jueves, 5 de abril de 2012

4 SOBRE L Y TODO SOBRE NADA

 SOBRE  L

En otro lugar del espacio-tiempo…

     La negra noche descendió un día del Aether[1] sobre el universo y lo tragó todo. Muriendo entre sus tinieblas el bello universo de luces. Quedó en su lugar otro: sórdido y a oscuras. Pero aunque murieron todas las estrellas, la vida no quiso morir y continuó su agotadora, aunque también infructuosa, lucha por persistir.
     La vida. Ese meloso fenómeno, esa torva reacción en cadena, en la que un cierto tipo de cosas hacen otras cosas iguales, solo para que estas hagan a su vez otras más. La vida: máquinas químicas que viajan por el tiempo sin objetivo, usando al ADN y a nosotros, como deleznables instrumentos. Todos somos sus esclavos, somos efímeros y ella eterna, somos imperfectos pero suficientes, para servirles. Por eso aún hay vida en este cosmos casi muerto, por eso aún hay civilizaciones, batallando en titánicas luchas por entre los escombros negros de lo que antes fueron galaxias.
     Por eso en un insignificante punto del espacio-tiempo, una colosal meta-corporación batalla por subsistir entre los despojos de mundos. Y en ella como dos puntos casi invisibles: M y L.
     La humanidad, ha tiempo que pobló todo el oscuro cosmos, hecho de despojos de planetas y sin una sola luz natural. Luego de una vasta época de exterminios sólo quedaron los hombres, el antiguo linaje de las mujeres desapareció. Pero como todo ser vivo, estos hombres estaban obligados a reproducirse… Pero ¿Qué es un hombre?, mucho le he meditado, un hombre no es más que una comunidad de reacciones químicas en simbiosis. Un hombre es una colonia de moléculas distintas, todas con un mismo fin, secreto y oscuro. Pero ese fin es el hombre como ingenuamente pensamos. Sino otra cosa.  

     Así era la Babilonia remota y amorfa que ha construido esa ya vieja humanidad, Una humanidad que hace milenios se aburre de haber conquistado el universo, una violenta humanidad que se sabe inútilmente victoriosa. Así son, las tristezas de su última lucidez.
Esclavizados, los hombres se entregan al único entretenimiento permitido por la meta-corporación.
     Lejos, dado el pánico de la incesante guerra, las calles para un fugitivo niño son solitarias, solo las recorrían ecos metálicos de miedo y de tristeza, el cielo es manchado de a ratos por multicolores explosiones. Sus pequeños ojos reflejan en su humedad los brillos de esas lejanas hecatombes. Bajo eso ojos, se veía una mutilación en sus parpados y en el tórax algunas viejas quemaduras.
    En aquellas épocas todo niño tenía dos padres aunque ninguna madre, pero no este huérfano de la melancólica humanidad, este es el bastardo artificial de un triste y sórdido experimento, era un punto minúsculo que logró escapar y perderse sin ser visto en ese vértigo artificial que era su mundo, que así mismo era un detalle microscópico, entre, lo que llamó alguna vez un poeta: Oscilantes galaxias de hórrida atrocidad.
     Un melancólico técnico: Ahelios, de rasgos levemente andróginos, paseaba también ensimismado por las regiones deshabitadas de esa ciudad de metal. Interrumpió sus tristes reflexiones al ver al extraviado niño por unas gigantescas escaleras del sector L, minutos después, dado que no había más personas en las anchas calles, habló con él, preocupado de su abandono.
– ¿De dónde has salido? —preguntó cálido.
–No lo sé —dijo el pequeño mintiendo y disimulando su terror.
–Pero ¿Quién eres o de quién? ¿Eres humano?
–No lo sé —dijo el niño mintiendo otra vez. Ahelios lo escaneó con un equipo portátil de identificación, el equipo debía estar averiado pues decía que tenía casi 1100 años de edad, luego de un ajuste no logró hallar ya su identidad ni edad. Era seguro que era un esclavo o un prisionero de alguna meta-corporación derrotada. Debía entregarlo para su eliminación y aprovechamiento como combustible de anti-entropía.
– ¿Ves las luces? —dijo Ahelios con ojos también infantiles dada su juventud.
Sí —dijo el niño—, dos meta-corporaciones se están matando.
–En esas batallas se hacen pequeños universos, ¿Lo sabías? —pregunta Ahelios tratando de asombrar al niño.
Pero vio en la mirada triste e indiferente de este, que sí lo sabía, Ahelios no se sorprendió demasiado de las habilidades del pequeño, la educación moderna hacia prodigios a todos los niños de esa remota humanidad, pero este parecía aún más excepcional.
– ¿Cómo crees que lo hacen?  —preguntó curioso de escuchar la respuesta:
–Se logra poniendo regiones del espacio en “tiempo imaginario”[2] —y calló cauto.
–Sigue —dijo Ahelios encantado y algo perturbado.
–Primero se hace tiempo que corra hacia atrás, en lugar de elevarse su entropía[3], disminuye, así se acumula energía…
–Pero esto sólo es el primer paso —dije Ahelios preocupado por los detalles de la respuesta.
–Sí, después de poner el tiempo hacia atrás, se hace una “sombra” de tiempo imaginario, así se hace  que el tiempo reverso pierda una dimensión[4], pero, dado que es tiempo hacia atrás —especularmente— para el nuestro, lo gana. Se convierte en “tiempo imaginario”. De este modo la anti entropía ganada se multiplica exponencialmente, al pasar esa a una dimensión mayor.
–Si dijo Ahelios– sigue.
–Pero este estado es muy inestable y termina en una terrible explosión de entropía, un estallido termodinámico de caos reventado todo en una compleja inflación.
Un efímero universo nace y muere en cada explosión —concluyo Ahelios cogiendo al niño de la mano.
     Una racionalidad de ese nivel produjo en Ahelios un principio de náusea y una pena muy grande, a ese extremo era un defecto en su personalidad, una minusvalía. Esa inteligencia era un pecado en un esclavo, uno que pagaría caro el resto de su vida. Por piedad pensó en matarlo pero dudando decidió rescatarlo de ese caos. Lo llamó L, por el sector de escaleras en las que lo encontró.
A su lado L maduraría y sobreviviría entre el horror de esa humanidad decadente.



