En otro lugar del
espacio-tiempo.
Por el último planeta resbala una tenue brisa,
muy suave y constante. Ese aire va acariciando los extensos desiertos como el
desganado brazo de un amante que con desdén palpa los paisajes tristes y las
frías piedras, que, por lo general, no cuentan con ningún otro testigo de su
existencia.
En lo más alto de la atmósfera, justo
antes del inicio de la nada, millares de melancólicas nubes, suavemente
luminiscentes, tejen una tormenta circular. Esa gran mancha gira alrededor de
los hemisferios del planeta cada 24 horas, proporcionando una escasa luz la
mitad de ese tiempo y dejando en oscuridad la otra. Eventualmente, entre los
desiertos hay algún profundo foso del que se levantan monstruosas columnas de
denso gas en medio de truenos. Al observarlas pacientemente, he sido testigo de
que finalmente esas columnas de gas —fabricadas en el fondo del avernus— alimentan la gran tormenta
luminiscente, única protagonista de nuestra sintética atmósfera.
Aquí
y allá se pueden encontrar, gastados Mekhanes[1],
milenarios artefactos de bio-mantenimiento público, usados desde hace una
eternidad por los solitarios que van naciendo y muriendo, de centuria en
centuria, en el último planeta. Estos Mekhanes
impiden que mi sangre, casi seca, deje de fluir. O dejan entre mis tejidos
microsistemas que llenan de escaso, aunque suficiente, oxígeno mis flacas
carnes. Pero, sobre todo, van reparando los errores y micro-aberraciones que va
sufriendo mi molécula germinal,[2]
que es lo más esencial que tengo y que soy.
Cada cierto tiempo el Emisario deja unas
instrucciones. Por ellas sé cómo hallar y usar estos Mekhanes o cuando debo empezar nuevas operaciones en ellos. El
Emisario es la interfaz entre los Mekhanes
y yo, y ellos son las manifestaciones lejanas, los ecos pobres del Thecnetos,
que permite así, mi supervivencia.
Entre los desiertos pueden hallarse
algunos paisajes aún más raros que los otros: contienen formas geométricas y de
ordenada belleza. Supongo son lejanas construcciones, huellas de la lejana y
violenta prehistoria del ser humano, ocurrida hace ya tanto que quizás el mismo
tiempo no sirva para concebir la distancia de nosotros a ellos. Son ahora polvo
remoto, desvaneciéndose en polvo aún más viejo, y sin embargo me parecen tan
interesantes cuando los comparo con la falta de significado de los demás
paisajes. Ellos hablan de nuestros vehementes antepasados, demasiado distintos
a nosotros.
Yo nunca había salido del sistema de
ruinas local y recorrerlo estudiadamente era mi única distracción, pero mi
paseo por él era siempre solitario. Hace ya trillones de años que fracasaron
todas las formas de vida, menos, claro, la nuestra, que perdurará hasta el fin
del universo. Y aún cabe la posibilidad de que, si alguna forma de materia o
energía sobrevive a ese fin, el Thecnetos hallará la forma de hacernos
sobrevivir también.
Debo reconocer que estas ruinas me son confusas o a veces totalmente incomprensibles. No puedo imaginar cómo sirvieron alguna vez a esa remota humanidad ni qué papel jugaron en ese raro mundo pasado. La frase "todo era muy distinto entonces", que podría usarse para responder a esta pregunta, no alivia mis dudas, mis profundas y ansiosas dudas.
Las recorro y examino pacientemente y
siempre parecen no tener sentido, ¿O podría ser acaso que nunca lo tuvieron,
por lo menos no para nosotros? (Lo cual es una evidencia de que en la
prehistoria no fuimos físicamente como ahora somos). Tal vez corresponden a
períodos de desorientación o de drástico cambio, o pertenecen al inicio del
control autómata del mundo, de los antepasados de las máquinas que vinieron
después, ya que lo artificial también tiene su prehistoria, demasiado distinta
—seguro— al actual Thecnetos.
Si lo pienso mejor, lo artificial también
tendrá su porvenir, pero no nosotros, pues no cambiaremos ya. Llegó hace ya
mucho a su fin nuestra evolución como especie.
Estas raras ruinas, esas álgebras de
piedra y cemento, fueron tal vez las trincheras de guerra de las primeras
inteligencias artificiales; la simiente primitiva y tosca del Thecnetos actual,
absoluto e infalible.
El
Emisario, su Emisario, creo que las ha de entender mejor.
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