Un trillón de trillones
de años antes…
La muerte de M no le importó a la
meta-corporación ni a sus Thaumasios.
Pero el fracaso del experimento de transportación extra-universal fue sabido
por todas las demás civilizaciones que aún sobrevivían, no fue posible ocultar
la información; esto llenó de terror a la humanidad. La muerte de M era la
primera de una hecatombe que mataría en breve a todas las personas, a todas las
meta-corporaciones y a los diversos planetas habitados, solo un inhabitable
cosmos quedaría, desierto y anónimo; en medio de la nada.
Herakón recibió de
los Thaumasios Hekantokeinos unas asombrosas órdenes, que trasmitió a su personal
en Amil-Urep.
Una
orden urgente que le llegó también a L, considerado Thaumasios de nuevo, uno que aún no entendía la muerte de su erómenos y que había sido despojado del
material genético de M, que antes había introducido artificialmente en él
mismo, dejándolo físicamente, aún más frágil.
—La meta-corporación
ordena que se le conecte a grado quirúrgico —dijo la androide Nimis oyendo su propia voz fascinada—. Herakón y los demás Thaumasios de la planta ya iniciaron el proceso, ya tenemos
preparada la sala de cirugías de comunicación —dijo Nimis mirando extasiada el rostro de L por primera vez.
—No puedo participar
—dijo L—. Y no deberías mirar a nadie así, no reveles tu nueva condición pues
te la quitarán.
—Ha venido una patrulla
militar a cerciorarse de que cumpla lo mandado; en todo el cosmos se está
procediendo a la comunicación quirúrgica urgente —dijo Nimis.
L, maltrecho y casi
muerto, la escuchó asombrado. Resignado a cualquier cosa, aceptó. Entendió que
era imposible desobedecer. En un titubeo final, una esperanza se encendió en su
mente: …Thecnetos… —pensó al tener
una repentina epifanía.
Con
esa intuición tomando forma por primera vez en él, fue llevado en una silla
mecánica al complejo de cirugías de comunicación; en él, un equipo de
neurocirujanos informáticos lo esperaba. Nimis
sentía el frio metálico de la silla de ruedas con la que trasportaba a L, fascinada
de poder sentir esa elemental sensación.
El
cuerpo de L fue preparado con ayuda de numerosos androides-qualia. Decenas de
sondas atravesaron cruelmente su cuerpo y su cerebro. Una dolorosa preparación
quirúrgica insertó y atravesó su masa encefálica, comunicándolo directamente a
las millones de mentes que participarían de aquel simposio cósmico de Thaumasios. El telégrafo quántico uniría
todas esas mentes en una.
L asumió con resignación
los dolorosos y tediosos procedimientos. Los cirujanos y los técnicos
trabajaron horas y colocaron también sistemas de mantenimiento para conservar
su cuerpo con vida; era necesario para que soportara los días que tomaría esa
colectiva búsqueda. Pronto el cerebro de L se fundiría con los de otros
millones de Thaumasios y Hekantokeinos, en todo el cosmos que
formarían un inmenso y poderoso meta-cerebro virtual, que tenía como misión, la
búsqueda de una solución final a la muerte del universo y una respuesta al
fracaso del viaje extra-universal.
El
nervio óptico era el mejor camino hacia el cerebro. Así que sus cuencas
oculares debían ser vaciadas y atravesadas por artefactos que le llevarían
información. Este proceso en particular requería que se le extrajeran los
globos oculares, así que L, después de mirar por última vez el mundo en aquella
sala de cirugías, quedo ciego como los demás Thaumasios; pero el sacrificio era poco comparado con la urgencia
de la misión y el apremio de tener la máxima idoneidad en ese alto encuentro
cognitivo.
Por el
cableado que salía del cuerpo de L, se conectaría con la mente y las ideas de
millones de otros Thaumasios y con
las de los más poderosos sistemas inteligentes artificiales, formando así una
enorme inteligencia nunca antes formada.
Finalizada la delicada tarea de conexión, L entró en comunicación mental
con los demás: millares de genios eran ahora uno. En ese plural ente cognitivo
profundos análisis y consideraciones empezaron de inmediato. El cuerpo de L se
agitaba y era el único signo que se observaba del proceso en el que estaba
inmerso: un plan que quizás haría posible lo impensable, realidad lo que más
anhelaba su corazón.
Luego
se corrió un rumor asombroso por aquella meta-mente. Todas las
meta-corporaciones acordaban una tregua final y participarían de la decisión
final y la búsqueda de un fin colectivo al límite entrópico que venía a
matarlos.
Las guerras entre las
decenas de meta-corporaciones que dominaban el universo, que habían durado
millones de años, llegaron a su fin y por primera vez conversaban todos sus
miembros sin sospechas ni odios, en una causa común y frente a un único enemigo:
la nada. Paradójicamente, ese vacío enemigo, era más fuerte que todos ellos
juntos.
La
decisión tomó varios días y participaron millones de mundos. El trabajo era
absolutamente mental pero extenuante y consumió a los miembros más enfermos o
ancianos.
