En otro amanecer perdido de la totalidad…
L llevó a M una carta que al final no entregó:
M. Carta de
despedida.
Mi amor por ti
es un árbol al que se le empiezan a caer las hojas. Ahora continúa vivo incluso
creciendo lentamente, pues sólo han pasado unos minutos, tal vez ya una hora,
desde que me dijiste que no puedes enredar tu corazón con el mío.
Sin embargo,
cómo se demoran las cosas en morir, cómo quieren como niños tercos persistir en
su misma forma.
Me ausculto y
encuentro…
La inmensidad material
del planeta era helada y negra. En un alto balcón, como sobre el mundo, M y L
compartían el tiempo, que a esa hora toma la forma de fuerte frío, de intimidad
y de cansancio. M miraba en el cielo desaparecer una multitud de estrellas y la
invasión de ese fuerte azul antes de la venida de la luz.
Y ésa era la secreta felicidad de los dos eromenois: unos pocos minutos uno al
lado del otro en la vastedad árida y ansiosa de Plouton.
Pero
esa felicidad era frágil como una delgada cinta de humo, precaria y
volátil. L la quería acariciar, pero
tocarla era deshacerla.
La humedad y el frío de alguna manera también
eran esa pobre felicidad.
En esa
alta madrugada, ahora tan lejana, L le habló a M acerca del fin del tiempo, ya
que los destinos de ambos hombres les prohibían hablar de amor.
El íntegro corazón de M escuchaba las desoladoras
teorías de aquel universo sin dios que ambos habitaban.
—Ninguna de esas estrellas que ves existe en
realidad —dijo L con los ojos fijos en los reflejos y trasparencias de la
mirada de M.
—Explícamelo —dijo M interesado más en L que en
sus palabras. Su sólida respiración se turbaba en las proximidades del cuerpo
de aquel técnico.
—A la luz —empezó L— le toma un tiempo llegar de
un lugar a otro, por eso toda imagen viene atrasada. Las formas siempre llegan
un poco tarde. Incluso a ti te veo como eras hace una fracción de tiempo, no
como eres realmente ahora. Esas estrellas que están desapareciendo arriba de
nosotros ya no existen en ningún lugar. Millones de años han demorado en llegar
sus imágenes a nosotros y en ese tiempo esas estrellas se han apagado, dejando
sus imágenes viajando a solas en un universo en realidad a oscuras.
M escuchó turbado.
—Dices que sólo veo tu pasado —dijo M pausado y
con la mirada completamente pérdida en esa multitud de estrellas— y tú el mío.
Eso es como si estuviéramos en realidad solos —dijo y sus cejas se torcieron
compungidas.
—Pero podemos suponer nuestros presentes —dijo L—,
perdidas en el fondo de esos ecos muertos, en lo más profundo, hay imágenes del
mismo origen del universo —agregó.
—Un origen del universo… ¿Cómo pueden decir que
hubo un comienzo del universo? —Preguntó M, que pronto dejaría este universo—.
¿Cómo alguna vez fue que nada de esto existió? —Preguntó M que había recorrido
y visto miles de galaxias en su vida de guerrero, un enorme cosmos que según
decía L alguna vez había sido nada.
Luego de unos segundos agregó confuso M:
—Si había sólo nada, ¿por qué de pronto apareció
el universo? ¿Por qué no continuó la nada?
—La nada no está ni permanece —refutó
delicadamente L—. Hace 95 786 trillones de años, había algo, una cosa muy
distinta a lo que conocemos ahora como “materia”, aquello no tenía extensión ni
duración, lo más parecido en nuestro universo a ese “algo” es la nada, pero no
era en realidad una “ausencia”.
M lo
escuchó como tratando de perdonar la incoherencia sus palabras. M, como las
cosas dormidas, ignoraba lo que ignoraba.
—Un cambio de estado de ese ente, le dio nuevas
características, una de ellas el tiempo y otra el espacio, que empezaron ahí.
El ser, es solo uno de sus estados. En ese empezar todo estaba comprimido en el
volumen que ocupa una partícula subatómica —dijo L—, en una milésima de
segundo, en realidad en tiempo imaginario[1],
sufrió una grave inflación y luego violentamente se expandió hasta un volumen
cósmico. Y aún hoy se expande y diluye el cosmos cada vez más aceleradamente,
como si le apremiase al “ser” del mundo volver a no ser.
