
Un trillón de trillones
de años antes…
Un torbellino de acciones se inició, terribles
ruidos y órdenes resonaron; todos se paralizaron temiendo un accidente antes
del despegue. Sólo había una chance para la vida.
Cuando
faltaban unos segundos, algunos técnicos muy ancianos tuvieron que ser
atendidos por colapso nervioso; en miles de planetas se esperaba el éxito o
fracaso de la misión y con ella, la de la civilización misma.
El éxito desde un punto
de vista técnico significaba salir del universo, llegar al otro y poder volver
al mismo lugar y tiempo. Esto suponía la existencia del otro universo, cosa aun
teóricamente dudosa; la posibilidad de salir, cosa aún más dudosa; y la de
poder volver, lo que suponía algún modo de orientación común a los dos
universos, cosa que parecía lógicamente inadmisible. Así de insegura era la
empresa.
Según
había predicho el nuevo Thaumasios L, si había éxito, sólo se vería desaparecer
la nave un milisegundo y quizás ni eso, antes de reaparecer. Pero su ausencia
momentánea perturbaría el campo gravitatorio enviando una onda posible de
registrar. Luego los tripulantes traerían evidencias de su viaje.
Si se fracasaba sólo se vería desaparecer el
satélite-laboratorio.
—Fin de la
trans-dimensionalización, se des-colapsó la función de onda en un
99,476209875498% —dijo suavemente el computador general.
Todos
paralizaron sus movimientos y se enfocaron. No hubo ningún ruido, pero en el
cielo no se veía ya rastro del Mekhanes-satélite. Sin ruido y delicadamente
había desaparecido. En ese mismo instante, las órbitas de los demás planetas
cambiaron iniciando lentamente un movimiento caótico que en algunos años
llegaría de nuevo al equilibrio. Todos en la plataforma quedaron consternados.
Un frío de horror recorrió a los testigos de la primera señal de la muerte de
la humanidad.
Después de unos minutos de incredulidad y desconcierto los ingenieros y
Thaumasios se acercaron a un amplio locus de discusión, pero un gran silencio
inundaba la sala. Todos parecían estar asistiendo a un masivo funeral. El de
ellos mismos y el de la misma vida, que por fin encontraría su fin, luego de aparecer
hace millones de años.
El
viejísimo Thaumasios H, tan atravesado de mecanismos que parecía un negro
insecto mecánico, rompió el silencio:
—Más allá del esfuerzo
que hemos realizado, ¿qué posibilidades había de que tuviésemos éxito? Hemos
fracasado cientos de veces en el intento de llevar personas fuera del universo…
Y un opaco pero profundo
ruido empezó a notarse, una risa sorda y baja iba arrastrándose por el inmenso
locus, elevándose y haciendo notar al antes invisible Thaumasios que la emitía.
Más temible que nunca se vio a Herakón recogido sobre sí mismo, mirando a los
vivos con la feliz certeza de que pronto no lo estarían. Pronto no habría nada
vivo en todo el cosmos. El ciego Herakón con una enferma felicidad, moviéndose
en las tinieblas de su consciencia, dijo ácidamente:
—Ni siquiera sabemos si
existen otros universos. Fue anticientífico apostar la existencia de un cosmos
que no sabíamos si existía y que por definición no estaba a nuestro alcance (Herakón había argumentado lo contrario
frente a Nimis, mintiéndole sólo por la conveniencia de la meta-corporación).
L, que a pesar de su incompleta preparación había
sido invitado a la alta reunión y dijo:
—Lo que es absurdo es
pensar que no hay más que este universo. ¿Por qué habríamos de pensar que el
big bang sólo puede ocurrir una vez? Si es un fenómeno natural no tendría por
qué ser singular.
—En todo caso —dijo
pálido el Thaumasios K—, no nos compete resolver el problema de su existencia,
sino asumiéndola, la posibilidad técnica de viajar a él.
El casi agonizante Thaumasios H agregó desde la máquina donde estaba incrustado:
—Creo que eso ya ha sido
contestado; la nave desapareció, lo que indica que no existe otros universos o
que es imposible viajar a él… estamos perdidos.
Este simple e irrefutable
argumento sacudió a L que se había equivocado, había mentido a su razón con un
sueño y esa mentira había matado a M.
El sabio Hekantokeinos D,
cuyo mecánico cuerpo estaba dividido en tres partes, alejadas unas de las otras
y de distintos tamaños comentó:
—Eso no determina lo
otro, podría haber salido, pero no haber vuelto. También podría haber regresado
al mismo lugar, pero no al mismo tiempo, creo es una necesidad del principio de
incertidumbre que no tomó en cuenta el técnico L.[1]
P
dijo:
—¿Que la tripulación se
encuentra ahora en el futuro y no en otro universo? No hay ninguna evidencia
para suponer eso.
Otro agregó:
—No sabemos cómo serán
los demás universos, si los hay.
—Yo creo necesariamente
que habrán las cuatro fuerzas que conocemos —dijo el técnico L—. Podría haber
en ellos otra formulación espacial y organizarse las partículas fundamentales
en otras cosas y no en átomos. Pero las partículas más elementales y las
interacciones más básicas de la materia deberán existir como aquí —concluyó, pero
su lucidez lentamente tomó el control haciéndolo dudar.
