En la última vejez del
mundo…
¡Ah
soñar en examinar al Emisario! ¡Atrapar al Emisario, seguir al Emisario! ¡Qué
sueño arduo he forjado! Difícil como recorrer completo el planeta, imposible
como “sentir” que ya estamos muertos. ¡Impreciso como tratar de adivinar en los
silencios y titubeos de dios, aquellas cosas que no nos quiere decir!
¡El
Emisario! ¿En qué oscuro lugar estará ahora? Quizás cerca de M o de L, ¡O quizás
en el centro del Thecnetos! ¿Qué lenguajes usará para comunicarse con él? ¿Cómo
será este enviado del infinito?
Es
—según todo indica— un ser vivo y tal vez humano, pero de otra raza
definitivamente. Si no, sería imposible su vínculo con el Thecnetos. No sé
cuántos dedos habrá en sus manos o si las tiene. No sé si su fisonomía tiende
más al Thecnetos o al hombre. Su cuerpo ha de ser perfecto, pero claro, dada su
humanidad, ésta debe ser una perfección en términos humanos, cosa que en
realidad es contradictoria y me confunde. ¿Perfección humana? Eso sería como
ser fugazmente eterno o “ser” una nada. ¿Cómo comprender al Emisario entonces?
En todo caso, es seguro que pertenecerá a una rara raza diseñada para comerciar
con esa tormenta de vértigos que llamamos Thecnetos.
Aunque
también podría ser que su contacto con este ente omnisciente fuese sólo
indirecto, como un cartero que llevase la correspondencia entre dos dioses;
capaz de transportarlas, pero incapaz de entenderlas. Así, los trámites los
hará con los niveles más superficiales de esa inteligencia secreta,
especialmente construidos para hacer posible esa comunicación.
Muchas
veces pensé que el Emisario no tenía formas humanas, pero el ruido de sus
pisadas, las huellas que deja en la arena, alguna vez su sombra o su tos, lo
descubrieron humano, como tú o yo. Aunque quizás sólo lo es en forma y no en
contenido. ¡Debajo del aparentemente humano Emisario, otros órganos y sistemas
se tejerán y moverían en un infinitamente más perfecto organismo!
En
cualquier caso, debe ser más complejo que nosotros y tal vez eso lo condena a
una mayor e íntegra soledad.
Por fin la noche llegó. Ya en lo profundo de la
oscuridad, escuche ruidos sutiles, una fuga en la oscuridad, un cambio leve en
los movimientos del aire por la casa. Debía ser de nuevo el Emisario y debía
haber ya cerca otra carta. Era mi oportunidad de verlo y avanzar la
investigación; mi ocasión de abordarlo y tal vez, con algo de valor, de
seguirlo al transmundo. ¡Llegar por fin a M y a L! y a su mundo de libre del
Thecnetos.
Pero
pronto apareció en mí esa antigua aprehensión de la que hablé antes. Finalmente
permanecí tan quieto y silencioso como siempre y aún más que antes, tanto que
acaso ni siquiera el Thecnetos podría haber notado mi presencia, ni los
pensamientos e intenciones que guardaban silencio en mí.
Aliviado, sentí luego que el Emisario ya se iba. Esperé a que acabara su
equivocada entrega y dejé pasar mucho tiempo certificando que el silencio fuese
absoluto y permanente, mientras palpitaba cada vez más lento mi corazón. Ya
luego de mucho, me permití el primer imperceptible movimiento.
Había fracasado sin hacer absolutamente nada.
Pero
el silencio que quedó después de su visita no me tranquilizó del todo. Sentía
como si las sombras que el Emisario había proyectado en suelos y paredes,
hubiesen dejado algo que persistía; algo con una misión, algo que en la oscuridad
iniciaría su labor.
Temí
que algunos átomos de mi plan de evasión se me hubiesen escapado y él ya
adivinara por ellos mis torpes intenciones. Esto no sería raro. “Si no lo
adivinara él, la inteligencia del Thecnetos sí lo hará”, pensé con temor:
¿Qué medidas tomará el Thecnetos al adivinar mis
planes? Quizás a través de mí entendería el error de las cartas: su error. ¿Qué
consecuencias produciría este insulto venido desde algo tan pequeño como yo en
el Thecnetos?
