Al otro extremo del espacio-tiempo…
Suavemente L subió las negras y lustrosas gradas, aterrado pero curioso
de ver el rostro del oscuro sabio, tan superior a todos y a él mismo. Éste a su
vez, empezó a girar lentamente en su silla, deseoso de mostrarse a L. Cuando
los dos movimientos lentos y sincrónicos como administrados por secretos
engranajes terminaron coincidiendo en su final, L se encontró con la profunda
mirada de un hombre descomunal; M ocupaba el asiento del Thaumasios Herakón, su
figura sobrecargada de músculos sobrepasaba las dimensiones de aquel trono y de
los instrumentos conectados a él. M miró intensamente a L y sin mover los labios,
dijo estas raras palabras:
También sueño contigo.
Después M calló conmovido, reprimiendo un gesto acongojado o anhelante,
una frase titubeaba en su boca y pasaron los segundos frenándola, luego mirando
a L la dejó libre:
Hay otro que lee tus cartas.
Al
despertar L sintió una enfermiza tristeza. Pensó en ese nebuloso gigante hecho
ahora sólo de un incompleto recuerdo. Le peso que pronto, cuando acabase el
universo, como su teoría sostenía, M acabaría. Pero ¿por qué le importaba el
destino de ese desconocido? Sabía muy bien que la aversión a la muerte no se
justificaba racionalmente en algo malo que en ella haya, sino solo en un
instinto primitivo. Un truco de la ciega evolución que obligaba a los seres
vivos a querer vivir sin ningún motivo verdaderamente válido. A él no le
importaba vivir o morir, pero M…Por un segundo L deseó salvar al mundo solo
para que M siga existiendo y poder entenderlo. Cogió un papel y escribió una
segunda carta solo para exorcizar esas erradas emociones:
M.:
Sobre
mi tristeza de hoy,
El
verdadero meollo del asunto es que…
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