miércoles, 26 de enero de 2022

20 BIOLOGÍA DE LA MUERTE

 


En otro punto del espacio y el tiempo…

 

La noticia de la desaparición de los animales meta-dimensionales se infiltró en la población, fue conocida por toda la meta-corporación y también por sus enemigas.

Inicialmente no hubo ninguna reacción, pero pronto empezó a germinar la desesperación y el horror por todo el universo. Se paralizaron las batallas en todos lados del oscuro Aether.

Ésta sería la última generación humana, el fin de la materia. Era ineludible.

     Tras un período de indiferencia se reanudaron las guerras, pero con más fuerza y número, guerras desesperadas, sin estrategias ni objetivos claros. Al parecer ahora era más crucial que nunca vencer a las demás metacorporaciones, dada la precariedad de la materia y el tiempo que restaban.

     Así una numerosa y total hecatombe carcomió la vida a lo largo del oscuro universo. La meta-corporación local no demoró tampoco en atacar, pero dada la multitud de meta-corporaciones ahora enemigas, el ataque era siempre insuficiente. Matar a las cercanas y esperar que las lejanas se maten era la consigna. Igualmente, dada la magnitud de esta batalla exasperada, la meta-corporación local se redujo en pocos días a sólo unos pocos millones de sistemas. La imposibilidad de una solución permanente llevó luego a una larga calma y un cese de las guerras. Así, los seres humanos, sin expectativa de vivir, perdieron la motivación de matar. Desahuciada, la población se entregó de lleno al antiquísimo vicio colectivo: la vida virtual, esta había evolucionado de antiguas formas de arte, el hombre siempre se había enviciado en vivir experiencias falsas; la música los hacia vivir emociones inexistentes, algunas extremas, la literatura sumaba a las emociones de mentira, acciones imaginarias, el cine y la realidad virtual aumentaron la ficción, pero nada era tan preciso como la vida virtual, los hombres subjetivamente satisfechos de sus vida inventadas, dejaron en realidad de vivir. La vida virtual había llegado a sus últimos extremos de realismo y emoción, miles de veces más completa y nítida que la pobre vida real, el hombre común podía vivir las experiencias más extraordinarias y sublimes, había diversas obras famosas, a veces tomaba una vida consumirlas, pero ahora una llamada Thecnetos, se había hecho muy popular.

     Pero no todos querían morir soñando. Resquebrajada la prisión de L, este deseó explorar unos pasos aquel mundo de afuera, pero ese mundo que exploró no era el de antes.

Todo perdía su función y, por lo tanto, su forma. Las formas son el vehículo del ser para realizarse en la realidad. Y esta se perdía. En el desorden social que quedó nadie sabía su lugar, lo que somos no depende del pasado como muchos creen, sino de nuestra proyección al futuro, de nuestra expectativa y nuestros planes. Pero ahora, sin futuro ni destino, nadie sabía quién era. La estructura social de la meta-corporación local se disolvía y perdía, cayendo sobre sí misma a pesar de los esfuerzos de los Zombis Hekantokeinos y los Thaumasios. Así las partes antes separadas de ese meta-organismo se combinaban con otras, antes aisladas de ellas. Por eso M y L se encontraron entre el caos, en esos últimos días de la humanidad.

     En el anonimato de la noche, en un lugar cualquiera M susurraba una sensible canción al aire helado, sucumbido de melancolía, cerca el viejo Fratedes sostenía con ternura a su eromenos Wille, entre las oscuridades Fratedes notó con su único ojo que un invisible técnico los espiaba, supo que no era la primera vez. Sutil, tomo la mano de su erómenos y dejo a solas a M. Antes de terminar de irse regresó la cabeza a mirar a los dos eromenois que recién ese día se conocerían. Sintió conmiseración por ese par de engranajes que no calzaban entre si y que no conocerían la felicidad que el sí tenía con el tierno Wille.  

     A pesar del consejo de su tutor Ahelios, L llevado por un irrazonable instinto, había averiguado como hallar al guerrero y aún sin conocerlo lo había expiado por semanas. Se justificaba racionalmente pues estaba estudiando a M y a sí mismo. Pero la noche que escuchó ese triste canto en la boca del acromegálico guerrero, algo nuevo tomó las riendas de su voluntad. Fallo su razón, en el acaso, peor error de su vida.  Así pues, en esos días en que las cosas dejaban de ser lo que eran, M y L se hallaron en secreto y desde que se vieron no dejaron un día de buscarse. Todos los días los gastaban en contemplarse y tratar de comprenderse. Acaso con tiempo hubieran llegado a entenderse, si no fuera porque eran muy pocos los días que le quedaban a la humanidad.

19 CONSIDERACIONES PARANOICAS

 Al otro extremo de una distancia infinita…

      Las cartas eran un mapa borroso hacia el misterioso transmundo, mi corazón que había nacido muerto y moriría muerto ahora soñaba con vivir en aquel lugar.  Sólo quedaba llegar a él. Pero llegar ¿era posible?

 

¡Oh, castigo de los vicios! Obsesionado por entender lo que me pasaba al leer las cartas, llegué a extravagantes hipótesis y finalmente di en una terrible:

Sólo hay un lenguaje por cada ser humano. Yo entiendo este lenguaje, por lo tanto, esas cartas sólo las pude haber escrito yo. Si el idioma que pienso y nunca pronuncio es sólo mío, hay otros en mí que escribieron estas palabras y si no las entiendo ahora, es que estoy perdido en mí mismo, de mí mismo. Por eso no sé quién soy.

Tirité de horror en la habitación vacía.

     Entonces, dentro de mí —en mi locura— vivían otras personalidades; unas separadas de las otras. Yo ahora me tropezaba, por accidente, con la correspondencia que se enviaban esas otras personalidades secretas que vivían en mí. Sólo eso explicaría la familiaridad que me producían y la premonición de comprender algo que no comprendía nunca.

