En otro lugar del espacio-tiempo…
La negra noche descendió un día del Aether[1]
sobre el universo y lo tragó todo. Muriendo entre sus tinieblas el bello
universo de luces. Quedó en su lugar otro: sórdido y a oscuras. Pero aunque
murieron todas las estrellas, la vida no quiso morir y continuó su agotadora,
aunque también infructuosa, lucha por persistir.
La vida. Ese meloso fenómeno, esa torva reacción
en cadena, en la que un cierto tipo de cosas hacen otras cosas iguales, solo
para que estas hagan a su vez otras más. La vida: máquinas químicas que viajan
por el tiempo sin objetivo, usando al ADN y a nosotros, como deleznables
instrumentos. Todos somos sus esclavos, somos efímeros y ella eterna, somos imperfectos
pero suficientes, para servirles. Por eso aún hay vida en este cosmos casi
muerto, por eso aún hay civilizaciones, batallando en titánicas luchas por
entre los escombros negros de lo que antes fueron galaxias.
Por eso en un insignificante punto del
espacio-tiempo, una colosal meta-corporación batalla por subsistir entre los
despojos de mundos. Y en ella como dos puntos casi invisibles: M y L.
La humanidad, ha tiempo que pobló todo el
oscuro cosmos, hecho de despojos de planetas y sin una sola luz natural. Luego
de una vasta época de exterminios sólo quedaron los hombres, el antiguo linaje
de las mujeres desapareció. Pero como todo ser vivo, estos hombres estaban
obligados a reproducirse… Pero ¿Qué es un hombre?, mucho le he meditado, un
hombre no es más que una comunidad de reacciones químicas en simbiosis. Un
hombre es una colonia de moléculas distintas, todas con un mismo fin, secreto y
oscuro. Pero ese fin es el hombre como ingenuamente pensamos. Sino otra cosa.
Así era la Babilonia remota y amorfa que
ha construido esa ya vieja humanidad, Una humanidad que hace milenios se aburre
de haber conquistado el universo, una violenta humanidad que se sabe
inútilmente victoriosa. Así son, las tristezas de su última lucidez.
Esclavizados, los hombres se
entregan al único entretenimiento permitido por la meta-corporación.
Lejos, dado el pánico de la incesante
guerra, las calles para un fugitivo niño son solitarias, solo las recorrían
ecos metálicos de miedo y de tristeza, el cielo es manchado de a ratos por
multicolores explosiones. Sus pequeños ojos reflejan en su humedad los brillos
de esas lejanas hecatombes. Bajo eso ojos, se veía una mutilación en sus parpados
y en el tórax algunas viejas quemaduras.
En aquellas épocas todo niño tenía dos
padres aunque ninguna madre, pero no este huérfano de la melancólica humanidad,
este es el bastardo artificial de un triste y sórdido experimento, era un punto
minúsculo que logró escapar y perderse sin ser visto en ese vértigo artificial
que era su mundo, que así mismo era un detalle microscópico, entre, lo que
llamó alguna vez un poeta: Oscilantes galaxias de hórrida atrocidad.
Un melancólico técnico: Ahelios, de rasgos
levemente andróginos, paseaba también ensimismado por las regiones deshabitadas
de esa ciudad de metal. Interrumpió sus tristes reflexiones al ver al
extraviado niño por unas gigantescas escaleras del sector L, minutos después,
dado que no había más personas en las anchas calles, habló con él, preocupado
de su abandono.
– ¿De dónde has salido?
—preguntó cálido.
–No lo sé —dijo el pequeño
mintiendo y disimulando su terror.
–Pero ¿Quién eres o de quién?
¿Eres humano?
–No lo sé —dijo el niño
mintiendo otra vez. Ahelios lo escaneó con un equipo portátil de
identificación, el equipo debía estar averiado pues decía que tenía casi 1100
años de edad, luego de un ajuste no logró hallar ya su identidad ni edad. Era
seguro que era un esclavo o un prisionero de alguna meta-corporación derrotada.
Debía entregarlo para su eliminación y aprovechamiento como combustible de anti-entropía.
– ¿Ves las luces? —dijo Ahelios
con ojos también infantiles dada su juventud.
Sí —dijo el niño—, dos
meta-corporaciones se están matando.
–En esas batallas se hacen
pequeños universos, ¿Lo sabías? —pregunta Ahelios tratando de asombrar al niño.
Pero vio en la mirada triste e
indiferente de este, que sí lo sabía, Ahelios no se sorprendió demasiado de las
habilidades del pequeño, la educación moderna hacia prodigios a todos los niños
de esa remota humanidad, pero este parecía aún más excepcional.
– ¿Cómo crees que lo hacen? —preguntó curioso de escuchar la respuesta:
–Se logra poniendo regiones del
espacio en “tiempo imaginario”[2]
—y calló cauto.
–Sigue —dijo Ahelios encantado y
algo perturbado.
–Primero se hace tiempo que corra
hacia atrás, en lugar de elevarse su entropía[3],
disminuye, así se acumula energía…
–Pero esto sólo es el primer
paso —dije Ahelios preocupado por los detalles de la respuesta.
–Sí, después de poner el tiempo
hacia atrás, se hace una “sombra” de tiempo imaginario, así se hace que el tiempo reverso pierda una dimensión[4],
pero, dado que es tiempo hacia atrás —especularmente— para el nuestro, lo gana.
Se convierte en “tiempo imaginario”. De este modo la anti entropía ganada se
multiplica exponencialmente, al pasar esa a una dimensión mayor.
–Si dijo Ahelios– sigue.
–Pero este estado es muy inestable
y termina en una terrible explosión de entropía, un estallido termodinámico de
caos reventado todo en una compleja inflación.
