En el otro borde de la eternidad…
“¿Cómo verán
el mundo L y M?”. “¿Lo verán con los mismos colores con que yo los veo? ¿O sus
mentes organizarán de otra manera el baño de estímulos que reciben sus sentidos?”
“¿Qué se sentirá ser otro?” “¿Qué diferencia habrá en sentirse uno, siendo
otro?”
Soy
una cosa, pero una cosa que siente. Pero las cosas son un ser, sin consciencia
de serlo. Mi yo siente y piensa. Pero sentir era todo lo contrario de ser una cosa,
pues éstas —creo— no sienten. Y como la materia es lo único que hay en la
naturaleza, significaba que tener un yo era no ser parte de la naturaleza. Era
entonces no ser.
Mientras el Mekhanes alterado me salva, miro sobre la arena a un hermoso
y resquebrajado guerrero de piedra, caído obscenamente boca arriba hace
millones de años. Veo sus frio color gris. Cuando dejo de verlo, ese guerrero
es, sin color sin forma, pero es. Lo que significa que no es realmente color y
forma. Y que solo veo lo secundario de él, lo deleznable. Por eso el meollo más
íntimo del guerrero de piedra es invisible. Lo que siento al rozar su
desmesurada musculatura no es la estatua. Soy entonces un ciego.
Lo que
se pone frente a mi yo, sólo es un diagrama dibujado por mi mente para
orientarme en la oscuridad del otro mundo, el mundo de las cosas que no se
pueden sentir ¿Cómo será en verdad el ser transparente de aquel voluminoso
gigante de piedra marcado por esa cicatriz? Ese hombre poderoso que duerme sin
respirar desde hace milenios.
El
mundo real está tejido de una sustancia sin color y sin forma. Será, pienso,
que los sentidos son canales demasiado estrechos, por los que no puede pasar el
mundo hasta nosotros. Así que diríamos que nuestro yo está solo y lo que parece
rodearlo son emanaciones de él mismo. Pedazos del yo que sustituyen a las cosas
de afuera, remplazándolas, sin llegar a conocerlas directamente. Así como
tampoco el hombre a través del Emisario llega a conocer al Thecnetos, que es
imposible de ser conocido…
Después la voz en mí, calló. ¿Esa voz era yo? Aunque lo fuese, debía
dejar de pensar y volver a la inercia. Pronto.
Pero
la larga soledad y un tiempo ilimitado para pensar como única actividad
posible, me hizo caer de nuevo. Rodeado del absurdo mundo real, soñaba con la
perfección y coherencia del transmundo, que a través de la carta había
vislumbrado. Un cálido mundo de coherencias flotaba lejos de mí.
Volveré a la carta, la cual contenía abundantes neologismos. Lo demás
era comprensible sólo a medias, pero aun así era un milagroso accidente, una
valiosísima pieza de investigación. Por ella sabría algo cierto sobre la vida
en el más allá, y podría —sin peligro— escudriñar en mis ultra-remotos vecinos.
No
importaba que no la entendiera en ese momento y dejó de preocuparme la
evidencia de un error en el Thecnetos. Mi vida está saturada de hechos
inexplicables y de aparentes errores.
Siendo la vida como es para el hombre moderno,
sólo un perito podría distinguir lo normal de la locura o de los sueños. Para
darle sentido a lo que ven nuestros ojos carecemos de ciencia y aun de
superstición.
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