     Quizás hace mucho se había resuelto una batalla en mí por la dominación de mi consciencia. Yo había perdido y había sido condenado a desaparecer. Relegado, ahora yo sólo era cuando el otro se distraía, cuando olvidaba, cuando se cansaba de pensar. Quizás el otro vivía en un planeta distinto, en ese transmundo coherente y real; y yo estaba extraviado dentro de ese otro yo, habitando sólo sus distracciones, sus desvaríos. Quizás, tú lector, que me acompañas en estas elucubraciones, compartes este irreal rincón conmigo, en algún lugar olvidado de la mente de un desconocido.

     O eres tú el real dueño de lo que creí mi consciencia y escuchas con desdén las meditaciones de algo perdido dentro de ti.  Algo que por más que te esfuerces, no puedes silenciar.

     En fin, esa hipótesis me llenó de una indecible melancolía, más que por confirmar mi enajenación, por romperse mi sueño de poder investigar y alcanzar la soñada vida exterior. De hecho, si esto es cierto, no hay vida exterior real, ni hay Emisario ni hay Thecnetos. El transmundo de perfección no sería más que un sueño, tejido con nadas.

     Así yo giraba en esas solitarias masturbaciones emocionales, saltando desordenadamente de conjetura en conjetura.

     Pronto olvidé la hipótesis de la locura y felizmente no regresé a ella nunca.

 

Fui como el dormido que toma momentáneamente consciencia de que sueña y luego las formas del sueño lo atrapan y lo vuelven a engañar, hundiéndolo ya sin esperanza de emerger del error.

18 UN SUEÑO DE L

 


Al otro extremo del espacio-tiempo…

 La evanescente y artificial madrugada se va despertando, delineando las construcciones de Plouton, una ciudad colgando y creciendo sobre los restos de otra despedazada hace ya mucho y que a su vez se hizo con las partes deformes de otra más antigua y una vez más, y así hasta a lo incontable. Quedando una retorcida ciudad llena de recovecos y pasajes inútiles, de monstruosas cosas grandes ya sin uso y entre tantos puntos laberínticos, el locus de L, donde dormía un sueño intranquilo como todos los que tuvo desde el día del informe traído por M y Ayazx. En sus sueños, construidos de un inconsistente material (el mismo que edificaba su vigilia), volvía al locus de Herakón, éste se hallaba aún sentado de espaldas y a más altura de él, pero unas escaleras, que L no había notado en la vigilia, llegaban hasta el Thaumasios.

     Suavemente L subió las negras y lustrosas gradas, aterrado pero curioso de ver el rostro del oscuro sabio, tan superior a todos y a él mismo. Éste a su vez, empezó a girar lentamente en su silla, deseoso de mostrarse a L. Cuando los dos movimientos lentos y sincrónicos como administrados por secretos engranajes terminaron coincidiendo en su final, L se encontró con la profunda mirada de un hombre descomunal; M ocupaba el asiento del Thaumasios Herakón, su figura sobrecargada de músculos sobrepasaba las dimensiones de aquel trono y de los instrumentos conectados a él. M miró intensamente a L y sin mover los labios, dijo estas raras palabras:

También sueño contigo.

     Después M calló conmovido, reprimiendo un gesto acongojado o anhelante, una frase titubeaba en su boca y pasaron los segundos frenándola, luego mirando a L la dejó libre:

Hay otro que lee tus cartas.

     Al despertar L sintió una enfermiza tristeza. Pensó en ese nebuloso gigante hecho ahora sólo de un incompleto recuerdo. Le peso que pronto, cuando acabase el universo, como su teoría sostenía, M acabaría. Pero ¿por qué le importaba el destino de ese desconocido? Sabía muy bien que la aversión a la muerte no se justificaba racionalmente en algo malo que en ella haya, sino solo en un instinto primitivo. Un truco de la ciega evolución que obligaba a los seres vivos a querer vivir sin ningún motivo verdaderamente válido. A él no le importaba vivir o morir, pero M…Por un segundo L deseó salvar al mundo solo para que M siga existiendo y poder entenderlo. Cogió un papel y escribió una segunda carta solo para exorcizar esas erradas emociones:

 

M.:

Sobre mi tristeza de hoy,

El verdadero meollo del asunto es que…

17 CARTAS DESDE EL MÁS ALLÁ

 


Muy lejos de ahí…

 

  Esa carta creó en mí un deseo vano de conocer ese otro universo, no podía flotar en las lejanías del Ouranos que estaba vacío, debía estar en algún otro lugar del último planeta. Decidí que empezaría la exploración de los desiertos y viajaría hasta ese soñado “transmundo”, para lograrlo debía seguir engañando a los Mekhanes y sobrevivir´. Después me dejaría matar por el Thecnetos. Para lograrlo primero estudiaría la carta; dedicaría a ella los próximos días. Ella me entregó pronto emociones raras y nuevas. Examinaría tranquilo y a salvo las costumbres de una humanidad de la que yo era extranjero, de la que todos —paradójicamente— éramos extranjeros. ¡Esa vida debía estar llena de oscuridad y de inquietud!

 

     La volví a leer tratando de entender algo más, pero no encontraba nada claro de su autor: L, ni de su destinatario, M. Era muy perturbador lo del lenguaje. Sé que sólo las máquinas tienen un lenguaje común que fluye por todos lados y épocas y que el ser humano no tiene nada parecido. Sé que la lengua que cada uno inventa en soledad es un atavismo. Un tosco acto reflejo que no comunica ni puede vincular a una comunidad, dado que ya no hay ninguna comunidad, ni tampoco nada que comunicar. Por eso, yo no debería entender la carta ni siquiera a medias. ¡Eso era extremadamente extraño! A menos que no se trate de una comunicación entre seres humanos remotos, sino entre máquinas o entre el Emisario y el Thecnetos. Releí la carta y noté que esto era imposible. Pero, por otro lado, toda investigación parte de las dudas, no de las certezas. La incomprensión no es razón para desistir, sino más bien para empezar a investigar. Me animaba así, hasta que un vacío parecido a un miedo me asaltaba. ¿Al estudiar la carta y posponer mi muerte estaría desobedeciendo al Dios del Thecnetos? O más grave: ¿Era posible desobedecer al Thecnetos si éste realmente era un Dios?