[1] Aether del latín Aether y a su vez del griego αἰθήρ aithēr, substancia etérea; parte más alta del firmamento.
[2]  El tiempo negativo corre hacia atrás del tiempo normal, el tiempo imaginario corre perpendicular al tiempo normal.
[3]  Medida física de caos o desorden de los eventos naturales. En el tiempo normal el caos aumenta siemrpe. 
[4] La raíz cuadrada hace perder una dimensión, por ejemplo la sombra de un cubo  (3D) se convierte un cuadrado.




 T O D O   S O B R E    N A D A

En otro lugar del espacio-tiempo.

     Por el último planeta resbala una tenue brisa, muy suave y constante. Ese aire va acariciando los extensos desiertos como el desganado brazo de un amante, que con desdén palpa los paisajes tristes y las frías piedras, que por lo general, no cuentan con ningún otro testigo de su existencia.
     En lo más alto de la atmósfera, justo antes del inicio de la nada, millares de melancólicas nubes, suavemente luminiscentes, tejen una tormenta circular. Esa gran mancha gira alrededor de los hemisferios del planeta cada 24 horas, proporcionando una escasa luz la mitad de ese tiempo y dejando en oscuridad la otra. Eventualmente, entre los desiertos hay algún profundo foso del que se levantan monstruosas columnas de denso gas en medio de truenos. Al observarlas pacientemente, he sido testigo de que finalmente esas columnas de gas —fabricadas en el fondo del avernus— alimentan la gran tormenta luminiscente, única protagonista de nuestra sintética atmósfera.
Aquí y allá se pueden encontrar, gastados Mekhanes[1], milenarios artefactos de bio-mantenimiento público, usados desde hace una eternidad por los solitarios que van naciendo y muriendo, de centuria en centuria, en el último planeta. Estos Mekhanes impiden que mi sangre, casi seca, deje de fluir. O dejan entre mis tejidos microsistemas que llenan de escaso, aunque suficiente, oxígeno mis flacas carnes. Pero sobre todo, van reparando los errores y micro-aberraciones que va sufriendo mi molécula germinal,[2] que es lo más esencial que tengo y que soy.
     Cada cierto tiempo el Emisario deja unas instrucciones. Por ellas sé cómo hallar y usar estos Mekhanes o cuando debo empezar nuevas operaciones en ellos. El Emisario es la interfaz entre  los Mekhanes y yo, y ellos son las manifestaciones lejanas, los ecos pobres del Thecnetos, que permite así, mi supervivencia.
     Entre los desiertos pueden hallarse algunos paisajes aún más raros que los otros: contienen formas geométricas y de rara belleza. Supongo son lejanas construcciones, huellas de la lejana y violenta prehistoria del ser humano, ocurrida hace ya tanto que quizás el mismo tiempo no sirva para concebir la distancia de nosotros a ellos. Son ahora polvo remoto, desvaneciéndose en polvo aún más viejo, y sin embargo me parecen tan interesantes cuando los comparo con la falta de significado de los demás paisajes. Ellos hablan de nuestros vehementes antepasados, demasiado distintos a nosotros.
     Yo nunca había salido del sistema de ruinas local y recorrerlo estudiadamente era mi única distracción, pero mi paseo por él era siempre solitario. Hace ya trillones de años que fracasaron  todas las formas de vida, menos, claro, la nuestra, que perdurará hasta el fin del universo. Y aún cabe la posibilidad de que si alguna forma de materia o energía sobrevive a ese fin,  el Thecnetos hallará la forma de hacernos sobrevivir  también.
     Dedo reconocer que estas ruinas me son confusas o a veces totalmente incomprensibles. No puedo imaginar cómo sirvieron alguna vez a esa remota humanidad ni qué papel jugaron en ese raro mundo pasado. La frase "todo era muy distinto entonces", que podría usarse para responder a esta pregunta, no alivia mis dudas, mis profundas y ansiosas dudas.
     Las recorro y examino pacientemente y siempre parecen no tener sentido, ¿O podría ser acaso que nunca lo tuvieron, por lo menos no para nosotros? (Lo cual es una evidencia de que en la prehistoria no fuimos físicamente como ahora somos). Tal vez corresponden a períodos de desorientación o de drástico cambio, o pertenecen  al inicio del control autómata del mundo, de los  antepasados de las máquinas que vinieron después, ya que lo artificial también tiene su prehistoria, demasiado distinta —seguro— al actual Thecnetos.

     Si lo pienso mejor, lo artificial también tendrá su porvenir, pero no nosotros, pues no cambiaremos ya. Llegó hace ya mucho a su fin nuestra evolución.
     Estas raras ruinas, esas álgebras de piedra y cemento, fueron tal vez las trincheras de guerra de las primeras inteligencias artificiales; la simiente primitiva y tosca del Thecnetos actual, absoluto e infalible.
El Emisario, su Emisario creo que las ha de entender mejor.



[1] Máquinas.
[2] ADN


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