sábado, 27 de marzo de 2021

6 THAUMASIOS HEKANTOKEINOS

 


En otro punto del espacio-tiempo…

La androide-zombi Nimis[1] viajaba por las aglomeradas escaleras con el técnico L —ya un joven empleado de bajo rango en la vertical estructura de la meta-corporación, cuya mirada era sensible, lúcida y un poco desilusionada.

Ambos iban por una de los miles de escaleras que se disparaban y enredaban en todas direcciones, metiéndose entre los saturados recovecos donde vivían los técnicos de la meta-corporación. De tramo en tramo, eran arrastrados por la masa tosca de gente, hombres pequeños y rudos, de aspecto preocupado caminaban aún con más prisa que el resto; eran los malgeniados asistentes, ensimismados en su carrera. Su prisa los llevaba a ser oscos y neuróticos.

L pensó melancólico en lo caprichosa que era la realidad: el universo podría haber sido más simple, por ejemplo, hecho solo de unas cuantas partículas flotando en el espacio y así siempre, o un denso núcleo de materia estable e inmóvil, o incluso un viejo universo hecho de cenizas de estrellas, helándose cada vez más en el silencio, pero en cambio surgió la vida, su torvo sinsentido, sus casi infinitos y desgastantes medios y mecanismos. Todas las manifestaciones de la vida, eran para L redundantes y absurdas. Y acaso lo más preocupante de la vida orgánica era que él mismo estaba atrapado dentro de ella. Él era un títere de los genes, pero planeaba defraudarlos y además sabía que ellos no eran los verdaderos protagonistas de la vida, sino instrumentos de algo aún más profundo, pues los genes desaparecen, cambian, pero el espectáculo de la vida sigue, la vida solo los usa y luego los desecha, ¿acaso la evolución no es el cambio de los genes? ¿Qué clase de protagonista sale de escena ni bien entra? Los genes, el ADN, los genomas, los hombres son solo instrumentos de un protagonista oculto y este sí es inmortal, los genes se pierden, yo me pierdo, lo otro queda. Pero a pesar de su poder y profundidad también a eso vencería…o al menos eso planeaba el joven y núbil L.

 


Sólo lo más central de su yo era libre: su trans-biológica voluntad. Despreocupado del mundo, dejaba de atender a las formas y los colores que acaso lo distraían del verdadero ser del mundo. Le daba igual si este caprichoso y redundante universo acabase mañana. 

     L y Nimis, al salir de la escalera, llegaron a un corredor ancho; había más aire ahí, pero algo semejante a una negra procesión estorbaba el paso. Primero solo vieron un compacto grupo de pequeños asistentes, unos corrían golpeándose desde un montón central y otros hacia él, llevando papeles e instrumentos. En el centro, un hombre grande y lento avanzaba con las dificultades de un anciano. Era uno de los Thaumasios Hekantokeinos[2], los sabios oscuros de la meta-corporación y su nombre era Herakón. Era viejo pero alto y fuerte, avanzaba penosamente hacia quién sabe dónde, por aquel hormigante edificio de metal. Los asistentes hacían mucho ruido hablándose a gritos y forcejeando, L miró reverente y fascinado a ese hombre raro, de esa casta de centenarios carísimos a la meta-corporación. Herakón se detenía cansado de trecho en trecho, su traje y su cuerpo estaba abrumado de artefactos y cableado. Sus ojos y oídos, se veían sellados por negros instrumentos relucientes, pero las vacías cuencas de sus ojos estaban atravesadas de cables, que llegaban directamente a su poderoso cerebro.

     Entre el caos que lo rodea, bajo los artefactos que lo aprisionan, el oscuro Thaumasios Herakón exhalo un cansado suspiro.

     Los Thaumasios Hekantokeinos administraban la meta-corporación, aunque subordinados a los lejanos Zombis Hekantokeinos y eran capaces de cálculos y análisis desmesuradamente complejos, que eran imprescindibles a esa humanidad en guerra.

Las meta-corporaciones tenían relaciones enredadísimas entre ellas. Era difícil dilucidar por qué un día se recibían ataques de antiguos socios. La velocidad de los cambios históricos no se computaba en meses, sino en días, a veces es minutos, de modo que una alianza podía convertirse de pronto en una mortal enemistad. El mapa de estas centenarias guerras era incomprensible para las primeras inteligencias artificiales. Pero estos genios podían entenderlos entre los angostos y laberínticos corredores. L pensaba que era un desperdicio que tanta inteligencia fuera usada para una tarea tan deleznable: hacer persistir a la humanidad.

