domingo, 19 de junio de 2022

77 THEKNOS HERAKHÓN

 



Un trillón de trillones de años después…

 

 Por el enredo de formas subterráneas, el Mekhanes monstruoso, llamado Theknos Herakhón, me alcanzó. Había aguardado cada segundo de su vida subterránea para darme muerte.

     Primero sentí el murmullo mecánico de miles de partes mecánicas avanzando alrededor mío, después sentí la delicada articulación de sus múltiples partes.

     Vi entre la penumbra que de ese caos se formaba un gran y múltiple Theknos. Era el otro Emisario, el Theknos-Herakhón ensamblándose y levantándose delante de mí desesperanza. Sin saberlo, yo había caminado hacia él, que me esperaba paciente y mortal. El Theknos-Herakhón era un Mekhanes consciente, el guardián del Thecnetos y su antiguo constructor, el Thecnetos era su monstruosa telaraña, una interminable casa donde se perdían los hombres pero que guardaba como un vientre gastado y muerto la esencia de la humanidad. Alguna vez había sido humano y parte de esa nebulosa humanidad que construyó el último planeta. Había vivido trillones de años en el Thecnetos haciéndose cada vez más artificial. Del hombre que una vez fue, sólo quedaba la mente, la razón y lógica en su estado más puro; y también más perfecto, luego de trillones de años de morar y adaptarse en lo artificial.

Pensé melancólico: Puedo pensar mientras muero…

—Pronto dejarás de pensar —dijo el mortal Theknos-Herakhón.

—Antes quiero —dije rogando— tomar algo del Thecnetos. No quiero irme sin respuestas.

Herakhón dijo:

—¿Para qué quieres respuestas sólo unos segundos antes de que las pierdas todas?

Pero igual interrumpí desesperado:

—¿Por qué debo morir? ¿Por qué mi vida fue así? —pregunté al Thecnetos que hablaba a través del Theknos Herakhón.

—No desaparecerás, hay una humanidad congelada entre estas vísceras mecánicas, tú también estas ahí —habló Herakhón—. La vida, no desaparecerá.

        La vastedad de la humanidad me rodeaba dormida entre el cableado y los escombros, no la vastedad de una sola generación, todas las generaciones humanas existían aquí, las habidas y las posibles, latentes, potenciales. Así salvaba el Thecnetos a la raza humana: manteniéndonos ad aeternum no individuos que sólo somos efímeros accidentes. El Thecnetos conservaba la esencia subyacente a toda la humanidad: un acervo genético que potencialmente podría servir para llenar el mundo en un solo día, si así el Thecnetos lo determinase, si fuese necesario… Pero ya nunca más sería necesario.

—Pero… ¿Por qué salva cosas y no a nosotros? —dije revelándome entristecido al Theknos Herakhón.

     Herakhón me respondió que hace milenios, cuando llegó el límite entrópico, el Thecnetos en su lucha contra la extinción humana, había usado estrategias cada vez más eficientes para conservar la vida: primero, conservó poblaciones, pero pronto sólo células; fríos cultivos celulares en los que tácitamente estamos todos nosotros. Luego sólo las moléculas germinales de las que podían deducirse esas células. Al fin y al cabo, la existencia de esos recipientes llamados individuos sólo tenía sentido para perpetuar esas moléculas. Los individuos sólo eran la estrategia tramada por esas moléculas para seguir siendo; envases momentáneos para el viaje de las moléculas germinales a través de las generaciones.

—¿Rumbo hacia dónde? —pregunté.

—A la eternidad que es el único lugar a donde va la vida —respondió el Theknos-Herakhón.

—¿Eternidad? Pero pronto no habrá futuro. No habrá tiempo.

—Y por eso la vida es absurda. El Thecnetos es una maquina sin sentido también.

Pero esas moléculas eran frágiles. Hace billones de años el Thecnetos llegó a la conclusión de que era más eficiente preservar una representación simbólica de esas moléculas, dado que sabía que ellas mismas no importaban tanto como la información que contenían. Por eso hace mucho dejó de palpitar la última vida orgánica, desaparecieron las moléculas germinales y persistió desde ese momento un código simbólico de la vida, información en diversos materiales y con diversas nomenclaturas, sólo conocidas por el Thecnetos. La vida humana, que es estructura y no sustancia, pudo así remontar cualquier sequía, cualquier avatar del cosmos; así volvimos invulnerables a la humanidad a cualquier radiación, a cualquier temperatura a cualquier estado del ser, incluso a la muerte del tiempo. Así una abstracta humanidad pudo viajar en el espacio sin límites de distancia o de tiempo y así ciertamente lo hizo, mientras morían las oscuras galaxias. No sólo en el espacio fue largo y lejano el viaje, también lo fue en el tiempo; así ha llegado a estos albores finales del tiempo a donde parecía imposible que llegase.

—¿Por qué entonces nací? —pregunté.

—Solo para verificar que esa información sirve para hacer humanos, solo por eso nacen al azar los humanos. Pero nadie más deberá nacer después que ti. En el Thecnetos sobrevivió la humanidad al límite entrópico, pero estamos cerca a otro, el mismo límite del tiempo. La vida orgánica no tendrá de qué mantenerse, pues se acabará el último combustible que la sustenta, llegará el más absoluto y puro caos y los relojes dejarán de avanzar; incluso se les será imposible retroceder. Por eso el Thecnetos mantiene una cada vez más escasa humanidad. Pronto sólo mantendrá la vida y no a sus inútiles recipientes y ésta bien que se así, pues la vida es el fin y los hombres el medio —concluyó.

     Por eso yo puedo recorrer y recorrer el planeta sin hallar a nadie ni nada semejante a lo que antes se llamaba humanidad —pensé comprendiéndolo— y sin embargo soy parte de una raza inmortal, infinita, pero también inconsciente. La humanidad es ahora un eterno durmiente que sólo rara vez abre los ojos para verse a sí misma, intenta comprenderse y luego los cierra de nuevo, sin lograrlo. Yo ahora recién lo entendía, pero el Emisario ya había repasado hasta el cansancio estas verdades; era un hombre enfrentado al conocimiento absoluto de su propio destino, un hombre que había desenmarañado su propia explicación, un hombre inconforme quizás con esa explicación y que conocía día por día su futuro.

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