Pero,
luego, como adicto, busqué en la casa la carta. Las incomprensibles palabras me
llenaron de pasión y de somnolencia, como una droga que hacía más confuso el
mundo, pero también un poco más dulce. Éstas fueron:
M:
Las cosas con las que a
veces te siento, las más...
Con las que tejo tibios
desiertos: te extraño.
Les da a veces y son
todo. Un cielo encima de mí, incansable planeta debajo. Se abren rosas áridas
en las playas, la infinita caída de las estrellas, más en mis manos se asoman
las rosas que no pudieron nacer. Pobres como mi alma, sin fragancia, se
esconden de la oscuridad del día y del grito de la noche. Soñamos juntos que no
hay nada afuera, ni la ciudad, ni detrás del cielo más planetas. Detrás tengo
un armario. En las noches es una mancha oscura donde te guardo, sabiéndote
lejos. Allá mis libros: algunos son caminos de tierra, paisajes extraviados.
Los más son dueños de mi voz verdadera y cuando ellos se pierdan, con ellos me
iré de verdad, no con la muerte que se ha de comer todos los niños que he
podido ser. El caso es que no te tengo, ni en mi mente como he creído; el caso
es que estoy solo, pariéndome a mí mismo en cada palabra, nada entre renglón y
renglón................. Te extraño.
L.
Leí
esta carta atenta, aunque sin comprenderla, pero ya una desilusión había
germinado en mí. La vida había sido sólo un accidente químico y nosotros, los
hombres, un accidente de la vida. Por lo tanto, mi plan era el error de un
error de un error, tratando de sublevarse a la perfección del Thecnetos. Al
fracasar ese día (como fracasan todos) empezó a morir mi investigación y mis
sueños de escapar del sistema que el Thecnetos tenía para mí. Una confusa
rebelión metafísica que sólo existía en mi mente y que en mi mente murió. Lo
avanzado en mis investigaciones era en realidad poco y mi recorrido no se
distinguía de un simple andar al azar. Mis conclusiones eran como aquellos razonamientos
perdidos que mi mente siempre había trazado, reflexiones que no llegaban a
ningún lado y que tampoco partían de ningún lugar. Alcanzar a L y a M a través
del Emisario era imposible. Ese otro mundo giraría para siempre inalcanzable,
paralelo al mío. Si es que acaso existía. Debía ya dejarme morir.
Desalentado, de pronto pensé algo terrible:
El
Emisario es un perverso; él ha redactado estas cartas para hacerme creer que
estoy loco, para hacerme creer que el Thecnetos se equivoca y que hay un
transmundo. Tal vez el Emisario no es un Emisario, sino sólo un adulterador. Un
saboteador de la realidad. No hay en ningún lugar ni M ni L ni un mundo libre
del Thecnetos.
Pero, después, la más terrible conclusión empezó
a delinearse en mi consciencia y a presentarse terrible y nítida delante de mí.
Era una consecuencia lógica del pensamiento anterior:
El
Emisario no es un adulterador, sino un completo inventor. ¡El Thecnetos no
existe! Sólo existe el Emisario que ha montado su mitología. Por eso, de su
existencia no hay prueba ninguna, ni consecuencias de sus actos. Y es lógico
que fuera así —pensé tristemente—, pues la nada no deja rastros. Por eso hasta
es imposible negarla, pues al estar vacía, no hay como reducirla al absurdo,
pues la nada es el mismo absurdo. Y el Thecnetos es nada.
La
realidad cobraba simpleza y sentido de pronto. Sin el Thecnetos no hay ya
ninguna explicación ni respuestas para el mundo; pero tampoco hay preguntas
sobre el mundo. Sólo la senilidad de la humanidad existe en solitario en este
último planeta.
Como
si hubiese un peligro infinito en esta teoría, me prohibí pensar en ella de
nuevo. Pero la tristeza de su posibilidad ya nunca me dejó y contaminó de
triste desencanto los últimos días de mi investigación.
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