En otro lugar del espacio-tiempo…
La vida, esa torva
reacción en cadena, en la que un cierto tipo de cosas hacen otras cosas
iguales, solo para que estas hagan a su vez otras más. Máquinas químicas que
viajan por el tiempo sin destino, ampulosos medios sin un fin, usando al ADN y
a nosotros mismos, como deleznables instrumentos de un hueco plan. Todos somos
sus esclavos, somos efímeros, pero ella es eterna, somos imperfectos pero
suficientes, para servir a su insaciable anhelo de perfección. Por eso aún hay
vida en ese cosmos casi muerto, por eso aún hay civilizaciones, batallando en
titánicas luchas por entre los escombros negros de lo que antes fueron
galaxias.
Por eso en un insignificante punto del espacio-tiempo, una colosal
meta-corporación batalla por subsistir entre los despojos de mundos. Y en ella
como dos puntos ajenos uno al otro, los destinos de M y L, que pronto se
cruzaran.
La humanidad, hace tiempo que pobló todo el cosmos, hecho de
despojos de planetas y sin una sola luz natural. Luego de una vasta época de
exterminios sólo quedaron los hombres, el antiguo linaje de las mujeres
desapareció en algún punto de la evolución. Pero como todo ser vivo, estos
hombres estaban obligados a reproducirse… Pero ante de seguir ¿Qué es realmente
un hombre?, mucho le he meditado, un hombre creo no es más que una comunidad de
reacciones químicas en simbiosis. Un hombre es una colonia de moléculas
distintas, todas con un mismo fin, secreto y oscuro. Pero ese fin no es el
hombre como ingenuamente pensamos, sino otra cosa.
Así es esa Babilonia
remota y amorfa que ha construido esta vieja humanidad, una humanidad que hace
milenios se aburre de haber conquistado el universo, una violenta raza que se
sabe inútilmente victoriosa. Así son, las tristezas de su última lucidez.
Lejos, dado el pánico de la incesante guerra, las calles de cristal
son para un fugitivo niño solitarias, solo las recorren ecos metálicos de miedo
y de tristeza. Arriba el cielo es manchado de a ratos por multicolores
explosiones. Sus pequeños ojos reflejan en su humedad los brillos de esas
lejanas hecatombes. Bajo esos ojos, se ve una cicatriz que interrumpe la línea
de sus parpados.
En aquellas épocas todo niño tenía dos padres, aunque ninguna
madre, pero no este huérfano de la melancólica humanidad, este bastardo de un
triste experimento, un animal de laboratorio que escapo y perdió en ese vértigo
artificial que era su mundo, que así mismo es un detalle microscópico, entre,
lo que llamó alguna vez un poeta: “Oscilantes galaxias de horrida atrocidad”.
Un melancólico técnico: Ahelios, de rasgos sutilmente
andróginos, paseaba también ensimismado por las regiones deshabitadas de esa
ciudad de metal. Interrumpió sus tristes reflexiones al ver al extraviado niño
por unas gigantescas escaleras del sector L, minutos después, dado que no había
más personas en las anchas calles, habló con él, preocupado de su abandono.
– ¿De dónde has salido? —preguntó cálido.
–No lo sé —dijo el pequeño mintiendo y disimulando su terror.
–Pero ¿Quién eres o de quién? ¿Eres humano?
–No lo sé —dijo el niño mintiendo otra vez. Ahelios lo escaneó con un equipo portátil de identificación, el
equipo debía estar averiado pues decía que tenía miles de años de edad, luego
de un ajuste no logró hallar ya su identidad. Era seguro que era un esclavo o
un prisionero de alguna meta-corporación derrotada. Debía entregarlo para su
eliminación y aprovechamiento como combustible de anti-entropía[2].
– ¿Ves las luces arriba? —dijo Ahelios
con ojos también infantiles dada su juventud.
Sí —dijo el niño—, dos meta-corporaciones se están matando.
–En esas batallas se hacen pequeños universos, ¿Lo sabías?
—pregunta Ahelios tratando de
asombrar al niño.
Pero vio en la mirada triste de este, que sí lo sabía, Ahelios no se sorprendió demasiado de
las habilidades del pequeño, la educación moderna hacia prodigios a todos los
niños de esa remota humanidad, pero este parecía aún más excepcional.
– ¿Cómo crees que lo hacen?
—preguntó curioso de escuchar la respuesta:
–Se logra poniendo regiones del espacio en “tiempo imaginario”[3]
—dijo y calló cauto.
–Sigue… —dijo Ahelios
encantado y algo perturbado.
–Primero hacen que el tiempo corra hacia atrás, en lugar de
elevarse su entropía[4],
esta disminuye, así se acumula energía…
–Ese es el primer paso… —dijo Ahelios
preocupado por los detalles de la respuesta.
–… después de poner el tiempo hacia atrás, se hace una “sombra” del
tiempo imaginario, así se hace que el tiempo reverso pierda una dimensión[5],
pero, dado que es tiempo hacia atrás, para el nuestro, lo gana. De este modo la
anti-entropía ganada se multiplica exponencialmente, al pasar a una dimensión
mayor.
–Si —dijo Ahelios— sigue.
–Pero este estado es inestable…termina en una explosión de
entropía, un estallido termodinámico de caos reventado todo en una compleja
inflación.
–Un efímero universo nace y muere en cada explosión —concluyo Ahelios cogiendo al niño de la mano.
Una racionalidad de ese
nivel produjo en Ahelios un principio
de náusea y una pena muy grande, a ese extremo era un defecto en su
personalidad, una minusvalía. Esa inteligencia era un pecado en un esclavo, uno
que pagaría caro el resto de su vida. Por piedad pensó en matarlo para que no
sufra en este mundo, pero dudando decidió rescatarlo de ese caos. Lo llamó L,
por el sector de escaleras en las que lo encontró.
A su lado L maduraría y sobreviviría entre el horror de esa
humanidad decadente.
[1] Aether del latín Aether y a su vez del
griego αἰθήρ, aithēr, substancia etérea; parte más alta del firmamento.
[2] Energía
[3] El tiempo negativo corre hacia atrás, el
tiempo imaginario corre perpendicular al tiempo normal.
[4] Medida física de caos o desorden. Al
contrario de la anti-entropía que es orden. En tiempo normal el caos, o sea la
anti-entropía, aumenta.
[5] La raíz
cuadrada hace perder una dimensión, por ejemplo la sombra de un cubo (3D) se convierte un cuadrado (2D).
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