M
miró a L. Había dicho algo tan raro.
—Pero
ese universo encerrado en ese estrecho volumen, ¿por qué permaneció quieto y de
pronto se expandió? —Dijo enorme y helado M—. ¿Por qué no hacía nada antes?
—En
realidad no había un universo comprimido antes, pues en la primera expansión
comenzó el mismo tiempo —dijo L—. Antes no había ser.
M
preguntó:
—¿Nadie sabe qué originó al universo en ese
preciso instante y no en otro?
—En realidad ese origen no ocurrió en el tiempo
—dijo L—. Es decir, no había tiempo en el primer momento; de algún modo se
podría decir que no ocurrió en el sentido estricto de la palabra ocurrir.
—Pero supongo que había un antes en sentido
causal, aunque no temporal —dijo M ya interesado.
—Eso es problemático de imaginar —contestó
suavemente L—, mejor es pensar que “aquello” se volvió tiempo y espacio, o sea
ser.
—¿Y qué va a pasar en el futuro? —Preguntó M
temblando por el frío—. ¿Porque dicen que estos son los últimos días del
universo?
—Por qué el Aether está ya muy diluido, la
materia pronto ya no existirá, solo tiempo y espacio huecos. Pero mucho antes,
en nuestra generación, la humanidad llegará al límite entrópico, un límite que
la vida humana no podrá pasar —respondió L.
—¿Qué es ese umbral entrópico? —dijo M atrapado
por la curiosidad. M había guerreado cientos de años por innumerables mundos y
nunca había visto ese límite.
—Sabrás que hay leyes fundamentales en la
naturaleza, ninguna de las tecnologías que usamos los seres humanos en todo el
cosmos viola ninguna de esas leyes, la ciencia y la meta-filosofía aplicada no
nos permiten hacer nada sobrenatural. Una de esas leyes de hierro es la segunda
ley de la termodinámica.
—¿Qué dice esa ley? —preguntó casi susurrándose a
sí mismo M.
—Bueno —dijo L—, explica que el desorden aumenta
irreversiblemente en el universo. Al inicio todo era orden, la historia del
universo es el viaje desde ese orden absoluto hasta el desorden absoluto, ahí
donde el universo hallará su fin y el tiempo se detendrá. Ese viaje del orden
al desorden es en realidad el mismo origen del tiempo y de su dirección. Pero
la vida es orden, la vida acelera el desorden exterior y crea una presión
negativa que permite el orden en su interior. Pero ese estado no podrá
continuar indefinidamente, en algunos años el caos del cosmos será casi total y
no será posible la vida. Pues no será posible desordenar más el desorden, así
la vida no podrá ser. Los millones de meta-corporaciones consumen tanta energía
que pronto esta no existirá. Ése es el límite entrópico y nuestra condena a
muerte en este envejecido universo —dijo L.
—Entonces, ¿por eso dicen que ésta será la última
generación de humanos? —preguntó M.
—Sí. Nuestras máquinas sólo pueden aprovechar
anti-entropía de la materia no caótica —dijo L— y esta se acabará en menos de
lo que dure esta generación. Quedará un eterno universo inhabitable.
—Es por eso que han escapado los animales
meta-dimensionales —dijo M comprendiéndolo— ¿Qué pasará después?
—El universo estará en un estado incompatible a
cualquier forma de vida por una eternidad.
—¿No hay ninguna posibilidad de que la vida
sobreviva a ese límite termodinámico? —Preguntó M—. Es decir ¿todos los
esfuerzos que hacemos los hombres para persistir en el tiempo serán vanos
finalmente?
—Así es —dijo L mientras sus brazos se helaban—.
Por eso este experimento exige tantos sacrificios para salir del universo antes
de que esto pase —Concluyó con tristeza—. Y empezar otra vida en otro cosmos.
—Sé que no se puede técnicamente salir del
universo —comentó M—, hay rumores de que este experimento es una mentira
montada por la meta-corporación para calmar a las poblaciones de los distintos
planetas. Todos los iniciados en la meta-filosofía sabemos que el universo es
finito pero que nadie puede encontrar sus bordes y que por definición todo está
dentro de él. Ese otro universo, si es que lo hay, es inalcanzable. Sé que
fuera del universo no hay espacio, ni siquiera vacío, ni tiempo. Se rumorea que
tú eres el verdadero responsable y creador de este proyecto que nos enviará a
la muerte —agregó estoico y sólido M.
