miércoles, 26 de enero de 2022

15 ESCOMBROS DE FILOSOFÍAS

 


En el otro borde de la eternidad…

      Mis días acababan, pero necesitaba urgentemente unos más, por años había estudiado a los Mekhanes, desesperado alteré el mecanismo de uno, al final, no sé cómo, logré revertir su mortal misión. Ganaría unos segundos más de vida, días para pensar. Era una minúscula sublevación al omnipotente Thecnetos. Mientras mis carnes volvían a ser recompuestas por el Mekhanes reprogramado, una voz en mi mente empezó a hablar, despertada por la perturbadora carta:

 “¿Cómo verán el mundo L y M?”. “¿Lo verán con los mismos colores con que yo los veo? ¿O sus mentes organizarán de otra manera el baño de estímulos que reciben sus sentidos?” “¿Qué se sentirá ser otro?” “¿Qué diferencia habrá en sentirse uno, siendo otro?”

     Soy una cosa, pero una cosa que siente. Pero las cosas son un ser, sin consciencia de serlo. Mi yo siente y piensa. Pero sentir era todo lo contrario de ser una cosa, pues éstas —creo— no sienten. Y como la materia es lo único que hay en la naturaleza, significaba que tener un yo era no ser parte de la naturaleza. Era entonces no ser.

     Mientras el Mekhanes alterado me salva, miro sobre la arena a un hermoso y resquebrajado guerrero de piedra, caído obscenamente boca arriba hace millones de años. Veo sus frio color gris. Cuando dejo de verlo, ese guerrero es, sin color sin forma, pero es. Lo que significa que no es realmente color y forma. Y que solo veo lo secundario de él, lo deleznable. Por eso el meollo más íntimo del guerrero de piedra es invisible. Lo que siento al rozar su desmesurada musculatura no es la estatua. Soy entonces un ciego.

     Lo que se pone frente a mi yo, sólo es un diagrama dibujado por mi mente para orientarme en la oscuridad del otro mundo, el mundo de las cosas que no se pueden sentir ¿Cómo será en verdad el ser transparente de aquel voluminoso gigante de piedra marcado por esa cicatriz? Ese hombre poderoso que duerme sin respirar desde hace milenios.

     El mundo real está tejido de una sustancia sin color y sin forma. Será, pienso, que los sentidos son canales demasiado estrechos, por los que no puede pasar el mundo hasta nosotros. Así que diríamos que nuestro yo está solo y lo que parece rodearlo son emanaciones de él mismo. Pedazos del yo que sustituyen a las cosas de afuera, remplazándolas, sin llegar a conocerlas directamente. Así como tampoco el hombre a través del Emisario llega a conocer al Thecnetos, que es imposible de ser conocido…

     Después la voz en mí, calló. ¿Esa voz era yo? Aunque lo fuese, debía dejar de pensar y volver a la inercia. Pronto.

     Pero la larga soledad y un tiempo ilimitado para pensar como única actividad posible, me hizo caer de nuevo. Rodeado del absurdo mundo real, soñaba con la perfección y coherencia del transmundo, que a través de la carta había vislumbrado. Un cálido mundo de coherencias flotaba lejos de mí.

     Volveré a la carta, la cual contenía abundantes neologismos. Lo demás era comprensible sólo a medias, pero aun así era un milagroso accidente, una valiosísima pieza de investigación. Por ella sabría algo cierto sobre la vida en el más allá, y podría —sin peligro— escudriñar en mis ultra-remotos vecinos.

     No importaba que no la entendiera en ese momento y dejó de preocuparme la evidencia de un error en el Thecnetos. Mi vida está saturada de hechos inexplicables y de aparentes errores.

Siendo la vida como es para el hombre moderno, sólo un perito podría distinguir lo normal de la locura o de los sueños. Para darle sentido a lo que ven nuestros ojos carecemos de ciencia y aun de superstición. 

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