jueves, 5 de abril de 2012

13 P A L A B R A S A U N A E S P A L D A


Al otro extremo de un negro abismo…
–Tiene 4 minutos para hablar con Herakón. Por favor sea muy preciso —dijo un androide-qualia (autómatas con consciencia) al técnico  L.
L entró al metálico locus del Thaumasios, que lo espera sentado de espaldas a él en un alto reclinatorio. Atravesado de cables, le habló desde esta arrogante posición siempre de espaldas.
–Técnico Ahelios hemos recibido su descubrimiento de la desaparición de los animales meta-dimensionales y un informe de una pequeña teoría que lo predecía. Es muy inesperado —dijo Herakón desde su superioridad intelectual.
–No soy Ahelios —dijo L inseguro— soy su ayudante L.
Herakón se incomodó terriblemente, este error le restaría valioso tiempo de trabajo de las urgentes actividades en las que se extenuaba. Incómodo se dirigió al androide-qualia:
– ¿Por qué estoy hablando con ese subordinado? Retírelo.
–Al parecer él predijo la desaparición de los anímales meta-dimensionales —dijo el androide-qualia— y tiene una teoría con la que realizó su predicción, sólo él la puede explicar.
Herakón aún de espaldas y distante a L, quedó callado.
Luego dijo impersonal:
–Explíquese.
–He dejado los pormenores matemáticos de mi predicción al androide-qualia, para que Ud. los revise —dijo L con cautela—, al parecer la desaparición de los animales meta-dimensionales significa otra cosa aún más grave…Aunque en realidad es indiferente —concluyó para sí meditando.  
L esperó un comentario o pregunta de Herakón para continuar, pero éste no dijo nada. Luego de un cierto silencio el androide-qualia le indicó con gestos a L que prosiguiese.
–Según mi teoría el universo está pronto a volverse inhabitable, la materia desaparecerá, por eso los animales meta-dimensionales han desaparecido. Nosotros quedaremos atrapados en  un  universo mortal.
El androide-qualia escuchó asustado.
Herakón no contestó nada. Y prosiguió inmóvil, sin voltearse nunca, como si L ya se hubiese retirado, o como si nunca hubiese estado presente. L agregó con voz muy baja:
–Esta será la última generación humana que se pueda sostener en el cosmos…
     El androide-qualia indico a L que la reunión había acabado y este se fue ofuscado. L sintió que había cometido un gran error al molestar al Thaumasios con una teoría tan extravagante y dudosa. Un incómodo bochorno inundó su ánimo.
     Por su lado, Herakón sintió alivio de la retirada silenciosa de L, había desperdiciado irremediablemente aquel tiempo con un funcionario con ideas ridículas. Velozmente empezó revisar la información técnica de la teoría que ya había ingresado por el cableado que traspasaba sus ojos y su cerebro. No demoraba nunca más de unos segundos para que Herakón hallara  contradicciones en los trabajos de los técnicos y los descartara. Pero la teoría que L había dejado asombrosamente parecía no contener ningún error. Página tras página no habían contradicciones o suposiciones vacías. Herakón avanzó hasta las profundidades de aquella rara teoría sin tropezar con ningún error. Pero lo que más turbó a la lucidez de Herakón  fue que tuvo por un momento que esforzarse para entender un detalle de su estructura teórica. Nunca en su vida, que había durado varias centurias, había experimentado esa confusión y jamás había tenido que regresar a leer un párrafo para entender mejor. Debía haber un error, era imposible que pasase. En su cerebro, hecho solo de serenas razones, apareció luego de siglos una impertinente emoción: la desazón.
     Una vez que terminó de estudiar el informe, entendió inmediatamente su significado, luego se reuniría virtualmente con los Zombis Hekantokeinos, últimos responsables de la meta-corporación.
Por otro lado, los  órganos casi artificiales de Herakón no dejaron de notar el humor químico que había expelido L en su locus; lo examinó, eran derivados químicos de feniletilamina y de oxitocina.

     No se debían al nerviosismo típico de los que hablaban con el terrible Thaumasios, Herakón identificó otra cosa prohibida en el cerebro de aquel técnico además de aquella presuntuosa inteligencia. Algo que perdería al dueño de esa ominosa inteligencia. Y que vengaría aquel indebido insulto de lo inferior a lo superior.

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