El Thaumasios Q dijo:
—No hemos nunca podido
viajar en el tiempo, cosa que sabemos es imposible y un viaje fuera del
universo implica también un viaje en el tiempo. Por ello todo esto fue un sueño,
un error. Además, el experimento no sólo esperaba que se viaje fuera del
universo, sino que se regrese con éxito; así, si hubiese sido un éxito ya
estarían de vuelta. Debemos aceptar que hemos fracasado y aceptar que tampoco
podremos intentarlo más.
Asombrosamente la androide Nimis intervino, signo
de que ya se desmoronaban las jerarquías de la metacorporación:
—No debería dejarse de
intentar, recuerden el caos social que se crearía si se supiese que no hay
solución para la desaparición del universo, ninguna estructura de la
civilización sobreviviría.
El
benevolente Thaumasios Orf, venido de lejos se dignó contestarle:
—¿Sugiere que sigamos
sacrificando vidas?
La androide Nimis respondió:
—¿Para qué otra cosa
podrían ser útiles las vidas?
W preguntó, al notar que ya los niveles
jerárquicos se estaban deshaciendo:
—¿Ud. estaría dispuesta a
ir en el próximo viaje?
Nimis añadió:
—No veo ningún
inconveniente en ello. Ni entiendo por qué alguien se negaría a ello ni la
resistencia que mostraron los tripulantes.
W dijo:
—Ud. es un androide sin
qualia, sin consciencia y no puede entenderlo, cállese de una vez.
Nimis reclamó:
—Las qualias y la
consciencia no existen y si yo no lo entiendo, es porque no hay nada que
entender. Lo incomprensible es lo inexistente. Pues la razón solo comprender lo
existente. Y si es incomprensible, ¿por qué Ud. lo menciona? ¿Puede Ud. hablar
de lo incomprensible?
—La androide cree que
todo se puede entender —dijo L aferrándose a la esperanza de que M aún vivía.
—Debemos seguir. Es la
única esperanza para que la humanidad pueda sobrevivir —dijo L que de pronto recordó
que no había energía para otro intento—, el universo está desapareciendo y si
no logramos salir de él, acabará la vida humana —agregó ya incrédulo de sus propias
palabras.
Pero
Herakón ya había ganado, éste era su
momento y todo lo que pasó era justo lo que había deseado y planeado. Era obvio
que L era un falso Thaumasios y sus ideas habían sido torpes errores. Se animó
a volver a intervenir, aunque sin apuros ya:
—Las esperanzas o el
optimismo no cambian el resultado final y en realidad, ¿qué importa eso?
Siempre pensé que era muy primitivo querer conservar la vida humana.
La androide Nimis
añadió:
—El ser vivo solo tiene
un fin: servir a la vida. Aunque no hace falta el regreso, pueden llevar la
información de la molécula germinal al otro universo.
Herakón la interrumpió
caminando pesadamente con sus huesos atravesados de metales y su traje lleno de
cables hasta el centro del locus de discusión:
—Ni eso hace falta. Si la
vida de todos nosotros acabará algún día, ¿qué importa si el universo que sigue
está repleto de vida o no? Usemos los recursos para la vida de los actuales
habitantes; informémosles de nuestro fracaso e impidamos más nacimientos.
—Sólo sabremos que hemos
enviado con seguridad moléculas germinales, si alguien puede volver a decirnos
que llegó esa información —añadió casi suplicante L, también atravesado de
metales, pero nadie lo escuchó, no era un Thaumasios y debía salir silencioso
de la reunión.
—No —dijo Nimis—.
Gastaríamos menos energía enviando solo la información de la vida humana a
otros universos hasta que alguna llegue a alguno habitable, así sobrevivirá la
humanidad… —y enmudeció pues fue bloqueada desde un centro de control.
Herakón rodeado de la
atención de los demás Thaumasios
agregó:
—Qué absurdo es todo
esto... ¿Por qué querer que prosiga la vida humana? Si ha de lograrse, lo que
es imposible, no cambia nada para ninguno de nosotros. Las personas morimos al
cabo de unos cientos de años, qué importa si después de muertos la humanidad
sobrevive o no. Los hombres, que son los que realmente existen, nunca
sobreviven. La humanidad es solo una idea abstracta y vacía. La humanidad no
existe, solo los hombres existen, la vida no existe, aunque pensemos en ella,
solo los seres vivos “son”. Por otro lado, si la vida es posible en otro
universo, ésta aparecerá por sí misma. Ese narcisismo humano por persistir no
es más que una necedad natural, un atavismo, en que los seres superiores no deberíamos
ocuparnos.
Sus irrefutables razones impactaron al poderoso
auditorio, ya resignado estoicamente a morir.
L
pensó en M, se impuso creer en el éxito del experimento, pero cada minuto era
más difícil creerlo, se le iba cayendo poco a poco esa mentira que con
esfuerzos trató de sostener. Y mientras los demás discutían cada vez más
acaloradamente, su mente se perdió en unas palabras que pronto estarían en un
inútil papel.
M:
¿Qué más
podría hacer sino pretender que aún estás? Me siento mientras se pudre la vida
en mí…
En el
cielo, el punto que formaba el satélite-laboratorio no se veía más, había
desaparecido de nuestro espacio-tiempo. Las múltiples relaciones de sus átomos
con los del mundo, que habían empezado en el mismo origen del cosmos y habían
durado millones de años, ahora habían cesado.
Una
idea de L para salvar a la humanidad había perdido a M. Y con M se había
perdido él. Pues al morir M, el corazón de L también murió.