 

     No sé... Las palabras no eran las de un solitario ni las de una máquina que, como suponía, eran los únicos habitantes de este “único” mundo. Y lo más raro, noté una tenue sensación de familiaridad en ellas. Una especie de íntima comunicación entre esos dos personajes y yo, no de contenido, sino de otro tipo y esto era lo más grave.

     ¡Si sólo hubiese sido una carta! En pocos días la habría olvidado, como he olvidado a mi corta edad ya tantas cosas.

     ¡Cuántas ciudades de rara geometría he recorrido y olvidado! ¡Por cuántos jardines extraños de piedra y arena he vagado! ¡Cuántas estatuas de gigantes hallé! Unos melancólicos, otros férreos, sus cuerpos como cadáveres de piedra he visitado, he admirado y ahora ya se han disuelto, ya se han ido. No son. Los olvidé.

    

De todos los problemas que me causó la carta, el peor era este fugaz sentimiento de familiaridad; por eso mi emoción de hallarla había sido una ingenua temeridad.

 Me había emocionado la primera entrega en una serie que me destruiría y de la que muy pronto no podría huir.

16 ZOMBIS HEKANTOKEINOS

 



En los confines sin fondo de otra noche…

 –No quedan más dudas de que ya no hay animales meta-dimensionales —Dijeron los Zombis Hekantokeinos— Ya habíamos sospechado esto en nuestras propias investigaciones y fueron comprobadas al compararlas con las que habían hecho otras meta-corporaciones. Pero al fin hallamos un modo teórico de comprobarlo gracias a su teoría.

 

–No lo tuve claro por mucho tiempo, pero llevaba tiempo sospechándolo —dijo Herakón que había presentado los modelos técnicos de L como suyos. Consideró una inapropiada extravagancia del azar que esa teoría apareciera en un oscuro técnico y no en él. Además, después de entenderla le parecía tan obvia que estaba seguro de que era inevitablemente desarrollarla. Creyó incluso identificar el germen de esas ideas en sus pasadas reflexiones. Pensó también que todas las personas que llegan a una misma conclusión eran propietarias de esa idea y que era superficial tomar en cuenta quien lo hizo primero.  De las ideas no importa quien las descubre primero, eso es frívolo, solo importa si son ciertas o falsas.

–Ahora es evidente que los animales meta-dimensionales se han extinguido o que se han suicidado —agregó Herakón— o algo los mató.

–Comprende por qué, ¿no? —dijeron los Zombis Hekantokeinos.

–Sí —dijo Herakón feliz de comprobar que era cierto el fin— El universo ya está muy cerca de su desaparición, la anti-entropía ya es muy escasa y aquellos seres eran demasiado complejos para sobrevivir, solo lo simple sobrevivirá…Las civilizaciones no podrán seguir desarrollándose en el futuro cercano más allá de una sola generación. Esta generación.

–Urge una solución —dijeron los Zombis Hekantokeinos— la humanidad no puede dejar de existir.

–No hay modo de luchar, por otro lado, la vida de cada quien no dura más que una generación, ¿por qué lamentarnos? —Dijo Herakón— Una sola generación es lo único que siempre ha podido vivir una persona, no hay diferencia para cada individuo si hay otras en el futuro o no. Dejemos piadosamente morir a la humanidad y dejemos vivir su única vida a los hombres que ya existen.

–El único objetivo de la vida es seguir viviendo, nosotros desaparecemos, pero no debe desaparecer la humanidad, si no lo hacemos dejamos de ser seres vivos y no tendría sentido ser. Las piezas del ajedrez pueden desaparecer, pero el juego debe continuar.

Herakón sintió ese asco de saber que hablaba con máquinas que perpetuaban un inconsciente proceso: la vida, pero el mismo estaba subordinado a ella y a la meta-corporación.

– ¿Cuáles son las órdenes del anti-Hekantokeinos? —pregunto Herakón.

–Debemos hallar una solución respondieron.

–No la hay —dijo Herakón—No para nosotros los seres humanos, acaso sí para la humanidad. Los seres humanos son cosas de 4 dimensiones y morirán. [1]

–Debemos diseñar un proyecto para encontrar una salida —dijeron los zombis híper-cognitivos del Hekantokeinos— Deberá reestructurar la organización de sus planetas y colonias subordinadas a la búsqueda de una salida. Use toda la anti entropía disponible; además es de suma urgencia hallar un nivel más profundo a nuestras teorías meta-filosóficas. La tecnología para salvarnos solo se conseguirá con nueva ciencia.

 

Luego de sus cortas órdenes. Los Zombis Hekantokeinos dejaron a Herakón y volvieron al nebuloso recinto artificial donde estos humanos sin alma “viven”. Herakón quedó solo una vez terminado el encuentro virtual con los poderosos dueños de la metacorporación. En su casi artificial interior, de entre su yo hecho de lógica y razón, el veneno de una alegría se elevó, su felicidad de poder ver la muerte de lo que más odiaba: la vida.

 

–Cuando veo la torva humanidad afanada solo en multiplicarse —pensó Herakón— sólo una palabra pulsa en mi mente: ¡aniquilación! Por fin terminará esta absurda reacción en cadena. Este ajedrez donde los hombres no son los jugadores, y en el que nunca ganan ni pierden. La calma y perfección del fin se acerca. ¡Que acabe la vida!, por fin, después de trillones de años de existencia que deje de multiplicarse la molécula germinal. Todo cesará —pensó anhelante y aliviado Herakón— y todo por fin será perfecta coherencia y vacío.

     Y extenuado, se dejó desvanecer por el cansancio entre sus equipos de mantenimiento. Al día siguiente cuando despertó de su sueño sin imágenes ni formas, Herakón dispuso la reorganización de la metacorporación para diseñar una salida, confiaba que era imposible hallarla. Su estructura e integrantes se iban formando en su mente casi dormida. En pocos días empezaría la construcción. La vida y destinos de todos cambiarían, subordinada a la nueva misión de la meta-corporación. Todos los personajes dejarían sus habituales responsabilidades para esta búsqueda.

