miércoles, 26 de enero de 2022

20 BIOLOGÍA DE LA MUERTE

 


En otro punto del espacio y el tiempo…

 

La noticia de la desaparición de los animales meta-dimensionales se infiltró en la población, fue conocida por toda la meta-corporación y también por sus enemigas.

Inicialmente no hubo ninguna reacción, pero pronto empezó a germinar la desesperación y el horror por todo el universo. Se paralizaron las batallas en todos lados del oscuro Aether.

Ésta sería la última generación humana, el fin de la materia. Era ineludible.

     Tras un período de indiferencia se reanudaron las guerras, pero con más fuerza y número, guerras desesperadas, sin estrategias ni objetivos claros. Al parecer ahora era más crucial que nunca vencer a las demás metacorporaciones, dada la precariedad de la materia y el tiempo que restaban.

     Así una numerosa y total hecatombe carcomió la vida a lo largo del oscuro universo. La meta-corporación local no demoró tampoco en atacar, pero dada la multitud de meta-corporaciones ahora enemigas, el ataque era siempre insuficiente. Matar a las cercanas y esperar que las lejanas se maten era la consigna. Igualmente, dada la magnitud de esta batalla exasperada, la meta-corporación local se redujo en pocos días a sólo unos pocos millones de sistemas. La imposibilidad de una solución permanente llevó luego a una larga calma y un cese de las guerras. Así, los seres humanos, sin expectativa de vivir, perdieron la motivación de matar. Desahuciada, la población se entregó de lleno al antiquísimo vicio colectivo: la vida virtual, esta había evolucionado de antiguas formas de arte, el hombre siempre se había enviciado en vivir experiencias falsas; la música los hacia vivir emociones inexistentes, algunas extremas, la literatura sumaba a las emociones de mentira, acciones imaginarias, el cine y la realidad virtual aumentaron la ficción, pero nada era tan preciso como la vida virtual, los hombres subjetivamente satisfechos de sus vida inventadas, dejaron en realidad de vivir. La vida virtual había llegado a sus últimos extremos de realismo y emoción, miles de veces más completa y nítida que la pobre vida real, el hombre común podía vivir las experiencias más extraordinarias y sublimes, había diversas obras famosas, a veces tomaba una vida consumirlas, pero ahora una llamada Thecnetos, se había hecho muy popular.

     Pero no todos querían morir soñando. Resquebrajada la prisión de L, este deseó explorar unos pasos aquel mundo de afuera, pero ese mundo que exploró no era el de antes.

Todo perdía su función y, por lo tanto, su forma. Las formas son el vehículo del ser para realizarse en la realidad. Y esta se perdía. En el desorden social que quedó nadie sabía su lugar, lo que somos no depende del pasado como muchos creen, sino de nuestra proyección al futuro, de nuestra expectativa y nuestros planes. Pero ahora, sin futuro ni destino, nadie sabía quién era. La estructura social de la meta-corporación local se disolvía y perdía, cayendo sobre sí misma a pesar de los esfuerzos de los Zombis Hekantokeinos y los Thaumasios. Así las partes antes separadas de ese meta-organismo se combinaban con otras, antes aisladas de ellas. Por eso M y L se encontraron entre el caos, en esos últimos días de la humanidad.

     En el anonimato de la noche, en un lugar cualquiera M susurraba una sensible canción al aire helado, sucumbido de melancolía, cerca el viejo Fratedes sostenía con ternura a su eromenos Wille, entre las oscuridades Fratedes notó con su único ojo que un invisible técnico los espiaba, supo que no era la primera vez. Sutil, tomo la mano de su erómenos y dejo a solas a M. Antes de terminar de irse regresó la cabeza a mirar a los dos eromenois que recién ese día se conocerían. Sintió conmiseración por ese par de engranajes que no calzaban entre si y que no conocerían la felicidad que el sí tenía con el tierno Wille.  

     A pesar del consejo de su tutor Ahelios, L llevado por un irrazonable instinto, había averiguado como hallar al guerrero y aún sin conocerlo lo había expiado por semanas. Se justificaba racionalmente pues estaba estudiando a M y a sí mismo. Pero la noche que escuchó ese triste canto en la boca del acromegálico guerrero, algo nuevo tomó las riendas de su voluntad. Fallo su razón, en el acaso, peor error de su vida.  Así pues, en esos días en que las cosas dejaban de ser lo que eran, M y L se hallaron en secreto y desde que se vieron no dejaron un día de buscarse. Todos los días los gastaban en contemplarse y tratar de comprenderse. Acaso con tiempo hubieran llegado a entenderse, si no fuera porque eran muy pocos los días que le quedaban a la humanidad.

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