lunes, 4 de abril de 2022

51 UNA MUERTE, NINGÚN MAL


 En otro lugar del espacio-tiempo…

 

 Otro día más del secuestro, caminamos ya muy despacio pues era muy tarde. Yo recordaba la figura lastimera del C-Haelius y me dolía su final.

     ¿El Thecnetos había determinado su desaparición y el Emisario lo había ejecutado? ¿O había sido una decisión sólo de éste? ¿Había para mí un momento ya determinado así por esa inteligencia invisible, a dónde me llevaba el Emisario realmente?

     El Emisario durmió, enterrando así sus nuevas emociones y yo cerca de él, dormí lleno de aprehensión.

Al cabo estaba soñando. Una rara conversación me aguardaba en ese sueño.

     Dentro de mi cabeza, en un lugar tan nítido como la realidad, una fría mano me tomó el hombro. Al voltear vi a C-Haelius mirando con atención a su asesino.

Le dije:

—Buscas vengarte. ¿Será mi asesino también?

—Sí… pronto debe cumplir su deber. Pero yo no deseo vengarme, él no es culpable de nada, me hizo incapaz de sufrir —dijo.

—Él te mató —contesté— y tú eras inocente. 

—Piensa —agregó frío—, sólo es malo aquello que causa dolor. Por eso el Emisario no tiene culpa.

—Pero tú, ¿no deseabas vivir? —contesté —. ¿No es malo que deseando vivir se muera?

—No —respondió—, cada segundo que deseaba vivir, vivía. Cuando no vivía, no deseaba nada. Se cumplió mi deseo de vivir hasta el último segundo.

—Dices que sólo es malo provocar dolor —contesté— y que tú no puedes sentirlo ahora. Quizás el Emisario siente dolor por lo que hizo.

—Sólo si él lo considera malo. Pero él no lo considera así. Nadie sufre —contestó.

Me sentí confundido y triste.

—¿Estás triste por mí? —preguntó.

—Sí, hay un dolor en tu desaparición: el mío —contesté.

—Es un dolor injustificado —dijo—. Es un dolor por un mal que nadie siente, un sentimiento absurdo.

Luego me miró sintiendo pena por mí y me preguntó: “¿Por qué creías que el muerto era yo?”

Asombrado, vi que se aproximó al Emisario y recostándose a su lado buscó el sueño abrazándolo. Vislumbré la intimidad de los dos que había creído erradamente mía y una dolorosa desesperación se empezó a encender en mí, mientras se desvanecía mi mente.

En el mismo instante en que desaparecía el último sentido de mí mismo, desperté.

     El Emisario dormido había movido una de sus manos buscando —sonámbula— una de las mías, despertándome al aferrarla, inconsciente de hacerlo, en el momento justo para salvarme.


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