 

Y accidentalmente Herakón uniría dos destinos que habían nacido para vivir separados.



[1] Un ser unidimensional es una línea, un ser bidimensional es un plano, un ser tridimensional es un volumen. Un ser tetra-dimensional es un volumen en movimiento: el tiempo.

15 ESCOMBROS DE FILOSOFÍAS

 


En el otro borde de la eternidad…

      Mis días acababan, pero necesitaba urgentemente unos más, por años había estudiado a los Mekhanes, desesperado alteré el mecanismo de uno, al final, no sé cómo, logré revertir su mortal misión. Ganaría unos segundos más de vida, días para pensar. Era una minúscula sublevación al omnipotente Thecnetos. Mientras mis carnes volvían a ser recompuestas por el Mekhanes reprogramado, una voz en mi mente empezó a hablar, despertada por la perturbadora carta:

 “¿Cómo verán el mundo L y M?”. “¿Lo verán con los mismos colores con que yo los veo? ¿O sus mentes organizarán de otra manera el baño de estímulos que reciben sus sentidos?” “¿Qué se sentirá ser otro?” “¿Qué diferencia habrá en sentirse uno, siendo otro?”

     Soy una cosa, pero una cosa que siente. Pero las cosas son un ser, sin consciencia de serlo. Mi yo siente y piensa. Pero sentir era todo lo contrario de ser una cosa, pues éstas —creo— no sienten. Y como la materia es lo único que hay en la naturaleza, significaba que tener un yo era no ser parte de la naturaleza. Era entonces no ser.

     Mientras el Mekhanes alterado me salva, miro sobre la arena a un hermoso y resquebrajado guerrero de piedra, caído obscenamente boca arriba hace millones de años. Veo sus frio color gris. Cuando dejo de verlo, ese guerrero es, sin color sin forma, pero es. Lo que significa que no es realmente color y forma. Y que solo veo lo secundario de él, lo deleznable. Por eso el meollo más íntimo del guerrero de piedra es invisible. Lo que siento al rozar su desmesurada musculatura no es la estatua. Soy entonces un ciego.

     Lo que se pone frente a mi yo, sólo es un diagrama dibujado por mi mente para orientarme en la oscuridad del otro mundo, el mundo de las cosas que no se pueden sentir ¿Cómo será en verdad el ser transparente de aquel voluminoso gigante de piedra marcado por esa cicatriz? Ese hombre poderoso que duerme sin respirar desde hace milenios.

     El mundo real está tejido de una sustancia sin color y sin forma. Será, pienso, que los sentidos son canales demasiado estrechos, por los que no puede pasar el mundo hasta nosotros. Así que diríamos que nuestro yo está solo y lo que parece rodearlo son emanaciones de él mismo. Pedazos del yo que sustituyen a las cosas de afuera, remplazándolas, sin llegar a conocerlas directamente. Así como tampoco el hombre a través del Emisario llega a conocer al Thecnetos, que es imposible de ser conocido…

     Después la voz en mí, calló. ¿Esa voz era yo? Aunque lo fuese, debía dejar de pensar y volver a la inercia. Pronto.

     Pero la larga soledad y un tiempo ilimitado para pensar como única actividad posible, me hizo caer de nuevo. Rodeado del absurdo mundo real, soñaba con la perfección y coherencia del transmundo, que a través de la carta había vislumbrado. Un cálido mundo de coherencias flotaba lejos de mí.

     Volveré a la carta, la cual contenía abundantes neologismos. Lo demás era comprensible sólo a medias, pero aun así era un milagroso accidente, una valiosísima pieza de investigación. Por ella sabría algo cierto sobre la vida en el más allá, y podría —sin peligro— escudriñar en mis ultra-remotos vecinos.

     No importaba que no la entendiera en ese momento y dejó de preocuparme la evidencia de un error en el Thecnetos. Mi vida está saturada de hechos inexplicables y de aparentes errores.

Siendo la vida como es para el hombre moderno, sólo un perito podría distinguir lo normal de la locura o de los sueños. Para darle sentido a lo que ven nuestros ojos carecemos de ciencia y aun de superstición. 

14 PALABRAS A UNA ESPALDA

 


Al otro extremo de un negro abismo…

 –Tiene 4 minutos para hablar con Herakón. Por favor sea muy preciso —dijo un androide-qualia[1] al técnico L.

L entró al metálico locus del Thaumasios, que lo espera sentado de espaldas a él en un alto reclinatorio. Atravesado de cables, le habló desde esta arrogante posición siempre de espaldas.

–Técnico Ahelios hemos recibido su descubrimiento de la desaparición de los animales meta-dimensionales y un informe de una pequeña teoría que lo predecía. Es muy inesperado —dijo Herakón desde su superioridad intelectual.

–No soy Ahelios —dijo L inseguro— soy su ayudante L.

Herakón se incomodó terriblemente, este error le restaría valioso tiempo de trabajo de las urgentes actividades en las que se extenuaba. Incómodo se dirigió al androide-qualia:

– ¿Por qué estoy hablando con ese subordinado? Retírelo.

–Al parecer él predijo la desaparición de los anímales meta-dimensionales —dijo el androide-qualia— y tiene una teoría con la que realizó su predicción, sólo él la puede explicar.

Herakón aún de espaldas y distante a L, quedó callado.

Luego dijo impersonal:

–Explíquese.

–He dejado los pormenores matemáticos de mi predicción al androide-qualia, para que Ud. los revise —dijo L con cautela—, al parecer la desaparición de los animales meta-dimensionales significa otra cosa aún más grave…Aunque en realidad es indiferente —concluyó para sí meditando.  

L esperó un comentario o pregunta de Herakón para continuar, pero éste no dijo nada. Luego de un cierto silencio el androide-qualia le indicó con gestos a L que prosiguiese.

