En otro punto del espacio y el tiempo…
La noticia de la desaparición de los animales
meta-dimensionales se infiltró en la población, fue conocida por toda la
meta-corporación y también por sus enemigas.
Inicialmente no hubo ninguna reacción, pero
pronto empezó a germinar la desesperación y el horror por todo el universo. Se
paralizaron las batallas en todos lados del oscuro Aether.
Ésta sería la última generación humana, el fin de
la materia. Era ineludible.
Tras
un período de indiferencia se reanudaron las guerras, pero con más fuerza y
número, guerras desesperadas, sin estrategias ni objetivos claros. Al parecer
ahora era más crucial que nunca vencer a las demás metacorporaciones, dada la
precariedad de la materia y el tiempo que restaban.
Así
una numerosa y total hecatombe carcomió la vida a lo largo del oscuro universo.
La meta-corporación local no demoró tampoco en atacar, pero dada la multitud de
meta-corporaciones ahora enemigas, el ataque era siempre insuficiente. Matar a
las cercanas y esperar que las lejanas se maten era la consigna. Igualmente,
dada la magnitud de esta batalla exasperada, la meta-corporación local se
redujo en pocos días a sólo unos pocos millones de sistemas. La imposibilidad
de una solución permanente llevó luego a una larga calma y un cese de las
guerras. Así, los seres humanos, sin expectativa de vivir, perdieron la
motivación de matar. Desahuciada, la población se entregó de lleno al
antiquísimo vicio colectivo: la vida virtual, esta había evolucionado de
antiguas formas de arte, el hombre siempre se había enviciado en vivir
experiencias falsas; la música los hacia vivir emociones inexistentes, algunas
extremas, la literatura sumaba a las emociones de mentira, acciones
imaginarias, el cine y la realidad virtual aumentaron la ficción, pero nada era
tan preciso como la vida virtual, los hombres subjetivamente satisfechos de sus
vida inventadas, dejaron en realidad de vivir. La vida virtual había llegado a
sus últimos extremos de realismo y emoción, miles de veces más completa y
nítida que la pobre vida real, el hombre común podía vivir las experiencias más
extraordinarias y sublimes, había diversas obras famosas, a veces tomaba una
vida consumirlas, pero ahora una llamada Thecnetos, se había hecho muy popular.
Pero
no todos querían morir soñando. Resquebrajada la prisión de L, este deseó
explorar unos pasos aquel mundo de afuera, pero ese mundo que exploró no era el
de antes.
Todo perdía su función y, por lo tanto, su forma.
Las formas son el vehículo del ser para realizarse en la realidad. Y esta se
perdía. En el desorden social que quedó nadie sabía su lugar, lo que somos no
depende del pasado como muchos creen, sino de nuestra proyección al futuro, de
nuestra expectativa y nuestros planes. Pero ahora, sin futuro ni destino, nadie
sabía quién era. La estructura social de la meta-corporación local se disolvía
y perdía, cayendo sobre sí misma a pesar de los esfuerzos de los Zombis
Hekantokeinos y los Thaumasios. Así las partes antes separadas de ese
meta-organismo se combinaban con otras, antes aisladas de ellas. Por eso M y L
se encontraron entre el caos, en esos últimos días de la humanidad.
En el
anonimato de la noche, en un lugar cualquiera M susurraba una sensible canción
al aire helado, sucumbido de melancolía, cerca el viejo Fratedes sostenía con
ternura a su eromenos Wille, entre las oscuridades Fratedes notó con su único
ojo que un invisible técnico los espiaba, supo que no era la primera vez.
Sutil, tomo la mano de su erómenos y dejo a solas a M. Antes de terminar de
irse regresó la cabeza a mirar a los dos eromenois que recién ese día se
conocerían. Sintió conmiseración por ese par de engranajes que no calzaban entre
si y que no conocerían la felicidad que el sí tenía con el tierno Wille.
A
pesar del consejo de su tutor Ahelios, L llevado por un irrazonable instinto,
había averiguado como hallar al guerrero y aún sin conocerlo lo había expiado
por semanas. Se justificaba racionalmente pues estaba estudiando a M y a sí
mismo. Pero la noche que escuchó ese triste canto en la boca del acromegálico
guerrero, algo nuevo tomó las riendas de su voluntad. Fallo su razón, en el
acaso, peor error de su vida. Así pues,
en esos días en que las cosas dejaban de ser lo que eran, M y L se hallaron en
secreto y desde que se vieron no dejaron un día de buscarse. Todos los días los
gastaban en contemplarse y tratar de comprenderse. Acaso con tiempo hubieran
llegado a entenderse, si no fuera porque eran muy pocos los días que le
quedaban a la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario