sábado, 27 de marzo de 2021

3 TODO SOBRE NADA

 


 

En otro lugar del espacio-tiempo.

Por el último planeta resbala una tenue brisa, muy suave y constante. Ese aire va acariciando los extensos desiertos como el desganado brazo de un amante que con desdén palpa los paisajes tristes y las frías piedras, que, por lo general, no cuentan con ningún otro testigo de su existencia.

     En lo más alto de la atmósfera, justo antes del inicio de la nada, millares de melancólicas nubes, suavemente luminiscentes, tejen una tormenta circular. Esa gran mancha gira alrededor de los hemisferios del planeta cada 24 horas, proporcionando una escasa luz la mitad de ese tiempo y dejando en oscuridad la otra. Eventualmente, entre los desiertos hay algún profundo foso del que se levantan monstruosas columnas de denso gas en medio de truenos. Al observarlas pacientemente, he sido testigo de que finalmente esas columnas de gas —fabricadas en el fondo del avernus— alimentan la gran tormenta luminiscente, única protagonista de nuestra sintética atmósfera.

Aquí y allá se pueden encontrar, gastados Mekhanes[1], milenarios artefactos de bio-mantenimiento público, usados desde hace una eternidad por los solitarios que van naciendo y muriendo, de centuria en centuria, en el último planeta. Estos Mekhanes impiden que mi sangre, casi seca, deje de fluir. O dejan entre mis tejidos microsistemas que llenan de escaso, aunque suficiente, oxígeno mis flacas carnes. Pero, sobre todo, van reparando los errores y micro-aberraciones que va sufriendo mi molécula germinal,[2] que es lo más esencial que tengo y que soy.

     Cada cierto tiempo el Emisario deja unas instrucciones. Por ellas sé cómo hallar y usar estos Mekhanes o cuando debo empezar nuevas operaciones en ellos. El Emisario es la interfaz entre los Mekhanes y yo, y ellos son las manifestaciones lejanas, los ecos pobres del Thecnetos, que permite así, mi supervivencia.

     Entre los desiertos pueden hallarse algunos paisajes aún más raros que los otros: contienen formas geométricas y de ordenada belleza. Supongo son lejanas construcciones, huellas de la lejana y violenta prehistoria del ser humano, ocurrida hace ya tanto que quizás el mismo tiempo no sirva para concebir la distancia de nosotros a ellos. Son ahora polvo remoto, desvaneciéndose en polvo aún más viejo, y sin embargo me parecen tan interesantes cuando los comparo con la falta de significado de los demás paisajes. Ellos hablan de nuestros vehementes antepasados, demasiado distintos a nosotros.

     Yo nunca había salido del sistema de ruinas local y recorrerlo estudiadamente era mi única distracción, pero mi paseo por él era siempre solitario. Hace ya trillones de años que fracasaron todas las formas de vida, menos, claro, la nuestra, que perdurará hasta el fin del universo. Y aún cabe la posibilidad de que, si alguna forma de materia o energía sobrevive a ese fin, el Thecnetos hallará la forma de hacernos sobrevivir también.

     

Debo reconocer que estas ruinas me son confusas o a veces totalmente incomprensibles. No puedo imaginar cómo sirvieron alguna vez a esa remota humanidad ni qué papel jugaron en ese raro mundo pasado. La frase "todo era muy distinto entonces", que podría usarse para responder a esta pregunta, no alivia mis dudas, mis profundas y ansiosas dudas.

     Las recorro y examino pacientemente y siempre parecen no tener sentido, ¿O podría ser acaso que nunca lo tuvieron, por lo menos no para nosotros? (Lo cual es una evidencia de que en la prehistoria no fuimos físicamente como ahora somos). Tal vez corresponden a períodos de desorientación o de drástico cambio, o pertenecen al inicio del control autómata del mundo, de los antepasados de las máquinas que vinieron después, ya que lo artificial también tiene su prehistoria, demasiado distinta —seguro— al actual Thecnetos.

     Si lo pienso mejor, lo artificial también tendrá su porvenir, pero no nosotros, pues no cambiaremos ya. Llegó hace ya mucho a su fin nuestra evolución como especie.

     Estas raras ruinas, esas álgebras de piedra y cemento, fueron tal vez las trincheras de guerra de las primeras inteligencias artificiales; la simiente primitiva y tosca del Thecnetos actual, absoluto e infalible.

El Emisario, su Emisario, creo que las ha de entender mejor.



[1] Máquinas.

[2] ADN, molécula que contiene los genes o información genética de una persona.

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