miércoles, 26 de enero de 2022

9 LAS ESTATUAS DORMIDAS

 

 En un punto muy remoto de ahí…

 

     Cansancio de esa tarde en que descubrí que el Thecnetos había decidido olvidarme. Legaba mi fin. Andar y andar y no sé si al final mis pasos trazan una búsqueda o una huida. El resultado siempre es el cansancio y el regreso ansioso a la cotidianidad de unas construcciones vacías, mi amado pedazo del mundo.

     El camino de regreso siempre lo hacía por una misma calle, aunque la palabra “calle” es excesiva. Ésta más bien es una cicatriz borrosa, trazada en una especie de enorme mancha en el paisaje y esa mancha antes fue una ciudad. Esa calle confluía junto a otras en una despedazada plaza circular que estaba llena de estatuas que representaban hombres colosales cargados de artefactos violentos. Esa agrietada plaza oval tenía distintos niveles, producto de algún lejano cataclismo o de algún paciente evento geológico. Así tomaba la forma de una monumental y caprichosa escalera casi circular que estaba a medio borrar por esa respiración seca, que es el avanzar y el retroceder del desierto.

 

     En ella, decenas de macizos gigantes de piedra estaban dispuestos en distintas alturas y formando una especie de acantilado escultórico. Grandes cuerpos de piedra enfrentando un oleaje leve y constante de aire y polvo, en una batalla secreta que llevaba millones de años entablada. Una lucha entre lo duro, lo grande y lo sólido, contra lo liviano, lo etéreo y lo tenue; un enfrentamiento en el que, como en tantas otras cosas, al final siempre ganaba lo tenue. 

      Así, esos titanes de piedra iban desapareciendo y los gestos y actitudes que estaban petrificados en ellos se iban apagando con la suavísima, aunque mortal, caricia del aire.

      Al igual que esas esculturas de piedra, nosotros, los pocos seres humanos engendrados en las entrañas del Thecnetos, somos también inertes y efímeros, desvaneciéndonos mientras paseamos por nuestras cortas vidas. Nuestra única felicidad y acaso deber, es persistir quietos y silenciosos a que pase el tiempo. Somos un pedazo más de la naturaleza y como ella, carecemos de teleología, voluntad o vida. Y esa vida ya debía para mi acabar.  

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