–Según mi teoría el universo está pronto a volverse inhabitable, la materia desaparecerá, por eso los animales meta-dimensionales han desaparecido. Es decir, han huido. Nosotros quedaremos atrapados en un universo mortal.

El androide-qualia escuchó aterrado.

Herakón no contestó nada. Y prosiguió inmóvil, sin voltearse nunca, como si L ya se hubiese retirado o como si nunca hubiese estado presente. L agregó con voz muy baja:

–Esta será la última generación humana que se pueda sostener en el cosmos…

  

  El androide-qualia indico a L que la reunión había acabado y este se fue ofuscado. L sintió que había cometido un gran error al molestar al Thaumasios con una teoría tan extravagante y dudosa. Un incómodo bochorno inundó su ánimo.

     Por su lado, Herakón sintió alivio de la retirada silenciosa de L, había desperdiciado irremediablemente aquel tiempo con un funcionario con ideas ridículas típicas de su edad. Velozmente empezó revisar la información técnica de la teoría que ya había ingresado por el cableado que traspasaba su cerebro. No demoraba nunca más de unos segundos para que Herakón hallara contradicciones en los trabajos de los técnicos y los descartara. Pero la teoría que L había dejado asombrosamente se resistía al análisis, pasado un tiempo parecía no contener ningún error. Página tras página no había contradicciones o suposiciones vacías. Herakón avanzó hasta las profundidades de aquella rara teoría sin tropezar con ningún error. Pero lo que más turbó a la lucidez de Herakón fue que tuvo por un momento que regresar y esforzarse para entender un detalle de su estructura teórica. Nunca en su vida, que había durado varias centurias, había experimentado esa confusión y jamás había tenido que regresar a leer un párrafo para entender mejor. Debía haber un error, era imposible que pasase. En su cerebro, hecho solo de serenas razones, apareció luego de siglos una impertinente emoción: la desazón.

     Una vez que terminó de estudiar el informe, entendió inmediatamente su significado, luego se reuniría virtualmente con los Zombis Hekantokeinos, últimos responsables de la meta-corporación.

Por otro lado, los órganos casi artificiales de Herakón no dejaron de notar el humor químico que había expelido L en su locus; lo examinó: eran derivados químicos de feniletilamina y de oxitocina.

 

     No se debían al nerviosismo típico de los que hablaban con el terrible Thaumasios, Herakón identificó otra cosa prohibida en el cerebro de aquel técnico además de aquella presuntuosa inteligencia.

 

Algo que perdería al dueño de esa inteligencia. Y que vengaría aquel indebido insulto de lo inferior a lo superior.



[1] Autómatas con consciencia

13 LA PRIMERA CARTA



En las remotas distancias del Ouranos…

      Yo apenas sobrevivía sin apoyo artificial. Ya sentía la falta de oxígeno y sustento en mis tejidos, pero aún tenía un poco de tiempo.

Una noche, un terrible ruido me despertó. Su fuerza me crispó. Después de semanas de silencio absoluto, ese ruido era como un cataclismo. En medio de mi turbación noté en el suelo un papel que se había deslizado hasta mí; pensé que sabía de qué se trataba, pero me equivocaba. Pegué a la pared mi oído y percibí en ella un ruido muy sutil, como de sedas rozándose. Era el Emisario saliendo de la casa. El íntimo y lejano Emisario. Inmediatamente me paralicé y así, quieto y tenso, miré de reojo el papel invasor: la ineludible carta sobre el suelo. Unas horas después, ya menos tenso, me moví muy lentamente y la recogí. Para desembocar en este simple acto, horas luchó la curiosidad en deshacer uno a uno los nudos del miedo.

     Esos cuidados provenían de mi fobia de ver accidentalmente al Emisario y a la aversión que me causaban sus esporádicas visitas. En realidad, ese rechazo no era en particular al Emisario, sino en general a los otros seres humanos (en aquellas épocas creía que el Emisario tenia formas humanas). Sentía algo chocante y obsceno en tener contacto con otra persona, aunque este contacto no había ocurrido nunca y era posible que nunca ocurriera mientras viviera.

     Me asustaba imaginar mis propios rasgos repetidos en otro objeto del mundo, eso que me hace único y distinto de la pared, del corredor. Eso que me hacía entenderme y distinguirme del entorno, repetido en otro ser. Era una perplejidad, como si el mundo me enrostrara mi banalidad.

     Se dirá que frente a un espejo uno ve también imágenes semejantes a uno, pero son meras impresiones nuestras. Un tipo de sombra que depende de nosotros para tomar su forma y su movimiento, obedientes siempre de nosotros. Pero en los otros seres humanos vería con terror un reflejo independiente de mí, con voluntad y destino propio. Y lo más aberrante me resultaba pensar, con un yo igual al mío. Y, sin embargo, ese mismo yo, estaría en otro lado y sentiría otras cosas.  ¡Qué aversión! ¡Un yo del que acaso yo era la copia, o tal vez, un borrador inútil!

     Acaso todas las consciencias son iguales y sólo las distingue el contenido de lo que viven, quizás los otros tienen no solo un yo igual al mío, sino, el mismo, sólo que rodeado de otras cosas. Y si son iguales las consciencias, ¿son la misma y una?

      Si una repetición de mí ya existe, ¿para qué ser? ¿Qué distingue el ser nosotros de ser otro o no ser nada?

Nada trasciende en las repeticiones y creo que sólo lo único, lo singular, lo inédito, e irremplazable tiene derecho a ser. Ninguna de esas cosas era yo y lo podía evidenciar al sentir al Emisario y al recordar que había más humanidad consciente por ahí.

     Felizmente, lo común era la soledad, como ya he dicho. Felizmente nunca me había topado con otro ser humano, pero sé que el último planeta es vasto y que debe haber decenas de esos ecos míos deambulando su perversa existencia por el mundo.

