miércoles, 26 de enero de 2022

12 LA PARADOJA DE LOS INOCENTES

 


En otro lugar del espacio tiempo…

 En el grupo central, todo era cotidiano y repetitivo. Se trató al resto de prisioneros con indiferencia. Los apilaron sistemáticamente en unos contenedores gigantescos adosados a las naves. Allí serían mantenidos para su uso posterior como esclavos, si así lo determinan los cálculos de los técnicos de la meta-corporación o serían ejecutados para combustible si decidían su eliminación.

     Los contenedores se fueron saturando de los fuertes y gastados prisioneros. Eran atravesados por corredores que dejaban ver y oír a esa multitud resignada o desesperada.

     Terminada la labor Andros, un abultado guerrero de ojos soñolientos, se acercó al grupo junto a su erómenos, un hiperactivo compañero de lucha[1].

     Así, se iban juntando ya sin obligaciones todos los guerreros. Informalmente se iban formando círculos alrededor de los más notorios de ellos, por ejemplo, alrededor de Ayazx, creando una composición concéntrica de titanes, que componía así, un terrible y dramático paisaje de brillantes músculos y artefactos salpicados de vísceras y sangre. Las plantas de sus botas estaban astilladas de huesos con células aún vivas.

     Esperaron disciplinadamente las órdenes de la meta-corporación. La mayoría callaba y se buscaban sin premura los pares de eromenois combatientes, íntimamente entrelazados en su destino militar común.

Sólo el sufrido erastés de Ayazx, Gerontes, se mantenía humildemente lejos de él.

     Los hombres se inclinaban naturalmente a formar pares con el otro género, pero la meta-corporación había extinto ese desconocido género hacía muchos milenios, controlando así la misma generación de vida, la mayoría se acomodaba sin problemas a la única situación posible. Sólo algunos como Ahelios no podían.  

     Recostados unos sobre los otros, sus carnes iban recuperando la calma y el sosiego, rodeados del paisaje, que acababan de asolar.

     También M yacía recostado sobre la piel de su eromenoi con el que tenía una indiferente unión, ya eran años que había muerto su desengaño por Ayazx. Otra, hecha de etéreo viento, iba devorándole la cabeza.

 

     El maduro Fratedes, un guerrero con un ojo borrado por confusas cicatrices, cobijaba a su joven erómenos Wille. Fratedes era el más viejo y astuto de los guerreros, había visto nacer y morir varias generaciones de recios gigantes. Conoció y había combatido codo a codo con los dos fuertes hombres de los que nació M y con los pares de guerreros que engendraron a todos los demás, solo ignoraba quienes habían sido los que habrían engendrado a Ayazx, solo sabía que no había combatido con ellos, sino contra ellos y acaso los habría matado el mismo en un punto olvidado del pasado. 

     Fratedes notó a M aún más indiferente que siempre a su compañero, pero cuando lo vio suspirar por segunda vez, rodeado de la felicidad de los demás, decidió acercársele:

–Hoy estás de otro ánimo. ¿Qué anda pasando allá dentro? —dijo al rígido M, cogiéndole la cabeza cariñosamente.

M mintiéndole y mintiéndose le respondió melancólicamente— Un fastidio me está recorriendo. Quizás siento asco de lo que estamos haciendo. Espero poder olvidarlo pronto.

– ¿Es eso? —dijo el maduro e híper-perceptivo Fratedes y enfocó con preocupado afecto su único ojo sobre M.

– ¿Nada más te pasa? Sabes que en cientos de años muchas cosas he aprendido. Confía en mí —agregó sinceramente preocupado Fratedes.

M, calló largos segundos como una montaña de roca. Y de pronto preguntó lo más rápido que pudo.

– ¿Qué cosas ha observado de la relación entre eromenois de distintas castas? —Esta pregunta asombró a Fratedes. Los grandes ojos de M eran algo agazapados y severos, pero en ellos había ahora una húmeda debilidad, como si un niño desesperado se asomara por ellos, atrapado en el descomunal gigante, enfermo ahora de un mortal sentimiento.

Fratedes lo miró apenado de confirmar en M ese sentimiento.

