jueves, 3 de marzo de 2022

31 EL ÚLTIMO VIAJE

 

En otro punto del espacio-tiempo…

      Frustrado de mi ingenua rebelión, dejé de engañar a los Mekhanes para sobrevivir y emprendí el más largo y lejano de mis viajes. Ya resignado a dejarme matar por el omnipotente Thecnetos.

     Cada cosa era ajena a las demás cosas que la rodeaban. Los paisajes de ruinas no tenían fondo. Ya muy lejos vi la tarde arañada de negras y largas sombras. Sentí una vez más esa desazón de estar demasiado alejado y perdido, demasiado anónimo. No saber quién soy ni saber que es esa consciencia que soy. ¿Cómo dejé de ser abstrusa sustancia para ser consciente de la inconsciencia que me rodeaba? Caminar y caminar por esa topografía incesantemente nueva y ajena, por calles que no me conocían y que de inmediato me olvidaban.

        Cosas así me hacían entender que el mundo prescindía de mí, que era extranjero a donde vaya. O a donde regrese. Que estaba inútilmente vivo.

     Sentí en el corazón que yo no participaba de la vastedad, que estaba minúsculo observándola y recorriéndola. Pero para la totalidad que me rodeaba no contaba. Sólo tomaba prestados unos segundos y unos metros y mientras andaba tenía que dejarlos siempre atrás.

     Sentí también esa precariedad que llamamos “la realidad”. Si yo olvidara el camino de vuelta o esa escalera, ese hombre de mármol, ese dintel carcomido de todos los días ya no podría sentir que era yo mismo. Solo por fugaces sensaciones estamos asidos al mundo; un lazo tan débil como hecho de aire. Y sólo eran casualidades. Si me soltaba de ellas, podría perderme. Mi memoria también está hecha de detalles arbitrarios, además de caóticos. Podría esfumárseme un día, despertar y desconocerme, no saber siquiera qué cosas había yo sido antes, ignorar lo que había perdido. Quizás la explicación de que el hombre moderno no sabe nada es más bien que ha olvidado todo. Quizás sólo hace unos segundos yo sabía quién era, qué era el transmundo o el Thecnetos, pero ya no más. Y nunca más.

     Sólo por una vana memoria, colmada de cosas ajenas, suponía que yo estaba aquí y ahora. Sólo por esa cosa que era casi nada, me afirmaba en mí mismo.

     Demasiado lejos había viajado y sentía ese incómodo anonimato como una urgencia creciendo en el fondo de mí. Me sentí como en esas pesadillas en que uno busca su casa y ésta ha desaparecido. Carezco de nombre y de rostro, así que volver a lo que llamaba mi casa me liberaba de este sentimiento, allí quería morir. Esas piedras, esos metales me fijaban en mí mismo por un tiempo, aunque fueran detalles condenados también a desaparecer. Esa angustia me impidió seguir viajando.

     Por eso me apresuré en regresar. Al venir por la calle, reconocí aliviado las primeras ruinas y estatuas en el mismo lugar en donde las había dejado. Pero en el recorrido final, algunas cosas no estaban y me preocupé.

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