jueves, 17 de marzo de 2022

46 ADENTRO DE ESE HOMBRE, ESTOY YO

 


En otro lugar del espacio-tiempo…

 

La herida de M en el brazo ya había dejado de sangrar, él y L se miraron en la angosta cabina que será su hogar.

Enlazados íntimamente, hablaron.

—Somos libres, podemos ser los que queremos —dijo M.

—Ya somos otros —dijo L saturado de la enfermedad atávica—, ya no somos esclavos.

—¿Cómo podemos ser los mismos después de cambiar? —dijo M que empezaba a sentir la piel de L cada vez más fría.

—El recipiente de nuestras experiencias cambiantes es siempre el mismo: nuestra consciencia. Nosotros somos esa consciencia. Y el único contenido que quiero que tenga eres tú —dijo L.

—El yo es la cosa más rara que hay en el universo, el tiempo pasa, todo cambia y siempre es el mismo —dijo M— ¿De qué está hecho?

—No está formado de materia ni de tiempo, sino de algo más grande, algo en que infinitos tiempos caben —dijo L que sentía que el aire de la nave se hacía cada vez más liviano, desdibujando brevemente la hermosa figura de M—. La consciencia no es atemporal o sería nada, pues la nada no tiene características.

       M y L habían planeado vivir unas semanas y quizás hasta un año en libertad en esa nave. Y hasta podrían haber llegado a un satélite o Mekhanes abandonado que les permitiese viajar y vivir libres por muchos años más, prófugos y felices.

     Pero en el ataque fallido de Ayazx contra ellos, esa sola esquirla de la nave de Andros, que fue la que desgarro el brazo izquierdo de M, antes había, al atravesar la nave, cambiado un solo circuito. Este fue crónicamente desbaratando y confundiendo los sistemas de la nave, al final una pequeñísima explosión creó un defecto insolucionable.

     L había leído en los monitores que una minúscula fuga de energía había empezado. Y no había ningún modo de repararla. Muy lentamente las luces y la temperatura iban decreciendo, haciendo que los dos eromenois necesitasen estar cada vez más cerca uno del otro.

—Bueno. Esto es ser libre —dijo L mirándose en los ojos de M.

Por primera vez el mundo era de ellos y para ellos, aunque sólo fuera en esa errática nave.

—Estamos atrapados aún —agregó L— en algo que no es la realidad. Estamos atrapados en nuestra mente, lejos de la mente de los demás. M, delante de ti hay un hombre y adentro de él, estoy yo.

—¿Y si fuéramos realmente libres?  —agregó M.

—Viajaríamos por el ser mismo de las cosas, las que están detrás de los colores y las formas, nos uniríamos de verdad, no solo nuestros cuerpos. Pero los hombres siempre estaremos a un lado del ser de la naturaleza, incapaces de entrar en ella —dijo L.

—Pero, yo sé que ahora estoy contigo, no me importa que la humanidad esté exiliada por siempre del mundo, ni estar arrojado de él, si en ese afuera también estás tú —dijo M, luego agregó con otro tono de voz:

—La nave quedó muy deteriorada y no podremos llegar a ningún lado, hace unas horas que la temperatura va bajando y la presión de gases también se pierde —dijo.

L escuchó con tristeza lo que él ya había notado. Le dolió que M ahora lo supiese.

—¿Qué se perderá cuando desaparezcamos? —preguntó estoico M.

—Nosotros aún sentimos que pasa el tiempo, pero el mismo tiempo no lo conocemos. El verdadero tiempo no pasa y continuará después que durmamos juntos por última vez.

—Toda la humanidad está al borde de la realidad incapaz de conocerla verdaderamente —dijo M.

—Eso hace al hombre un ser perpetuamente solitario, sólo en ti he podido conocer algo que no fuera yo mismo. Sólo contigo dejé de estar solo —agregó L—. Eres el otro lado de mi consciencia.

—Y tú de mi carne —completo M.

     La temperatura en la nave bajaba suavemente. Sin notarlo, las imágenes perdieron contorno, sus conciencias perdían contenido y se desvanecían como las aguas de un río en un mar de insensibilidad. En unas horas los dos eromenois estaban perfectamente congelados, uno al lado del otro. Sin casi espacio entre sus cuerpos, ahora sólidos.

La nave se movía errática y muerta, pero de pronto frenó su rumbo caótico y empezó suavemente a viajar a una precisa dirección, trasladando a los congelados eromenois. Obedeciendo un lejano y artificial mandato.

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