domingo, 19 de junio de 2022

80 ÚLTIMO RECURSO: EL THECNETOS

 



Un trillón de trillones de años antes…

       

La muerte de M no le importó a la meta-corporación ni a sus Thaumasios. Pero el fracaso del experimento de transportación extra-universal fue sabido por todas las demás civilizaciones que aún sobrevivían, no fue posible ocultar la información; esto llenó de terror a la humanidad. La muerte de M era la primera de una hecatombe que mataría en breve a todas las personas, a todas las meta-corporaciones y a los diversos planetas habitados, solo un inhabitable cosmos quedaría, desierto y anónimo; en medio de la nada.

Herakón recibió de los Thaumasios Hekantokeinos unas asombrosas órdenes, que trasmitió a su personal en Amil-Urep.

     Una orden urgente que le llegó también a L, considerado Thaumasios de nuevo, uno que aún no entendía la muerte de su erómenos y que había sido despojado del material genético de M, que antes había introducido artificialmente en él mismo, dejándolo físicamente, aún más frágil.

—La meta-corporación ordena que se le conecte a grado quirúrgico —dijo la androide Nimis oyendo su propia voz fascinada—. Herakón y los demás Thaumasios de la planta ya iniciaron el proceso, ya tenemos preparada la sala de cirugías de comunicación —dijo Nimis mirando extasiada el rostro de L por primera vez.

—No puedo participar —dijo L—. Y no deberías mirar a nadie así, no reveles tu nueva condición pues te la quitarán.

—Ha venido una patrulla militar a cerciorarse de que cumpla lo mandado; en todo el cosmos se está procediendo a la comunicación quirúrgica urgente —dijo Nimis.

L, maltrecho y casi muerto, la escuchó asombrado. Resignado a cualquier cosa, aceptó. Entendió que era imposible desobedecer. En un titubeo final, una esperanza se encendió en su mente: …Thecnetos… —pensó al tener una repentina epifanía.

     Con esa intuición tomando forma por primera vez en él, fue llevado en una silla mecánica al complejo de cirugías de comunicación; en él, un equipo de neurocirujanos informáticos lo esperaba. Nimis sentía el frio metálico de la silla de ruedas con la que trasportaba a L, fascinada de poder sentir esa elemental sensación.

     El cuerpo de L fue preparado con ayuda de numerosos androides-qualia. Decenas de sondas atravesaron cruelmente su cuerpo y su cerebro. Una dolorosa preparación quirúrgica insertó y atravesó su masa encefálica, comunicándolo directamente a las millones de mentes que participarían de aquel simposio cósmico de Thaumasios. El telégrafo quántico uniría todas esas mentes en una.

L asumió con resignación los dolorosos y tediosos procedimientos. Los cirujanos y los técnicos trabajaron horas y colocaron también sistemas de mantenimiento para conservar su cuerpo con vida; era necesario para que soportara los días que tomaría esa colectiva búsqueda. Pronto el cerebro de L se fundiría con los de otros millones de Thaumasios y Hekantokeinos, en todo el cosmos que formarían un inmenso y poderoso meta-cerebro virtual, que tenía como misión, la búsqueda de una solución final a la muerte del universo y una respuesta al fracaso del viaje extra-universal.

     El nervio óptico era el mejor camino hacia el cerebro. Así que sus cuencas oculares debían ser vaciadas y atravesadas por artefactos que le llevarían información. Este proceso en particular requería que se le extrajeran los globos oculares, así que L, después de mirar por última vez el mundo en aquella sala de cirugías, quedo ciego como los demás Thaumasios; pero el sacrificio era poco comparado con la urgencia de la misión y el apremio de tener la máxima idoneidad en ese alto encuentro cognitivo.

     Por el cableado que salía del cuerpo de L, se conectaría con la mente y las ideas de millones de otros Thaumasios y con las de los más poderosos sistemas inteligentes artificiales, formando así una enorme inteligencia nunca antes formada.

     Finalizada la delicada tarea de conexión, L entró en comunicación mental con los demás: millares de genios eran ahora uno. En ese plural ente cognitivo profundos análisis y consideraciones empezaron de inmediato. El cuerpo de L se agitaba y era el único signo que se observaba del proceso en el que estaba inmerso: un plan que quizás haría posible lo impensable, realidad lo que más anhelaba su corazón.

     Luego se corrió un rumor asombroso por aquella meta-mente. Todas las meta-corporaciones acordaban una tregua final y participarían de la decisión final y la búsqueda de un fin colectivo al límite entrópico que venía a matarlos.

Las guerras entre las decenas de meta-corporaciones que dominaban el universo, que habían durado millones de años, llegaron a su fin y por primera vez conversaban todos sus miembros sin sospechas ni odios, en una causa común y frente a un único enemigo: la nada. Paradójicamente, ese vacío enemigo, era más fuerte que todos ellos juntos.

     La decisión tomó varios días y participaron millones de mundos. El trabajo era absolutamente mental pero extenuante y consumió a los miembros más enfermos o ancianos.

