En otro lugar del espacio-tiempo…
—Ya casi llegamos, ya termino mi misión —concluyó
como para sí.
Lo escuché
sorprendido. El Emisario tenía un idioma común a mí y a las cartas; la química
del Emisario usaba mi misma nomenclatura y sus sueños, si yo los pudiese
conocer, me serían comprensibles. ¡Si yo entrara en ellos, podría entenderlos!
¡Si él no callara siempre! Era aún una hora muy temprana; el viento helado que
resbala por el último planeta hizo tiritar al Emisario. A lo lejos, había una
polvareda densa que viajaba removiendo los bordes del amanecer. Él, después de
hablar por primera vez, se dejó caer en el sueño de nuevo y hecho un ovillo
sobre sí mismo, regresó al mundo raro de sus sueños, cargados de recuerdos.
¡Pero el Emisario había dicho que habíamos llegado al fin del viaje! Yo
esperaba llegar hasta M y L, había erradamente creído que ellos me esperaban,
ellos y su mundo de libertad. Pero el Emisario quizás me había llevado a las
nadas que flotan dentro del avernus. La nada que une y hace iguales a todos
seres. Porque en la nada, y sólo ahí, estaban las cosas y personas con que
soñaba mi corazón. Soy un ser de lo minúsculo y de lo intranscendente; siempre
descuido lo importante, quizás porque no está hecho para mí. El temor me inundó
de nuevo. Esa noche en que el Emisario habló, era también la última noche a su
lado. Habíamos llegado ya hace mucho al fin del mundo, en donde terminaba el
último desierto. Allí estaban las últimas ruinas. Siempre me había preguntado
cómo sería el fin del mundo y ahí supe, que, en sus bordes, la materia pierde
sus formas y colores; por eso no es posible cogerla y no se puede tampoco ver.
La precisa arena da lugar a una sustancia sin forma propia. Los colores se
convierten en transparencia. Y así, sin un rasgo distintivo, la materia aún es.
Pero
algo más medraba en ese pozo subterráneo, donde las vidas empiezan y donde terminan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario