jueves, 3 de marzo de 2022

34 ENTRELAZAMIENTO QUÁNTICO

 


En otro amanecer perdido de la totalidad…

      Era la fría madrugada de Plouton, una de las pocas madrugadas que aún quedaban. El viento subía susurrando por los costados de un alto edificio como un felino invisible y cauto.

L llevó a M una carta que al final no entregó:

 

M. Carta de despedida.

Mi amor por ti es un árbol al que se le empiezan a caer las hojas. Ahora continúa vivo incluso creciendo lentamente, pues sólo han pasado unos minutos, tal vez ya una hora, desde que me dijiste que no puedes enredar tu corazón con el mío.

Sin embargo, cómo se demoran las cosas en morir, cómo quieren como niños tercos persistir en su misma forma.

Me ausculto y encuentro…

 

La inmensidad material del planeta era helada y negra. En un alto balcón, como sobre el mundo, M y L compartían el tiempo, que a esa hora toma la forma de fuerte frío, de intimidad y de cansancio. M miraba en el cielo desaparecer una multitud de estrellas y la invasión de ese fuerte azul antes de la venida de la luz.
Y ésa era la secreta felicidad de los dos eromenois: unos pocos minutos uno al lado del otro en la vastedad árida y ansiosa de Plouton.

     Pero esa felicidad era frágil como una delgada cinta de humo, precaria y volátil.  L la quería acariciar, pero tocarla era deshacerla.

La humedad y el frío de alguna manera también eran esa pobre felicidad.

     En esa alta madrugada, ahora tan lejana, L le habló a M acerca del fin del tiempo, ya que los destinos de ambos hombres les prohibían hablar de amor.

El íntegro corazón de M escuchaba las desoladoras teorías de aquel universo sin dios que ambos habitaban.

—Ninguna de esas estrellas que ves existe en realidad —dijo L con los ojos fijos en los reflejos y trasparencias de la mirada de M.

—Explícamelo —dijo M interesado más en L que en sus palabras. Su sólida respiración se turbaba en las proximidades del cuerpo de aquel técnico.

—A la luz —empezó L— le toma un tiempo llegar de un lugar a otro, por eso toda imagen viene atrasada. Las formas siempre llegan un poco tarde. Incluso a ti te veo como eras hace una fracción de tiempo, no como eres realmente ahora. Esas estrellas que están desapareciendo arriba de nosotros ya no existen en ningún lugar. Millones de años han demorado en llegar sus imágenes a nosotros y en ese tiempo esas estrellas se han apagado, dejando sus imágenes viajando a solas en un universo en realidad a oscuras.

M escuchó turbado.

—Dices que sólo veo tu pasado —dijo M pausado y con la mirada completamente pérdida en esa multitud de estrellas— y tú el mío. Eso es como si estuviéramos en realidad solos —dijo y sus cejas se torcieron compungidas.

—Pero podemos suponer nuestros presentes —dijo L—, perdidas en el fondo de esos ecos muertos, en lo más profundo, hay imágenes del mismo origen del universo —agregó.

—Un origen del universo… ¿Cómo pueden decir que hubo un comienzo del universo? —Preguntó M, que pronto dejaría este universo—. ¿Cómo alguna vez fue que nada de esto existió? —Preguntó M que había recorrido y visto miles de galaxias en su vida de guerrero, un enorme cosmos que según decía L alguna vez había sido nada.

Luego de unos segundos agregó confuso M:

—Si había sólo nada, ¿por qué de pronto apareció el universo? ¿Por qué no continuó la nada?

—La nada no está ni permanece —refutó delicadamente L—. Hace 95 786 trillones de años, había algo, una cosa muy distinta a lo que conocemos ahora como “materia”, aquello no tenía extensión ni duración, lo más parecido en nuestro universo a ese “algo” es la nada, pero no era en realidad una “ausencia”.

     M lo escuchó como tratando de perdonar la incoherencia sus palabras. M, como las cosas dormidas, ignoraba lo que ignoraba. 

—Un cambio de estado de ese ente, le dio nuevas características, una de ellas el tiempo y otra el espacio, que empezaron ahí. El ser, es solo uno de sus estados. En ese empezar todo estaba comprimido en el volumen que ocupa una partícula subatómica —dijo L—, en una milésima de segundo, en realidad en tiempo imaginario[1], sufrió una grave inflación y luego violentamente se expandió hasta un volumen cósmico. Y aún hoy se expande y diluye el cosmos cada vez más aceleradamente, como si le apremiase al “ser” del mundo volver a no ser.                           

M miró a L. Había dicho algo tan raro.

—Pero ese universo encerrado en ese estrecho volumen, ¿por qué permaneció quieto y de pronto se expandió? —Dijo enorme y helado M—. ¿Por qué no hacía nada antes?

—En realidad no había un universo comprimido antes, pues en la primera expansión comenzó el mismo tiempo —dijo L—. Antes no había ser.

M preguntó:

—¿Nadie sabe qué originó al universo en ese preciso instante y no en otro?

—En realidad ese origen no ocurrió en el tiempo —dijo L—. Es decir, no había tiempo en el primer momento; de algún modo se podría decir que no ocurrió en el sentido estricto de la palabra ocurrir.

—Pero supongo que había un antes en sentido causal, aunque no temporal —dijo M ya interesado.

—Eso es problemático de imaginar —contestó suavemente L—, mejor es pensar que “aquello” se volvió tiempo y espacio, o sea ser.

—¿Y qué va a pasar en el futuro? —Preguntó M temblando por el frío—. ¿Porque dicen que estos son los últimos días del universo?

—Por qué el Aether está ya muy diluido, la materia pronto ya no existirá, solo tiempo y espacio huecos. Pero mucho antes, en nuestra generación, la humanidad llegará al límite entrópico, un límite que la vida humana no podrá pasar —respondió L.

—¿Qué es ese umbral entrópico? —dijo M atrapado por la curiosidad. M había guerreado cientos de años por innumerables mundos y nunca había visto ese límite.

—Sabrás que hay leyes fundamentales en la naturaleza, ninguna de las tecnologías que usamos los seres humanos en todo el cosmos viola ninguna de esas leyes, la ciencia y la meta-filosofía aplicada no nos permiten hacer nada sobrenatural. Una de esas leyes de hierro es la segunda ley de la termodinámica.

—¿Qué dice esa ley? —preguntó casi susurrándose a sí mismo M.

—Bueno —dijo L—, explica que el desorden aumenta irreversiblemente en el universo. Al inicio todo era orden, la historia del universo es el viaje desde ese orden absoluto hasta el desorden absoluto, ahí donde el universo hallará su fin y el tiempo se detendrá. Ese viaje del orden al desorden es en realidad el mismo origen del tiempo y de su dirección. Pero la vida es orden, la vida acelera el desorden exterior y crea una presión negativa que permite el orden en su interior. Pero ese estado no podrá continuar indefinidamente, en algunos años el caos del cosmos será casi total y no será posible la vida. Pues no será posible desordenar más el desorden, así la vida no podrá ser. Los millones de meta-corporaciones consumen tanta energía que pronto esta no existirá. Ése es el límite entrópico y nuestra condena a muerte en este envejecido universo —dijo L.

—Entonces, ¿por eso dicen que ésta será la última generación de humanos? —preguntó M.

—Sí. Nuestras máquinas sólo pueden aprovechar anti-entropía de la materia no caótica —dijo L— y esta se acabará en menos de lo que dure esta generación. Quedará un eterno universo inhabitable.

—Es por eso que han escapado los animales meta-dimensionales —dijo M comprendiéndolo— ¿Qué pasará después?

—El universo estará en un estado incompatible a cualquier forma de vida por una eternidad.

—¿No hay ninguna posibilidad de que la vida sobreviva a ese límite termodinámico? —Preguntó M—. Es decir ¿todos los esfuerzos que hacemos los hombres para persistir en el tiempo serán vanos finalmente?

—Así es —dijo L mientras sus brazos se helaban—. Por eso este experimento exige tantos sacrificios para salir del universo antes de que esto pase —Concluyó con tristeza—. Y empezar otra vida en otro cosmos.

—Sé que no se puede técnicamente salir del universo —comentó M—, hay rumores de que este experimento es una mentira montada por la meta-corporación para calmar a las poblaciones de los distintos planetas. Todos los iniciados en la meta-filosofía sabemos que el universo es finito pero que nadie puede encontrar sus bordes y que por definición todo está dentro de él. Ese otro universo, si es que lo hay, es inalcanzable. Sé que fuera del universo no hay espacio, ni siquiera vacío, ni tiempo. Se rumorea que tú eres el verdadero responsable y creador de este proyecto que nos enviará a la muerte —agregó estoico y sólido  M.

