sábado, 7 de mayo de 2022

63 NOTAS SOBRE LA PREHISTORIA

 

Un trillón de trillones de años después…

 ¡Ah, la prehistoria! un mundo saturado de colosales hombres, de feroces generaciones atravesando el universo y el tiempo, engendrándose y pululando en cada resquicio de aquel cosmos intenso.

—En lo más remoto —dijo el Emisario— la raza humana era una especie animal más, en un primitivo planeta. Pero en esa especie apareció por primera vez la razón, un ventajoso medio de supervivencia. La inteligencia le permitía conductas inéditas, era un software anti-software biológico, por ella los hombres podían desprogramar a su capricho instintos y reflejos milenarios. Al principio, la razón multiplicó las moléculas germinales de sus portadores y les dio la victoria frente a otras formas de vida menos cognitivas. Pero después esa misma capacidad, magnificada una y otra vez por la evolución, sacó a la humanidad de la naturaleza, floreció entonces la primera artificialidad. Pudo el hombre ser totalmente libre de sus instintos naturales y hacer todo lo contrario a lo que los animales hacen. A lo que la misma vida hace. Empezó entonces, por primera vez, a desobedecer a la molécula germinal y a la vida. Empezó ahí la libertad y lo artificial. Empezó ahí el más remoto Thecnetos. El hombre y su razón eran el fin y no el medio de un accidente químico-evolutivo. Pero el precio se empezó a pagar pronto. Como desapareció la selección natural, se inició una lenta degeneración genética, nada eliminaba los defectos que la humanidad iba acumulando. El azar crea miles de errores cada generación, la selección natural los elimina, sin ella defectos genéticos, errores de copia, mutaciones y genes sin significado, se añadían unos sobre los otros, envileciendo la molécula germinal. Como un libro que eternamente transcrito y error tras error empieza a delirar y luego ya no dice nada. Así fracasó la primera artificialidad, el primer Thecnetos y el hombre volvió a ser un animal más. Volvió a las formas naturales y triunfaron, como siempre, los individuos más capaces de multiplicarse.

Así, una humanidad irracional, religiosa y prolífica surgió del Homo sapiens sapiens y entraron en extinción aquellas variedades humanas aún racionales.

La lúcida humanidad estaba condenada a la extinción. Pero de pronto logró su carta de salvación: los genes artificiales creado por un remoto y anónimo Thaumasios de aquellas épocas. Este empezó a insertar información genética nueva. Inicialmente sólo para corregir a los genes defectuosos causado por el envilecimiento de la molécula germinal. Pero pronto, para incluir nuevos genes y capacidades. Esto nos hacía cada vez menos humanos. Así fue forjándose el Homo sapiens thecnecies (del arcaico vocablo, Thecnetos que significa artificial). El único cromosoma donde se pudo insertar esos genes fue el cromosoma Y, pues en él una sola copia bastaba para lograr el fenotipo y por la imposibilidad de ponerlos en los demás cromosomas al ser pares y requerir de dos copias sincrónicas, cosa, técnicamente difícil. La inesperada consecuencia de este detalle técnico fue que se fue forjando un dimorfismo sexual cada vez más acentuado. La evolución artificial sólo ocurrió en los individuos masculinos de la nueva especie.

     Eventualmente esta variedad humana semi-artificial extinguió a la irracional. Y la artificialidad ganó la batalla finalmente y tuvo su segundo florecimiento. Ya para siempre.

     Pero las diferencias entre los sapiens thecnecies masculinos y los femeninos todavía sapiens sapiens se iba agudizando, tanto que podían tomarse ya como dos especies distintas viviendo en una desigual simbiosis.

Estas dos variedades humanas se separaron cuando aquel Thaumasios creo la tecnología de androgenotes. Ésta permitía a los hombres modificados genéticamente reproducirse entre ellos y a las mujeres entre ellas. Sólo bastaba unir, en óvulos vacíos, los semi-genomas de dos hombres o dos mujeres. Y hacer los cambios epi-genéticos apropiados.

      Terminó así la necesidad de aquella vieja simbiosis o parasitismo. Se separaron las dos especies y de la competencia evolutiva entre los hombres modificados genéticamente y las mujeres no modificadas, sólo quedo una. Hombre y humanidad ahora eran escrupulosos sinónimos. El Emisario hizo una pausa oprimiéndose en un recuerdo, ¿Él había presenciado personalmente estas eras?

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