     Al salir de madrugada, L podía ver a esos Thaumasios recostados en desorden por todo el edificio recibiendo mensajes por sus cableados, meditando las largas respuestas, ciegos y casi inmovilizados por esos artefactos que invadían sus ropas y sus viejas carnes. Cuando alguno se levantaba y movía por el edificio, sus movimientos eran torpes y lentos, por la vejez y por la ceguera. Su actividad era meramente intelectual, pero sin descanso y esto los mantenía en una desconexión que los hacía parecerse al enajenado o al ebrio. A veces también descansaban, pero no se descubrían los ojos o los oídos artificiales; ¿qué sentían, en esos pocos minutos que se detenía su labor, en esos períodos en que no había programada ninguna actividad? —Se preguntaba inmaduro y anónimo L.

     Faltos de una vida como la de los demás, sin descendencia, ni ninguna forma de relación humana, casi sin yo, sin recuerdos ni esperanzas, con los ojos y el resto de sentidos muertos, los Thaumasios solo tenían el vacío de sí mismos. Sus consciencias vacías de contenido, simplemente vivían el pasar del tiempo.

     Acaso sin recuerdos en que entretenerse, se distraen con abstractas ensoñaciones que solo ellos pueden entender —pensaba L, que también colmaba su hueca vida con un universo abstracto de conjeturas e hipótesis. Un universo que no existía en realidad en ninguna parte.

     Los Thaumasios eran mártires de una época difícil y si no sacrificaran así sus vidas, se derrumbaría la precaria estabilidad que mantenía a la meta-corporación con vida. Se decía que estos ancianos construyeron esa inteligencia artificial que ahora los esclavizaba. Pero no era por la fuerza o la extorsión que esa inteligencia conseguía su trabajo devoto y su entrega absoluta. Como cualquiera, ellos podrían escapar, pero en cambio su labor continuaría hasta que la muerte los alcanzase en sus incómodos trajes.

     Solo aquellos que construyeron hace milenios la meta-corporación y que conocían más de cerca los vínculos de gobierno, sabían algo acerca de sus motivos irrenunciables.

     Pero este Thaumasios era aún más singular que los demás, ningún ser humano había nacido antes con la inteligencia de Herakón, su mente era toda una descomunal razón, vacía de emociones, no era como la inteligencia usual de los técnicos y científicos, que se entregaban a la razón por el placer de razonar, por el deleite intelectual.

     En Herakón la razón ocurría por la misma razón, no por el placer de pensar o la curiosidad. La suya era una inteligencia en estado puro y ésta no estaba al servicio de nada más que de sí misma. Los demás usaban la razón como medio y no como fin. Pero para el Thaumasios Herakón, la razón no podía subordinarse a nada que le fuera inferior. L admiraba y compartía desde su humildad, las convicciones del venerado Thaumasios.

     Tanto el poderoso Herakón como el insignificante L miraban, aunque desde alturas distintas; a los humanos que los rodeaban como a máquinas de carne, títeres del placer y el displacer. Luchaban por uno, escapaban del otro, y así todos terminaban viviendo la misma vida, programada para ser vivida así por un primitivo proceso, ciegos e ignorantes del verdadero significado del universo. Ambas emociones determinaban la dirección de sus vidas. Y este mecanismo de manipulación natural fue programado por un ciego accidente químico: la evolución. Toda la historia humana había ocurrido tal y como había ocurrido solo por la búsqueda del placer y por la aversión al displacer de los hombres, una perversa humanidad de marionetas siempre sometidas a ese viejo mecanismo de recompensa y castigo sensorial, incorporado por la primitiva selección natural para controlarlos. Para hacerlos servir a algo inferior a ellos. Algo tosco, pero más poderoso. 

Por fin, ensimismado, L llegó con Nimis a su precario locus de trabajo[3]. Al mismo modo que otros millones de técnicos, L era, debajo de decenas de estratos de responsabilidad, un subordinado de Herakón. Se sentía a salvo en su imperceptible puesto en el gran engranaje de trabajos. Llevaba años desde su niñez, aislado en una precisa y tediosa tarea: monitorear a los animales meta-dimensionales. Poco más sabía de este mundo que el camino del locus de trabajo al locus de descanso. Registraba la ecología y dinámica de las poblaciones de estos seres multi-dimensionales: éstos eran entes que saturaban el Aether aparentemente vacío. El imperceptible L llevaba años estudiándolos, pero en los últimos tiempos ni él ni otros técnicos habían captado datos sobre esos seres, al parecer eran problemas del instrumental que impedía su ubicación. Cada vez había menos energía para los instrumentos de L y en general para cualquier máquina de la meta-corporación, dada la cada vez mayor escasez de energía en el cosmos. Quizás por esto ahora los instrumentos de L no alcanzaban a registrar esas especies multi-dimensionales.

 

Pero la insegura inteligencia de L sospechaba que se debía a otra cosa. Una cosa muy grave.



[1] Un androide no programado para sentir qualias, qualias son las cualidades sensaciones individuales. Por ejemplo, la rojez de lo rojo o lo doloroso del dolor, a  diferencia de ellos, los androides-qualia sí podían sentir como los humanos.

[2] Thaumasios, genios;  Hekantokeinos, oscuros.

[3] Del latín locus, lugar.

No hay comentarios: