domingo, 19 de junio de 2022

73 METAMORFOSIS, SER EN SI, SER PARA SI.

 


Un trillón de trillones de años después…

 

Cuando desperté, un horripilante sonido señalaba mi caída en el mortal subsuelo. Escuché el ruido de los estratos que se despedazaban mientras yo me hundía. Luego fuertes chirridos y temblores. Sentí mareo mientras descendía, así que me apoyé en el suelo atravesado de vértigos mientras el temblor y la sensación de perder peso me inundaban. Sentí sacudidas y giros; eso habrá durado no sé si varios días, pero no menos de uno.

     Estaba cayendo al centro del último planeta. Era engullido por lo artificial. El subsuelo mientras más profundo era menos denso y más helado. Y al final del recorrido mi cuerpo no pesaba nada.

     Noté que ese centro era aún más frío que la superficie; estaba hecho todo de recovecos que se abrían y disparaban como las raíces huecas de un vegetal artificial. Estaba como hecha de millones de dedos muertos que quisieran palparlo todo y saturaban cada centímetro del subsuelo. Los llamaré túneles, aunque en realidad eran el espacio libre entre los desechos; se ramificaban en una densa red total que conformaba la esfericidad del planeta.

     Floté entre el cableado, estupefacto de estar sin el Emisario, más que de hallarme ahí. Mis rasgos faciales y mis imágenes sólo existían mientras él me miraba. Ahora yo era una cosa sin tamaño, color o forma. Con el correr de las horas, ya en lo profundo, me deje caer por el liviano descenso.

     Una infinita pena me inundó, mis miembros perdieron gradualmente sus fuerzas e iniciativa. No entendía qué era arriba o abajo, escapaba de mí toda vida. Ya no importaba L, ni M, ni el transmundo de sueños que había imaginado. Pronto dejaría de ser yo.

     Caí cada vez más íntimamente al centro del planeta. Hacia el mismo lugar donde un día se encendió artificialmente mi vida y donde acabaría.

 

     Al final la caída se detuvo. Decidí permanecer quieto mientras se apagaban mis funciones vitales. En este lugar nacían los hombres y aquí debían también morir. 

     Estar tan solo era como ser un disco de un solo lado, por lo que era natural que desapareciera, pues sólo los entes coherentes deben existir en la realidad. Acurrucado en mi tristeza, esperé la muerte. A falta de gravedad no sentía mi cuerpo y a falta de luz no lo veía; bastaba no pensar para no ser del todo. Pero aún repasaba en mi mente formas para seguir siendo, como un débil moribundo que se empeña en respirar y recordar. Pensé en las cartas sin explicación, en el Thecnetos impensable, en los oscuros M y L a quienes nunca conocería ni comprendería. Pensé en ese otro universo que soñé y que no existía en ningún lado; ese soñado transmundo al que alguna vez quise llegar, pero que fue no más que un espejismo. Y luego paré de pensar. Dejaba de ser yo y de sentir que el tiempo pasaba.

      Dejaba de ser consciencia viva y me volvía cosa insensible; un ser en sí mismo, ajeno e incapaz de experimentar nada. Un ser sin relación alguna con otro ser. Me volvía una cosa y de ese modo permanecería insensible y aparte por toda la eternidad.

A unos segundos de distancia de donde estaban todas las respuestas dejé de preguntarme.

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