–Es algo imposible, no lo intentes —le respondió preocupado—. La estructura de la meta-corporación es de rígidos estratos horizontales. Sólo somos felices con los iguales. Los eromenois entre individuos de distintas castas son siempre trágicos y está además prohibido engendrar entre ellos. Y solo se permite a las parejas militares engendrar. ¿Por qué querrías unirte a algo tan distinto a ti?

–Pero yo no soy feliz con mis iguales, nunca… —dijo M muy bajo y algo impaciente de hallar respuestas y alivio en la sabiduría de Fratedes.

–Amar a los iguales es amarnos a nosotros mismos, no se puede ser feliz amando a algo distinto de nosotros, pues es como no amarse a uno mismo. ¿Entiendes? —Dijo comprensivo Fratedes—, debes dejar esas fantasías.

Ayazx interrumpió— ¿Qué cuchichean estos dos? —preguntó levantando la voz para incluir a todos en la conversación.

Fratedes lo ignoró despectivamente.

–No sólo está prohibido, sino además es improductivo, sin futuro, no se puede hacer este tipo de vida entre hombres de distinta especie, por eso es un tabú, la vida debe hacer vida. —agregó en voz muy baja Fratedes.

–Sí. Estoy haciendo toda la fuerza para dejar de pensar en ello —respondió M con la voz hecha un hilo y sus bellos labios repetían el gesto compungido de sus cejas.

Haces bien, puedes pedir ayuda bioquímica para desaparecer lo que sientes, tan pronto lleguemos —aconsejó Fratedes.

–No hará falta. Con mi voluntad debe ser suficiente —dijo M, determinado y estoico…Y también equivocado.

     Mientras, Ayazx fanfarroneaba con un grupo de otros orgullosos guerreros de sus batallas en muchos mundos, a través del telégrafo quántico llegó el esperado algoritmo: La orden era sacrificar a los prisioneros sobrevivientes.

Dado que ya estaban ordenados en los contenedores, su eliminación sería instantánea e indolora.

–Tenemos 5 minutos para eliminar el cargamento y volver —dijo consumido por los nervios Gerontes.

M escuchó el orden intranquilo, y miró pensativo por los contenedores de prisioneros. Un murmullo nervioso los atravesaba. Los millares de prisioneros eran exactamente iguales a ellos: robustos y fieros, pero ahora sensibles y asustados. El miedo al dolor no puede compararse al miedo de dejar de sentir dolor, de estar inconsciente de ser. Ayazx, imperturbable, ordenó encender los dispositivos de eliminación impaciente de volver.

     M, más alto y pesado que todos los demás, dibujaba ahora con su enorme cuerpo una estructura melancólica. Miró en los contenedores de prisioneros por entre un corredor profundo, cargado de ojos que le devolvieron al unísono la mirada. Una pululante y profunda mirada que se hundió en el corazón de M asustándolo, desordenando algo dentro de él, como si él también fuese a morir con ellos. Y eso, el miedo, era algo que M nunca había sentido.

     Ayazx, impaciente, encendió los dispositivos de eliminación y una enorme turba de guerreros perdió la consciencia en un instante. En cada uno de ellos el universo terminó. Ni un sólo ruido más que el de sus músculos deslizándose flácidos sobre los de los demás.

     Ayazx saboreó ese fugaz, aunque cotidiano placer de matar.

Para cada uno de los demás guerreros era como si no hubiese pasado nada. Pero miraron asombrados el ahora enrojecido rostro de M cuyo fuerte pecho respiraba cargado de una anómala emoción. M fue incapaz de disimularla.

Ayazx intrigado se le acercó retándolo.

– ¿Algo malo te pasa? —dijo hablando más a los demás que a M, que lo miró repudiándolo.

M respiraba poderosamente al centro de las miradas de los demás. Y dijo para todos:

–Creo que siento toda la maldad que aquí hemos hecho. Soy consciente por primera vez.

Ayazx, burlón, torció las cejas con extrañeza y agregó:

–Todos sabemos que no hay nada malo en matar. Somos útiles a la meta-corporación que nos hizo y sin la cual no habríamos nacido.

