Antes de dejarlo hablar sentí que yo ya lo sabía.
Lo supe al vencer Herakon…
Su cuerpo mecánico, ya
inerte, era ahora miles de pequeños pedazos de metal flotantes, cogí uno, una
esquirla de lo que fue mi verdugo, era solido de una forma caprichosa pero ordenada.
Vi su sombra y vi que esta cambiaba de forma cuando movía el objeto. El objeto
era igual a si mismo siempre pero su sombra tomaba diferentes formas. Vi que
ese trozo de Herakon, tenía 3 dimensiones y la sombra solo 2, —así es también
la mente pensé, dejando aquel objeto flotar.
—Como sabes a la consciencia
no le afecta los cambios, eres el mismo así pasen los años.
—¿Es atemporal?
—No, un ser sin tiempo, es
nada, cero. La consciencia es y tiene cualidades. El yo es un ser
meta-temporal, un objeto de más de 4 dimensiones –dijo L.
Esperé como un buzo que flotase en el
océano más liviano de todos. Leves luces se encendieron por todos lados y noté
que ahora flotaba al borde de una enorme cavidad esférica. Era de unos
kilómetros de diámetro, me detuve al borde de ese gran vacío. Al acostumbrar
mis ojos a esa leve luz actínica vi que a esa cavidad llegaban todos los millares
de túneles que conformaban el mundo. Era el centro mismo del último planeta.
Al
centro de ese gran hueco flotaba como una partícula una estructura de metal
reluciente. Primero su fulgor no me dejo entenderla, se veía pequeña, pero era
realmente muy grande, floté hasta ella. Me resulto de inmediato familiar, la
reconocí, sólo que éste era cientos de veces más grande que aquel del desierto:
de una base caótica salían múltiples esferas de plata, éstas se enredaban y
formaban una doble hélice escalonada, metáfora de la molécula germinal, ese grueso
ADN que se trasformaba en un gigante colosal retorcido de músculos y era como
un Emisario que soñara, signo de los Homo
sapiens thecnesies que emergieron de la materia y conquistaron el cosmos. El
coloso sostenía a la altura de su cabeza un hipercubo, como el que había visto
en el desierto. Pero a diferencia del otro, éste era una estructura reluciente
y algo traslucida; intacta, intocada por la erosión y su superficie tenía una
asombrosa pulcritud. Floté minúsculo a su alrededor deleitándome de sus formas
grandes y hermosas, y recordé las dudas que el reflejo tosco de esa figura,
habían causado en mí cuando las hallé en el desierto. Recordé cómo había creído
que yo no existía realmente, que me perdía a cada segundo; recordé con tristeza
al Emisario, semejante al titán sosteniendo dramáticamente al hipercubo.
La
piel del gigante era detallada, sus grandes dedos tenían huellas digitales
precisas, aunque sus yemas serían casi del tamaño de mi cuerpo. Y en el
interior del gigante estaban esculpidos sus órganos. El hipercubo contenía a su
vez otras formas geométricas muy confusas y lentamente móviles. Tenían una
geometría poética y bella, pero que no pude asimilarla en ese momento ni ahora
soy capaz de recordar. Sus movimientos eran a cada nivel más caprichosos y
armónicos.
“Para poder entender esta obra —pensé—, habría
que ser capaz de ver galaxias en el cielo y átomos en nuestras manos”.
Lo miré de abajo hacia arriba. De nuevo las
diminutas esferas, la doble hélice y el gigante dormido aplastado por el peso
del hipercubo naciendo de su cabeza. Luego L habló:
—Las esferas que ves en
la base —dijo— representan la materia. Esa espiral escalonada es la vida surgida
del fango en un remoto planeta, que nos dio origen y cuyo nombre se ha perdido[1].
De ella nació la primera humanidad, los Homo
sapiens sapiens que se rehicieron luego genéticamente a sí mismos. Ese
coloso representa a esa humanidad ya convertida en Homo sapiens thecnecies. La estructura que sostiene es su consciencia,
su mente.
Escuché atónito a L
—En algún lugar de la
evolución —prosiguió L—, esa inerte molécula germinal dio origen a la
consciencia.
—¿Cómo puede surgir la
conciencia de la materia? —pregunté en al vacío.
—Dilo tú. Siempre lo has
sabido.
—La vida se inició al
crearse la estructura tridimensional de la molécula germinal —dije titubeando—,
luego ésta empezó a moverse en la cuarta dimensión que es el tiempo, luego en
las entrañas del cerebro se tejió en una quinta dimensión, dibujando así la consciencia.
