Así entre revueltas y represión, se reconstruyó el Mekhanes y el experimento ya estaba preparado para ejecutarse, de nuevo faltaba un solo día para el viaje de M fuera del universo. El cuerpo de L había empezado a ser invadido por los mecanismos y cables que normalmente infectaban y aprisionaban a los Thaumasios; y ya tenía prohibido cualquier vínculo humano.
Pero
eludiendo la vigilancia, logró escapar y buscó a M, en una agotada madrugada,
para proponerle la androgénesis.
L entró silencioso al
cubículo de M, que se despertó aún sin escucharlo.
—M —dijo L muy despacio
para no estropear el casi completo silencio de las plataformas—. Vengo para dar
un fruto a nuestra enfermedad atávica. Espero aceptes ser de esta forma mi
verdadero erómenos. Deseo estar unido a ti en él por el resto del tiempo antes
de que nos separen por completo los demás.
El violento y a la vez
inocente M lo miró deseando lo mismo, pero dijo:
—Eso está absolutamente
vedado, ningún laboratorio de androgénesis nos admitirá…Además, los Thaumasios
no pueden hacer lo que tú haces. Y aún más, mañana moriré. Siento lo mismo,
pero desde mañana será imposible que estemos cerca. No se puede engendrar un
androgenote en esas condiciones. Ya casi no cuento entre los vivos.
—Porque morimos es que
nos reproducimos, y tampoco habrá otras condiciones. Pero estoy seguro de que
volverás —dijo L casi mintiéndose y contradiciendo lo que él antes había
creído—. Para ese momento ya se estará desarrollándose y nosotros en él.
M
calló, una antigua pulsión se movió dentro de él. Aquélla que empezó en ese
oscuro mar primitivo y que lo atravesaba también a él. Miró el aire vacío,
pensó en que mañana ya no lo sentiría y dijo con cierta pena: “Sería como que
una parte de mí se quedará en este mundo, del que no participaré más. Una parte
mía siempre contigo”.
—No sé todavía cómo, pero
lo haremos. Los dos estaremos juntos en él, lo dejaremos en un mundo que no
sabemos cómo será después de que desaparezcamos —dijo L recordando lo absurdo
de la reproducción—. La enfermedad atávica sacrifica la vida del hombre
presente, por el que vendrá —concluyó L y entendió brevemente el absurdo de la
enfermedad atávica y la lógica del odio que Herakón tenía por ella. Pero estaba
atrapado.
—Sí, lo deseo —dijo
cargado de emoción M—, aunque no exista futuro lo haremos.
—Sí —dijo L decidido—.
Primero preparemos las células —dijo L atrapado como M por ese anhelo de
eternidad que hay en todo lo que es finito. La voluntad de inmortalidad de todo
lo que muere.
Entonces, ahí, en el
silencioso locus de M, ambos por primera vez y también por última vez se
entregaron al antiguo ritual de los eromenois.
Los
amantes buscan una unidad para su incompletitud, pegan y traspasan sus
inmaterialidades, usando para ello sus materialidades. Solo la carne es vehículo
para llegar a lo sublime. L vio a M
despojado de cualquier cosa que no fuera él y se mostró sin aditamentos ni
uniformes, sólo ellos dos en estado puro. Sus integridades, esta vez sin bordes
ni fronteras, se juntaron. M respiraba como si estuviese a punto de sollozar,
los ojos con que se miraron brillaban lúbricos de la enfermedad atávica. Cuando
M sitió por primera vez la tibieza y humedad de L bajo su quijada, no pudo
dejar de proferir un ruido ahogado que desahogaba una desesperada forma de
qualia: el placer. Y el placer fue solo una sombra de lo que sentían luego.
Como
mágicamente la pólvora helada pasa a ser fuego brillante y ardiente, como la
materia opaca se vuelve energía en lo profundo de las estrellas, sus carnes
doloridas y gastadas se trasformaron en sensaciones y en poesía apasionada. El
primer segundo que L sintió que M estaba más dentro de él de lo que él mismo
estaba en sí, sintió tal goce que era como si el cosmos mismo fuera la qualia
del placer y cayera sobre él, atravesándolo en todas direcciones.
Sumando los vacíos de sus dos soledades se formaba por primera vez en
ellos una simple cosa, sin partes ni estructura. Se encontraron entre humores y
fluidos, uno con el otro en ese adentro sin formas ni diferencias que es el
amor a oscuras.
En el
trance final, al acabar la última urgencia del rito, M gritó como si sufriera
un placer terrible. En la intensidad del primitivo y tosco ritual, se abría un
abismo donde cayeron hasta chocar uno con el otro, despedazándose. En ese
universo de adentro, genital y sin tiempo, sus dos consciencias se hicieron
una.
Luego,
L y M durmieron mientras lágrimas cortas salían de sus ojos, conmovidos de tan
rara felicidad. Tanto que incluso hubiesen disfrutado morir en la tibieza de
ese corto sueño juntos.
Después de eso, salieron por los complejos en busca de una central de
androgénesis inseguros de que lo artificial les ayudase a dar vida.
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