En otro lugar del espacio-tiempo…
La herida de M en el
brazo ya había dejado de sangrar, él y L se miraron en la angosta cabina que
será su hogar.
Enlazados íntimamente, hablaron.
—Somos libres, podemos ser los que queremos —dijo
M.
—Ya somos otros —dijo L saturado de la enfermedad
atávica—, ya no somos esclavos.
—¿Cómo podemos ser los mismos después de cambiar?
—dijo M que empezaba a sentir la piel de L cada vez más fría.
—El recipiente de nuestras experiencias
cambiantes es siempre el mismo: nuestra consciencia. Nosotros somos esa
consciencia. Y el único contenido que quiero que tenga eres tú —dijo L.
—El yo es la cosa más rara que hay en el
universo, el tiempo pasa, todo cambia y siempre es el mismo —dijo M— ¿De qué
está hecho?
—No está formado de materia ni de tiempo, sino de
algo más grande, algo en que infinitos tiempos caben —dijo L que sentía que el
aire de la nave se hacía cada vez más liviano, desdibujando brevemente la
hermosa figura de M—. La consciencia no es atemporal o sería nada, pues la nada
no tiene características.
M y
L habían planeado vivir unas semanas y quizás hasta un año en libertad en esa
nave. Y hasta podrían haber llegado a un satélite o Mekhanes abandonado que les
permitiese viajar y vivir libres por muchos años más, prófugos y felices.
Pero en el ataque fallido de Ayazx contra
ellos, esa sola esquirla de la nave de Andros, que fue la que desgarro el brazo
izquierdo de M, antes había, al atravesar la nave, cambiado un solo circuito.
Este fue crónicamente desbaratando y confundiendo los sistemas de la nave, al
final una pequeñísima explosión creó un defecto insolucionable.
L
había leído en los monitores que una minúscula fuga de energía había empezado.
Y no había ningún modo de repararla. Muy lentamente las luces y la temperatura
iban decreciendo, haciendo que los dos eromenois necesitasen estar cada vez más
cerca uno del otro.
—Bueno.
Esto es ser libre —dijo L mirándose en los ojos de M.
Por primera vez el mundo era de ellos y para
ellos, aunque sólo fuera en esa errática nave.
—Estamos atrapados aún —agregó L— en algo que no
es la realidad. Estamos atrapados en nuestra mente, lejos de la mente de los
demás. M, delante de ti hay un hombre y adentro de él, estoy yo.
—¿Y si fuéramos realmente libres? —agregó M.
—Viajaríamos por el ser mismo de las cosas, las
que están detrás de los colores y las formas, nos uniríamos de verdad, no solo
nuestros cuerpos. Pero los hombres siempre estaremos a un lado del ser de la
naturaleza, incapaces de entrar en ella —dijo L.
—Pero, yo sé que ahora estoy contigo, no me
importa que la humanidad esté exiliada por siempre del mundo, ni estar arrojado
de él, si en ese afuera también estás tú —dijo M, luego agregó con otro tono de
voz:
—La nave quedó muy deteriorada y no podremos
llegar a ningún lado, hace unas horas que la temperatura va bajando y la
presión de gases también se pierde —dijo.
L escuchó con tristeza lo que él ya había notado.
Le dolió que M ahora lo supiese.
—¿Qué se perderá cuando desaparezcamos? —preguntó
estoico M.
—Nosotros aún sentimos que pasa el tiempo, pero
el mismo tiempo no lo conocemos. El verdadero tiempo no pasa y continuará
después que durmamos juntos por última vez.
—Toda la humanidad está al borde de la realidad
incapaz de conocerla verdaderamente —dijo M.
—Eso hace al hombre un ser perpetuamente
solitario, sólo en ti he podido conocer algo que no fuera yo mismo. Sólo
contigo dejé de estar solo —agregó L—. Eres el otro lado de mi consciencia.
—Y tú de mi carne —completo M.
La
temperatura en la nave bajaba suavemente. Sin notarlo, las imágenes perdieron
contorno, sus conciencias perdían contenido y se desvanecían como las aguas de
un río en un mar de insensibilidad. En unas horas los dos eromenois estaban
perfectamente congelados, uno al lado del otro. Sin casi espacio entre sus
cuerpos, ahora sólidos.
La nave se movía errática y muerta, pero de
pronto frenó su rumbo caótico y empezó suavemente a viajar a una precisa
dirección, trasladando a los congelados eromenois. Obedeciendo un lejano y
artificial mandato.
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