En los límites próximos a
la nada…
¡Ah,
las cartas! De pronto comprendí que el idioma era la clave final para resolver
el acertijo. Los proto-idiomas aparecen una sola vez y para una sola persona,
como dije antes. Este idioma común implicaba un vínculo entre un hombre solo
consigo mismo, imposible entre dos distintos. Así, M y L eran con toda
seguridad una sola persona, y además M, L y yo debíamos ser una misma persona
también. No pude escapar de esta conclusión. Pero no debería asustarme; no
implicaba esto locura. Estaban en mí, pero no como otras personalidades, sino
como abstracciones.
Yo
había perdido la capacidad de entenderlos y reconocer con naturalidad mi
relación con ellos. Me asombraba de su existencia como un hombre senil se
asombra de que se le llame por su nombre, al no reconocerlo. Si la humanidad
estaba en lo más lejano y agudo de su senilidad como especie, ¿cómo pensaba yo
no estarlo también, siendo parte de esa humanidad? Yo era como un sujeto que va
por algo y al llegar, olvida qué lo movió, o como un moribundo asombrado aún de
tener un cuerpo y de que le hablen quienes ahora no conoce.
Si esto era así, no estaba enajenado, pero la
vejez ya estaría muy avanzada en mí, deteriorando mi mente. Mi muerte debía
estar muy próxima. Había fracasado al tratar de salvarme, no había engañado del
todo a los Mekhanes, y la muerte
ganaba la partida.
Del
mismo modo que la vejez de la especie nos ha vuelto a todos ciegos e
insuficientes para el mundo, en mi breve vida se repetía esta lenta muerte de
la humanidad.
Persistía mi incomprensión general sobre el significado de diversos
neologismos. Creí deducir su significado a veces, pero nuevas cartas
contradecían los sentidos que les iba dando.
Cuando
renuncié formalmente a continuar la investigación sobre M, L y ese mundo libre
del Thecnetos, ya llevaba tiempo sin creer en ella. En este planeta la consciencia
de lo que hacemos no coincide con lo que hacemos, sino que sigue sus lejanas
huellas. Notamos lo que somos muy posteriormente a serlo y casi sólo sabemos lo
que hacíamos y nunca lo que hacemos. Habitamos y comprendemos el pasado, el
presente es borroso. Quizás ahora pienso en lo que pasó hace muchísimos años y
relato el pasado de otro con el que no comparto ni el cuerpo ni la mente. El
presente siempre es un pendiente para el futuro de quién sabe quién. En este
planeta la resignación también llega muy rápido, antes de que se dibuje
siquiera la esperanza. Así que acepté que no me tocaría ver ni mucho menos
influir en los lejanos M y L ni escapar del Thecnetos, si acaso existía. El
Emisario era también inalcanzable.
Me vi
ajeno a ese lenguaje a pesar de su pseudo-familiaridad, sentí compasión y tal
vez un poco de amor por mí mismo. Luego me consolé pensando que quizás en mí
estaba dormida la facultad de entender las cartas, aunque no lo hiciese jamás y
que no importaba que no las entendiera yo. Eran importantes porque tenían un
sentido para sí mismas y para ese otro mundo al que pertenecían, del que
extraviadas habían llegado a mí. Y eso era —creo— hermoso. Resolví no volver a
engañar a los Mekhanes y volver a mis ruinas natales y morir ahí. No había
podido entender por qué la realidad era así. Ni mucho menos por qué “era”. Pero
ya no importaba.
En
regiones lejanas, en la punta de algún edificio muerto, iba soltando los
pedacitos que hacía con las cartas ya sin leer. Fueron días de resignación y
también de hastío. Di en pensar que la
incomprensión de las razones del mundo, en una humanidad carente de cualquier
tipo de instrucción, hace aparecer estos y otros espejismos en la vida del
hombre moderno. Así el Thecnetos nutría y aseguraba una actitud pasiva frente a
la disposición y estructura del mundo. Dejar pasar y olvidar era ahora la
misión del hombre.
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