En otro tiempo y espacio…
Sí, los humanos somos la única forma de
vida y dado que yo estoy completamente solo, yo soy por el momento la vida.
Dado que el Thecnetos no me deja morir y vivir pareciera imposible en el último
planeta, su misión debe ser entonces preservar mi vida y en general, la vida.
Pero, ¿Para qué? No lo sé. ¡Si yo supiera para qué sirve la vida sabría
verdaderamente para qué sirve el Thecnetos!
Mucho
después, cuando ya lo entendí todo, vi, al enfocarme en la prehistoria humana
que el único sentido de la vida es la supervivencia; cada detalle del que está
hecho un ser vivo sirve para eso. Por eso, el sentido de la vida no es más que
la vida y el sentido de la supervivencia no es más que la misma supervivencia.
Así de tautológica es la biología en sus profundidades. Una gallina (alguien lo
dijo) es el instrumento de un huevo para hacer otro huevo. Aprendí —quizás muy
tarde— que la tortuosa historia universal no era más que el tortuoso método que
tuvo un hombre para hacer otro hombre. Descubrir a esos dos hombres daría
sentido a los días que siguieron y justificará este largo y a veces tedioso
monólogo.
En
los seres vivos, los de ahora y los de antes, es infructuoso buscar otro
sentido, otro significado a su industria, a su anatomía, a su conducta y a su
psicología. La vida solo sirve para persistir; cualquier examen de los
elaborados y a veces oscuros rasgos de la vida, si llega a una suficiente
profundidad, llega siempre a esta conclusión: el vacío sentido de la vida es la
vida. Y es quizás más honesto y simple admitir que no tiene ninguno.
Se
dice que el fin justifica y explica los medios. Pero en la vida el fin
perseguido por ese medio es el mismo medio. La vida es reproducción que se auto
reproduce, nada más.
Esto
es obvio en los individuos, pues solo egoísmo y ansiedad por seguir siendo se
observa al estudiar la prehistoria universal,
pero ya somos menos los que sabemos que detrás está la vana pulsión de
supervivencia de la molécula germinal, que es una molécula capaz de generar
otras moléculas iguales a sí misma, —y que no sabe hacer otra cosa más que eso—
y que ha encontrado, después de un infinito tiempo de perfeccionamiento, una
infinitamente eficaz forma de copiarse a sí misma: el Thecnetos.
Así,
una molécula inerte es —paradójicamente— la final y única protagonista de la
vida.
De esta definición de vida —por supuesto,
la que existía antes de que el universo se volviera abiótico— se pueden
explicar a todos los seres vivos que alguna vez colmaron el cosmos. Y debería
por lo tanto servirme para explicar el misterio supremo: ¿qué es la consciencia?,
¿qué es esa capacidad de sentir de mis carnes insensibles? Pero no la explica[1].
¿Por qué mi yo no se ignora a sí mismo como normalmente hacen las cosas?, siempre
ajenas a las demás cosas del mundo y a sí mismas.
Y esta explicación, si yo alcanzara a
entender por completo sus implicaciones, explicarían las vacías ruinas que
recorro y que me intrigan. La vida también debería explicar quién soy yo, quién
es el Emisario y explicar el contenido de esas cartas erradas. Y por, sobre
todo, aunque no sé con qué palabras podría decirlo, qué es en verdad el
Thecnetos. Pero no hay nadie ni nada encargado en revelar eso.
Dudas. Solo de dudas colmo mis días. Y
acaso vendrá mi muerte sin que pueda responder mis pobres preguntas, ni
entender si acaso esas eran las preguntas importantes. No sabía aún, que esa
muerte ya me buscaba, presurosa e impaciente.
Así es el último planeta. Para el
solitario hombre moderno no hay familia ni relaciones amorosas; no hay
comercio, ni arte, ni medios de comunicación; no hay libros, ni arquitectura,
ni religión, ni ciencia; no hay filosofías ni supersticiones, no hay
cementerios, ni tecnologías, ni siquiera hay lenguaje en el sentido estricto de
la palabra; cada individuo tiene en su mente pensamientos que no requieren ser
simbolizados en palabras, ¿a quién se las dirigiría en caso de existir? No hay
signos en lugar de las cosas, hay solo nociones puras de las cosas y de sus
relaciones. Ese proto-idioma individual solo sirve para entenderse a sí mismo.
No hay lenguaje verbal, pero sí hay ese proto-lenguaje por cada persona que
nace (lo que ocurre muy rara vez) y hay un sistema escrito común solo con el
Emisario (las cartas son un ejemplo de ello). Todas éstas y demás estructuras
usadas por la primitiva humanidad para su supervivencia, son ahora
innecesarias. Ha desaparecido cualquier rastro de civilización o de sociedad.
No
hay memoria, ni individual ni colectiva. Hay máquinas, pero no las hemos hecho
nosotros y no se han hecho para nosotros; ellas tienen su raro lenguaje, éste
sí, universal y común a las otras máquinas, al Emisario y al Thecnetos.
Ahora
el perfecto Thecnetos multiplica infaliblemente a la molécula germinal y no es
necesaria más la sociedad o la consciencia, mientras haya energía, por muy poca
que ésta sea, no llegará el fin del mundo y funcionará el Thecnetos, usándola para
multiplicar una forma abstracta de vida.
La
vida orgánica y la consciencia solo fueron instrumentos de la ciega molécula
germinal para multiplicarse. Medios, no fines. Yo mismo soy un medio, el
Thecnetos es un medio y el fin es en realidad, nada.
[1] Consciencia es
la experiencia subjetiva de ser un yo, es eso que perdemos cuando morimos, es
el sentir y el pensar.
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