–Esto no es bueno —dijo con una voz grave y profunda M.

–No somos culpables—dijo Fratedes intercediendo para calmarlo—. Morir es algo inocuo. Por eso los guerreros, tanto ellos como nosotros, no tememos morir.

–¿No tememos a la muerte? —dijo M—Ahora pienso que hay algo monstruoso en saber que un día dejaré de ser consciente. No importa cuán lejano este ese día.

Todos se avergonzaron por la sensibilidad que ahora mostraba el que creían más fuerte de todos.

–Llegará ese día y estaremos para siempre en el odioso estado de no ser nada —agregó M que se remarcaba por su mayor tamaño, entre la multitud.

–Una eternidad sin sentir nada, ni sentir que no sentimos nada —dijo Ayazx burlón y despectivo— ¿Qué hay de temible en eso?

Señaló los millares de cuerpos ahora como dormidos en los contendores y dijo:

–Es absolutamente inocuo ser una cosa. Estos hombres muertos son como piedras. ¿Sientes pena por las piedras? De vivos no los hicimos sufrir más que lo que nosotros sufrimos. Además, ellos venían a matarnos.

–No les hemos hecho ningún mal —agregó el sólido Andros, con esos ojos con sueño y rodeado de los brazos de su erómenos— eso es la primera cosa que aprenden los guerreros en su instrucción. Sólo es malo aquello que causa dolor o sufrimiento a alguien. Quitar la vida es quitar la posibilidad de sufrir, así que no se hace mal a nadie. La muerte es una experiencia que nadie puede tener. Y que nadie va a tener. ¿Por qué temerle?

M lo comprendió a medias, pero siguió su raro estado emocional. Se incomodó más y más, sólo el generoso Fratedes sabía que no era por los muertos que se sentía así. Algo había nacido en él, que una vez crecido, lo mataría. Así que Fratedes sintió conmiseración por su pupilo.

–Pero ellos deseaban como nosotros vivir. ¿No es malo que deseando vivir se muera? —Preguntó inocente el joven erómenos de Fratedes, Wille.

–No —respondió Fratedes, que parecía resplandecer entre los demás— Pues mientras deseaban vivir, vivían. Cuando no vivían, no deseaban nada.

–Perdieron el futuro —dijo M—, desear vivir es desear vivir en el futuro —intentó argumentar.

– ¿Cómo es perder el futuro? —Dijo Ayazx con los ojos llenos de sorna— Eso es imposible, ni los vivos tenemos el futuro. Sólo tenemos el presente. Demasiado trajina tu cerebro manejando un cuerpo tan grande que le queda poco aliento para otras tareas —dijo y se echó a reír con ferocidad. 

M lo escuchó colmado de ira. Preparándose para vengarse.

–Pero creo, que sé por qué realmente está tan triste y tierno M —agregó irónico Ayazx, de nuevo hablando alto para ser escuchado por todos.

Fratedes abrió su único ojo asombrado.

M temiendo que todos adivinaran sus nuevos sentimientos agregó torpemente:

– ¿Qué cosa?

–Solo estas arrecho. Lo noté desde la visita que hicimos para entregar esos archivos —dijo—, ¡Qué vergüenza que nosotros los seres más perfectos de la meta-corporación gastemos el semen con esas sombras! ¡Que monstruos engendraríamos con ellos!  ¡Sólo degeneración! —y rio en un tono muy bajo y opaco, rio para él. Endulzándose en el poder que descubrir ese secreto, le daba sobre M.

Fratedes enfurecido por la indiscreción de Ayazx le propino un tosco golpe y le ordenó callarse.

     Luego Fratedes detuvo a M que ya se abalanzaba contra Ayazx y lo arrastró con ayuda de otros a un lado, pues sabía que si continuaba esta disputa, M no podría seguir ocultando a los demás, lo que quería dejar de sentir.

 Pero fue imposible impedir que todos los supieran o que M lo siguiera sintiendo.

Crédito imagen: Wear of War



[1] Erastés  del riego ἐραστής. Erómenos del griego ἐρώμενος

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