L, percibió la poca
compasión que M sentía por sí mismo. Los guerreros como M eran preparados para
reprimir su temor a la muerte por la meta-corporación y a trabajar por las
necesidades del resto.
Sintieron el fugaz
sentimiento de que, aunque lejos de ese fin termodinámico, ellos ya estaban
muertos.
Y efectivamente lo
estaban.
M no esperó respuesta, ya había perdonado a L y
dijo con voz suave:
—Estabas condenado a crear ese plan que me
perderá y a los demás los salvará. Tu desgracia es que solo tú sabes cómo es
este universo —dijo M.
—Pero cuando tú salgas de él, no sabré para que
“es” —Dijo L culpable.
M aún preguntó luego de un silencio frío:
—¿Tú crees realmente que hay otro universo? —dijo
mirando las falsas estrellas con una bella y limpia mirada, enmarcada en las
sólidas magnitudes de su rostro.
L mintió para consolarlo:
—Puede ser, aunque encerrado sobre sí mismo e
inalcanzable; aunque algunos fenómenos parecen ser trans-universales, la
gravedad parece fluir entre los universos y hay una especie de cicatriz en el
cielo de una antiquísima colisión entre nuestro cosmos y aquel, la anomalía
234532rwn534k. Por medio de ella podría ser posible la fuga a otro universo,
donde la vida podría continuar. Además, es casi seguro que esa fuga ya la han
hecho los animales meta-dimensionales antes que nosotros. Si salieron es que
había a donde salir. Y es posible que sea como nuestro universo con estrellas y
planetas.
—¿Tal
vez con vida? —preguntó M tratando de convencerse también él.
—Posiblemente —dijo L—, se piensa que el origen
de nuestro universo fue como cuando una ola fornida golpea las rocas y se
forman múltiples gotas. Así una de esas gotas encerradas en sí misma es nuestro
cosmos. Sería muy raro que sólo una vez naciese un universo, debe haber
millones.
El cielo tachonado de estrellas falsas se iba
invadiendo de un azul intenso. El rostro de M se veía azul y sus pupilas se
atravesaban de esas inexistentes estrellas. La intimidad y la muerte regresaron
emocionalmente a M y a L a las regiones más puras y esenciales de sí mismos.
—Es triste —dijo M— saber que no vamos a
persistir ni siquiera como especie, no importa que eso ocurra en el futuro. Es
aún más triste que la propia muerte, saber la inevitable muerte de toda la
humanidad y de la vida.
Ablandado por el frío, L deploró el paso del
tiempo.
M balbuceó primero y luego dijo algo raro
lentamente, mejor dicho, repasándose a sí mismo las palabras.
—L... —dijo y dejó salir las palabras con una
suavidad perfecta—. De repente siento que te quiero.
L se paralizó frente a esas
palabras.
Pasaron luego minutos en
silencio, con esas palabras flotando en el vacío entre los dos.
Así, mudos, se miraron
quietos y una pequeñísima felicidad se encendió en ellos, rodeada de un
universo entero de frío y de tristeza. La belleza de la enfermedad atávica los
narcotizaba.
El azul añil de la
madrugada iba aclarando sus facciones y gestos en los que estaban escritos sus
irrenunciables sentimientos.
L dijo a M muy bajo, casi sin alterar el
silencio:
—Fue terrible, pero hermoso que dijeras eso.
—Aún lo siento —contestó con un susurro íntimo M.
L sintió una secreta
intensidad, como un eco de esa ola que hizo nacer el cosmos.
Arriba, en el cielo, se borraban las irreales
estrellas y la luz artificial iba secuestrando la profundidad.
Del
fondo del planeta Plouton, vino un fuerte viento que golpeó el edificio
retumbando.
La poderosa corriente ascendió y los alcanzó con su poderosa fuerza. Y era como
si ese fornido viento subiera como un soplo a apagar las últimas estrellas, que
como débiles velitas se extinguieron con él.
Sólo debajo, dos puntos paralelos de
intensidad se habían encendido en M y L. Dos puntos entrelazados incapaces ya
de separarse o de morir.
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