     Tal vez sea necesario explicar que las máquinas del Thecnetos fabrican hombres muy “similares” en sus rasgos físicos y, por lo tanto, necesariamente en su carácter. Presumo que todos somos sólo variaciones de un mismo tema. Ignoro si eso significa el éxito del Thecnetos en su afán de construir una humanidad perfecta. En todo caso, esa repetición me avergüenza y es el motivo de mi aversión.

 

     Pero hay algo que no he anotado aún, algo sin explicación. Miré la carta y traté de leer sus instrucciones. De obedecerlas dependía como siempre mi subsistencia y urgía reparar el Mekhanes averiado. En fin, éste era su contenido misterioso:

 

M., He escrito para ti esto:

Tus ojos son severos,

Son una puerta entreabierta que nunca he cruzado

Por temor, quizás...

He dibujado en tantos

Papelitos tus ojos

Que ahora rodarán en distintos puntos de la ciudad.

Cuántas cosas aun no comprendo de ti.

Las completo de sueños,

De recuerdos

De detalles necesarios a mi inconsciente

Y quizá, de mi poder de premonición.

Además, para encubrir aún más mi ignorancia,

Te he dado otro nombre.

He dado en pensar que eres un felino

Y por eso persistes

Violento e ingenuo,

Asesino y niño.

Pero me entristece saber cuán rápido pasa el tiempo.

Aun permaneciendo quieto veo al tiempo avanzar y esfumar esas formas con las que te recuerdo.

Temo que antes de conocerte

Nos desvanezcamos en recuerdos a la deriva.

Que se pierda este mundo en otros.

Y sólo quede ese cielo sin estrellas, la garúa y el frío.

Pero,

Tal vez el tiempo alcance

Y un día

Se tienda un puente entre los dos,

Hecho de algún material precario, como un aire o una esperanza.

Un camino hasta ti en el que tú también llegues a mí,

Y por fin pueda cruzar

Tu mirada sin respuestas.

 

Con emoción lejana, L.

       

Inmediatamente noté que en el itinerario del Emisario había habido un error: un terrible error. Sin más instrucciones para el mekhanes no sobreviviría. Estaba claro el Thecnetos buscaba ya mi muerte o se desinteresaba de mi sobrevivencia, ¿pero por qué? No era para mí esta carta y carecía de todo sentido. ¡No podía provenir del Thecnetos! Era la correspondencia de dos seres, acaso humanos. Pero no parecía natural que un ser humano escribiese tales cosas, ni que sintiesen eso. A menos que otro mundo y otra vida independientes del Thecnetos existiese, cosa imposible. Otra cosa rara: yo sabía leer su idioma, ¿cómo lo habría aprendido? Esa comunicación no era parte de la dialéctica infinita que el Thecnetos tiene con el mundo, sino palabras aparte de éste y acaso, ignoradas por éste. ¿Es que acaso había un mundo paralelo a la perfección del Thecnetos? ¿Acaso vivía y pululaba otra vida en la lejanía del último planeta? Un destello de esperanza se encendió por primera vez en mí al presentir el Trans-mundo (así lo llamaré). Una esperanza nacida en el mismo momento que terminaba mi vida.

     A pesar de mi simplicidad noté otra cosa más que ya no significaba sólo un error en la labor del Emisario, sino uno en la estructura misma del cosmos. Noté que un error en el Emisario debía ser también un error del Thecnetos; éste necesariamente erró al instruir al Emisario o era impotente frente a la torpeza de aquél, pues ¿qué significaba, sino que el Thecnetos no pudiese impedir que el Emisario se equivocara? Esa imperfección era su imperfección y ésta podía ser la evidencia de que el Thecnetos, además de no ser eterno como yo ya llevaba tiempo sospechando, tampoco era perfecto. De vez en cuando deliraba. Una falta, en un precario detalle, era suficiente para que el Thecnetos no fuese infalible. Además —pensé con una árida pena— si existiese el Thecnetos, si no fuera sólo un mito sostenido por mi confusión, debía ser omnipotente y la carta negaba que lo fuera. Acaso simplemente era un error pensar en el Thecnetos. Ese dios de materia y su ángelos de carne se desdibujaban grotescamente en mi mente preocupada. Debía olvidar pronto esa carta errada.

Pero no pude.

     Ahí mismo empezó algo turbador. En mi vida, hasta ese momento tranquila, algo empezó a fugar y a salir de mí, dejando un desolado espacio de ansiedad. Esa equivocada y ajena correspondencia era como una pluma de otro planeta que hubiese entrado por mi ventana; evidencia de un mundo que existía en paralelo al mío y que hasta entonces había sido invisible. Un planeta que no debía existir flotaba también en el Ouranos. O acaso ese planeta flotaba en mí. Pronto ya estaba deseando llegar a él. Pero me separaba del transmundo, un infinito de vacío y de silencio.

     Pero un infinito de nada, es nada. Así que el transmundo podría teóricamente ser alcanzado, ¡antes de que mis pobres carnes dejaran de respirar, yo lo encontraría!

Desde mi nacimiento había atendido solamente a mi voz interior. De los "otros" sabía que eran iguales a mí, pero sólo teóricamente; nunca había visto a nadie, ni era probable que los viese jamás. Y era un alivio que no los viese jamás.

Pero esta carta era un pedacito de los otros. Mi primer y quizás único contacto con esa exótica y asombrosa forma de vida: la vida humana. Y no parecía semejante a la mía. Parecía inofensiva a pesar de la inicial turbación que me causó ¡Cuanto me equivocaba!

 

     Hasta ahora el planeta era figuradamente mío y la vastedad de mi ignorancia era el amplio desierto donde recorría mi vida. Pero siempre, en un recodo de mi alma tranquila, guardaba la curiosidad por saber de los otros. Una curiosidad escondida bajo toneladas de temor y asco, que ahora emergía tímidamente, pero también irreversiblemente.

 

Sólo llegar al transmundo, a M y a L importaba ahora. Por primera vez sentí que debía vivir.   