Para L
era su batalla final para lograr su sueño último y el trabajo final de los
múltiples para los que nació o para los que la meta-corporación lo hizo nacer.
Pero el esfuerzo lo fulminaba.
Después de unos días, en medio de esa maraña vertiginosa de pensamientos
en que se había convertido ese oscuro universo mental, de entre millones de
contradicciones e ideas radicales, comenzó a avanzar una; una idea pensada por
el más desesperanzado de los Thaumasios:
L, que entregó de este modo, el último fruto de su inteligencia. Ese concepto
empezó a hacerse campo y a derrotar a sus adversarios, emergiendo de entre
millares de ideas. Anciano tras anciano se fue afinando y creciendo. Por fin
quedó está sola idea con sus complejas formas y los últimos días del debate
universal se dirigieron a lograr su comprensión y maduración final.
En
esta fase algunos ancianos agotados murieron por el sobreesfuerzo y por
complicaciones de la cirugía cerebro-informática.
El resto de la humanidad
esperó ansiosa y por fin al tercer día se emitió la comunicación del fin de la
tarea.
En el
planeta Amil-Urep, la androide Nimis esperaba órdenes. Por fin, el
trabajo concluyó y se desconectó a los Thaumasios
de las centenas de meta-corporaciones que ahora formaban una sola trans-meta corporación;
se emitieron millones de órdenes, un vasto programa había sido ya diseñado y
empezaría a cumplirse ese mismo día. Todos los recursos disponibles se
destinaban ahora a ese proyecto: la construcción de un ente llamado Thecnetos.
L dirigiría su construcción al haber propuesto el artilugio. Acabaría el hombre,
pero quizás se salvaría la humanidad. Ese día se levantaron los ancianos
sobrevivientes. Todos estaban ahora ciegos como Herakón y muchos con daños físicos irreversibles, pero todos se
incorporaron al trabajo inmediatamente.
Herakón
sobrevivió sin problemas, dado que su cuerpo era ya casi todo artificial. Los Zombis Hekantokeinos se entregaron al trabajo con los dueños de las otras
meta-corporaciones.
Dada
la paz entre todas las meta-corporaciones, Ayazx
fue liberado, su temperamento se había vuelto sobrio y equilibrado, macerado en
la antesala a la muerte y de cara al amor. Ahora estoico y racional, se enroló
voluntariamente con otros guerreros sobrevivientes, al mega-regimiento militar
único que se formó en esos días. Parte de una organizada, disciplinada y
laboriosa generación. La última generación de seres humanos. Resignados a su
fin, todos incluso Ayazx, olvidaron
su antiguo egoísmo. Esa última humanidad aceptó su desaparición, estoicamente,
y se afanó para preservar lo más esencial y profundo de ella, antes de entregarse
al sueño interminable y hueco de su colectiva desaparición.
Pero
en la sala de cirugías cerebro-informáticas del planeta Amil-Urep, L no se levantó. Poco antes de acabar el proyecto que
había imaginado, que había soñado, fallaron varios de sus sistemas físicos de
mantenimiento. Inmediatamente fueron reemplazados por órganos artificiales. Con
diversas crisis iban muriendo partes de su cerebro, pero participaban con
ahínco las zonas aún útiles.
Pero
en el procedimiento de desconexión final, tras un profundo sangrado sucumbió.
Tras su último y devoto trabajo, que realizó con entrega absoluta, L murió.
Su cuerpo maltrecho y
atravesado de cables fue inmediatamente. Solo fragmentos secos de su cerebro
quedaron en las enredadas maquinarias que lo atravesaban.
La
androide Nimis, con quien había
pasado sus últimos días, no sintió nada, ni comprendió qué se perdía con su
muerte. L le había construido una conciencia. Pero para ella L era una cosa,
una maquina bioquímica. Solo veía una consciencia: la suya, las demás eran solo
hipotéticas, no había ningún modo de saber si los demás también “sentían”. No
tenía ningún recuerdo de sensaciones de su vida pasada, pero sí de sus
pensamientos actuales, siempre había sido una inteligencia artificial y era
ahora también una consciencia artificial, veía por primera vez colores, sentía
texturas y temperaturas. Pero repentinamente le peso saber que un día, muy
pronto, moriría y volvería ser una cosa.
Herakón tendría finalmente la
responsabilidad de comandar la construcción del Thecnetos usando las
instrucciones dejadas por L. No había en el mundo nadie a parte de él que
entendiera mejor al Thaumasios muerto
y al Thecnetos, así el anciano Thaumasios
se permitió recordar que L había sido uno de los epi-clones que engendró en su
juventud. Ese niño de hace tantos años que creyó muerto, ahora por fin, lo
estaba. Una minúscula pena lo sacudió. Pero después se repuso de ella, sería su
última emoción. Consideró adecuado haberlo matado y de matar en él mismo lo que
más detestaba de la vida, esa profunda y única característica, común a mohos y
bacterias: el deseo de dejar tras de sí, otro ser semejante. Ya podría ser un
hombre enteramente artificial, ya podría ser libre.
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