     Para L era su batalla final para lograr su sueño último y el trabajo final de los múltiples para los que nació o para los que la meta-corporación lo hizo nacer. Pero el esfuerzo lo fulminaba.

     Después de unos días, en medio de esa maraña vertiginosa de pensamientos en que se había convertido ese oscuro universo mental, de entre millones de contradicciones e ideas radicales, comenzó a avanzar una; una idea pensada por el más desesperanzado de los Thaumasios: L, que entregó de este modo, el último fruto de su inteligencia. Ese concepto empezó a hacerse campo y a derrotar a sus adversarios, emergiendo de entre millares de ideas. Anciano tras anciano se fue afinando y creciendo. Por fin quedó está sola idea con sus complejas formas y los últimos días del debate universal se dirigieron a lograr su comprensión y maduración final.

     En esta fase algunos ancianos agotados murieron por el sobreesfuerzo y por complicaciones de la cirugía cerebro-informática.

El resto de la humanidad esperó ansiosa y por fin al tercer día se emitió la comunicación del fin de la tarea.

     En el planeta Amil-Urep, la androide Nimis esperaba órdenes. Por fin, el trabajo concluyó y se desconectó a los Thaumasios de las centenas de meta-corporaciones que ahora formaban una sola trans-meta corporación; se emitieron millones de órdenes, un vasto programa había sido ya diseñado y empezaría a cumplirse ese mismo día. Todos los recursos disponibles se destinaban ahora a ese proyecto: la construcción de un ente llamado Thecnetos. L dirigiría su construcción al haber propuesto el artilugio. Acabaría el hombre, pero quizás se salvaría la humanidad. Ese día se levantaron los ancianos sobrevivientes. Todos estaban ahora ciegos como Herakón y muchos con daños físicos irreversibles, pero todos se incorporaron al trabajo inmediatamente.

     Herakón sobrevivió sin problemas, dado que su cuerpo era ya casi todo artificial. Los Zombis Hekantokeinos se entregaron al trabajo con los dueños de las otras meta-corporaciones.

     Dada la paz entre todas las meta-corporaciones, Ayazx fue liberado, su temperamento se había vuelto sobrio y equilibrado, macerado en la antesala a la muerte y de cara al amor. Ahora estoico y racional, se enroló voluntariamente con otros guerreros sobrevivientes, al mega-regimiento militar único que se formó en esos días. Parte de una organizada, disciplinada y laboriosa generación. La última generación de seres humanos. Resignados a su fin, todos incluso Ayazx, olvidaron su antiguo egoísmo. Esa última humanidad aceptó su desaparición, estoicamente, y se afanó para preservar lo más esencial y profundo de ella, antes de entregarse al sueño interminable y hueco de su colectiva desaparición. 

     Pero en la sala de cirugías cerebro-informáticas del planeta Amil-Urep, L no se levantó. Poco antes de acabar el proyecto que había imaginado, que había soñado, fallaron varios de sus sistemas físicos de mantenimiento. Inmediatamente fueron reemplazados por órganos artificiales. Con diversas crisis iban muriendo partes de su cerebro, pero participaban con ahínco las zonas aún útiles.

     Pero en el procedimiento de desconexión final, tras un profundo sangrado sucumbió. Tras su último y devoto trabajo, que realizó con entrega absoluta, L murió.

Su cuerpo maltrecho y atravesado de cables fue inmediatamente. Solo fragmentos secos de su cerebro quedaron en las enredadas maquinarias que lo atravesaban.

     La androide Nimis, con quien había pasado sus últimos días, no sintió nada, ni comprendió qué se perdía con su muerte. L le había construido una conciencia. Pero para ella L era una cosa, una maquina bioquímica. Solo veía una consciencia: la suya, las demás eran solo hipotéticas, no había ningún modo de saber si los demás también “sentían”. No tenía ningún recuerdo de sensaciones de su vida pasada, pero sí de sus pensamientos actuales, siempre había sido una inteligencia artificial y era ahora también una consciencia artificial, veía por primera vez colores, sentía texturas y temperaturas. Pero repentinamente le peso saber que un día, muy pronto, moriría y volvería ser una cosa.

     Herakón tendría finalmente la responsabilidad de comandar la construcción del Thecnetos usando las instrucciones dejadas por L. No había en el mundo nadie a parte de él que entendiera mejor al Thaumasios muerto y al Thecnetos, así el anciano Thaumasios se permitió recordar que L había sido uno de los epi-clones que engendró en su juventud. Ese niño de hace tantos años que creyó muerto, ahora por fin, lo estaba. Una minúscula pena lo sacudió. Pero después se repuso de ella, sería su última emoción. Consideró adecuado haberlo matado y de matar en él mismo lo que más detestaba de la vida, esa profunda y única característica, común a mohos y bacterias: el deseo de dejar tras de sí, otro ser semejante. Ya podría ser un hombre enteramente artificial, ya podría ser libre.

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