Un tramo de infinito más
allá…
En unos minutos vendrás,
Te espero impaciente...
Pienso en cuántas cosas
se deben cumplir todavía en el mundo antes de que tú llegues,
Aunque sólo son unos
minutos.
Su vastedad la siento en
esta helada banca.
Temeroso como si el
pasado pudiese cambiar, enumero
esas coincidencias y
azares de las que dependió nuestro encuentro.
Noto que esos requisitos
no se acaban ahí, que hizo falta más.
Por ejemplo, toda tu
infancia y la precisa historia de nuestros miles de antepasados para que esta
noche ocurra,
tal como está ocurriendo.
Te espero,
Endulzo los segundos
pensando en ti.
Ahora sé que todo el
pasado y su repertorio de detalles y pormenores han hecho falta.
No sólo nuestro pasado,
sino el del cosmos entero,
Todo el mundo ha
colaborado para que existas.
Todo el universo ha sido
preciso
Para que vengas esta
noche y pases conmigo estas horas a mi lado.
Ya te veo,
Estoy frente a un hecho
demasiado singular.
Ya te veo viniendo por el
puente y comprendo al ver la belleza de tus ojos
Que la dulzura de estas
horas a tu lado
No podría haberle costado
menos al universo.
L.
Después de leer, me quedé presenciando la clarísima realidad, la notoria
existencia del planeta silencioso, la maciza estatua dormida, la carta y en
ella el misterio venido de ese transmundo de sueños, uno al que pronto
llegaría. Con el desdén que tiene la marea en dejar cosas inútiles, el azar me
traería a mí esta correspondencia ajena y milagrosa. Yo, un silencioso y
perdido punto en la vastedad, podría por este error escudriñar en el alma de un
hombre remoto. Sí, desconocido, tal vez minúsculo, pero real.
Seré
como un solitario buzo sumergido en las profundidades de un ser oscuro y sin
rostro, recorriendo los meollos más secretos y sensibles de una personalidad
particular. Por cierto, debo precisar que ignoro yo mismo mi cara; leguas y
leguas de desierto y no hay un solo espejo que me diga cómo soy o si acaso
tengo rostro, pues no sé si tengo formas o si sólo soy parte del viento que
recorre este mundo que dispone y gobierna el Thecnetos ¡Mas qué importa esto!
Estoy en contacto íntimo conmigo mismo, siento quién soy y ahora exploro la
consciencia de otro ser humano. Una parte de él ahora me pertenece o en algo
ahora somos uno. ¡Qué importa que seamos fantasmas sin cuerpo, pensamientos sin
forma ni ubicación! Yo miraba en L, con más profundidad y certeza que a las
cosas inertes que miro todos los días y que no revelan nunca su ser íntimo, aunque
sé, lo tienen. En esto ya soy también un reflejo minúsculo del Thecnetos, que
es, nadie lo ignora, un ente cognitivo por excelencia.
Empecé
a alejarme de esas ruinas colmadas de gigantes dormidos y de sus consciencias
sin contenido, pues creo eso es lo que es una cosa, un ser consciente de nada.
El polvo de mis pasos se unía al polvo que siempre deambulaba calmo y que
giraba por la redondez del planeta. Pero una inquietud iba tejiéndose en mí.
Se iba
disparando en mí una morbosa arrogancia: quizás un día podría alcanzar el otro
cosmos donde habitaban M y L. ¿Podría yo alterar su existencia? Ellos alteraban
ya la mía, prueba irrefutable de que la comunicación entre nuestros dos
universos era posible.
Pero
no sabía que mis trucos para sobrevivir y mis dudas sobre el Thecnetos no
pasaron desapercibidas. En lo profundo del planeta empezaban a moverse y a
viajar hasta mí un Theknos mortal y
su misión era detener mis pensamientos. Pero su llegada aún estaba lejana.
Delante
de mí, un paisaje de ruinas absorto en sí mismo sencillamente existía; era tan
vasto como indiferente de lo que mi pobre corazón iba sintiendo.
Y a
ese corazón recién nacido ya no le bastaba sólo investigar el sentido semántico
de las cartas; necesitaba rozar a sus dueños con un dedo siquiera, no sólo
manosearlos teóricamente. Deseaba alterar siquiera microscópicamente sus
destinos e influir en él.
Recordé que un minúsculo cambio en algún mínimo detalle del mundo
modifica todo el porvenir y su efecto, por trivial que parezca, satura todo el
mundo. Cada cosa que se mueve en el universo mueve el todo y acaso modifica
también el pasado.
Pensando así, yo dejaba caer un papelito o empujaba una piedrita y me
inundaba una alterada felicidad el suponer los tenues efectos que esto podía
provocar en los lejanos M y L. Tanta soledad e ignorancia hubo en mi juventud
que me entregué a este juego de conocimiento y manipulación en su más mínima
dosis. Me bastaban esos ridículos ejercicios entonces, aunque sólo por poco
tiempo.
