miércoles, 26 de enero de 2022

10 UN EXPERIMENTO FENOMENOLÓGICO

 

En el lugar más profundo del Aether…

 Después de entregar los informes sobre animales meta-dimensionales, M y Ayazx se unieron a los demás guerreros.

     Dadas las permanentes guerras, en unas horas estaban de nuevo en batalla, en un nuevo y exótico lugar de muerte. Habían invadido una estación maltrecha, cargada de furiosos gigantes, contra los que impusieron su superioridad. Tal era la fuerza de los gigantes y su ausencia de compasión que con un solo golpe podían despedazar una espalda o hundir un cráneo. A golpes también derrumbaban paredes y trincheras. En la triste violencia de esa batalla, M y los demás despedazaron, otra vez, enemigos tan humanos como ellos. Entre los movimientos veloces y furiosos de la lucha, el férreo M, siempre sobrecargado de viril valor, era atacado por un minúsculo enemigo, derrotado desde sus adentros cargados ahora de una intranquila pluralidad, hasta ese momento, invisible. Ese día la vería. Lo frenaba una profunda debilidad que empezó a disolver su voluntad, de común férrea. Para desaparecerla, acometía con más fuerza y energía su tarea de asesino. Pero fue inútil. 

Pero por más que él y los demás despedazaban más allá de lo necesario a sus contrincantes, M no podía borrar esa forma que cada vez más claramente se instalaba en su mente. Un ser fuerte y sólido era vencido por algo sutil y ambiguo, como una gigantesca bestia, enamorada mortalmente de una etérea luna.

Solo un par de borrosas imágenes podía recordar de L, una de perfil y otra cabizbajo, pero absorbían su atención obsesivamente, sin entender por qué esto pasaba. No importaba cuánto las examinaba y multiplicaba en su mente, no revelaban que había de especial en ellas ni como era el misterioso mundo en que L vivía, no podían decir más, L y su candidez había emergido de su realidad unos segundos y se había hundido en ella de nuevo, sin dejarse entender. Dejando una duda incómoda en M, una duda sin una pregunta clara que la cause. Una opacidad en la nada. Una imperfección en la cotidiana coherencia de su mundo militar.

     Los feroces y poderosos guerreros, luego de derrotar la gigantesca estación flotante, organizaron a los prisioneros que no mataron en la pelea.

    Aprovechando la oscuridad, Ayazx y sus secuaces se apartaron del grupo central e improvisaron un espantoso certamen para no aburrirse el tiempo que demorarían las siguientes órdenes.

Escogieron 50 prisioneros, los maniataron y los dispusieron en un espacio abierto, luego compitieron sobre cuál de ellos decapitaba más y más rápido ayudados de un elemental cuchillo. Sonoras risas aderezaron el macabro juego.

     Agotados y felices los guerreros celebraron el triunfo de Ayazx frente a la pila de muertos y cuerpos sin cabeza, algunos aún móviles.

     Después Ayazx escogió otro prisionero. Uno de poca edad. Lo arrastraron hasta un rincón muy alejado del resto. Mientras sus cómplices lo sujetaban, Ayazx luego de unos segundos preparándose para empezar le susurro con sorna:

–“Consciencia es consciencia de algo”.

     Acto seguido le sujetó con violencia la cabeza y le sacó los dos ojos ayudado una herramienta puntiaguda. El prisionero grito espantosamente aferrándose con fuerza a los gruesos antebrazos del guerrero, cuya cara se había borrado como todas las demás. Una vez conseguido esto, Ayazx introdujo una cánula filosa en sus oídos con los que perforó sus tímpanos. El hombre de pronto no podía ahora escuchar sus propios gritos, ni suplicas.

     Ayazx ya jadeaba frenético de placer sádico. Sopló en las fosas nasales de aquel hombre un polvo ácido que quemó sus receptores de olfato. Las piernas y brazos de aquel soldado se agitaban de dolor, pero eran frenados por los brazos de la pandilla de Ayazx que lo sujetaban con fuerza frenética y concupiscente. Con otro equipo, éste introdujo una cánula en la garganta y de un tirón rasgo sus cuerdas vocales. Estaba anulando todos los sentidos de aquel joven, que ya no recibía ninguna sensación del mundo exterior. Cortó su lengua también y repitió jadeando de placer para los demás:

–La consciencia es siempre consciencia de algo…para estar vivo tienes percibir algo.

Sus cómplices estallaron en macabras risas. Y luego en una curiosidad morbosa y nerviosa.

– ¿Sin sensaciones no estamos vivos? Entonces la consciencia depende de las cosas que la hacen sentir —Agrego reflexivo Ayazx

     El prisionero se retorcía desconsolado, ahora ciego, sordo, silencioso e incapaz de gustar u oler. No sintió que alrededor de él, todos sacaban filudas hojas de metal reluciente y cogiéndolo cuidadosamente, empezaron a sacarle la piel. Así perdió su última sensación del mundo que lo rodeaba, pero, siguió vivo, respiró en shock entre sus verdugos, que agregaron sobre la musculatura desnuda un gel militar contra las hemorragias. En el colmo de la maldad lo obligaron a ponerse de pie y a caminar. 

Y jugaron así y de otras formas con él hasta cansarse.

–Sin sentidos no hay consciencia, —dijo uno con curiosidad— ¿no es como si estuviese ya muerto? Un muerto que camina y respira.

–No —corrigió Ayazx con una voz profunda y calma de satisfacción plena, satisfacción comparable al que sigue al rito atávico—. Está desconectado del mundo, pero aún piensa, sabe dónde está y que va a morirse… y sé que tiene miedo, pensar es sentir tenuemente —dijo pausado y sobrecargado de nervioso placer. Así lo observaron perfectamente lúcidos de lo que le hacían los largos 25 minutos que aún sobrevivió atrapado en sí mismo.  

     Luego, aunque aún estaba vivo, lo dejaron morir a solas en aquel secreto rincón y caminaron a reunirse con el resto de la tropa.

En ella M también moría atrapado en sí mismo.

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