—La consciencia es una
cosa, sí, pero una cosa de 5 dimensiones. La consciencia es material, pero es distinta
al tiempo como el tiempo es distinto de la materia.
—Los movimientos y
cambios de la mente son la sombra móvil de la conciencia, —dije y dijo L, casi
en coro—, esta es inmóvil y la misma en sus 5 dimensiones, pero su sombra, sus
pensamientos y emociones son cambiantes en las 4 dimensiones del tiempo. Por eso de la cabeza del gigante sale el
hipercubo, —dijo L— pues el cerebro es la base tetradimensional de la
pentadimensionalidad del yo; la consciencia sale del cerebro, pero no es el
cerebro, como la luz sale de un foco, pero no es ella. La consciencia es un objeto siempre igual a
sí mismo. Tú eres siempre tú mismo. Sólo su sombra en el tiempo parece moverse
y cambiar, por eso el pensamiento, la memoria son cambiantes. Pero el yo y su
identidad continúan. Tú siempre serás el mismo así pasen trillones de años y
cambies miles de veces.
—Lo sé, es decir lo
entiendo. Pero ¿Cómo un cerebro tetra-dimensional —dije— puede dar origen a un
objeto penta-dimensional?
—Porque el cerebro es una
fábrica de fractales. Un fractal, es la única cosa que puede cambiar de
dimensión, la aumenta al hacerse más y más complejo.
—Los procesos del cerebro
se van complejizando, hasta dar origen a una forma penta-dimensional…—complete.
—Te hablaré de las cartas
—agregó L—, solo al morir Herakón se
liberó este mensaje para ti. El Thecnetos conservó esas cartas y mi mensaje
para ti, aunque morí hace trillones de años. Sí, estas solo, pero eso es
suficiente.
Abrumado,
dejé de escuchar a L y pensé: L es un muerto, M también, las cartas que leí
eran la correspondencia entre dos cadáveres, el Thecnetos está vacío, ¿Podría
el mundo ser más inerte? Sentí un asco frente a esos vacíos y frente a la
banalidad de las cartas de L. En mi larga soledad había conocido la vacuidad de
la materia, pero la vacuidad de las personas me angustiaba aún más.
—M no está muerto —dijo L
o más bien el Thecnetos que podía leer mis pensamientos y escoger la respuesta
grabada de L.
—M te trajo hasta mí. Así
como Herakón te esperó una eternidad
en el Thecnetos, así también M esperó esa eternidad a que nazcas.
Escuché asombrado y
permanecí unos minutos así, eso fue lo que demoré en admitir este simple hecho:
M era el Emisario.
De pronto creí
comprender: El Emisario era un inmortal. Él era M que vivía en el mundo desde
la prehistoria humana; pensé, oprimiéndome en su recuerdo.
—No —respondió el
nebuloso L—, el Emisario no es un inmortal. En la naturaleza nada es inmortal o
todo lo es pues la materia es eterna, pero sus formas cambian. Antes de morir
hice al Thecnetos y entendí que esa inconstancia del cosmos lo lleva siempre a
repetir sus formas. Algunos seres son simples y se repiten rápidamente; el ADN
de una persona es complejo, pero en un tiempo infinito tenía necesariamente que
repetirse. Con 24 letras se pueden hacer millones de palabras, pero no
infinitas. Alguien que inventara palabras al azar un día tendría que repetir la
primera palabra que invento. Con los 25 mil genes de la molécula germinal[2]
se pueden hacer trillones hombres distintos, pero no infinitos. Dado que el
Thecnetos siempre crearía hombres, al azar la molécula germinal de M tendría un
día que volver a formarse. El Thecnetos lo esperaría en la eternidad. Yo diseñé
al Thecnetos para que la humanidad fuera eterna, haría nacer de vez en vez un
ser humano y entonces, supe que un día muy remoto, se volvería a repetir la
combinación precisa de la molécula germinal de M y este volvería a nacer. Y eso
ocurrió ya hace miles de años. Claro, no bastaba esa información genética para
que M renaciera, no somos solo nuestra molécula germinal, somos la sombra
cambiante de una cosa que no cambia, pero deje instrucciones para que el
Thecnetos use esa sombra para hacer con ella el yo de M. El Thecnetos construyó
la consciencia de cinco dimensiones de M en base a su molécula germinal y luego
le insertó los pocos recuerdos y sensaciones que pudo salvar del pasado.
Asombrado, escuché.
—Sé que querrás saber
también quién eres tú.
Me inmovilicé estupefacto
al oír la voz grabada de L que hablaba a solas.