12 LA PARADOJA DE LOS INOCENTES

 


En otro lugar del espacio tiempo…

 En el grupo central, todo era cotidiano y repetitivo. Se trató al resto de prisioneros con indiferencia. Los apilaron sistemáticamente en unos contenedores gigantescos adosados a las naves. Allí serían mantenidos para su uso posterior como esclavos, si así lo determinan los cálculos de los técnicos de la meta-corporación o serían ejecutados para combustible si decidían su eliminación.

     Los contenedores se fueron saturando de los fuertes y gastados prisioneros. Eran atravesados por corredores que dejaban ver y oír a esa multitud resignada o desesperada.

     Terminada la labor Andros, un abultado guerrero de ojos soñolientos, se acercó al grupo junto a su erómenos, un hiperactivo compañero de lucha[1].

     Así, se iban juntando ya sin obligaciones todos los guerreros. Informalmente se iban formando círculos alrededor de los más notorios de ellos, por ejemplo, alrededor de Ayazx, creando una composición concéntrica de titanes, que componía así, un terrible y dramático paisaje de brillantes músculos y artefactos salpicados de vísceras y sangre. Las plantas de sus botas estaban astilladas de huesos con células aún vivas.

     Esperaron disciplinadamente las órdenes de la meta-corporación. La mayoría callaba y se buscaban sin premura los pares de eromenois combatientes, íntimamente entrelazados en su destino militar común.

Sólo el sufrido erastés de Ayazx, Gerontes, se mantenía humildemente lejos de él.

     Los hombres se inclinaban naturalmente a formar pares con el otro género, pero la meta-corporación había extinto ese desconocido género hacía muchos milenios, controlando así la misma generación de vida, la mayoría se acomodaba sin problemas a la única situación posible. Sólo algunos como Ahelios no podían.  

     Recostados unos sobre los otros, sus carnes iban recuperando la calma y el sosiego, rodeados del paisaje, que acababan de asolar.

     También M yacía recostado sobre la piel de su eromenoi con el que tenía una indiferente unión, ya eran años que había muerto su desengaño por Ayazx. Otra, hecha de etéreo viento, iba devorándole la cabeza.

 

     El maduro Fratedes, un guerrero con un ojo borrado por confusas cicatrices, cobijaba a su joven erómenos Wille. Fratedes era el más viejo y astuto de los guerreros, había visto nacer y morir varias generaciones de recios gigantes. Conoció y había combatido codo a codo con los dos fuertes hombres de los que nació M y con los pares de guerreros que engendraron a todos los demás, solo ignoraba quienes habían sido los que habrían engendrado a Ayazx, solo sabía que no había combatido con ellos, sino contra ellos y acaso los habría matado el mismo en un punto olvidado del pasado. 

     Fratedes notó a M aún más indiferente que siempre a su compañero, pero cuando lo vio suspirar por segunda vez, rodeado de la felicidad de los demás, decidió acercársele:

–Hoy estás de otro ánimo. ¿Qué anda pasando allá dentro? —dijo al rígido M, cogiéndole la cabeza cariñosamente.

M mintiéndole y mintiéndose le respondió melancólicamente— Un fastidio me está recorriendo. Quizás siento asco de lo que estamos haciendo. Espero poder olvidarlo pronto.

– ¿Es eso? —dijo el maduro e híper-perceptivo Fratedes y enfocó con preocupado afecto su único ojo sobre M.

– ¿Nada más te pasa? Sabes que en cientos de años muchas cosas he aprendido. Confía en mí —agregó sinceramente preocupado Fratedes.

M, calló largos segundos como una montaña de roca. Y de pronto preguntó lo más rápido que pudo.

– ¿Qué cosas ha observado de la relación entre eromenois de distintas castas? —Esta pregunta asombró a Fratedes. Los grandes ojos de M eran algo agazapados y severos, pero en ellos había ahora una húmeda debilidad, como si un niño desesperado se asomara por ellos, atrapado en el descomunal gigante, enfermo ahora de un mortal sentimiento.

Fratedes lo miró apenado de confirmar en M ese sentimiento.

–Es algo imposible, no lo intentes —le respondió preocupado—. La estructura de la meta-corporación es de rígidos estratos horizontales. Sólo somos felices con los iguales. Los eromenois entre individuos de distintas castas son siempre trágicos y está además prohibido engendrar entre ellos. Y solo se permite a las parejas militares engendrar. ¿Por qué querrías unirte a algo tan distinto a ti?

–Pero yo no soy feliz con mis iguales, nunca… —dijo M muy bajo y algo impaciente de hallar respuestas y alivio en la sabiduría de Fratedes.

–Amar a los iguales es amarnos a nosotros mismos, no se puede ser feliz amando a algo distinto de nosotros, pues es como no amarse a uno mismo. ¿Entiendes? —Dijo comprensivo Fratedes—, debes dejar esas fantasías.

Ayazx interrumpió— ¿Qué cuchichean estos dos? —preguntó levantando la voz para incluir a todos en la conversación.

Fratedes lo ignoró despectivamente.

–No sólo está prohibido, sino además es improductivo, sin futuro, no se puede hacer este tipo de vida entre hombres de distinta especie, por eso es un tabú, la vida debe hacer vida. —agregó en voz muy baja Fratedes.

–Sí. Estoy haciendo toda la fuerza para dejar de pensar en ello —respondió M con la voz hecha un hilo y sus bellos labios repetían el gesto compungido de sus cejas.

Haces bien, puedes pedir ayuda bioquímica para desaparecer lo que sientes, tan pronto lleguemos —aconsejó Fratedes.

–No hará falta. Con mi voluntad debe ser suficiente —dijo M, determinado y estoico…Y también equivocado.

     Mientras, Ayazx fanfarroneaba con un grupo de otros orgullosos guerreros de sus batallas en muchos mundos, a través del telégrafo quántico llegó el esperado algoritmo: La orden era sacrificar a los prisioneros sobrevivientes.

Dado que ya estaban ordenados en los contenedores, su eliminación sería instantánea e indolora.

–Tenemos 5 minutos para eliminar el cargamento y volver —dijo consumido por los nervios Gerontes.