Un efímero universo nace y muere
en cada explosión —concluyo Ahelios cogiendo al niño de la mano.
Una racionalidad de ese nivel produjo en
Ahelios un principio de náusea y una pena muy grande, a ese extremo era un
defecto en su personalidad, una minusvalía. Esa inteligencia era un pecado en
un esclavo, uno que pagaría caro el resto de su vida. Por piedad pensó en
matarlo pero dudando decidió rescatarlo de ese caos. Lo llamó L, por el sector
de escaleras en las que lo encontró.
A su lado L maduraría y
sobreviviría entre el horror de esa humanidad decadente.
[1] Aether del latín Aether y a su vez del
griego αἰθήρ aithēr, substancia etérea; parte más alta del firmamento.
[2] El tiempo negativo corre hacia atrás del
tiempo normal, el tiempo imaginario corre perpendicular al tiempo normal.
[3] Medida física de caos o desorden de los
eventos naturales. En el tiempo normal el caos aumenta siemrpe.
[4] La raíz
cuadrada hace perder una dimensión, por ejemplo la sombra de un cubo (3D) se convierte un cuadrado.
T O
D O S O B R E N A D A
En otro lugar del espacio-tiempo.
Por el último planeta resbala una tenue
brisa, muy suave y constante. Ese aire va acariciando los extensos desiertos
como el desganado brazo de un amante, que con desdén palpa los paisajes tristes
y las frías piedras, que por lo general, no cuentan con ningún otro testigo de
su existencia.
En lo más alto de la atmósfera, justo
antes del inicio de la nada, millares de melancólicas nubes, suavemente
luminiscentes, tejen una tormenta circular. Esa gran mancha gira alrededor de
los hemisferios del planeta cada 24 horas, proporcionando una escasa luz la
mitad de ese tiempo y dejando en oscuridad la otra. Eventualmente, entre los
desiertos hay algún profundo foso del que se levantan monstruosas columnas de
denso gas en medio de truenos. Al observarlas pacientemente, he sido testigo de
que finalmente esas columnas de gas —fabricadas en el fondo del avernus—
alimentan la gran tormenta luminiscente, única protagonista de nuestra
sintética atmósfera.
Aquí y allá se pueden encontrar,
gastados Mekhanes[1],
milenarios artefactos de bio-mantenimiento público, usados desde hace una
eternidad por los solitarios que van naciendo y muriendo, de centuria en
centuria, en el último planeta. Estos Mekhanes
impiden que mi sangre, casi seca, deje de fluir. O dejan entre mis tejidos
microsistemas que llenan de escaso, aunque suficiente, oxígeno mis flacas
carnes. Pero sobre todo, van reparando los errores y micro-aberraciones que va
sufriendo mi molécula germinal,[2]
que es lo más esencial que tengo y que soy.
Cada cierto tiempo el Emisario deja unas
instrucciones. Por ellas sé cómo hallar y usar estos Mekhanes o cuando debo
empezar nuevas operaciones en ellos. El Emisario es la interfaz entre los Mekhanes y yo, y ellos son las
manifestaciones lejanas, los ecos pobres del Thecnetos, que permite así, mi
supervivencia.
Entre los desiertos pueden hallarse
algunos paisajes aún más raros que los otros: contienen formas geométricas y de
rara belleza. Supongo son lejanas construcciones, huellas de la lejana y
violenta prehistoria del ser humano, ocurrida hace ya tanto que quizás el mismo
tiempo no sirva para concebir la distancia de nosotros a ellos. Son ahora polvo
remoto, desvaneciéndose en polvo aún más viejo, y sin embargo me parecen tan
interesantes cuando los comparo con la falta de significado de los demás
paisajes. Ellos hablan de nuestros vehementes antepasados, demasiado distintos
a nosotros.
Yo nunca había salido del sistema de
ruinas local y recorrerlo estudiadamente era mi única distracción, pero mi
paseo por él era siempre solitario. Hace ya trillones de años que
fracasaron todas las formas de vida,
menos, claro, la nuestra, que perdurará hasta el fin del universo. Y aún cabe
la posibilidad de que si alguna forma de materia o energía sobrevive a ese
fin, el Thecnetos hallará la forma de
hacernos sobrevivir también.
Dedo reconocer que estas ruinas me son
confusas o a veces totalmente incomprensibles. No puedo imaginar cómo sirvieron
alguna vez a esa remota humanidad ni qué papel jugaron en ese raro mundo
pasado. La frase "todo era muy distinto entonces", que podría usarse
para responder a esta pregunta, no alivia mis dudas, mis profundas y ansiosas
dudas.
Las recorro y examino pacientemente y
siempre parecen no tener sentido, ¿O podría ser acaso que nunca lo tuvieron,
por lo menos no para nosotros? (Lo cual es una evidencia de que en la
prehistoria no fuimos físicamente como ahora somos). Tal vez corresponden a
períodos de desorientación o de drástico cambio, o pertenecen al inicio del control autómata del mundo, de
los antepasados de las máquinas que
vinieron después, ya que lo artificial también tiene su prehistoria, demasiado
distinta —seguro— al actual Thecnetos.
Si lo pienso mejor, lo artificial también
tendrá su porvenir, pero no nosotros, pues no cambiaremos ya. Llegó hace ya
mucho a su fin nuestra evolución.
Estas raras ruinas, esas álgebras de
piedra y cemento, fueron tal vez las trincheras de guerra de las primeras
inteligencias artificiales; la simiente primitiva y tosca del Thecnetos actual,
absoluto e infalible.
El Emisario, su Emisario creo
que las ha de entender mejor.
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