Al otro extremo de un negro abismo…
L entró al metálico locus del Thaumasios, que lo
espera sentado de espaldas a él en un alto reclinatorio. Atravesado de cables,
le habló desde esta arrogante posición siempre de espaldas.
–Técnico Ahelios hemos recibido su descubrimiento
de la desaparición de los animales meta-dimensionales y un informe de una
pequeña teoría que lo predecía. Es muy inesperado —dijo Herakón desde su
superioridad intelectual.
–No soy Ahelios —dijo L inseguro— soy su ayudante
L.
Herakón se incomodó terriblemente, este error le
restaría valioso tiempo de trabajo de las urgentes actividades en las que se
extenuaba. Incómodo se dirigió al androide-qualia:
– ¿Por qué estoy hablando con ese subordinado?
Retírelo.
–Al parecer él predijo la desaparición de los
anímales meta-dimensionales —dijo el androide-qualia— y tiene una teoría con la
que realizó su predicción, sólo él la puede explicar.
Herakón aún de espaldas y distante a L, quedó
callado.
Luego dijo impersonal:
–Explíquese.
–He dejado los pormenores matemáticos de mi
predicción al androide-qualia, para que Ud. los revise —dijo L con cautela—, al
parecer la desaparición de los animales meta-dimensionales significa otra cosa
aún más grave…Aunque en realidad es indiferente —concluyó para sí
meditando.
L esperó un comentario o pregunta de Herakón para
continuar, pero éste no dijo nada. Luego de un cierto silencio el
androide-qualia le indicó con gestos a L que prosiguiese.
–Según mi teoría el universo está pronto a
volverse inhabitable, la materia desaparecerá, por eso los animales
meta-dimensionales han desaparecido. Es decir, han huido. Nosotros quedaremos
atrapados en un universo mortal.
El androide-qualia escuchó aterrado.
Herakón no contestó nada. Y prosiguió inmóvil,
sin voltearse nunca, como si L ya se hubiese retirado o como si nunca hubiese
estado presente. L agregó con voz muy baja:
–Esta será la última generación humana que se
pueda sostener en el cosmos…
El
androide-qualia indico a L que la reunión había acabado y este se fue ofuscado.
L sintió que había cometido un gran error al molestar al Thaumasios con una
teoría tan extravagante y dudosa. Un incómodo bochorno inundó su ánimo.
Por su
lado, Herakón sintió alivio de la retirada silenciosa de L, había desperdiciado
irremediablemente aquel tiempo con un funcionario con ideas ridículas típicas
de su edad. Velozmente empezó revisar la información técnica de la teoría que
ya había ingresado por el cableado que traspasaba su cerebro. No demoraba nunca
más de unos segundos para que Herakón hallara contradicciones en los trabajos
de los técnicos y los descartara. Pero la teoría que L había dejado
asombrosamente se resistía al análisis, pasado un tiempo parecía no contener ningún
error. Página tras página no había contradicciones o suposiciones vacías.
Herakón avanzó hasta las profundidades de aquella rara teoría sin tropezar con
ningún error. Pero lo que más turbó a la lucidez de Herakón fue que tuvo por un
momento que regresar y esforzarse para entender un detalle de su estructura
teórica. Nunca en su vida, que había durado varias centurias, había
experimentado esa confusión y jamás había tenido que regresar a leer un párrafo
para entender mejor. Debía haber un error, era imposible que pasase. En su
cerebro, hecho solo de serenas razones, apareció luego de siglos una
impertinente emoción: la desazón.
Una
vez que terminó de estudiar el informe, entendió inmediatamente su significado,
luego se reuniría virtualmente con los Zombis Hekantokeinos, últimos
responsables de la meta-corporación.
Por otro lado, los órganos casi artificiales de
Herakón no dejaron de notar el humor químico que había expelido L en su locus;
lo examinó: eran derivados químicos de feniletilamina y de oxitocina.
No se
debían al nerviosismo típico de los que hablaban con el terrible Thaumasios,
Herakón identificó otra cosa prohibida en el cerebro de aquel técnico además de
aquella presuntuosa inteligencia.
Algo que perdería al dueño de esa inteligencia. Y
que vengaría aquel indebido insulto de lo inferior a lo superior.
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