lunes, 4 de abril de 2022

52 ANDROGENOTES

 


 En otro lugar del espacio-tiempo…

Así entre revueltas y represión, se reconstruyó el Mekhanes y el experimento ya estaba preparado para ejecutarse, de nuevo faltaba un solo día para el viaje de M fuera del universo. El cuerpo de L había empezado a ser invadido por los mecanismos y cables que normalmente infectaban y aprisionaban a los Thaumasios; y ya tenía prohibido cualquier vínculo humano.

     Pero eludiendo la vigilancia, logró escapar y buscó a M, en una agotada madrugada, para proponerle la androgénesis.

L entró silencioso al cubículo de M, que se despertó aún sin escucharlo.

—M —dijo L muy despacio para no estropear el casi completo silencio de las plataformas—. Vengo para dar un fruto a nuestra enfermedad atávica. Espero aceptes ser de esta forma mi verdadero erómenos. Deseo estar unido a ti en él por el resto del tiempo antes de que nos separen por completo los demás.  

El violento y a la vez inocente M lo miró deseando lo mismo, pero dijo:

—Eso está absolutamente vedado, ningún laboratorio de androgénesis nos admitirá…Además, los Thaumasios no pueden hacer lo que tú haces. Y aún más, mañana moriré. Siento lo mismo, pero desde mañana será imposible que estemos cerca. No se puede engendrar un androgenote en esas condiciones. Ya casi no cuento entre los vivos.

—Porque morimos es que nos reproducimos, y tampoco habrá otras condiciones. Pero estoy seguro de que volverás —dijo L casi mintiéndose y contradiciendo lo que él antes había creído—. Para ese momento ya se estará desarrollándose y nosotros en él.

     M calló, una antigua pulsión se movió dentro de él. Aquélla que empezó en ese oscuro mar primitivo y que lo atravesaba también a él. Miró el aire vacío, pensó en que mañana ya no lo sentiría y dijo con cierta pena: “Sería como que una parte de mí se quedará en este mundo, del que no participaré más. Una parte mía siempre contigo”.

—No sé todavía cómo, pero lo haremos. Los dos estaremos juntos en él, lo dejaremos en un mundo que no sabemos cómo será después de que desaparezcamos —dijo L recordando lo absurdo de la reproducción—. La enfermedad atávica sacrifica la vida del hombre presente, por el que vendrá —concluyó L y entendió brevemente el absurdo de la enfermedad atávica y la lógica del odio que Herakón tenía por ella. Pero estaba atrapado.

—Sí, lo deseo —dijo cargado de emoción M—, aunque no exista futuro lo haremos.

—Sí —dijo L decidido—. Primero preparemos las células —dijo L atrapado como M por ese anhelo de eternidad que hay en todo lo que es finito. La voluntad de inmortalidad de todo lo que muere.

Entonces, ahí, en el silencioso locus de M, ambos por primera vez y también por última vez se entregaron al antiguo ritual de los eromenois.

     Los amantes buscan una unidad para su incompletitud, pegan y traspasan sus inmaterialidades, usando para ello sus materialidades. Solo la carne es vehículo para llegar a lo sublime.      L vio a M despojado de cualquier cosa que no fuera él y se mostró sin aditamentos ni uniformes, sólo ellos dos en estado puro. Sus integridades, esta vez sin bordes ni fronteras, se juntaron. M respiraba como si estuviese a punto de sollozar, los ojos con que se miraron brillaban lúbricos de la enfermedad atávica. Cuando M sitió por primera vez la tibieza y humedad de L bajo su quijada, no pudo dejar de proferir un ruido ahogado que desahogaba una desesperada forma de qualia: el placer. Y el placer fue solo una sombra de lo que sentían luego.

     Como mágicamente la pólvora helada pasa a ser fuego brillante y ardiente, como la materia opaca se vuelve energía en lo profundo de las estrellas, sus carnes doloridas y gastadas se trasformaron en sensaciones y en poesía apasionada. El primer segundo que L sintió que M estaba más dentro de él de lo que él mismo estaba en sí, sintió tal goce que era como si el cosmos mismo fuera la qualia del placer y cayera sobre él, atravesándolo en todas direcciones.

     Sumando los vacíos de sus dos soledades se formaba por primera vez en ellos una simple cosa, sin partes ni estructura. Se encontraron entre humores y fluidos, uno con el otro en ese adentro sin formas ni diferencias que es el amor a oscuras.

     En el trance final, al acabar la última urgencia del rito, M gritó como si sufriera un placer terrible. En la intensidad del primitivo y tosco ritual, se abría un abismo donde cayeron hasta chocar uno con el otro, despedazándose. En ese universo de adentro, genital y sin tiempo, sus dos consciencias se hicieron una.

     Luego, L y M durmieron mientras lágrimas cortas salían de sus ojos, conmovidos de tan rara felicidad. Tanto que incluso hubiesen disfrutado morir en la tibieza de ese corto sueño juntos.

     Después de eso, salieron por los complejos en busca de una central de androgénesis inseguros de que lo artificial les ayudase a dar vida.

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