Un trillón de trillones de años después…
Cuando desperté, un horripilante sonido señalaba
mi caída en el mortal subsuelo. Escuché el ruido de los estratos que se
despedazaban mientras yo me hundía. Luego fuertes chirridos y temblores. Sentí
mareo mientras descendía, así que me apoyé en el suelo atravesado de vértigos
mientras el temblor y la sensación de perder peso me inundaban. Sentí sacudidas
y giros; eso habrá durado no sé si varios días, pero no menos de uno.
Estaba
cayendo al centro del último planeta. Era engullido por lo artificial. El
subsuelo mientras más profundo era menos denso y más helado. Y al final del
recorrido mi cuerpo no pesaba nada.
Noté
que ese centro era aún más frío que la superficie; estaba hecho todo de
recovecos que se abrían y disparaban como las raíces huecas de un vegetal
artificial. Estaba como hecha de millones de dedos muertos que quisieran
palparlo todo y saturaban cada centímetro del subsuelo. Los llamaré túneles,
aunque en realidad eran el espacio libre entre los desechos; se ramificaban en
una densa red total que conformaba la esfericidad del planeta.
Floté
entre el cableado, estupefacto de estar sin el Emisario, más que de hallarme
ahí. Mis rasgos faciales y mis imágenes sólo existían mientras él me miraba.
Ahora yo era una cosa sin tamaño, color o forma. Con el correr de las horas, ya
en lo profundo, me deje caer por el liviano descenso.
Una
infinita pena me inundó, mis miembros perdieron gradualmente sus fuerzas e
iniciativa. No entendía qué era arriba o abajo, escapaba de mí toda vida. Ya no
importaba L, ni M, ni el transmundo
de sueños que había imaginado. Pronto dejaría de ser yo.
Caí
cada vez más íntimamente al centro del planeta. Hacia el mismo lugar donde un
día se encendió artificialmente mi vida y donde acabaría.
Al
final la caída se detuvo. Decidí permanecer quieto mientras se apagaban mis
funciones vitales. En este lugar nacían los hombres y aquí debían también
morir.
Estar
tan solo era como ser un disco de un solo lado, por lo que era natural que
desapareciera, pues sólo los entes coherentes deben existir en la realidad.
Acurrucado en mi tristeza, esperé la muerte. A falta de gravedad no sentía mi
cuerpo y a falta de luz no lo veía; bastaba no pensar para no ser del todo.
Pero aún repasaba en mi mente formas para seguir siendo, como un débil
moribundo que se empeña en respirar y recordar. Pensé en las cartas sin
explicación, en el Thecnetos impensable, en los oscuros M y L a quienes nunca
conocería ni comprendería. Pensé en ese otro universo que soñé y que no existía
en ningún lado; ese soñado transmundo
al que alguna vez quise llegar, pero que fue no más que un espejismo. Y luego
paré de pensar. Dejaba de ser yo y de sentir que el tiempo pasaba.
Dejaba de ser consciencia viva y me volvía cosa insensible; un ser en sí
mismo, ajeno e incapaz de experimentar nada. Un ser sin relación alguna con
otro ser. Me volvía una cosa y de ese modo permanecería insensible y aparte por
toda la eternidad.
A unos segundos de
distancia de donde estaban todas las respuestas dejé de preguntarme.
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