Pareciera falso que el hombre consciente pueda ser en este juego un
simulacro microscópico del Thecnetos, pero en realidad el conocimiento es un
juego de naturaleza extraña, casi sobrenatural. Sólo por ser accesible a todos
no notamos la rareza del fenómeno consciente: una cosa, que ni siquiera se
conoce a sí misma, conoce otra cosa fuera de ella.
Comprendí que a través de las cartas poco avanzaba. Debía valerme del
Emisario que las traía para tener otro enfoque y quizás obtener la ruta final.
Si eso era un Emisario, el Thecnetos también enviará disposiciones a aquellos
nebulosos M y L a través de él. Los pasos del Emisario a lo mejor pisarían el
soñado suelo del transmundo donde ellos vivían, algo de su arquitectura, de felicidad
quedarían en él, cuando volviese a este mundo muerto.
¡Seguirlo podría permitir que yo llegara al
transmundo! Yo que sólo había nacido para morir, entonces viviría.
Pero
este Emisario es muy esquivo. Mi exaltación inicial se desvanecía rápidamente
en desilusión, las dificultades se volvían muros altísimos. Pero el deseo de vivir
me asaltaba y mordía, mientras miraba la lejanía sin fondo de las tardes.
No sé por qué supuse tantas cosas de
aquellas erradas cartas.
¡Las
cartas! Aquí la siguiente:
M:
Esta noche estoy tan
enamorado,
Tan injustamente
enamorado.
Pero es tan buena la
noche
Que está generosamente cargada
de estrellas.
Qué mala suerte estar enamorado
así…
Hoy confío en la malvada
ciudad
Y sé que…
Al
entender al Emisario entenderé los mensajes –susurraba mi pensamiento- y tal
vez se acabe la infinitud y la mudez de este planeta. No me importa ahora el
helado viento que siempre enfrenta mi camino, ni los inútiles paisajes, siempre
indiferentes e inertes, ni la vejez que desde mi nacimiento avanzaba en mis
carnes. No importa ese tedio que es vivir y esperar volver a ser polvo
insensible, tedio de no saber las respuestas, ni si éstas son las preguntas
cruciales. No importaba ahora, siquiera en mi esperanza, el transmundo existía.
Mi curiosidad se convirtió pronto en obsesión
y después en una pródiga fantasía. Esperaba con impaciencia las cartas para ser
un espía, un escudriñador, un remedo del Thecnetos o del Emisario, para ser un
elucubrador, para ser algo diferente a lo usual, que era ser nadie, para dejar
brevemente de no ser.
Así
ocupaba mis días trazando complejos planes y en las noches los soñaba
realizados. Una de esas noches soñé que mataba al Emisario y que abría su
cuerpo. Era ahora en este sueño una especie de insecto o de objeto hecho de
pedazos orgánicos, unidos por coyunturas artificiales. Me asombraba que un
ángel del Thecnetos fuese un ser tan monstruoso. Examiné los órganos del
Emisario y en su interior encontré cartas y artefactos diversos, palabras aún
no dichas, el cronograma de visitas y un plano para llegar hasta el Thecnetos y
también hasta el transmundo. Entre las vísceras estaba también un código para
hablar con la molécula germinal.
Ya
muchas veces había llegado a la misma conclusión: el Emisario era la bisagra
entre el mundo y yo, entre el mundo y el Thecnetos. ¿Cómo entender las cartas o
cualquier cosa sin entender al Emisario?
Al
despertar tomé la decisión (alucinada) de matarlo y luego desmenuzar su cuerpo
para estudiarlo. Así entendería la arquitectura del Emisario, o sea, la de un
artefacto de comunicación entre el Thecnetos y los hombres. Un puente entre
este remoto último planeta y aquel lejano universo donde vivían M y L. Y era
como disecar una sombra para poder saber cómo es realmente el cuerpo que la
proyectaba. Entenderlo requería entender esas dos cosas y era garantía de
hacerlo.
Pero
no sabía que los idiomas del cuerpo son más complejos y vastos que los que usan
el Thecnetos para hacer una astronave. Sólo entender cómo respiraba el Emisario
duraría siglos. Pero así, de todos modos, fue surgiendo el vago proyecto de
capturarlo o de seguirlo. En las noches había mucho silencio, a veces oía un
ruido como de lajas que se resbalaban unas encima de otras. Eran los
movimientos lentos, pero tenaces, de pequeños autómatas viajando en la
oscuridad, su forma era como la de un libro mediano de metal muy pesado. Cortos
apéndices de número variable los rodeaban. Su ruido me frustró repetidamente.
Ignoro de qué forma sirven al Thecnetos.
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