miércoles, 29 de junio de 2022

86 EPÍLOGO: LA VIDA ETERNA

 


 

Asombrado, lentamente, empecé a entender la razón de aquellas cartas y a recobrar la quietud y calma que siempre caracterizó mi vida, “mi vida”. ¡Qué engañoso es escribir esta frase cuando uno entiende que hay múltiples juegos de espejos detrás de una simple imagen! Cuando sabes demasiado, las cosas más elementales te pueden conmover como antes lo hacía una batalla o un atormentado atardecer. Yo daría todo por ya no saber lo que ese día supe.

     Escuché a L que habló sin parar. Me perdí en la vastedad de sus palabras, como un pequeño río que se pierde en las aguas de un océano; un océano hecho de signos y de recuerdos, de un tiempo ajeno que empezaba a ser propio. Una metempsícosis de una conciencia a otra. Mi vacía memoria ahora se colmaba y desbordaba, ahogándome. Se levantaban en mi mente arquitecturas y mundos hechos de palabras, otras ciudades y otro universo más joven. Se abrió ante mí mirada interior un nuevo cosmos. ¿Cómo podía algo tan grande caber en algo tan minúsculo? Pero si podía, infinitos planos caben en un cubo e infinitos universos en una consciencia.

     Yo había sido hasta ese día una sombra de cuatro dimensiones, con ella ahora se reconstruía una consciencia de cinco, volvía a ser L que fue entrando en mí, desplazando mi propio yo hasta ese momento ínfimo e impreciso, hasta que finalmente en ese avernus supe que L siempre había sido yo. Su mundo era el transmundo que busqué y que estaba en mí, olvidado. Ahora me satura un preciso pasado que me excede y me sobrepasa. Eso me pasó cuando conversé con L. ¡Cuántas cosas cambiaron ese día! Cuántas trasformaciones irreversibles sufrí cuando encontré en el centro del Thecnetos este abismo intolerable y pesado que ahora vive en mí.

     Aunque es también razonable enfocar esta narración de otro modo también válido. Siempre hay otro modo más exacto de enfocar las cosas ciertas, no así las falsas, que se descalabran al mirarlas desde otro ángulo.

Yo me andaba buscando y logré encontrarme por fin en los enredos de un lejanísimo futuro, en ese árido y raro mundo que es el Thecnetos. Fui L y ahora vuelvo a serlo, sólo que tomó un largo tiempo entenderlo. M había vuelto a nacer en el Emisario y había nacido miles de años antes que yo, sirviendo al Thecnetos.

Pero ¿Cuánto tiempo habría pasado? Para averiguarlo hice un primer cálculo. Debía calcular la probabilidad de que se repita la secuencia de mi ADN al azar. Ésta tiene unos 25 000 genes, cada uno de esos genes tiene unas diez versiones, así que el número de combinaciones humanas posibles es de 10 elevado a la potencia 25 000. Este número es muy grande y es el número de hombres distintos posibles.

Calculé que el Thecnetos tendría que haber tirado los dados 1025 000 veces para que yo me repitiera. ¿Y cuánto tiempo le tomó esto? Dado que el Thecnetos crea una persona al azar más o menos una vez cada 100 años, el número de años desde que M y yo morimos hasta que nos repetimos debió de ser, 100x10 25 000 años, o sea 10 25 002 años.

Este es un número con tantas cifras que todo este manuscrito no alcanzaría a poder escribir una parte de él. Me asombré de su grandeza. M había renacido antes, millones de años antes que yo y desde entonces el universo no lo había dejado morir. Por eso el cielo era negrísimo y no se distinguía ninguna estrella; el espacio estaba ya completamente vacío y prácticamente el universo había desaparecido, solo quedaba el tiempo y el Thecnetos a solas.

Tales eran los confines asombrosos a los que había llegado la humanidad y así de lejos se encontraba M, pero había logrado alcanzarlo.

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