miércoles, 29 de junio de 2022

83 EL TIEMPO ES LA SOMBRA DE LA CONSCIENCIA

 


Había vencido a mi enemigo, pero ¿Era posible sobrevivir en estos laberintos del avernus? Debía emerger. Repentinamente dejé inconclusas estas reflexiones, pues sentí un ruido a mis espaldas. Recordé mi situación actual, ingrávido en el centro de un Thecnetos moribundo; mi terror se convirtió de pronto en esperanza. El ruido podría ser el Emisario que volvía, que flotaba entre el cableado hasta mí. Giré ansioso de reencontrarlo. Luego se produjo de nuevo el ruido, pero era claramente artificial. Tirité de miedo y recordé frustrado que el Emisario no había hecho conmigo este viaje. Aquí cerca debía haber otra cosa. Acaso alguna bestia artificial, algún monstruo como tantos que habían evolucionado en las oscuridades de esa mente mecánica que moría y que ahora desesperado agonizaba. Quedé inmóvil. “Eso” ya estaba a mis espaldas. Sentí frío mientras presentía su mirada múltiple sobre mí y un helado sudor me recorrió.

Escuché mi respiración como amplificada por un eco.

Alrededor de mío, la realidad de los túneles continuaba; el mundo siempre existe a despecho de lo que sintamos. De esa atroz maraña, “eso” había viajado veloz a mi encuentro, como una araña que se apresura cuando percibe la llegada del huésped a su rara casa.

—A q u í     e s to y  —dijo una voz arenosa. Intente con todas mis fuerzas no escucharla.

—Soy el que escribió esas cartas.

Sentí mis trapecios tensarse duramente. Luchando contra el miedo, traté inútilmente de responder, pero mi cuerpo no obedecía.

—Vengo a llevarte al transmundo. —dijo esa voz casi imperceptible.

Apoyándome precariamente en los restos, giré mi cuerpo flotante para verlo y sólo vi más túneles en su delirante tramado, pero no a eso que me llamaba. Sentí como si se vaciara un líquido helado en mis huesos. Quizás hablaba en mi mente.

—Sí. Soy L. Llevo trillones de años esperándote y te hallé por fin. —dijo esa voz que me parecía venida de una fiebre. Mi corazón empezó a zumbar, mis oídos estaban taponados.

—¿Dónde estás? —dije humildemente y me sorprendió escuchar mis palabras, las oí como dichas por otro. Casi, como dichas por él.  Esperé contrito la respuesta en la oscuridad, mientras un ruidoso torrente sanguíneo galopaba en mis oídos. L respondió con su tono opaco y lejano.

—Yo estoy aquí dentro —dijo y no pude precisar la dirección. En ese momento vi un disco negro entre los desechos, lo toqué con los dedos y sentí su vibración con la voz de L.

—Estoy dentro del Thecnetos, te hablo desde la prehistoria del mundo. Mis palabras han dormido en el Thecnetos millones y millones de años, esperándote.

Asombrado, escuché:

—Yo inventé el Thecnetos y sé que sobrevivirá, aunque ya no haya mundo. En él inserté mi más amado sueño. Trabajé como todos para conseguir la vida eterna para la humanidad, pero otra cosa quería que perdurase y que no acabe nunca.

Como si no hubiese entendido súbitamente dije:

—No sé quién eres, ni siquiera sé quién soy yo ni por qué hay un universo a mí alrededor, ni qué es el Thecnetos, ni qué es la consciencia, ni quién es en verdad el Emisario. Si eres parte del Thecnetos dímelo —dije.

     La voz se apagó por unos segundos antes de responder, mientras se extendía un ruido artificial. Era el naufragado Thecnetos que demoraba en buscar desde el fondo de su totalidad la respuesta grabada de aquel muerto.

—Todas esas respuestas ya las sabes, solo debes recordarlas, admitirlas. ¿Por qué hay un universo y no nada? —Repitió L respondiendo automáticamente—, al responderla se responde todo. Piensa, ¿Cómo podría simultáneamente ser posible un universo y no ser?

—Sí —dije comprendiéndolo, y no sé si entendía o recordaba, es absurdo que exista simultáneamente la posibilidad de que exista el cosmos y que este no sea. La nada no contendría ni siquiera esa posibilidad. No hay otra posibilidad aparte de que el universo sea. El universo es inevitable. ¿Por eso también es necesario que exista el Thecnetos, el Emisario… ¿Yo?

No esperé la respuesta, la supe, yo era tan necesario e inevitable como el cosmos y sentí un fugaz orgullo de ser mí mismo.

—Pero ¿qué es exactamente el Thecnetos? —agregué. 

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