miércoles, 26 de enero de 2022

18 UN SUEÑO DE L

 


Al otro extremo del espacio-tiempo…

 La evanescente y artificial madrugada se va despertando, delineando las construcciones de Plouton, una ciudad colgando y creciendo sobre los restos de otra despedazada hace ya mucho y que a su vez se hizo con las partes deformes de otra más antigua y una vez más, y así hasta a lo incontable. Quedando una retorcida ciudad llena de recovecos y pasajes inútiles, de monstruosas cosas grandes ya sin uso y entre tantos puntos laberínticos, el locus de L, donde dormía un sueño intranquilo como todos los que tuvo desde el día del informe traído por M y Ayazx. En sus sueños, construidos de un inconsistente material (el mismo que edificaba su vigilia), volvía al locus de Herakón, éste se hallaba aún sentado de espaldas y a más altura de él, pero unas escaleras, que L no había notado en la vigilia, llegaban hasta el Thaumasios.

     Suavemente L subió las negras y lustrosas gradas, aterrado pero curioso de ver el rostro del oscuro sabio, tan superior a todos y a él mismo. Éste a su vez, empezó a girar lentamente en su silla, deseoso de mostrarse a L. Cuando los dos movimientos lentos y sincrónicos como administrados por secretos engranajes terminaron coincidiendo en su final, L se encontró con la profunda mirada de un hombre descomunal; M ocupaba el asiento del Thaumasios Herakón, su figura sobrecargada de músculos sobrepasaba las dimensiones de aquel trono y de los instrumentos conectados a él. M miró intensamente a L y sin mover los labios, dijo estas raras palabras:

También sueño contigo.

     Después M calló conmovido, reprimiendo un gesto acongojado o anhelante, una frase titubeaba en su boca y pasaron los segundos frenándola, luego mirando a L la dejó libre:

Hay otro que lee tus cartas.

     Al despertar L sintió una enfermiza tristeza. Pensó en ese nebuloso gigante hecho ahora sólo de un incompleto recuerdo. Le peso que pronto, cuando acabase el universo, como su teoría sostenía, M acabaría. Pero ¿por qué le importaba el destino de ese desconocido? Sabía muy bien que la aversión a la muerte no se justificaba racionalmente en algo malo que en ella haya, sino solo en un instinto primitivo. Un truco de la ciega evolución que obligaba a los seres vivos a querer vivir sin ningún motivo verdaderamente válido. A él no le importaba vivir o morir, pero M…Por un segundo L deseó salvar al mundo solo para que M siga existiendo y poder entenderlo. Cogió un papel y escribió una segunda carta solo para exorcizar esas erradas emociones:

 

M.:

Sobre mi tristeza de hoy,

El verdadero meollo del asunto es que…

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