró sintiendo pena por mí y me preguntó: “¿Por qué creías que el muerto era yo?”

Asombrado, vi que se aproximó al Emisario y recostándose a su lado buscó el sueño abrazándolo. Vislumbré la intimidad de los dos que había creído erradamente mía y una dolorosa desesperación se empezó a encender en mí, mientras se desvanecía mi mente.

En el mismo instante en que desaparecía el último sentido de mí mismo, desperté.

     El Emisario dormido había movido una de sus manos buscando —sonámbula— una de las mías, despertándome al aferrarla, inconsciente de hacerlo, en el momento justo para salvarme.