L, percibió la poca compasión que M sentía por sí mismo. Los guerreros como M eran preparados para reprimir su temor a la muerte por la meta-corporación y a trabajar por las necesidades del resto.

Sintieron el fugaz sentimiento de que, aunque lejos de ese fin termodinámico, ellos ya estaban muertos.

Y efectivamente lo estaban.

M no esperó respuesta, ya había perdonado a L y dijo con voz suave:

—Estabas condenado a crear ese plan que me perderá y a los demás los salvará. Tu desgracia es que solo tú sabes cómo es este universo —dijo M.

—Pero cuando tú salgas de él, no sabré para que “es” —Dijo L culpable.

M aún preguntó luego de un silencio frío:

—¿Tú crees realmente que hay otro universo? —dijo mirando las falsas estrellas con una bella y limpia mirada, enmarcada en las sólidas magnitudes de su rostro.

L mintió para consolarlo:

—Puede ser, aunque encerrado sobre sí mismo e inalcanzable; aunque algunos fenómenos parecen ser trans-universales, la gravedad parece fluir entre los universos y hay una especie de cicatriz en el cielo de una antiquísima colisión entre nuestro cosmos y aquel, la anomalía 234532rwn534k. Por medio de ella podría ser posible la fuga a otro universo, donde la vida podría continuar. Además, es casi seguro que esa fuga ya la han hecho los animales meta-dimensionales antes que nosotros. Si salieron es que había a donde salir. Y es posible que sea como nuestro universo con estrellas y planetas.

—¿Tal vez con vida? —preguntó M tratando de convencerse también él.

—Posiblemente —dijo L—, se piensa que el origen de nuestro universo fue como cuando una ola fornida golpea las rocas y se forman múltiples gotas. Así una de esas gotas encerradas en sí misma es nuestro cosmos. Sería muy raro que sólo una vez naciese un universo, debe haber millones.

El cielo tachonado de estrellas falsas se iba invadiendo de un azul intenso. El rostro de M se veía azul y sus pupilas se atravesaban de esas inexistentes estrellas. La intimidad y la muerte regresaron emocionalmente a M y a L a las regiones más puras y esenciales de sí mismos.

—Es triste —dijo M— saber que no vamos a persistir ni siquiera como especie, no importa que eso ocurra en el futuro. Es aún más triste que la propia muerte, saber la inevitable muerte de toda la humanidad y de la vida.

Ablandado por el frío, L deploró el paso del tiempo.

M balbuceó primero y luego dijo algo raro lentamente, mejor dicho, repasándose a sí mismo las palabras.

—L... —dijo y dejó salir las palabras con una suavidad perfecta—. De repente siento que te quiero.

L se paralizó frente a esas palabras.

Pasaron luego minutos en silencio, con esas palabras flotando en el vacío entre los dos. 

Así, mudos, se miraron quietos y una pequeñísima felicidad se encendió en ellos, rodeada de un universo entero de frío y de tristeza. La belleza de la enfermedad atávica los narcotizaba.

El azul añil de la madrugada iba aclarando sus facciones y gestos en los que estaban escritos sus irrenunciables sentimientos.

L dijo a M muy bajo, casi sin alterar el silencio:

—Fue terrible, pero hermoso que dijeras eso.

—Aún lo siento —contestó con un susurro íntimo M.

L sintió una secreta intensidad, como un eco de esa ola que hizo nacer el cosmos.

Arriba, en el cielo, se borraban las irreales estrellas y la luz artificial iba secuestrando la profundidad.

     Del fondo del planeta Plouton, vino un fuerte viento que golpeó el edificio retumbando.
La poderosa corriente ascendió y los alcanzó con su poderosa fuerza. Y era como si ese fornido viento subiera como un soplo a apagar las últimas estrellas, que como débiles velitas se extinguieron con él.

     Sólo debajo, dos puntos paralelos de intensidad se habían encendido en M y L. Dos puntos entrelazados incapaces ya de separarse o de morir.

 


 

 



[1] Tiempo elevado a la raíz de menos uno: √-1 T

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