M escuchó el orden intranquilo, y miró pensativo por los contenedores de prisioneros. Un murmullo nervioso los atravesaba. Los millares de prisioneros eran exactamente iguales a ellos: robustos y fieros, pero ahora sensibles y asustados. El miedo al dolor no puede compararse al miedo de dejar de sentir dolor, de estar inconsciente de ser. Ayazx, imperturbable, ordenó encender los dispositivos de eliminación impaciente de volver.

     M, más alto y pesado que todos los demás, dibujaba ahora con su enorme cuerpo una estructura melancólica. Miró en los contenedores de prisioneros por entre un corredor profundo, cargado de ojos que le devolvieron al unísono la mirada. Una pululante y profunda mirada que se hundió en el corazón de M asustándolo, desordenando algo dentro de él, como si él también fuese a morir con ellos. Y eso, el miedo, era algo que M nunca había sentido.

     Ayazx, impaciente, encendió los dispositivos de eliminación y una enorme turba de guerreros perdió la consciencia en un instante. En cada uno de ellos el universo terminó. Ni un sólo ruido más que el de sus músculos deslizándose flácidos sobre los de los demás.

     Ayazx saboreó ese fugaz, aunque cotidiano placer de matar.

Para cada uno de los demás guerreros era como si no hubiese pasado nada. Pero miraron asombrados el ahora enrojecido rostro de M cuyo fuerte pecho respiraba cargado de una anómala emoción. M fue incapaz de disimularla.

Ayazx intrigado se le acercó retándolo.

– ¿Algo malo te pasa? —dijo hablando más a los demás que a M, que lo miró repudiándolo.

M respiraba poderosamente al centro de las miradas de los demás. Y dijo para todos:

–Creo que siento toda la maldad que aquí hemos hecho. Soy consciente por primera vez.

Ayazx, burlón, torció las cejas con extrañeza y agregó:

–Todos sabemos que no hay nada malo en matar. Somos útiles a la meta-corporación que nos hizo y sin la cual no habríamos nacido.

–Esto no es bueno —dijo con una voz grave y profunda M.

–No somos culpables—dijo Fratedes intercediendo para calmarlo—. Morir es algo inocuo. Por eso los guerreros, tanto ellos como nosotros, no tememos morir.

–¿No tememos a la muerte? —dijo M—Ahora pienso que hay algo monstruoso en saber que un día dejaré de ser consciente. No importa cuán lejano este ese día.

Todos se avergonzaron por la sensibilidad que ahora mostraba el que creían más fuerte de todos.

–Llegará ese día y estaremos para siempre en el odioso estado de no ser nada —agregó M que se remarcaba por su mayor tamaño, entre la multitud.

–Una eternidad sin sentir nada, ni sentir que no sentimos nada —dijo Ayazx burlón y despectivo— ¿Qué hay de temible en eso?

Señaló los millares de cuerpos ahora como dormidos en los contendores y dijo:

–Es absolutamente inocuo ser una cosa. Estos hombres muertos son como piedras. ¿Sientes pena por las piedras? De vivos no los hicimos sufrir más que lo que nosotros sufrimos. Además, ellos venían a matarnos.

–No les hemos hecho ningún mal —agregó el sólido Andros, con esos ojos con sueño y rodeado de los brazos de su erómenos— eso es la primera cosa que aprenden los guerreros en su instrucción. Sólo es malo aquello que causa dolor o sufrimiento a alguien. Quitar la vida es quitar la posibilidad de sufrir, así que no se hace mal a nadie. La muerte es una experiencia que nadie puede tener. Y que nadie va a tener. ¿Por qué temerle?

M lo comprendió a medias, pero siguió su raro estado emocional. Se incomodó más y más, sólo el generoso Fratedes sabía que no era por los muertos que se sentía así. Algo había nacido en él, que una vez crecido, lo mataría. Así que Fratedes sintió conmiseración por su pupilo.

–Pero ellos deseaban como nosotros vivir. ¿No es malo que deseando vivir se muera? —Preguntó inocente el joven erómenos de Fratedes, Wille.

–No —respondió Fratedes, que parecía resplandecer entre los demás— Pues mientras deseaban vivir, vivían. Cuando no vivían, no deseaban nada.

–Perdieron el futuro —dijo M—, desear vivir es desear vivir en el futuro —intentó argumentar.

– ¿Cómo es perder el futuro? —Dijo Ayazx con los ojos llenos de sorna— Eso es imposible, ni los vivos tenemos el futuro. Sólo tenemos el presente. Demasiado trajina tu cerebro manejando un cuerpo tan grande que le queda poco aliento para otras tareas —dijo y se echó a reír con ferocidad. 

M lo escuchó colmado de ira. Preparándose para vengarse.

–Pero creo, que sé por qué realmente está tan triste y tierno M —agregó irónico Ayazx, de nuevo hablando alto para ser escuchado por todos.

Fratedes abrió su único ojo asombrado.

M temiendo que todos adivinaran sus nuevos sentimientos agregó torpemente:

– ¿Qué cosa?

–Solo estas arrecho. Lo noté desde la visita que hicimos para entregar esos archivos —dijo—, ¡Qué vergüenza que nosotros los seres más perfectos de la meta-corporación gastemos el semen con esas sombras! ¡Que monstruos engendraríamos con ellos!  ¡Sólo degeneración! —y rio en un tono muy bajo y opaco, rio para él. Endulzándose en el poder que descubrir ese secreto, le daba sobre M.

Fratedes enfurecido por la indiscreción de Ayazx le propino un tosco golpe y le ordenó callarse.

     Luego Fratedes detuvo a M que ya se abalanzaba contra Ayazx y lo arrastró con ayuda de otros a un lado, pues sabía que si continuaba esta disputa, M no podría seguir ocultando a los demás, lo que quería dejar de sentir.

 Pero fue imposible impedir que todos los supieran o que M lo siguiera sintiendo.

Crédito imagen: Wear of War



[1] Erastés  del riego ἐραστής. Erómenos del griego ἐρώμενος