Había vencido a mi enemigo, pero ¿Era posible sobrevivir en estos laberintos del avernus? Debía emerger. Repentinamente dejé inconclusas estas reflexiones, pues sentí un ruido a mis espaldas. Recordé mi situación actual, ingrávido en el centro de un Thecnetos moribundo; mi terror se convirtió de pronto en esperanza. El ruido podría ser el Emisario que volvía, que flotaba entre el cableado hasta mí. Giré ansioso de reencontrarlo. Luego se produjo de nuevo el ruido, pero era claramente artificial. Tirité de miedo y recordé frustrado que el Emisario no había hecho conmigo este viaje. Aquí cerca debía haber otra cosa. Acaso alguna bestia artificial, algún monstruo como tantos que habían evolucionado en las oscuridades de esa mente mecánica que moría y que ahora desesperado agonizaba. Quedé inmóvil. “Eso” ya estaba a mis espaldas. Sentí frío mientras presentía su mirada múltiple sobre mí y un helado sudor me recorrió.
Escuché mi respiración
como amplificada por un eco.
Alrededor de mío, la
realidad de los túneles continuaba; el mundo siempre existe a despecho de lo
que sintamos. De esa atroz maraña, “eso” había viajado veloz a mi encuentro,
como una araña que se apresura cuando percibe la llegada del huésped a su rara
casa.
—A q u í e s to
y —dijo una voz arenosa. Intente con
todas mis fuerzas no escucharla.
—Soy el que escribió esas
cartas.
Sentí mis trapecios
tensarse duramente. Luchando contra el miedo, traté inútilmente de responder,
pero mi cuerpo no obedecía.
—Vengo a llevarte al transmundo. —dijo esa voz
casi imperceptible.
Apoyándome precariamente
en los restos, giré mi cuerpo flotante para verlo y sólo vi más túneles en su
delirante tramado, pero no a eso que me llamaba. Sentí como si se vaciara un
líquido helado en mis huesos. Quizás hablaba en mi mente.
—Sí. Soy L. Llevo
trillones de años esperándote y te hallé por fin. —dijo esa voz que me parecía
venida de una fiebre. Mi corazón empezó a zumbar, mis oídos estaban taponados.
—¿Dónde estás? —dije
humildemente y me sorprendió escuchar mis palabras, las oí como dichas por
otro. Casi, como dichas por él. Esperé
contrito la respuesta en la oscuridad, mientras un ruidoso torrente sanguíneo
galopaba en mis oídos. L respondió con su tono opaco y lejano.
—Yo estoy aquí dentro
—dijo y no pude precisar la dirección. En ese momento vi un disco negro entre los
desechos, lo toqué con los dedos y sentí su vibración con la voz de L.
—Estoy dentro del
Thecnetos, te hablo desde la prehistoria del mundo. Mis palabras han dormido en
el Thecnetos millones y millones de años, esperándote.
Asombrado, escuché:
—Yo inventé el Thecnetos
y sé que sobrevivirá, aunque ya no haya mundo. En él inserté mi más amado
sueño. Trabajé como todos para conseguir la vida eterna para la humanidad, pero
otra cosa quería que perdurase y que no acabe nunca.
Como si no hubiese
entendido súbitamente dije:
—No sé quién eres, ni
siquiera sé quién soy yo ni por qué hay un universo a mí alrededor, ni qué es
el Thecnetos, ni qué es la consciencia, ni quién es en verdad el Emisario. Si
eres parte del Thecnetos dímelo —dije.
La voz
se apagó por unos segundos antes de responder, mientras se extendía un ruido
artificial. Era el naufragado Thecnetos que demoraba en buscar desde el fondo
de su totalidad la respuesta grabada de aquel muerto.
—Todas esas respuestas ya
las sabes, solo debes recordarlas, admitirlas. ¿Por qué hay un universo y no
nada? —Repitió L respondiendo automáticamente—, al responderla se responde
todo. Piensa, ¿Cómo podría simultáneamente ser posible un universo y no ser?
—Sí —dije
comprendiéndolo, y no sé si entendía o recordaba, es absurdo que exista
simultáneamente la posibilidad de que exista el cosmos y que este no sea. La
nada no contendría ni siquiera esa posibilidad. No hay otra posibilidad aparte
de que el universo sea. El universo es inevitable. ¿Por eso también es
necesario que exista el Thecnetos, el Emisario… ¿Yo?
No esperé la respuesta,
la supe, yo era tan necesario e inevitable como el cosmos y sentí un fugaz
orgullo de ser mí mismo.
—Pero ¿qué es exactamente el Thecnetos? —agregué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario