sábado, 7 de mayo de 2022

66 LA METADIMENSIONALIDAD DEL SER

 


Un trillón de trillones de años antes…

Un torbellino de acciones se inició, terribles ruidos y órdenes resonaron; todos se paralizaron temiendo un accidente antes del despegue. Sólo había una chance para la vida.

     Cuando faltaban unos segundos, algunos técnicos muy ancianos tuvieron que ser atendidos por colapso nervioso; en miles de planetas se esperaba el éxito o fracaso de la misión y con ella, la de la civilización misma.

El éxito desde un punto de vista técnico significaba salir del universo, llegar al otro y poder volver al mismo lugar y tiempo. Esto suponía la existencia del otro universo, cosa aun teóricamente dudosa; la posibilidad de salir, cosa aún más dudosa; y la de poder volver, lo que suponía algún modo de orientación común a los dos universos, cosa que parecía lógicamente inadmisible. Así de insegura era la empresa.

     Según había predicho el nuevo Thaumasios L, si había éxito, sólo se vería desaparecer la nave un milisegundo y quizás ni eso, antes de reaparecer. Pero su ausencia momentánea perturbaría el campo gravitatorio enviando una onda posible de registrar. Luego los tripulantes traerían evidencias de su viaje.

Si se fracasaba sólo se vería desaparecer el satélite-laboratorio.

—Fin de la trans-dimensionalización, se des-colapsó la función de onda en un 99,476209875498% —dijo suavemente el computador general.

     Todos paralizaron sus movimientos y se enfocaron. No hubo ningún ruido, pero en el cielo no se veía ya rastro del Mekhanes-satélite. Sin ruido y delicadamente había desaparecido. En ese mismo instante, las órbitas de los demás planetas cambiaron iniciando lentamente un movimiento caótico que en algunos años llegaría de nuevo al equilibrio. Todos en la plataforma quedaron consternados. Un frío de horror recorrió a los testigos de la primera señal de la muerte de la humanidad. 

     Después de unos minutos de incredulidad y desconcierto los ingenieros y Thaumasios se acercaron a un amplio locus de discusión, pero un gran silencio inundaba la sala. Todos parecían estar asistiendo a un masivo funeral. El de ellos mismos y el de la misma vida, que por fin encontraría su fin, luego de aparecer hace millones de años.

     El viejísimo Thaumasios H, tan atravesado de mecanismos que parecía un negro insecto mecánico, rompió el silencio:

—Más allá del esfuerzo que hemos realizado, ¿qué posibilidades había de que tuviésemos éxito? Hemos fracasado cientos de veces en el intento de llevar personas fuera del universo…

Y un opaco pero profundo ruido empezó a notarse, una risa sorda y baja iba arrastrándose por el inmenso locus, elevándose y haciendo notar al antes invisible Thaumasios que la emitía. Más temible que nunca se vio a Herakón recogido sobre sí mismo, mirando a los vivos con la feliz certeza de que pronto no lo estarían. Pronto no habría nada vivo en todo el cosmos. El ciego Herakón con una enferma felicidad, moviéndose en las tinieblas de su consciencia, dijo ácidamente:

—Ni siquiera sabemos si existen otros universos. Fue anticientífico apostar la existencia de un cosmos que no sabíamos si existía y que por definición no estaba a nuestro alcance (Herakón había argumentado lo contrario frente a Nimis, mintiéndole sólo por la conveniencia de la meta-corporación).

L, que a pesar de su incompleta preparación había sido invitado a la alta reunión y dijo:

—Lo que es absurdo es pensar que no hay más que este universo. ¿Por qué habríamos de pensar que el big bang sólo puede ocurrir una vez? Si es un fenómeno natural no tendría por qué ser singular.

—En todo caso —dijo pálido el Thaumasios K—, no nos compete resolver el problema de su existencia, sino asumiéndola, la posibilidad técnica de viajar a él.

El casi agonizante Thaumasios H agregó desde la máquina donde estaba incrustado:

—Creo que eso ya ha sido contestado; la nave desapareció, lo que indica que no existe otros universos o que es imposible viajar a él… estamos perdidos.

Este simple e irrefutable argumento sacudió a L que se había equivocado, había mentido a su razón con un sueño y esa mentira había matado a M.

El sabio Hekantokeinos D, cuyo mecánico cuerpo estaba dividido en tres partes, alejadas unas de las otras y de distintos tamaños comentó:

—Eso no determina lo otro, podría haber salido, pero no haber vuelto. También podría haber regresado al mismo lugar, pero no al mismo tiempo, creo es una necesidad del principio de incertidumbre que no tomó en cuenta el técnico L.[1]  

P dijo:

—¿Que la tripulación se encuentra ahora en el futuro y no en otro universo? No hay ninguna evidencia para suponer eso.

Otro agregó:

—No sabemos cómo serán los demás universos, si los hay.

—Yo creo necesariamente que habrán las cuatro fuerzas que conocemos —dijo el técnico L—. Podría haber en ellos otra formulación espacial y organizarse las partículas fundamentales en otras cosas y no en átomos. Pero las partículas más elementales y las interacciones más básicas de la materia deberán existir como aquí —concluyó, pero su lucidez lentamente tomó el control haciéndolo dudar. 

        El Thaumasios Q dijo:

—No hemos nunca podido viajar en el tiempo, cosa que sabemos es imposible y un viaje fuera del universo implica también un viaje en el tiempo. Por ello todo esto fue un sueño, un error. Además, el experimento no sólo esperaba que se viaje fuera del universo, sino que se regrese con éxito; así, si hubiese sido un éxito ya estarían de vuelta. Debemos aceptar que hemos fracasado y aceptar que tampoco podremos intentarlo más.

Asombrosamente la androide Nimis intervino, signo de que ya se desmoronaban las jerarquías de la metacorporación:

—No debería dejarse de intentar, recuerden el caos social que se crearía si se supiese que no hay solución para la desaparición del universo, ninguna estructura de la civilización sobreviviría.

        El benevolente Thaumasios Orf, venido de lejos se dignó contestarle:

—¿Sugiere que sigamos sacrificando vidas?  

La androide Nimis respondió:

—¿Para qué otra cosa podrían ser útiles las vidas?

W preguntó, al notar que ya los niveles jerárquicos se estaban deshaciendo:

—¿Ud. estaría dispuesta a ir en el próximo viaje?

Nimis añadió:

—No veo ningún inconveniente en ello. Ni entiendo por qué alguien se negaría a ello ni la resistencia que mostraron los tripulantes.

W dijo:

—Ud. es un androide sin qualia, sin consciencia y no puede entenderlo, cállese de una vez.

Nimis reclamó:

—Las qualias y la consciencia no existen y si yo no lo entiendo, es porque no hay nada que entender. Lo incomprensible es lo inexistente. Pues la razón solo comprender lo existente. Y si es incomprensible, ¿por qué Ud. lo menciona? ¿Puede Ud. hablar de lo incomprensible?

—La androide cree que todo se puede entender —dijo L aferrándose a la esperanza de que M aún vivía.

—Debemos seguir. Es la única esperanza para que la humanidad pueda sobrevivir —dijo L que de pronto recordó que no había energía para otro intento—, el universo está desapareciendo y si no logramos salir de él, acabará la vida humana —agregó ya incrédulo de sus propias palabras.

        Pero Herakón ya había ganado, éste era su momento y todo lo que pasó era justo lo que había deseado y planeado. Era obvio que L era un falso Thaumasios y sus ideas habían sido torpes errores. Se animó a volver a intervenir, aunque sin apuros ya:

—Las esperanzas o el optimismo no cambian el resultado final y en realidad, ¿qué importa eso? Siempre pensé que era muy primitivo querer conservar la vida humana.

La androide Nimis añadió:

—El ser vivo solo tiene un fin: servir a la vida. Aunque no hace falta el regreso, pueden llevar la información de la molécula germinal al otro universo.

Herakón la interrumpió caminando pesadamente con sus huesos atravesados de metales y su traje lleno de cables hasta el centro del locus de discusión:

—Ni eso hace falta. Si la vida de todos nosotros acabará algún día, ¿qué importa si el universo que sigue está repleto de vida o no? Usemos los recursos para la vida de los actuales habitantes; informémosles de nuestro fracaso e impidamos más nacimientos.

—Sólo sabremos que hemos enviado con seguridad moléculas germinales, si alguien puede volver a decirnos que llegó esa información —añadió casi suplicante L, también atravesado de metales, pero nadie lo escuchó, no era un Thaumasios y debía salir silencioso de la reunión.

—No —dijo Nimis—. Gastaríamos menos energía enviando solo la información de la vida humana a otros universos hasta que alguna llegue a alguno habitable, así sobrevivirá la humanidad… —y enmudeció pues fue bloqueada desde un centro de control.

Herakón rodeado de la atención de los demás Thaumasios agregó:

—Qué absurdo es todo esto... ¿Por qué querer que prosiga la vida humana? Si ha de lograrse, lo que es imposible, no cambia nada para ninguno de nosotros. Las personas morimos al cabo de unos cientos de años, qué importa si después de muertos la humanidad sobrevive o no. Los hombres, que son los que realmente existen, nunca sobreviven. La humanidad es solo una idea abstracta y vacía. La humanidad no existe, solo los hombres existen, la vida no existe, aunque pensemos en ella, solo los seres vivos “son”. Por otro lado, si la vida es posible en otro universo, ésta aparecerá por sí misma. Ese narcisismo humano por persistir no es más que una necedad natural, un atavismo, en que los seres superiores no deberíamos ocuparnos.

Sus irrefutables razones impactaron al poderoso auditorio, ya resignado estoicamente a morir.

     L pensó en M, se impuso creer en el éxito del experimento, pero cada minuto era más difícil creerlo, se le iba cayendo poco a poco esa mentira que con esfuerzos trató de sostener. Y mientras los demás discutían cada vez más acaloradamente, su mente se perdió en unas palabras que pronto estarían en un inútil papel.

M:

¿Qué más podría hacer sino pretender que aún estás? Me siento mientras se pudre la vida en mí…

     En el cielo, el punto que formaba el satélite-laboratorio no se veía más, había desaparecido de nuestro espacio-tiempo. Las múltiples relaciones de sus átomos con los del mundo, que habían empezado en el mismo origen del cosmos y habían durado millones de años, ahora habían cesado.

     Una idea de L para salvar a la humanidad había perdido a M. Y con M se había perdido él. Pues al morir M, el corazón de L también murió. 



[1] Este principio afirma que no se puede determinar, simultáneamente y con precisión, ciertos pares de variables físicas. Este principio fue enunciado por Werner Heisenberg en 1927.

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